Intimidad

Armando Reverón, Autorretrato con muñecas, 1949.

Raymond Carver

[Traducción de Miguel Ogalde Jiménez]

Tengo asuntos pendientes en dirección al oeste, así que aprovecho de hacer una parada en el pueblito donde vive mi exesposa. No la veo hace cuatro años. Pero a veces, cuando publican uno de mis escritos o comentan sobre mí en revistas o artículos (un perfil o entrevista), le mando los recortes. No sé por qué hago esto, pensé que le interesarían. Ella nunca ha respondido.

Son las nueve de la mañana. No la llamé, la verdad no sé lo que me espera.

Pero me hace pasar. No parece sorprendida. Tampoco me da la mano, menos un beso. Vamos al living. Apenas estoy sentado trae café y desahoga sus pensamientos. Dice que le causé mucha angustia, la hice sentir expuesta y humillada.

Todo esto es muy familiar.

Dice, Te gustó la traición desde el principio. Siempre estuviste cómodo traicionando. No, dice, eso no es verdad. No al inicio, de ninguna manera. Eras diferente entonces. Pero yo era diferente también, supongo. Todo era distinto, dice. No, fue después de que cumpliste treinta y cinco, o treinta y seis, da lo mismo, por esos tiempos, a mediados de tus treinta, ahí empezaste. Realmente empezaste. Te volviste contra mí. De manera rencorosa. Debes estar orgulloso.

Dice, A veces podría gritar.

Dice querer olvidar los momentos difíciles, los malos ratos. Acuérdate de los buenos tiempos. ¿Había buenos tiempos, cierto? Dice estar aburrida de mi insistencia en el tema. Harta de escucharlo. Tu hobby privado, dice. Lo hecho, hecho está y es agua bajo el puente, dice. Una, tragedia, sí. Dios sabe que fue una tragedia. ¿Por qué seguir perseverando? ¿Nunca te cansas de volver a este viejo asunto?

Dice, Deja ir el pasado, por el amor a Dios. Esas viejas heridas. Aún debes tener más flechas en tu carcaj, dice.

Dice, ¿Sabes algo? Estás enfermo. Eres un loco de mierda. Oye, no crees realmente lo que dicen de ti, ¿cierto? No les creas ni por un segundo. Escucha, podría contarles un par de anécdotas. Estoy aquí, si quieren oír una buena historia.

Dice, ¿Me estás escuchando?

Estoy escuchando, digo. Soy todo oídos.

Dice, ¡Ya tuve suficiente, eres como un tornado! ¿Quién te pidió estar aquí hoy día? Seguro no fui yo. Estoy putamente segura. Apareces de la nada. ¿Qué mierda quieres de mí? ¿Sangre? ¿Aún más sangre? Creí que ya estarías satisfecho a estas alturas.

Dice, Piénsame muerta. Déjame en paz. Eso es todo lo que quiero, ser dejada en paz. Olvidada. Tengo cuarenta y cinco años, dice. Cuarenta y cinco, camino a los cincuenta y cinco, sesenta y cinco. Aléjate, por favor.

Dice, ¿Por qué no hacer borrón y cuenta nueva? ¿Por qué no empezar de nuevo? Ve hasta dónde te lleva.

Se ríe. Me rio también, pero son los nervios.

Dice, ¿Sabes algo? Tuve mi oportunidad contigo, pero la dejé ir. Simplemente la dejé ir. Nunca te lo dije. Ahora mírame. ¡Mírame! Y echa un buen vistazo mientras puedas. Me despreciaste, hijo de puta.

Dice, Era más joven y mejor persona. Tal vez tú también. Mejor persona, me refiero. Tenías que serlo o no habría querido tener nada contigo.

Dice, Te amé tanto alguna vez. Te amé al punto de obsesionarme. En verdad lo hice. Te quise más que nada en este ancho mundo. Imagínate. Qué risa. ¿Puedes imaginarlo? Fuimos tan íntimos alguna vez, ahora me cuesta creerlo. Parece tan extraño. El recuerdo de haber compartido esa intimidad contigo. Fuimos tan íntimos que podría vomitar. No puedo concebir el volver a ser tan íntima con una persona. Nunca he vuelto a serlo.

Dice, Escúchame, lo digo en serio, déjame fuera de tu vida de ahora en adelante. ¿Quién te crees que eres? ¿Te crees Dios o algo así? No eres digno de lamerle las botas a Dios, o a cualquiera, pensándolo bien. Hombre, has estado juntándote con la gente equivocada. Pero, ¿qué sé yo? Ni siquiera estoy segura de lo que sé. No me gusta lo que has escrito, de eso sí estoy segura. Sabes de lo que estoy hablando, ¿cierto? ¿Tengo razón?

