Escolios
I
Las palabras,
las palabras cayeron como gotas.
La tundra dibujó tus rasgos. Yo te vi.
II
El vergel late.
El viento abruma mares en distancia,
y sólo oigo el eco de los palacios.
III
Entre la niebla diviso tu nombre
como los restos de un esperma.
IV
El sol su voz y yo detrás.
La hiedra carga su señal,
el sol su voz, su simulacro.
V
Mi evocación sin vocación de canción.
VI
Mi cuerpo hueco se abre.
Vive el rezo de un almuerzo
como devoto de la ley.
Mi cuerpo en décimas sangrante.
VII
Bordea lo verde la voz.
Bordea lo verde de la voz.
Camille
Camille, tu cuerpo denodado tráeme:
verás mi voz buscando cuerpos, cáscaras
de noches en ajenjo disecadas.
Veré de ti tus velos elevados
cual alfileres de la abuela, y yo,
cubierto de tu fe, te rezaré
con estos labios secos, esta boca
que espanta toda noche, y crece virgen
rendida ante tus pies, Camille devota.
Labios de niño
a X. R.
De los labios de niño a la embriaguez
de la primera sinfonía, Dios;
de la vida del vino a la garganta
carcomida en cenizas, mi visión…
¿Cómo no revivir en el palpar
de otro cuerpo dormido el rededor
de una fe? Yo me miro tan sediento
por este enero sin diciembre. Son
mis huestes barro hinchado sin tardanza,
la vida material y sin razón
de una voz tras la puerta… ¿Cómo
tocar el barro de mi cuerpo? Con
canción latente labro esta mi tierra,
y en el cansancio, solo bajo el sol,
mis sienes drenan el sudor brillante.
Oh, y solo la visión, la visión, la visión…
Stábat Mater
a Ninoska
Y la belleza fue mi dios, mi madre cayendo
a tierra santa bajo la cruz de los heridos.
Su espalda curca daba sombra a la sangre seca
que caía de mí. ¡Oh frente sudorosa!
Ni mil jornales más podrán, ni mil jornales…
La vida fulge muerte. Y me surcarán la cara
cuando el sol ya se vaya, y me quede dormido,
y el sol… se vaya… Mira, los dedos se me pudren
cuando el véspero gesta su propio canto. ¿Acaso
fue tu rostro la lágrima? No llores más mamá.
La tierra ha de secarse sobre la herida mía
brotada por la ley. Lava tu cara con la
creda que te dan, cruda; apóyate en el hombro
de la amiga que vive a pesar de la piedra;
y no llores más, solo dona tu fe en mis pies.
Yo, sangrante, veré esta noche el paraíso.
Holberg Suite
a C.
Oh dolores, dolores son los que se desvanecen
en el yugo del viento. Tu mirada como
velamen de lo muerto en mi tierra yerta
que no cosecharé. Oh, me mudo de estación
en el tronido de tus dedos. El hambre
dicta un norte, pero acaso tus ojos
beban de esta dicha marchita
su vida misma resurrecta.
Éxodo
Y esa sidra que baña las carnes del origen.
Recoge nuestros muslos como masa
y somos masa. Y como carencias en la cara,
dormimos bajo el véspero del himen.
Torpe el signo mancha la noche.
Nace el deseo del primer dolor.
He mis cantos de Ilión
empuñar en la fe de lo vivido? Norte
de Sion, cicatriz hueca, cultiva tú tu voz:
la vida se refugia en la palabra muerte
y somos fuga sin sueño maligno,
la nación asaltada sin sentido
sitiándola con nuestras tardas huestes:
llagas de Cristo en la tierra sin Dios.
La raza
La main à plume vaut le main à charrue.
–Quel siècle à mains!- Je n’aurai jamais ma main.
Heredé de mis ancestros
una deformación craneana,
la cadencia del deseo frente a cada santa,
los ojos de una pereza y su bostezo.
Me fue dada una pedestre cobardía,
los restos de una fe,
una raíz,
una guerra.
Nací de su sangre
como el vómito por la boca.
Roído
como el anciano que fue mi padre,
jugué con bestias al borde del estero,
aquel encomendado a la oración de la sequía;
supe al ver sus aguas morir:
el beso de una niña no puede redimir la piel.
Ser un capullo en el estío más helado
donando al fuego la cruz.
Nada sanó del pecado, nada
vivió en la mirada. Nadie
sudó por su espalda la sangre.
(Recuerdo el meconio, los minutos
en que besé el calostro materno,
el primer sueño que tuve de noche)
Despertaba atravesado por los días.
Miraba
cegado las venas oculares,
sus cuerpos arrugados bajo el sol.
Mis harapos quisieron ofrendarse, mas solo
una blasfemia fueron. Cuando el vello en el frío
se descubrió con pudor
deduje que jamás sería otro:
He medido mi vida con un cordón umbilical.
Solo en el charco creí posado mi reflejo:
una cara barnizada por la lluvia,
unas manos que sostienen
el libro de un muerto, unos pies
que no soportan la caída.
En el vientre se acuna la voz muda,
y una boca que bebe la baba
ya no desea rezar.
Pódcast: Daniella Lillo Traverso

Víctor Campos Donoso (Iquique, 1999). Es licenciado en Literatura Hispanoamericana de la PUCV. Ha participado en los talleres Gimnasio de poesía, Taller de poesía La Sebastiana y Taller de poesía La Chascona (a este último renunció). Asimismo, ha cursado talleres de métrica y personales con Rafael Rubio. En paralelo, ha publicado reseñas y ensayos sobre poesía en diversos medios: La Calle Passy, Cine y literatura, WD-40 y Revista Phantasma. También ha sido ayudante de cátedra y ha dictado diversos talleres de lectura poética. Actualmente, es editor de la sección de "Inéditos" en el sitio 49 Escalones y ayudante del proyecto "Postlarimos: pasados-presentes; presentes-futuros", a cargo de Claudio Guerrero. Algunos de sus poemas han sido publicados recientemente en la revista Círculo de poesía.