Una roca se deshilacha en el calor del útero o algo así. Presentación de ‘Retablo’ de Natalia Rojas

Hay una pulsión propia del poema, del texto, de volverse oráculo. No se trata de  buscar respuestas en estas fichas/ cartas, sino que el poema sea la pregunta. ¿Hay un poco de eso en el castellano chileno, o no? La pregunta, la incertidumbre instalada en el cuerpo desde antes de nacer.

Álvaro Gaete

No relatar los sueños sino la secreta vida que los saca a la conciencia 

Excesos, Mauricio Wacquez

1-

Un ojo sin estrella se enjuaga en el polvo del altiplano; piel de tarukas desgranadas por el sol. Del quechua que no es cuchillo, sino añuñuco. Caricia de lengua-músculo en el diente torcido. Por el valle, la encía. Describe el habla y dice habla. Y no se puede definir algo ocupando la palabra que define, lo sabe. Decimos quechua para que el chinchay nos despeine las orejas. Las patas se descifran, runas. Bajo el sol del Chinchasysuyo olvidamos leer, se nos llena la boca de llamas.

Cuando le preguntaron a Perlongher por sus prosas respondió eran “caminos truncos”. Empedrado sin paisaje, cul de sac. El Retablo se abre. A su vez el bus que pasa por el Chinchaysuyo. Dedo que abre la partidura. Cuero cabelludo, digamos. La habitanta del recorrido, autora con x, convencida convence de llamarse Natalia, dice no ser andina. El Altiplano la excede, abre su pecho al polvo. Oxígeno de altiplano en la sangre. Hay un bus, un pasaje ajeno que de pronto olvidamos porque parpadea. Y se hace llama entre las llamas negras que bajan como ella baja de Bolivia a Chile. Por dentro los ojos destellan, son polvo de un pasado distante.

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2-

Sabemos que hay dos puntos. Dos hechuras.

Tramo final y de inicio.

Uno es el punto cero. Aún sin número -carta primera-, nos recuerda que es un viaje. Carta en el sentido de baraja. Carta en el sentido de comunicación. Ahí se abre el mazo. Xagual, el autor con x, x sobre el autor, mira con ojo nuevo este mundo que se devela – con d y no erre-.

En la bisagra, las fichas de Retablo se alimentan de otros cántaros, como en La templanza. Del Cardador, de Rojas, apuntes de un mundo anterior hasta el punto donde el ojo y la lana roja se tuercen. Materiales en la mesa de El mago.

X viene de Chile. Regresa a Chile por el norte, de cabeza. Sangre a la cabeza. El colgado, por el pie. Por punto de vista vuelto y revuelta; como la sangre. El origen que consulta, revisita y rasca quien habita el viaje- en la baraja, el loco-con su lengua ajena. En la mesa misma La muerte en las manos del tío: en el perro, la ausencia. Desconocemos la posición del carruaje, el bus y su afuera. La voluntad, pero la falta de control.

Dice de Montalbetti del poema.

El submarino navega a ciegas.

 No sin realidad externa                   

El poema es tal vez el único uso del lenguaje

 que asume la condición radical de su propia ceguera.

Hay una pulsión propia del poema, del texto, de volverse oráculo. No se trata de  buscar respuestas en estas fichas/ cartas, sino que el poema sea la pregunta. ¿Hay un poco de eso en el castellano chileno, o no? La pregunta, la incertidumbre instalada en el cuerpo desde antes de nacer. El vehículo nos lleva desde Bolivia, el polvo ingresa por el suelo, las ventanas. Nos dejamos tirar por la ceguera.

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3-

 Hace millones, millones de años se puso sobre dos patas la mujer era fiera y sucia fiera y sucia y ladraba:

Dice Freita, en Un útero es del tamaño de un puño.

Pienso en el sincola y en esa ausencia que lo nombra. Es algo que se da en los animales. El sincola nace con esa ausencia, es algo que lo antecede.

Dicen que el cuerpo se adapta. Que según las necesidades biológicas se han dejado de utilizar órganos desapareciendo mutando por fuera y dentro. El hambre, la defensa. Y hay otros a los que amputan, adaptan sus esquejes pasándolos luego a otra maceta. Cuando se le corta la cola al animal, ¿ese cambio afecta a la matriz genética? El núcleo, la partícula donde se resuelve el estar y la forma que se materializa.

En una de las tablas, quien escribe se presenta como Natalia, la autora. Un nombre anterior del que los habitantes del viaje se burlan; encuentran en él una ausencia.

El joven árbol no deja de reír, se da vuelta y cantando les comunica algo, supongo que mi nombre, así que ahora no solo él ríe. Sospecho que su lengua es la lengua de los Apus. Yo ya no sé si estoy.

Fuera del estuche ni nombre o apellido. Xagual -planta tejedora- es quien firma; tallado con cuchilla o moneda tras el retablo. Y más que una contradicción, porque no busca el gesto anónimo del todo, quiere dar cuenta de una presencia, un cuerpo. Xagual escribe. Natalia aparece porque Xagual la cruza en su X. La X es su forma de estar, ausencia presente.

Si ese ser es una gallina ¿qué soy yo? sin duda no soy un ser que busca desentrañar la naturaleza del evento. Soy eco seco de lo que parece un último sueño. ¿Qué hacer con lo visto? guardarlo en una bolsa, escribirlo. 