Sí, digo. Toda la razón.

Dice, Vas a decir sí a todo, ¿verdad? Te rindes demasiado fácil, siempre lo has hecho. No tienes principios, ni uno solo. Todo para evitar escándalo. No te la juegas ni por esto ni aquello.

Dice, ¿Te acuerdas de la vez que te amenacé con un cuchillo?

Lo dice de pasada, como si no fuera importante.

Vagamente, digo. Debí merecerlo, pero no me acuerdo mucho. Adelante, cuéntame sobre eso.

Dice, Ahora estoy empezando a entenderlo. Creo que sé por qué estás aquí. Sí. Incluso si tú mismo no lo sabes. Pero eres un zorro astuto. Sabes exactamente por qué has venido. Estás de pesca. Estás buscando material, ¿cierto? ¿Estoy cerca? ¿Tengo razón?

Háblame del cuchillo, digo.

Dice, Si quieres saber, en verdad lamento no haberlo usado. En serio. Realmente lo lamento. He pensado y pensado al respecto. Tuve la oportunidad. Pero dudé un segundo. Dudé y el momento pasó, como dijo alguien. Debí pincharte el brazo al menos. Por lo menos eso.

Pero no lo hiciste, digo. Pensé que ibas a cortarme, pero no lo hiciste. Te lo saqué de las manos.

Dice, Siempre fuiste suertudo. Lo sacaste de mis manos y luego me diste una cachetada. Aun así, estoy arrepentida de no haber usado el cuchillo, aunque sea un poco. Incluso una heridita te habría bastado para recordarme.

Recuerdo mucho, digo. En seguida deseo no haberlo dicho.          

Dice, Amén, hermano. Esa es la raíz del asunto, por si no te has dado cuenta. Es todo el problema. Pero, como ya dije, recuerdas las cosas equivocadas. Recuerdas los momentos bajos, vergonzosos. Por eso capté tu interés cuando hablé del cuchillo.

Dice, Me pregunto si tienes arrepentimientos. Sea lo que signifique en estos días. No mucho, supongo. A estas alturas, debes ser un especialista en el tema.

Arrepentimiento, digo. No me interesa, para ser honesto. El arrepentimiento no es un concepto que use mucho. Supongo que la mayoría del tiempo no lo siento. Lo admito, a veces me apego al lado oscuro de las cosas. Pero, ¿arrepentirme? No creo.

Dice, Realmente eres un hijo de perra, ¿lo sabes? Un despiadado hijo de perra, con un corazón frío. ¿Alguien te lo había dicho?

Tú lo hiciste, digo. Muchas veces.

Dice, Siempre hablo con la verdad. Aunque duela. Nunca me pillarás mintiendo.

Dice, Mis ojos se abrieron hace tiempo, pero fue demasiado tarde. Tuve mi oportunidad y la dejé pasar entre los dedos. Incluso llegué a pensar que volverías. ¿Cómo pude creer eso? Debí estar loca. Ahora mismo podría llorar hasta reventarme los ojos, pero no voy a darte la satisfacción.

Dice, ¿Sabes algo? Creo que, si estuvieras incendiándote en este momento, si instantáneamente explotaras en llamas, no te echaría un balde de agua encima.

Se ríe de esto. Luego su cara cambia de nuevo.

Dice, ¿Por qué mierda estás acá? ¿Quieres escuchar más? Podría seguir hablando durante días. Creo que sé por qué apareciste, pero quiero escucharlo de ti.

No contesto, sólo me quedo sentado y ella continúa.

Dice, Después de esa vez, cuando te fuiste, nada importaba. Ni los niños, ni Dios, ni nada. Nunca supe lo que me golpeó. Fue como parar de vivir. Mi vida había continuado y continuado y de repente se detuvo. No sólo se detuvo, frenó con un chirrido. Pensé, si no valgo nada para él, bueno, no valgo nada para mí misma, ni para nadie más. Es lo peor que he sentido. Creí que mi corazón se rompería. ¿Qué estoy diciendo? Sí, se rompió. Por supuesto que se rompió, así como así. Sigue roto, si quieres saber. Y eso, ahí está, en pocas palabras. Todos mis huevos en una canasta. Todos mis huevos podridos en una sola canasta.

