El pan y su fermento, una performance

La 901 va repleta de nuevo, todos madrugando el cuerpo para producir, antes que la mente, en eso nos emparentamos. Desde la Av. Francia es casi una hora de viaje a Placilla. Si hubiera un asiento vacío hojearía unas páginas de ese libro que traigo en la mochila desde hace más de un mes, pero me pongo los audífonos para sumirme en una rutina de ver los días pasar desapercibidamente sin guardar variaciones hacia atrás ni proyectarlas hacia adelante. Cuando hacía teatro, esto de la repetición era lo más importante, repetir hasta cansar al presente, me digo, capeando el letargo del viaje hacia la panadería.

Víctor Álvarez De la Barra

La 901 va repleta de nuevo, todos madrugando el cuerpo para producir, antes que la mente, en eso nos emparentamos. Desde la Av. Francia es casi una hora de viaje a Placilla. Si hubiera un asiento vacío hojearía unas páginas de ese libro que traigo en la mochila desde hace más de un mes, pero me pongo los audífonos para sumirme en una rutina de ver los días pasar desapercibidamente sin guardar variaciones hacia atrás ni proyectarlas hacia adelante. Cuando hacía teatro, esto de la repetición era lo más importante, repetir hasta cansar al presente, me digo, capeando el letargo del viaje hacia la panadería. Al llegar subo la cortina, prendo las máquinas y ejecuto todo de memoria, eso sí una memoria viva, porque las masas reaccionan diferente según el clima o el tiempo de fermentación.

Hace medio año que actué por última vez, fue en aquella interpretación en el papel del Maestro Juan, mayordomo de la panadería Roma en la obra En la puerta del horno se quema el pan. La ficción se cayó a pedazos el primer día. Todo lo que aprendí en mi investigación de personaje quedó corto. Pero no le doy vueltas a eso, suficiente con la lista de reproducción del Marcelo que no para de repetir Un verano sin ti y que sin darme cuenta me aprendí, y canto, mientras estiro la hallulla, en este verano encerrado a más de 30°, el primero sin teatro desde hacía varios años. –Lo entretenido es que después de 200 capítulos te lo vuelves a encontrar y es hermoso, me dijo mientras reformaba los moldes. Hoy le avisó al jefe que se iba, y cada tanto deja de ovillar para darme por extractos, parte de una extensa teoría sobre por qué la historia de One Piece es tan buena a pesar de ser tan larga. Suena el horno y voy rápido a armar el carro con batidos y baguettes, cambio de ritmo y creo que eso hermoso a lo que se refiere es lo sorpresivo e inevitable de las cosas, pero ya estoy en otra, un paisaje de orgánicas y mecánicas que se entrecruzan.

–Pero dime la firme, ¿hasta cuándo te piensas quedar?, me pregunta luego de apagar la batea, lo que otorgó una ridícula seriedad al momento. –Era hasta marzo pero ahora será hasta mediados de año. Se quedó mirándome. –Pero ¿y el teatro? Dice Fabricio, quien también se va una vez culmine su práctica. –En cualquier momento, dije con toda la convicción que podía salirme a las 3 de la tarde, hora de almorzar que pasamos de largo por el anhelo de salir más temprano porque las horas extras no las pagan. Me tomo una energética y comienza la obra, mi rol muta, de actor a director, luego a tramoya, al servicio de la masa, verdadera actriz, puliendo su forma para su exhibición en el frontis del local, no sin antes pasar por un caluroso training a 300°, y previo a eso, mucho ensayo y error, pues ningún batido de los más de 150 que se hacen al día quedan iguales. Mientras voy reformando la masa descubro su verdad, por así decirlo, que revela gentilmente, pide que la deje reposar pero sin dejarla secarse, luego que la estire pero sin tensarle. Cada bollo es especial. Estas ensoñaciones me sacan del cansancio de tener que estar tantas horas parado, acarreando sacos de harina y pasando uslero, y comprendo que mis compañeros, que estudiaron gastronomía, prefieran vivir el cansancio desde la distancia, ralentizándose, yendo mucho al baño o conversándome sobre One Piece, porque en mi caso el quehacer panadero es mi distancia, liminalidad propia de las ciabattas que en un minuto les falta batido y al otro ya se pasaron, desde donde percibo el profundo agotamiento y decepción de hacer un buen trabajo sólo para salir más temprano. Pero no es sólo trabajo, también es un oficio. Maniobrar el presente, la distancia y el ritmo colectivo, habitando la blancura, el calor y la sordera a la manera de un pirata de One Piece, que se busca a sí mismo en un mar que no le pertenece, conviviendo entre repeticiones que depura técnicas, desprolija cuerpos y abruma mentes, hasta que llegas al capítulo 200 y ves algo distinto, con lo que pareciera ser más fácil trabajar, interactuar, corregir(se), reír, para luego marcar salida.

Antes de salir del turno me sacudo bien el blanco de mi ropa negra, y ya arriba de la micro veo mis brazos con harina seca impregnada. ¿Dónde empieza y termina la ficción de mi propia vida?, pienso en lo que responde ese niño a Keanu Reeves respecto a si le preocupaba o no la matrix, “y que me importa qué es lo real”, dijo. Quizás este simulacro es el precio que debo pagar para seguir soñando con encontrar un lugar donde me sienta bien –y tenga estabilidad laboral–; espero no siga subiendo como el precio del pan que ya superó la barrera de los dos mil. Un asiento vacío. Ya sentado y menos drástico, prefiero creer en el compromiso con el tiempo habitado, porque nadie podría venir a decirme que el pan que le hice y que comió para el desayuno fue una mentira, sin sabor o con el atrás sin terminar como sucede en las tablas, donde se conduce la experiencia de la mirada por una verdad rodeada de falsedades y escenografía sin terminar. La experiencia de saciar una necesidad básica, sensorial y estética es real, es la performance del pan.

Víctor Álvarez De la Barra (Antofagasta, 1992). Escritor, director y actor. Licenciado en Artes Escénicas en la Universidad de Playa Ancha. Diplomado en Guion Cinematográfico; Diplomado de Autoría Escénica. Seleccionado al II y III Encuentro de dramaturgia internacional emergente por el Corredor Latinoamericano de Teatro. Trabaja la investigación práctica y performativa en la compañía Teatro O(-tro) en las obras “Cuando vuelve el espectáculo” (2016) y “Reverberar” (2018). En Teatro del Ocaso se inclina hacia un teatro íntimo y político, como actor en “La pequeña ficción política”, y dramaturgo y director en entrenamiento-obra “Pasos al Frente” (2018), serie de cápsulas audiovisuales “Pasos al frente II” (2020) y “Lxs Libertadorxs” (2021). Hoy, panadero.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s