De la pasión de hacer fragmentos

Gonzalo Geraldo Paláez 

¿Cómo leer un silencio? ¿Cómo escribir sin inteligencia?

Daniela Alcívar Bellolio 

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“Flatus vocis”

Mistagogos modernísimos reprochan al lector salteador y antojadizo el pensar libremente. Sus profecías se envanecen con eslóganes y pancartas del “desobrar”, la “comunidad sin comunidad” y “literaturas menores”. Tinglado que haría sonrojar a nuestros abuelos, escritores franceses de América Latina, cuyos campos de concentración mentales no iban más allá de la necesidad y la angustia de lectura. Hoy, el crítico arropado como sofista, hace de una cáfila de adjetivos su hechizo. Verdades sospechosas que el lector, intempestivo, declina. El lector a la manera de Odiseo, no tapa sus orejas con blanda cera, ya que, la imaginación le permite complacerse caprichosamente de los cánticos de las sirenas y no caer en la furia del obseso, la impostura del crítico.  

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“Guirigay”

Los hay sabios profesionales, rebeldes de bufete, que empuñando las armas de la crítica, disfrazan la inteligencia de lugares comunes, la retórica de embustes, escriben y dictan. No pudiendo distinguir las voces de los ecos, el buen juez o comisario allana la lengua, harta de apotegmas al lector común, al lector espontáneo, que tiene como único alegato sus vicios, su distracción, lee y se desvía.  

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El lector libre de todo énfasis, de toda retórica, quiere hablar y conversar desasido de la “vana palabrería metafísica”, emancipado de la acedia, haciendo de la razón una pasión, una forma de amar lo tentativo. Y distraído como un auténtico sabio no encuentra lo verdadero en su consecución, sino en la aparición, siempre provisoria, de íntimas coloraciones que llamamos verdad.  

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A costa de denodado esfuerzo y sincera simulación el desgraciado recadero u obsecuente crédulo, que hoy llaman profesor, repara en sentimentalismos y certezas, hace suyas enormes construcciones artificiales, con tal de sujetar la vida, sus temas, a todo lo contrario al desvío, la ligereza; su más legítimo diploma es el de anti-lector. 

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El lector común con sólo expresar frases como «poesía y verdad», «literatura y sociedad», siente un malestar inexplicable, transformando su habitual despreocupación en modorra, ya que, tan algebraicas ideas lo miran fijamente y arrastran al vacío. Sin embargo, dicho lector, confundido maliciosamente con el pensador, se tumba en su cama y recobra fuerzas, rogando a San Beda desatiende los perniciosos poderes de la retórica y ocupase afanosamente a la distracción. 

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Hipertiroidismo normativo

Allí donde el lector común, el aficionado encontrase “letra muerta”, bajo encorsetada forma de ordenanza y dictado, no le queda más que voluptuosa labor: destronar los lugares comunes y extenuar las grandes palabras. A los ruidos y trampantojos de la golosa dialéctica, del fatigado bolo alimenticio de las ideas recibidas, se contrapone el ayuno de ideales, feliz práctica que el criticastro hoy ha despreciado porque no mide ni nombra las cosas, porque no ve ni siente el mundo. 

Gonzalo Geraldo Paláez (Santiago de Chile, 1989). Editor de Marginalia Editores. Licenciado en Lengua y Literatura Hispánicas y Magíster en Literatura por la Universidad de Chile. Actualmente sobrevive en El Tabo. 

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