Dice, Encontraste a alguien más, ¿cierto? No te costó demasiado. Y ahora eres feliz. Eso dicen de ti: “Ahora es feliz”. Oye, ¡leo todo lo que mandas! ¿Crees que no lo hago? Escucha, hombre, conozco tu corazón. Siempre lo he hecho. Lo conocía antes y lo conozco ahora. Conozco tu corazón de adentro hacia afuera, nunca lo olvides. Tu corazón es una jungla, un bosque oscuro. Un tacho de basura, si quieres saber. Deja que vengan si quieren hacer un par de preguntas. Sé cómo operas. Si vienen por acá les daré un discursito. Estuve allí. Te serví, muchacho. Y luego me exhibiste y ridiculizaste en tus trabajitos. Para que cualquier donnadie sintiera lástima o juzgara. Pregunta si me importa. Pregunta si me da vergüenza. Adelante, pregunta.

No, digo, no voy a preguntarlo. No quiero entrar en eso, digo.

¡Claro que no, mierda!, dice. ¡Y también sabes por qué!

Dice, Cariño, sin ofender, pero a veces me dan ganas de dispararte y ver cómo mueres.

Dice, No puedes mirarme a los ojos, ¿cierto?

Dice, y es exactamente lo que dice, Ni siquiera puedes verme a los ojos cuando te hablo.

Así que la miro a los ojos.

Dice, Bien, ahora tal vez estamos llegando a algún lado. Esto es mejor. Puedes decir mucho de una persona por sus ojos. Todo el mundo lo sabe. Pero, ¿sabes otra cosa? No hay nadie en todo el mundo que te pueda decir esto, pero yo puedo. Tengo el derecho. Me lo gané, hijito. Estás confundiéndote con alguien más, alguien que no eres. Esa es la pura verdad. Pero, ¿qué sé yo? Lo dirán en cien años. Dirán, ¿y quién fue ella?

Dice, De cualquier modo, me confundiste a mí con alguien más. Oye, ya ni siquiera tengo el mismo nombre. Ni el nombre con el que nací, ni el nombre con el que viví contigo, ni siquiera el nombre que tenía hace dos años. ¿Qué es esto? ¿Qué mierda es todo esto? Déjame sola, por favor. No es un crimen dejarme sola.

Dice, ¿No hay otro lugar donde deberías estar? ¿No tienes algún vuelo que tomar? ¿No tendrías que estar lejos de acá, en este mismo instante?

No, digo. Y lo digo de nuevo: No. En ningún lugar, digo. No tengo otro lugar donde estar.

Y entonces hago algo. Voy y agarro la manga de su blusa, con mi pulgar y mi índice. Eso es todo. Hago ese gesto y retiro mi mano. Ella no se aparta. No se mueve.

Esto es lo que hago después: Me pongo de rodillas, un tipo grande como yo, y agarro el borde su vestido. ¿Qué estoy haciendo en el piso? Ojalá lo supiera. Pero es donde debo estar, de rodillas, aferrado al borde de su vestido.

Está quieta por un minuto. Luego dice, Oye, está bien, estúpido. Eres tan tonto, a veces. Párate. Estoy diciendo que te levantes. Escucha, está bien. Ya lo superé. Me tomó un tiempo superarlo, pero lo hice. ¿Acaso creíste que no lo haría? Y luego apareces aquí de la nada y todo este cochino asunto vuelve a resurgir. Tuve la necesidad de ventilar un par de cosas. Pero tú y yo sabemos que se terminó.

Dice, durante un largo tiempo, cariño, fui inconsolable. Inconsolable, dice. Escribe esa palabra en tu libretita. Puedo decirte por experiencia, es la palabra más triste del diccionario. De todas formas, por fin lo superé. El tiempo es un caballero, dijo un hombre sabio. O tal vez una vieja desgastada, da lo mismo realmente.

Dice, Ahora tengo una vida. Es una vida distinta a la tuya, pero no necesitamos comparar. Es mi vida y eso es lo importante, me he dado cuenta a medida que envejezco. No te sientas tan mal, dice. Está bien sentirse un poquito mal. No te hará daño. Es esperable, después de todo. Incluso si no llegas a arrepentirte.

Dice, ahora, párate y sal de aquí. Mi marido llega dentro de poco a almorzar. ¿Cómo le explicaría esto?

Es absurdo, pero sigo de rodillas, agarrando el borde de su vestido. No lo dejo ir. Soy como un terrier, y es como si estuviera pegado al piso. Como si no pudiera moverme.

Dice, Párate. ¿Qué pasa? Todavía quieres algo de mí. ¿Qué quieres? ¿Qué te perdone? ¿Por eso estás haciendo esto? Eso es, ¿cierto? Es la razón por la que has venido hasta acá. El temita del cuchillo te levantó el ánimo. Lo habías olvidado, me necesitabas para recordarlo. Okey, voy a decir algo más si te vas.

Dice, Te perdono.

