El Guille entró a la 3era compañía de bomberos de Valparaíso a los 17 años, en el año ‘71, donde se quedó durante 4 años. En diciembre del ‘74 agarró sus pilchas y se fue a Argentina. No quería estar en Chile, le habían ‘pasado cosas’. No le gusta entrar en detalles.

Mia Maurer
La semana pasada en el patio comunitario del barrio entendimos que las plantas meramente ornamentales deben ser reemplazadas. Así es que con energías optimistas nos pusimos a arrancar las cañas de raíz para sustituirlas por almácigos de acelgas y zanahorias.
Ahí estábamos, manos en la masa, cuando de pronto nuestros dedos se toparon con un puñado de huesos pequeños y uno más grande con forma de cráneo. La vecina Alicia se adelantó y los agarró rápidamente, apartándolos con cuidado.
–Es la única vez que he visto al Guille llorar.
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El Guille también lloró el 26 de enero de 1954. Saludó al mundo por primera vez desde el hospital Enrique Deformes, donde hoy se encuentra el congreso nacional, en Av. Argentina. No fue un parto fácil, porque pesó cinco kilos doscientos. Cinco fueron los hijos que tuvo esa madre tranquila y pequeña, cinco, y todos pesaron cinco kilos.


El padre también era una persona tranquila, un contador fundamentalmente nostálgico y bohemio. Nacido en Playa Ancha, era bombero de la 3era al igual que Guille. El padre de su padre, y el padre de su padre, y también el padre del padre del padre del padre eran porteños y bomberos.
El agua le entra en la cara, por dentro, cuando habla de su papá. Hay que cambiar rápidamente el tema a uno que lo divierta, en cambio, desde las orejas hasta la pera. Pone cara de pillo al volcar los ojos hacia atrás y acordarse de su infancia, libre y aclanada: un montón de cabros chicos que se metían por las quebradas a los cementerios. Ahí corrían y jugaban, pero como había mucho arbolito y matorral (un bosque gigante para estaturas infantiles) jugaban sobre todo a las escondidas. A los 11 años ya se sabían la ubicación de las tumbas de memoria. También solían colarse a uno que otro funeral, escabulléndose entre las piernas adultas a mirar el entierro y pasar desapercibidos, como si fuesen el primo menor, el hijo del tío, el amigo del nieto.



