Trizaduras, refracciones y silencios. Una poética de la transparencia en “Objetos de vidrio” de Jaime Villanueva Donoso

No se trata de cualquier tipo de objetos en este libro. Se trata de “objetos de vidrio”. Es decir, objetos que revelan su interior (su mecanismo, su relojería, y veremos que también aparecen los relojes en el libro), y que son frágiles, que por cualquier movimiento en falso pueden quebrarse, o trizarse. ¿De qué tipo de fragilidad, de qué tipo de trizadura, de qué tipo de quiebre se trata?

Adolfo Vera Peñaloza

1.- Imagino a Jaime escribiendo este bello libro, encerrado en su habitación en tiempos de pandemia (puedo equivocarme), haciendo frente a las crisis personales y humanas que todos hemos vivido este último tiempo con las herramientas de la poesía, es decir, las llaves maestras del lenguaje que permiten que, entre las cosas, otras cosas aparezcan, que en medio del mundo –que puede ser el de una habitación, el de una casa– aparezcan otros mundos. La poesía es un arte del desdoblamiento (la refracción de la luz en un objeto de vidrio, por ejemplo) que permite que lo oculto se haga visible, y lo visible oculto. Imagino a Jaime como un alquimista al que le han otorgado unos pocos elementos para realizar su trabajo de transfiguración: útiles de escritorio, árboles, frascos, aromas, recuerdos; y ante todo, objetos de vidrio.

2.- ¿Por qué el vidrio? Por la transparencia, primero. Por su capacidad de reflejar la luz, también. Por su función de umbral y límite que sólo es posible atravesar con la mirada, agregaría.

3.- El libro está estructurado en 16 objetos, que son concretos o metafísicos, reales o imaginarios. Escribe Jaime: “Objetos de vidrio y artículos de escritorio a bajo precio. /Poemas posteriores, después de observar los objetos de vidrio que permiten filtrar, un poco, la luz sin salir de la habitación. / Aquí no ha sido necesario, en esta investigación, evaluar la temperatura del vidrio de los objetos. Sólo expresar cariño tanto como sea posible” (p. 21).

La inclusión de la objetualidad en la poesía contemporánea es uno de los rasgos más propios de su afán por superar el romanticismo. Objetualidad refiere a objetividad, y de lo que se trata, justamente, es de superar la poesía subjetiva, ya por ejemplo en el imagismo anglosajón de inicios del siglo XX, donde descollaron T. S. Eliot y Ezra Pound, y que aseguraba la objetividad tanto por medio de la inclusión de la objetualidad como por la preponderancia de la imagen. La imagen, como sabemos, es lo que entre otras cosas permite objetivar al pensamiento, asegurarle una concreción al sentido. Así, a la agitación subjetiva correspondiéndose con la agitación del mundo propia al romanticismo, la poesía objetiva –centrada en la autonomía de la imagen respecto al sentido– opone una cierta quietud que es asimilable a la transparencia de las fórmulas científicas. En el caso de la poesía chilena, la objetualidad se introduce fuertemente con Residencia en la tierra de Neruda, y ante todo con los Poemas y antipoemas de Parra, donde los útiles de escritorio a los que alude Jaime cobran ya un notorio protagonismo. Como sea, el gran poeta moderno de los objetos no es otro de Francis Ponge, el autor francés que hizo de su poesía un catálogo imaginario y real de las funciones poéticas de los objetos que nos rodean.

