La patria es una isla imaginaria
Nunca salimos de nada
porque la patria es una isla imaginaria,
angosta faja de resignación,
vacío alojado en mitad de la cabeza,
radio de acción que delimita la distancia
entre el sujeto que la padece
y su versión de lo posible.
Otro cuerpo enamorado
Dios toca la punta de mi cuerpo enamorado
y a imagen del poeta se contempla.
«Mi glande puro y mis testículos
repletos de amargura
llenan el mundo y dibujan el límite
que separa el abismo de las aguas», dice,
recreando el universo en mi entrepierna.
Yo lo miro con ternura y le permito
descansar su cabeza a la altura
de mi espanto, revestido de indulgencia.
Le concedo la fiesta y lo proclamo
soberano en la Casa del polvo
mientras guardo en el pliegue de mis labios
el secreto de su origen
como toda buena madre.
Triste animal
Hoy mi cuerpo es un triste animal.
Lo humedece un deseo
distinto del deseo,
la lluvia de esos días
en que no había forma de saber
si el amor comenzaba
en la carne o después de ella
y su flujo era uno con la música
que imitábamos al mar y que crecía
como el deseo
de un triste animal.
El poema de amor
El poema de amor que no te he escrito
está lleno de palomas ciegas
que mendigan el pan y juntan polvo
en la negrura torpe de sus alas.
El poema de amor que no profeso
ya está escrito en la carne de los días
porque lo que no fue seguirá siendo
como tu sol hundiéndose en mi sangre;
como yo misma, que callo y no existo,
que inundo con mi espuma tus horas sin nombre
y espero volver a amanecer
más allá de estas murallas donde escondo
el poema de amor que no te escribo.
Elegía no nacida
No sabrás del dolor de haber nacido pájaro
de vuelo y canto huérfano. No tendrás que coser
y descoser los frutos amargos de tu lengua,
padre y madre, hambre y asco, a la carne del tiempo.
No sabrás del deseo que carcome a lo vivo,
del placer de la sombra, de la urgencia del barro
y no habrás padecido el error de tu oscura
crisálida y durmiendo te hallaré en mi latido.
Porque no hay más justicia que secarse hasta el nombre,
no merezco el azul de tu estirpe ni el sueño
prematuro del día que serás para siempre
como triste deseo de un quizás en mi sangre.
Perdóname esta piel despeñada en lo bruto
que defiende a los golpes el derecho a su herida.
Perdóname estas manos empapadas de noche
que no acunan más sueño que su propia renuncia.
Perdóname la mengua de esta luna eclipsada
que es mi cuerpo y no sabe de otro sol que el destierro.
Y mendiga el amor de un cielo hecho de escombros
y comparte su hambre con los dioses del frío.
Notas para hacer memoria
Huelo las últimas miradas que un ermitaño arrojó sobre la estepa de su propio cuerpo deshabitado y mi cabeza se llena de telarañas sin tejedora.
La compasión que los desencarnados nos profesan se presenta de formas diversas: un haz de luz sobre la piel dormida de alguien que sueña el polvo cuando respiro de este lado.
Si vivo para contar los pétalos del último sueño, que me acompañe la sombra cálida de mi madre, mientras canta con voz de espejo.
Todo es claro y apacible a la luz de los objetos que pueblan un recuerdo todavía no sido. Sus contornos apaciguan el goteo del agua, cuando ya no hay nadie afuera capaz de pronunciar la noche.
Cerré los ojos y ya no sé cómo abrirlos; esta luz que derramo con los dedos para volver a conocer las cosas es mi certificado de residencia. Alguna vez supe dormir sin párpados.
Carezco aún de palabras que permitan hablar de la vida sutil que me habita y frustra mis urgencias.
La semilla tiene infinitos puntos de acceso. Su proceso de apertura y transfiguración es comparable a la palabra ojo. El fruto es el árbol y siempre puede volver a la semilla.
Más allá de lo que el tiempo parece agotar, no hay necesidad de conocer las cualidades que hacen un espacio respirable, porque todo es dentro otra vez y el aire, no más que un resabio inútil en la memoria.
Que llegada la hora de sentarse al borde de lo pronunciado, el único juez divino sea la indiferencia.
A remo
No se sabe hasta qué punto son las alas
las que mueven el viento
o si viento y ala juntos se conducen
por el soplo sosegado
de una inteligencia sin sujeto.
Atalanta se sienta a meditar
Para hacer del escapismo oficio, de pies blindados contra la seducción de la tierra fértil me engendraron; creadora de desiertos en nombre de una herida disfrazada de fatalidad.
Imaginé rebeliones solitarias hasta confundir la pasión voluntariosa de la sangre con el flujo de las aguas mayores.
El afán de libertad mal comprendida —posta que heredé de un par de ovejas descarriadas y que el oráculo del árbol familiar al fin me ofrece la posibilidad de redimir— no aguantó más que unas cuantas carreras vencidas a costa de humillaciones propias.
Tras casi treinta años arrancando de una sombra, hoy me postro sedienta a ingerir estos frutos provisorios, que en su amargor me revelan el veneno de la raíz, único antídoto.
Oficia de una vez la ceremonia, Venus, y enséñame a perder.
Pódcast: Daniella Lillo Traverso

Micaela Paredes Barraza (Santiago, 1993). Ha publicado los libros de poesía Nocturnal (2017), Ceremonias de Interior (2019) y la antología Adiós a Ítaca (2020). Escribe esporádicamente reseñas y ensayos para revistas literarias y traduce textos del inglés y del portugués. Dicta talleres de poesía y psicoplástica en diferentes plataformas. Actualmente vive en Viña del Mar y es correctora de estilo, pruebas y contenido en la Editorial UV.