Teodora Inostroza
Por la cámara del café siempre puedo ver a cada hombre que entra a la galería Beye. Algunos desaparecen por el ascensor, buscando imprentas, joyerías, barberías. Otros caen escalera abajo aturdidos como polillas por las luces de neón. Entonces yo abro la puerta, a veces pierna afuera, a veces pecho a pechito y los seduzco para que entren.
Ahí conocí a Cliente. Entró y nos miró a todas que estábamos en fila, con la lencería pegada al cuerpo, las pestañas eternas y los labios aceitosos, esperando su veredicto. Me escogió por el tatuaje de mariposa que tengo en el cuello, dijo que solo una loquita se haría una cosa así. Luego bajamos la escalera y ya en el piso subterráneo del café, le serví una cerveza de litro. Cuando me iba a poner calentona me frenó. Vengo a conversar, no es necesario que me tires el culo. Así, sentada a su lado con las piernas cruzadas, me terminó invitando ocho tragos, lo que es tener un día de abundancia en el Gasoline.
Nunca me llevó a un motel. Solo me sacó a pasear por todos los restaurantes de Valparaíso. Sus favoritos para comer eran los peruanos que están cerca de la plaza Victoria, Sazón Nazca. Y para tomar, siempre algún bar con karaoke porque así me podía exhibir. Entonces yo elegía un par de canciones, por lo general una en español y una en inglés, la que cantaba con gracia para coquetearle. La gente me aplaudía, me felicitaban, mientras él quedaba como un rey siendo yo su tesoro.
Poco a poco la cosa se volvió un poco rutinaria: comer algo, ir al Lodevi, cantar dos canciones, coquetear, recibir su dinero. Tipo dos y media de la mañana le inventaba algo, que tenía que levantarme temprano, que tenía alguna amiga en apuros, qué sé yo. Cliente me pedía por favor que no me fuera. Incluso una vez me hizo una escena, en la que golpeó la mesa enojado y gritó: ¡SIEMPRE ES LO MISMO! ¡LO ÚNICO QUE QUERÍA ERA PASAR MÁS TIEMPO CONTIGO! Cuando en realidad me iba a callejear con mis amigos que estaban en la Aníbal Pinto tomando cerveza sentados en el pavimento.
Una vez nos topamos de frente en la calle, tal vez cerca de la Pérgola, el recuerdo es difuso por la ebriedad, después de haberle dicho que me tenía que ir a acostar. Él, de la mano de otra puta y yo con mi grupo de amigos borrachos y haciendo escándalo. Sin decir nada seguimos nuestro camino. Aunque por dentro yo, moría de la vergüenza y él de la pena, supongo.
Hoy es su cumpleaños número cincuenta y uno. Es tradición ir al mercado Cardonal donde Cliente ordena porotos con mazamorra y su niña de turno puede pedir lo que quiera. Esta vez la niña de turno soy yo. Después de eso nos movemos hasta la terraza Del Barrio. Terraza donde casi siempre me topo a otras sugarbabys trabajando. Las reconozco porque en el puerto, infierno chico, nos conocemos todas las caras. Es una terraza llena de superhombres, gente afteroffice, que llegan aquí porque es la simulación de un lugar fino plantado al medio de una ciudad bien ordinaria.
Me pido un trago naranjo, en copón, cuyo nombre no recuerdo, el que viene acompañado de una energética. Cliente pide un pisco sour. Este día especial requiere de una noche especial, para eso la pasaremos en un motel, me dice, y no voy a jalar para estar preparado. Nos llega la comida. Aquí es cuando me pongo diabla, a ver, tome más pues, sí está de cumpleaños mi amor, así, ¿ve? ¡Salud! A los ojos que ya sabe lo que pasa sino. Porque las putas tenemos nuestros trucos y cada trago es como descontarles una vida, en cambio, para una, es revitalizar la existencia.
Yo me quiero hacer cargo de ti, Teo, es que eres como mi niñita, mi hijita. Si te falta cualquier cosa te la voy a dar. Me dice mientras come una albóndiga de la tabla que hay en la mesa y se le caen restos de salsa al pecho. Me quiero preocupar de tu salud, de tu vida. Todas saben que tú eres mi favorita. Y cuando dice todas se refiere a las otras que contrata, también putas cafeteras, porque Cliente nos colecciona, pero yo soy como su laminita holográfica en este álbum.
–Mi niñiiita…
Entonces pienso: esta conversación solo la puedo sobrellevar si me drogo un poquito, porque ebria no puedo soportarlo. Así que le pido la bolsita que me ha prometido antes de juntarnos. Cliente me hace un gesto de no con la cabeza sin parar de hablar. Por favor, pásame la bolsita, voy al baño y vuelvo, lo haré muy breve, por favor, le insisto y me vuelve a decir que no. ¡No! ¡No! ¡No! Retumbando con efecto delay en las paredes de mi cráneo y no puedo escuchar nada más.
Le insisto tanto que abre la billetera para buscar la bolsita, la puta bolsita. Con los dedos mueve cosas de aquí para allá pero no encuentra nada. Me tiene sudando helado. Sigue hablando de cuidarme, que mientras él esté vivo a mí no me va a faltar comida. Al mismo tiempo está busca que te busca.
–Apúrate…
–Mira, yo soy el que paga aquí, así que yo decido cuando te drogas también.
–¡PERO QUE NO SE TE OLVIDE QUE LA PUTA AQUÍ SOY YO! Esa droga es mía, es mi tributo y yo decido cuando me la tiro.
–Si te pones altanera te va a ir mal…
–¿Ah sí?
–¡¿Tienes para pagar todo lo que has consumido hoy acaso?!
Agarré una albóndiga y la tiré con fuerza encima de la tabla, dejándole la polera aún más manchada de lo que ya la tenía. Tomé mi cartera y salí caminando en dirección a la plaza Victoria.

Teodora Inostroza (1997). Trabajadora sexual. Escritora, porque cuando habla las palabras con sentido llegan tarde a su boca. Ganadora de una beca de creación (2021) y una mención honrosa en el concurso Roberto Bolaño (2021). También ha colaborado escribiendo crónicas para Plataforma Crítica. Participó en el taller Escritura y Género impartido por Gonzalo Salazar en Balmaceda Arte Joven (Santiago) y en el Laboratorio de escritura territorial de Valparaíso dictado por Cristóbal Gaete.