4.- Pero no se trata de cualquier tipo de objetos en este libro. Se trata de “objetos de vidrio”. Es decir, objetos que revelan su interior (su mecanismo, su relojería, y veremos que también aparecen los relojes en el libro), y que son frágiles, que por cualquier movimiento en falso pueden quebrarse, o trizarse. ¿De qué tipo de fragilidad, de qué tipo de trizadura, de qué tipo de quiebre se trata? Permítaseme aquí un breve excurso para señalar que el vidrio como material de construcción que empieza a utilizarse en arquitectura en la misma época que el fierro (segunda mitad del siglo XIX) será para Walter Benjamin una poderosa metáfora para describir la sociedad capitalista, aquella en que (como señalará Bauman inspirándose en Benjamin), todo resbala, nada se fija, o para recordar la célebre frase de Marx, aquella en que “todo lo sólido se desvanece en el aire”. Benjamin llegará a hablar de un “hombre de vidrio”, inspirándose en Paul Scheerbart, autor en entre otras obras arquitectónicas del Palacio de cristal. Escribe Benjamin: “Recientemente los nuevos arquitectos lograron, con su cristal y con su acero, crear unos espacios en los que es muy difícil dejar huellas. “De acuerdo con lo dicho”, escribió Scheerbart hace veinte años, “hoy podemos hablar de una nueva ‘cultura de cristal’. Y ese nuevo entorno de cristal cambiará por completo al ser humano”. El vidrio, entonces, como aquel material en el que no se dejan huellas, o que para recuperarlas es preciso asumir una función policial, detectivesca (Kracauer, contemporáneo y amigo de Benjamin, había explicado cómo el auge de la novela de detectives se corresponde con una época en la que las huellas desaparecen, o se ocultan). La poesía, entonces (aquí la de Jaime) como un arte detectivesco de recuperar las huellas en una sociedad donde la no-fijación de estas predomina.

Por otro lado (sigo con los excursos) habría que considerar el exhaustivo trabajo sobre la sociología y la ontología de los objetos realizada por Jean Baudrillard en su tesis doctoral acerca del Sistema de los objetos, en donde estos son considerados como la verdadera flora y fauna (la verdadera naturaleza) del sujeto contemporáneo.

5.- Lo señala el propio autor, en el Objeto 3 (“No sabemos si fluye”): “El aroma se va yendo  como un tono que nos despide, que se olvidará en un rato más al salir del frasco destapado. / Un tiempo atrás lo sabíamos; el aroma saldría del frasco de vidrio como la rutina un tiempo, de los días. / Aquí no ha sido necesaria el alma que entra y sale del cuerpo, como el frasco de vidrio que se abre”. Se abre el frasco y surge el aroma, que pasará a formar una huella mnésica y a despertar todas las reminiscencias posibles (como se sabe, la investigación en torno a todas las posibilidades estéticas, filosóficas y culturales de la “fijación de la huella mnésica” fue el aporte de Proust a la literatura). Hay toda una dialéctica entre el adentro y el afuera (me hizo pensar en la Poética del espacio de Bachelard) en este libro (cuerpo y alma, exterior e interior, límite y flujo, casa y calle, memoria y olvido, etc.).

6.- Y hay todo un trabajo en torno a la inscripción. Escribir es inscribir, no únicamente –esto es extremadamente relevante– en cuanto al escribir fijamos las huellas de una existencia real o imaginaria, permitiendo que el flujo de la existencia tenga un asidero (el filósofo Bernard Stiegler señalaba que uno de los grandes dramas de la época actual es que la economía libidinal contemporánea no encuentra un punto donde fijarse, siendo lanzada a un desvarío sin fin que termina anulando todo deseo), un lugar a donde regresar; pero también escribir es trazar líneas, dibujar las palabras, y ese gesto es anterior a todo sentido. El trazo de la línea corta, separa, divide, es como un tajo que hiere al papel (es la herida que funda a todo sentido, respecto a lo real que interpreta). Escribe Jaime en el Objeto 4 (“Respuesta giratoria”): “No es mirar por la ventana, no es tener planes para después. Es, simplemente, hacer un dibujo en la orilla de un cuaderno mientras alguien habla por un celular. / Rayar encima del rayado, hipnótico, hasta que la hoja se rompa. / Sentir el sonido de los papeles en la interrogación. / Palpar el papel y los artículos de escritorio de puño y letra. /Empuñar las frases con errores ortográficos que se escriben como registro giratorio. /Ensamblar, obviamente, de lo menos importante, supuestamente giratorio, a lo más importante. /El tránsito de rayar a dibujar se percibe como rastro, o como signo de interrogación del círculo del lápiz. /Todo signo es signo de interrogación, que se devuelve en el dibujo girando en la mano”.