Dice, ¿Satisfecho? ¿Mejor? ¿Estás feliz? Sí, está feliz, dice.

Pero sigo ahí, de rodillas en el piso.

Dice, ¿Escuchaste lo que dije? Tienes que irte, ahora. Oye, estúpido. Cariño, ya dije que te perdono. E incluso te recordé lo del cuchillo. No puedo pensar en nada más que pueda hacer por ti. Eres un cómodo, nene. Vamos¸ debes irte de acá. Párate. Eso es. Sigues siendo un tipo grande, ¿cierto? Acá está tu sombrero, no lo olvides. No usabas uno. Nunca en mi vida te vi usando un sombrero.

Dice, Escúchame con atención. Mírame. Escucha atentamente lo que voy a decirte.

Se aproxima. Está a un par de centímetros de mi cara. No hemos estado tan cerca en un largo tiempo. Hago pequeñas respiraciones que ella no puede oír. Espero un poco. Las pulsadas de mi corazón bajan su ritmo.

Dice, Cuéntalo como tengas que hacerlo y olvídate del resto. Como siempre. Lo has hecho por tanto tiempo… ya no debería ser difícil para ti.

Dice, Ahí lo tienes, lo hice. Eres libre. Al menos creo que lo eres. Libre al fin. Es un chiste, pero no te rías. Bueno, te sientes mejor, ¿o no?

Camina conmigo hasta el recibidor.

Dice, No puedo imaginar cómo explicarle esto a mi marido si entrara por la puerta. Pero, ¿a quién le importa? Ese es mi análisis final: ya a nadie le importa una mierda. Además, todo ha salido como se suponía, al menos eso me parece. Él se llama Fred, por cierto. Es un tipo decente y trabaja duro para ganarse la vida. Y se preocupa por mí.

Me lleva a la puerta de entrada, que ha estado abierta todo este tiempo, dejando entrar luz y aire fresco de la mañana y sonidos de la calle, los cuales hemos ignorado. Miro afuera y, por Dios, hay una delgada luna blanca colgando del cielo matutino. No puedo recordar si alguna vez he visto algo tan extraordinario. Pero tengo miedo de comentarlo. En serio. No sé lo que podría pasar. Podría echarme a llorar. Podría no entender mis propias palabras.

Dice, Tal vez vuelvas en algún momento, tal vez no. Esto pasará, ¿sabes? Muy pronto comenzarás a sentirte mal de nuevo. A lo mejor escribes una buena historia, dice. Pero no quiero leerla si lo haces.

Digo, Adiós. Ella no dice nada más. Mira sus manos y luego las pone en los bolsillos de su vestido. Sacude la cabeza. Entra de vuelta a la casa y esta vez cierra la puerta.

Ando por la vereda. Unos niños juegan a la pelota al final de la calle. Pero no son mis hijos, ni los de ella. Hay hojas por todos lados, incluso en las canaletas. Hojas apiladas por donde mire. Caen de las ramas mientras camino. Alguien debería esforzarse un poco. Alguien debería tomar un rastrillo y hacerse cargo de esto.

Raymond Carver (Clatskanie, 1938-Port Angeles, 1988). Poeta, narrador, ensayista. Es considerado uno de los más importantes escritores norteamericanos del siglo XX. Muchos de sus cuentos tienen como personajes a trabajadores de las clases medias bajas. El realismo empleado por Carver fue matizado por la magistral utilización de un lenguaje desprovisto de toda retórica manierista. Junto a Richard Ford y Tobias Wolff ha sido incluido en la corriente del realismo sucio. En vida Carver publicó cuatro colecciones de cuentos: ¿Quieres hacer el favor de callarte por favor, por favor? (1976), De qué hablamos cuando hablamos de amor (1981), Catedral (1983) y Tres rosas amarillas (1988), los poemarios Ultramarina (1986) y Un sendero nuevo a la cascada (1989) y los libros misceláneos Fuegos (1983) y Sin heroísmos, por favor (1991). El cuento “Intimidad” (“Intimacy”) apareció inicialmente en la sección “Summer Reading” de la revista Esquire, el 1 de agosto de 1986 [Puedes leer en La Antorcha Magacín # 10, también de Carver, el ensayo “Escribir”].

Miguel Ogalde Jiménez (Valparaíso, 1996). Escritor y traductor. Licenciado de Periodismo por la Universidad de Playa Ancha. Realizó su tesis sobre Truman Capote. Influenciado por Roberto Bolaño, Raymond Carver y Elfriede Jelinek (y unos cuantos más). Trabaja publicando cuentos y poemas de sus amigos en editoriales autogestionadas porteñas.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s