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Pero los funerales más hermosos de todos, sin duda, son los funerales de los bomberos.
-¿Mia, los has visto alguna vez?
-No, lamentablemente.
Sus ojos celestes giran efusivamente alrededor de su órbita.
–¡Ah! Son hermosos. ¿Sabes cómo empezaron? Es una tradición que lleva 150 años y que se inició en nuestra bomba, la 3era. Ahora se hace en todo Chile. Era la revolución de 1859, el último año de Manuel Montt y su ministro del interior Antonio Varas y en la bomba nuestra estaban los hermanos Gallo y los hermanos Matta, que eran los jefes de la revolución. El cuartel estaba cerrado por problemas políticos, el gobierno lo había clausurado. Pero los voluntarios escondidos entraban igual a escribir en el libro, que, entre paréntesis, esa es otra tradición nuestra que se inició en la 3era que ahora se replica en todo Chile. Bueno, sucede que murió en la cárcel Santiago Espiñeira, que era además el secretario de los revolucionarios. El cuerpo se lo entregan a la compañía y no autorizan el funeral para no causar desórdenes en la población. Entonces los bomberos nuestros, la 3era, lo llevan igual no más, pero de noche, escondido, para que no cacharan, pa que no les descubrieran. Y cómo se iban alumbrando el camino? Por que en esa época no habían alumbrados eléctricos, había solamente alguna que otra lámpara de gas, petróleo o grasa, entonces pa’ alumbrar el camino llevaban estas antorchas. Entonces llevaron el cuerpo de Santiago Espiñeira a la tumba de la 3era. Ahí lo depositaron. Y desde ese día se crea la tradición de enterrar a los bomberos de noche con antorcha.
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El Guille entró a la 3era compañía de bomberos de Valparaíso a los 17 años, en el año ‘71, donde se quedó durante 4 años. En diciembre del ‘74 agarró sus pilchas y se fue a Argentina. No quería estar en Chile, le habían ‘pasado cosas’. No le gusta entrar en detalles.
-¿Cuál era tu brújula? ¿Qué te movía?
–En esa época, y a los 21 años, la única brújula que había era sobrevivir. Salí con nada, una pequeña mochilita y un pasaje de ida, por tierra. En esa época había unos colectivos que metían unas 5 personas adentro para pasar la cordillera. Eran medios clandesta parece, les pagabai tanto y te llevaban.
Al tiempo de estar viviendo en Argentina se encontró con otro golpe de estado, y al seguir a Brasil, otro. Para asegurarse la comida durante sus viajes trabajaba en restaurantes. La primera pega en cocina le duró 10 días porque lo sacaron y se lo llevaron al salón para ser cobrador.
–Veías lo que había en la mesa y cobrabas y pasabas la boleta. Ahí también dure poco porque me cambiaron a ser ‘fiscal de salón’, los nombres que manejan los brasileños, imagínate, ‘fiscal de salón’ po, mirate el nombrecito… Me llevaron a un lugar super pituco, el lugar de rodizio de pizzas más grandes del mundo, en un barrio muy elegante de Sao Paulo, pero lejos del centro, 2 horas en micro pa’ llegar me demoraba.
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Corrían los años ‘80 en Sao Paulo y el Guille se enamoró de una bella suiza alemana que andaba recorriendo América Latina por segunda vez de mochilera. Él tenía 26 y ella 23. Ahí quedaron esperando a su primer hijo y dada la situación decidieron irse a Suiza, a la ciudad de ella, Biel.
Biel, literalmente “hacha”, era una ciudad industrial, obrera y relojera. Estaba la Rolex y la Omega. Había también un lugar metalúrgico donde hacían los resortes, discos, engranajes y rodamientos para los cohetes que van al espacio.
–La familia de mi mujer no era obrera, su padre era un artista, un pintor bastante conocido y la mamá era maestra de escuela. El ambiente, el entorno, era muy artístico todo, la gente que frecuentaba la casa… Y yo era el obrero de la casa, de toda la familia yo era el obrero.
Llegó a trabajar en una fábrica donde se hacían relojes a mano, todo todo a mano, “de la A a la Z”. El estaba en la sección electro galvanoplast, que son los baños químicos, donde se limpian las piezas y se hacen los baños de oro, platino, rodio, níquel, cromos, etc., según la moda.
–Hacíamos 2 o 3 relojes al año. Se los vendíamos a árabes, a tipos que venían del este y usaban 5 relojes en cada brazo, a coleccionistas en Estados Unidos que pagan 3 o 4 millones de dólares por una cosita así, como 10 rolls Royce en un reloj! Pero todo hecho a mano. Se requiere precisión, paciencia… Es un oficio que te tiene que quedar perfecto. El Rolex tiene que quedarte el mejor reloj del mundo, y los suizos te controlan todo, son así. Lo observan hasta que se les salen los ojos (ríe). Cuando sumerges una pieza en oro de 24 quilates, tienes medidas micro, y si te pasas, ya no entran los rubíes o diamantes porque le pusiste demasiado oro. Hay cavidades, me entiendes, hoyitos donde van insertadas las piedras, entonces si vas a meterlo en un horno y le pusiste demasiada pintura…cagaste. Pero se va aprendiendo con el tiempo…Todo tiene un fin. Un reloj también tiene un fin. La mecánica, el ser humano…yo creo que tiene que ver, es medio complicado, pero cuando yo veía un reloj de 4 millones, una cosa tan pequeña, eh, tu te empiezas a hacer preguntas, para qué alguien quiere esto?
Yo le miro los brazos pelados mientras corre un viento que me tiene envuelta en dos chalecos y una frazada.
–¿Tú no usas reloj?
–No.
–¿Nunca usaste?
–(ríe) No.



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Hoy, después de dos décadas de exilio, este hombre de gestos suaves y voz ronca ha regresado a su ciudad natal. Tiene el pelo blanco, una pierna media coja y ha retomado el servicio como bombero en la 3era compañía. Ya no tiene gatos pero les da de comer a los pajaritos por la mañana. Yo lo espío a veces, desde abajo, desde mi vista estratégica de su balcón lo miro mirar el mar, que por algún motivo me parece su verdadero origen (o destino).
Hasta que un día me armo de valor y le pregunto lo que siempre he querido preguntarle, oye Guille.
–¿Y el mar?
–Sí. El mar es importante. Me gusta el mar rabioso, el mar cuando está bravo, cuando está ocupando lo que no debe ocupar, lo que fue de él antes.
–¿Y dónde están sus ojos? los del mar?
–En los míos.
(…)
–¿Qué te dé miedo, Guille?
–La gente, a veces, ahora, en estos tiempos. Antes no. En la juventud eres más atrevido y no te importa la gente mucho, pero después sí, te vas dando cuenta que los males no vienen de la natura, de los animales… si no de la gente, ellos son los causantes de algunos males. Bueno aparte de los que tienes tú guardados, tus bestias…
–¿Te tienes miedo a ti mismo?
–Sí, en el fondo todo esto es un sinónimo de tenerse miedo a uno mismo.

Mia Maurer se dedica al arte de la pregunta en todas sus dimensiones. También escribe poemas, canciones, crónicas, entrevistas, traducciones y otros experimentos inclasificables. Actualmente trabaja en un libro de entrevistas poéticas y en su primero de poesía, plaquette que será publicada por Juan Malasuerte en México D.F. Acompaña procesos pedagógicos y ha implementado talleres de escritura creativa onírica, poesía y ritmo, expresión corporal y circo social para niñxs, jóvenes y adultxs en España, Costa Rica, Italia, Estados Unidos, México, Chile y Sudáfrica.