7.- Como decía al principio, se me ocurre que este libro fue escrito en pandemia, cuando tuvimos que asumir un encierro obligatorio al interior de nuestras casas. Estuvimos obligados a reencontrarnos con lo que significa eso, vivir en casas (vuelvo a insistir en la Poética del espacio de Bachelard). Casas que cobran vida, que se agrandan y se achican (pienso en Alicia en el país de las maravillas, también): “La casa es fea y todavía siente dolores por su cuerpo porque está creciendo, porque dejará su infancia alegre y triste” (p. 37). Las casas, los departamentos, o donde sea que uno estuvo encerrado, se convirtieron durante la Pandemia en esas “conchas” o en esos “nidos” con los que Bachelard piensa –también desde la poesía– las casas.

8.- Los objetos 7 y 8, “Sea simple” y “El volumen del reloj”, respectivamente, tratan la cuestión del tiempo. Lo hacen, como es coherente con la intención general del libro, a partir de análisis específicos en torno a objetos específicos. Y aparece algo esencial a la poética de la casa: el aburrimiento, el tedio, el spleen que se nos presentó durante la pandemia, encerrados en nuestras casas, como un monstruo de mil caras. Escribe Jaime: “Ese miedo que acompaña algunas tardes estimula lo que el aburrimiento mantiene dentro de sus cajitas, no es falta de respuestas, sólo mirarse como un árbol se escucha que crece” (p. 41). Y agrega: “Sea simple –me recuerdo–. Mejor no use tanta hermenéutica, use más cucharas y vasos y tazas. / No se haga trampa usando espejos. Sea simple: el calendario puede ser el prólogo de un tiempo que estuvo por venir” (p. 41). Esto del “tiempo que estuvo por venir” es extremadamente complejo, ya que una de las experiencias contemporáneas más significativas, en relación al arte y la poesía pero también como fenómeno que atañe al socius en general, es la del anacronismo (Georges Didi-Huberman siendo el autor clave de nuestra época para pensarlo), es decir, un tipo particular de confusión entre el presente, el pasado y el futuro que dice relación ante todo con la experiencia del trauma (personal e histórico); también pienso en Espectros de Marx, de Derrida, libro que parte de la escena shakesperiana en la que Hamlet, después de ver por primera vez al fantasma de su padre, señala: “The time is out of joint”, el tiempo está fuera de sus goznes. Vivimos una época en la que el tiempo está fuera de sus goznes, en la que el tiempo ha enloquecido.

9.- También está el asunto del ruido, y del silencio. John Cage decía: no hay silencio, siempre hay algo que suena. Enrique Lihn poetizó un lenguaje que está siempre acosado por el silencio, así como el sentido por el sinsentido. En el caso de este libro, se trata del ruido que hacen los objetos (sobre todo los objetos de vidrio) al tocarse. Gran tema: ¿cuál es el ruido, por ejemplo, de dos cuerpos al tocarse? ¿Cuál es el ruido de la lengua, en el momento de producirse la fonación?

10.- Todo signo, en este orden de cosas  (el orden poético) es signo de interrogación.

Jaime Villanueva Donoso. Objetos de vidrio. Economías de Guerra Editorial, 2023.

Adolfo Vera Peñaloza (Rancagua, 1975). Licenciado en Filosofía, Universidad de Valparaíso, y Mg. en Teoría e Historia del Arte, Universidad de Chile. Se doctoró en Filosofía en la Universidad de París VIII Vincennes Saint Denis. Docente del Instituto de Filosofía de la Universidad de Valparaíso y director del Doctorado en Estudios Interdisciplinarios sobre Pensamiento, Cultura y Sociedad, Universidad de Valparaíso. Profesor visitante en las universidades de Konstanz, Alemania, y de Tours, Francia. Ha sido coeditado en las Actas de los Coloquios de Cine y Filosofía (2013, 2014, 2015), y en los libros Las formas del pasado: memoria y destrucción (2015), Bifurcaciones de lo sensible: cine, arte y nuevos medios (2018), y el número monográfico Esthétiques latino-américaines (2015). Ha publicado los libros Entre el deseo y la materia: obra visual de Claudio Bertoni (2007), Arte y desaparición (2017), El ser y la electricidad: una filosofía del rock (2019) y Ruinas de lo sensible (2020).

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