Micaela Paredes Barraza

Micaela Paredes Barraza, La Antorcha Magacín # 9.

La patria es una isla imaginaria

Nunca salimos de nada

porque la patria es una isla imaginaria,

angosta faja de resignación,

vacío alojado en mitad de la cabeza,

radio de acción que delimita la distancia

entre el sujeto que la padece

y su versión de lo posible.

Otro cuerpo enamorado

Dios toca la punta de mi cuerpo enamorado

y a imagen del poeta se contempla.

«Mi glande puro y mis testículos

repletos de amargura

llenan el mundo y dibujan el límite

que separa el abismo de las aguas», dice,

recreando el universo en mi entrepierna.

Yo lo miro con ternura y le permito

descansar su cabeza a la altura

de mi espanto, revestido de indulgencia.

Le concedo la fiesta y lo proclamo

soberano en la Casa del polvo

mientras guardo en el pliegue de mis labios

el secreto de su origen

como toda buena madre.

Triste animal

Hoy mi cuerpo es un triste animal.

Lo humedece un deseo

distinto del deseo,

la lluvia de esos días

en que no había forma de saber

si el amor comenzaba

en la carne o después de ella

y su flujo era uno con la música

que imitábamos al mar y que crecía

como el deseo

de un triste animal.

El poema de amor

El poema de amor que no te he escrito

está lleno de palomas ciegas

que mendigan el pan y juntan polvo

en la negrura torpe de sus alas.

El poema de amor que no profeso

ya está escrito en la carne de los días 

porque lo que no fue seguirá siendo

como tu sol hundiéndose en mi sangre;

como yo misma, que callo y no existo,

que inundo con mi espuma tus horas sin nombre

y espero volver a amanecer

más allá de estas murallas donde escondo

el poema de amor que no te escribo.

Elegía no nacida

No sabrás del dolor de haber nacido pájaro

de vuelo y canto huérfano. No tendrás que coser

y descoser los frutos amargos de tu lengua,

padre y madre, hambre y asco, a la carne del tiempo.

No sabrás del deseo que carcome a lo vivo,

del placer de la sombra, de la urgencia del barro

y no habrás padecido el error de tu oscura

crisálida y durmiendo te hallaré en mi latido.

Porque no hay más justicia que secarse hasta el nombre,

no merezco el azul de tu estirpe ni el sueño

prematuro del día que serás para siempre

como triste deseo de un quizás en mi sangre.

Perdóname esta piel despeñada en lo bruto

que defiende a los golpes el derecho a su herida.

Perdóname estas manos empapadas de noche

que no acunan más sueño que su propia renuncia.

Perdóname la mengua de esta luna eclipsada

que es mi cuerpo y no sabe de otro sol que el destierro.

Y mendiga el amor de un cielo hecho de escombros

 y comparte su hambre con los dioses del frío.

Notas para hacer memoria

Huelo las últimas miradas que un ermitaño arrojó sobre la estepa de su propio cuerpo deshabitado y mi cabeza se llena de telarañas sin tejedora.

La compasión que los desencarnados nos profesan se presenta de formas diversas: un haz de luz sobre la piel dormida de alguien que sueña el polvo cuando respiro de este lado.

Si vivo para contar los pétalos del último sueño, que me acompañe la sombra cálida de mi madre, mientras canta con voz de espejo.

Todo es claro y apacible a la luz de los objetos que pueblan un recuerdo todavía no sido. Sus contornos apaciguan el goteo del agua, cuando ya no hay nadie afuera capaz de pronunciar la noche.

Cerré los ojos y ya no sé cómo abrirlos; esta luz que derramo con los dedos para volver a conocer las cosas es mi certificado de residencia. Alguna vez supe dormir sin párpados.

Carezco aún de palabras que permitan hablar de la vida sutil que me habita y frustra mis urgencias.

La semilla tiene infinitos puntos de acceso. Su proceso de apertura y transfiguración es comparable a la palabra ojo. El fruto es el árbol y siempre puede volver a la semilla.

Más allá de lo que el tiempo parece agotar, no hay necesidad de conocer las cualidades que hacen un espacio respirable, porque todo es dentro otra vez y el aire, no más que un resabio inútil en la memoria.

Que llegada la hora de sentarse al borde de lo pronunciado, el único juez divino sea la indiferencia.

A remo

No se sabe hasta qué punto son las alas

las que mueven el viento

o si viento y ala juntos se conducen

por el soplo sosegado

de una inteligencia sin sujeto.

Atalanta se sienta a meditar

Para hacer del escapismo oficio, de pies blindados contra la seducción de la tierra fértil me engendraron; creadora de desiertos en nombre de una herida disfrazada de fatalidad. 

Imaginé rebeliones solitarias hasta confundir la pasión voluntariosa de la sangre con el flujo de las aguas mayores.

El afán de libertad mal comprendida —posta que heredé de un par de ovejas descarriadas y que el oráculo del árbol familiar al fin me ofrece la posibilidad de redimir—  no aguantó más que unas cuantas carreras vencidas a costa de humillaciones propias.

Tras casi treinta años arrancando de una sombra, hoy me postro sedienta a ingerir estos frutos provisorios, que en su amargor me revelan el veneno de la raíz, único antídoto.

Oficia de una vez la ceremonia, Venus, y enséñame a perder.

Pódcast: Daniella Lillo Traverso

Micaela Paredes Barraza (Santiago, 1993). Ha publicado los libros de poesía Nocturnal (2017), Ceremonias de Interior (2019) y la antología Adiós a Ítaca (2020). Escribe esporádicamente reseñas y ensayos para revistas literarias y traduce textos del inglés y del portugués. Dicta talleres de poesía y psicoplástica en diferentes plataformas. Actualmente vive en Viña del Mar y es correctora de estilo, pruebas y contenido en la Editorial UV.

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