7 Poemas

Francis Ponge

[Traducción de Alfredo Silva Estrada]

La ostra

La ostra, del grosor de un guijarro mediano, es de una apariencia más rugosa, de un color menos unido, brillantemente blancuzco. Es un mundo tercamente cerrado. Sin embargo, uno puede abrirla: hay que sostenerla entonces en el hueco de un trapo, servirse de un cuchillo mellado y poco franco, insistir varias veces. Los dedos curiosos se cortan, se parten las uñas: es un trabajo grosero. Los golpes que uno le da marcan su envoltura con redondeles blancos. En su interior uno encuentra todo un mundo para beber y comer: bajo un firmamento (hablando con propiedad) de nácar, los cielos de arriba se desploman sobre los cielos de abajo, para formar tan solo un charco. Un saquito viscoso y verdoso que fluye y refluye al olfato y a la vista, franjeado de un encaje negruzco en los bordes. A veces, en su gaznate de nácar, perla una muy rara fórmula que, enseguida, uno encuentra que sirve para adornarse.

El fuego

El fuego hace una ordenación: primero todas las llamas se dirigen en cierto sentido…

(Uno no puede comparar el andar del fuego sino con el de los animales: tiene que dejar un sitio para ocupar otro; camina a la vez como una amiba y como una jirafa, brinca con el cuello, repta con el pie)…

Luego, mientras las masas contaminadas con método se derrumban, los gases que se escapan van siendo transformados en una sola rampa de mariposas.

El musgo

Las patrullas de la vegetación se detuvieron antaño sobre la estupefacción de las rocas. Mil palitos del terciopelo de seda sentáronse entonces en posición de sastre.

Desde entonces, desde la aparente crispación del musgo adherido a la roca con sus lictores, en el mundo apresado en un enredo inextricable y atascado ahí abajo, todo se atropella, patalea, se sofoca.

Y no sólo eso, los pelos han crecido; con el tiempo todo se ha ensombrecido aún más.

¡Oh preocupaciones de pelos cada vez más largos! Los profundos tapices, en posición de ruego cuando uno se les sienta encima, se levantan hoy con aspiraciones confusas. Así tienen lugar no sólo sofocaciones sino también ahogamientos.

Ahora bien, escalpar simplemente de la vieja roca austera y sólida esos terrenos de felpa, esos felpudos húmedos, por saturación se hace posible.

Los placeres de la puerta

Los reyes no tocan las puertas.

Ellos no conocen esta dicha: empujar ante sí con suavidad o rudeza uno de esos grandes paneles familiares, volverse hacia él para colocarlo de nuevo en su lugar, –tener entre sus brazos una puerta.

…La dicha de empuñar por el vientre, por su nudo de porcelana, uno de esos altos obstáculos de una pieza; ese cuerpo a cuerpo rápido mediante el cual, detenido el paso un instante, los ojos se abren y el cuerpo todo se acomoda a su nuevo apartamento.

Con una mano amistosa, él la retiene todavía, antes de empujarla decididamente y encerrarse, –de esto, el clic del resorte poderoso pero bien aceitado agradablemente lo asegura.

Los árboles se deshacen den el interior de una esfera de niebla

En la niebla que envuelve a los árboles, las hojas les son hurtadas; las cuales ya desconcertadas por una lenta oxidación, y mortificadas por el retiro de la savia en provecho de las flores y frutos, desde los grandes calores de agosto estaban menos apegadas a ellos.

En la corteza se cavan regueras verticales por donde hasta el suelo la humedad es conducida a desinteresarse de las partes vivas del tronco.

Las flores son dispersadas, los frutos son entregados. Desde su más temprana edad, la resignación de sus cualidades vivas y de partes de su cuerpo se ha vuelto para los árboles un ejercicio familiar.

La mariposa

Cuando el azúcar elaborado en los tallos surge al fondo de las flores, como al fondo de las tazas mal lavadas, –un gran esfuerzo se produce por tierra, de donde las mariposas levantan de golpe su vuelo.

Pero como cada oruga tuvo la cabeza cegada y dejada negra, y el torso enflaquecido por la verdadera explosión de donde las alas simétricas flamearon.

Desde entonces la mariposa errática tan sólo se posa al azar de su carrera, o dando esa impresión.

Cerilla volante, su llama no es contagiosa. Y, además, llega muy tarde y no puede sino constatar las flores abiertas. No importa: conduciéndose como un lamparero, verifica la provisión de aceite de cada una. Posa en la cumbre de las flores el guiñapo atrofiado que lleva consigo y venga así su larga humillación amorfa de oruga al pie de los tallos.

Minúsculo velero de los aires maltratado por el viento como pétalo redundante, vagabundea por el jardín.

El pan

La superficie del pan es maravillosa, ante todo, a causa de esa impresión cuasi panorámica que ofrece: como si uno tuviera, a mano y a su disposición, los Alpes, el Tauro o la Cordillera de los Andes.

Así pues, una masa amorfa mientras eructaba fue deslizada para nosotros en el horno estelar, donde, endureciéndose, se ha labrado en valles, crestas, ondulaciones, grietas… Y todos estos planos desde entonces tan netamente articulados, todas estas losas delgadas donde la luz con aplicación tiende sus fuegos, -sin una mirada para la innoble blandura subyacente.

Ese flojo frío subsuelo que uno llama la miga tiene su tejido semejante al de las esponjas: hojas o flores son allí como hermanas siamesas, soldadas por todos los codos a la vez. Cuando el pan se apelmaza, esas flores se marchitan y se encogen: se separan entonces unas de otras y la masa se vuelve friable…

Pero cortémosla aquí: porque el pan en nuestra boca debe ser objeto no tanto de respeto como de consumo.

Francis Ponge (Montpellier, 1899-Le Bar-sur-Loup, 1988). Desde muy pequeño se aficionó al latín y al diccionario Littré, lo cual sería una clave para su interés por el lenguaje. Fue militante surrealista y comunista en diferentes momentos de su vida. Ejerció como maestro en la Alianza Francesa. Dentro de la tradición poética de lengua francesa es conocido principalmente por su poemario De parte de las cosas (1942), a cuyas páginas pertenecen originalmente los poemas escogidos para esta muestra (edición de Monte Ávila, Caracas, 1996). Publicó, además, Doce pequeños escritos (1926), Poemas (1948), La Rage de l'expression (1952), La gran recopilación (1961), El jabón (1967) y Fábrica del Prado (1971).

Alfredo Silva Estrada (Caracas, 1933-2009). Poeta, ensayista, traductor y docente. Licenciado en Filosofía por la Universidad Central de Venezuela, continuó estudios de postgrado en La Sorbona. Destacan sus traducciones de Godel, Verhesen, Reverdy, Chedid, Valéry, Du Bouchet y Char. Recibió en 1998 el Premio Nacional de Literatura de Venezuela; y en 2001 el Gran Premio Internacional de Poesía de la Bienal de Lieja, Bélgica. Publicó los poemarios De la casa arraigada (1953), De la unidad en fuga (1962), Literales (1963), Los moradores (1975), Los quintetos del círculo (1978), Al través (2002), entre muchos otros.

Transcripción de texto: Charo Azperrechea.

Un comentario sobre “7 Poemas

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s