El animal al que amputan avisa a los que lo suceden, para que no pasen por el mismo lugar en la cadeneta. Pero el tacto, la piel, el afecto es la trampa.

Nombramos para estar entre los nuestros.

Nos quitan el nombre, nos retuercen el pescuezo.

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4-

La des-formación del retablo bizantino al ayacuchano, – madera, materia noble-, el oro en los marcos que difumina ante los ojos el contenido, las manos que lo iluminan doradas en su morenitud. La proxémica que se borronea, la posibilidad de cargar con el santuario, volverlo portátil, souvenir.

En un principio, en la caja San Marcos, la luz que ingresaba a la maqueta llegaba diagonal a su base filtrada por los niveles superiores desde donde los santos vigilaban el nacimiento. En el Retablo ayacuchano el piso superior se recupera; ampliaciones, segundos pisos, para familia, los sobrinos, el tío lejano del que apenas sabemos pero hemos visto en fotos, los colores. Sobre todo los colores. Todo cuanto pueda sostener una bisagra, la noble madera. En la base de la gruta está la vida como la conocemos: el verde y el azul de las venas, el rojo de la sangre, el rosado de la carne, el amarillo que era el oro y el maíz o luego la enfermedad, los ojos estrellados, hojas de coca, dinero, semillas, los pómulos altos, las coníferas, las llamas reposando la noche y que nos abrazan.

La señora de la virgen , Rafaela- Aleafar- Baroni, que algunos conocimos gracias a Chejfec, vivió marcada por la catalepsia. Son varios los encuentros con la muerte que narró en vida. Que entró en un túnel formado por árboles que daba con un edén de flores y loros. Que la oscuridad y su fuerza la arrojaron al mar y luego a la tierra para arder y ser salvada por la mano de la virgen.

En una de sus instalaciones es velada, en un ataúd, por las esculturas que había tallado por años. Santos, pájaros. Para ese momento, el de la muerte, que es un viaje, un paso, entre estar despierta y volver al seudo descanso eterno, decide las figuras que la velarían.

Hay en ese gesto un doble trabajo de memoria. Hay un poder sobre esas figuras familiares por la repetición. Extrañeza del paisaje que se difumina y de extrañar, de afectos que se vuelven necesarios, faltantes, en las visiones, producto de la catalepsia

En Retablo, Xagual busca citas para sostener la emoción, el hambre, acompañarse de voces conocidas. Las memorias son disparadas por las des-formaciones que ocurren dentro del bus. Se recuerda viva y anterior debido a los otros que recuerda. Y el nombre que le niegan. O los seres que ignominia en medio de la revelación. El gesto contrario. Decide las figuras de las que olvidarse. Sigue el hilo de sangre que baja entre sus piernas. Se ubica en el mundo, caja negra el Retablo que permanece cerrado con sus figuras sueltas en el interior. La oscuridad es parte, no puede abandonar el tenebrismo. Todo traslado implica reacomodar la gruta. El bus se detiene. Suben a vender, se escucha el canto o grito. El bus vuelve a partir.  Se caen las figuras, pero las recoge.

5-

En esa mudez heredada que siente Xagual, una lengua que se desarticula en el viaje, es que busco diálogos laterales. Vasos comunicantes. Reconocer familia en los espectros de sonido que sobrepuestos calzan.

Pienso en ¿Has visto un dios morir?, de Cristian Geisse. En el cuento, el nieto de un sobreviviente del exterminio Diaguita planea compartir la experiencia de “ver a un Dios morir” junto a su abuelo mediante el Ñache, droga coagulo como una yema de huevo roja, bien roja. En la juventud el viejo accedió a esa visión. Lo recuerda y algo se retuerce. Desde entonces se le veía rondar, quedar mirando los ríos con “cara de tucuquere”.

Cito:

“Los diaguitas habitaban entre los valles Copiapó y Choapa” ¡MENTIRA! gritaba después entre los niños chicos que lo miraban con los ojos redondos y la boca abierta… ¿Alguien sabe cómo le decían al sol esos indios? ¿Cómo le llamaba la madre al hijo, el hijo a la madre? ¿Cómo le cantaban al sol o a la luna? NADIE, porque los mataron y los golpearon tanto que se les olvidó su propia lengua.

En Retablo los habitantes del viaje se vuelven mamíferos, aves mamíferos, insectos mamiferos.

Mi nombre se raspa en la garganta buscando un aullido y el fuego que hacen las palabras para hallar la ruta que las precisa en las diferentes dimensiones. Comencé a toser y a la cuenta de tres escupí una carta.

En los recuerdos que dispara el viaje, la brutalidad y la muerte caen en los animales con los que Xagual comparte memorias. Perros lanzados al mar dentro de bolsas y que son encontrados siendo humanos. En el dispositivo que arma xagual, una hebra que el texto tira, porque el tejer no tiene nada de inocente, escarba para hacer junturas, la búsqueda, la hebra que se esconde desdibujando los pómulos altos, la principal; el origen. En lo mitológico, palabra imprecisa. Sino ancestral.

Xagual busca en la memoria aquello que se perdió, en el animal amputado. Aquello que sigue en la matriz, en su herencia pero que es invisible a la luz del hoy. El colgado, por el pie, invierte el flujo de la sangre para encontrar respuestas. En la geografia, el principio de la hebra. No sabemos lo que vio en su estadía. Pero en el recuerdo, los animales son quienes corresponden a sus afectos. Desaparecen, desprovistos de su lengua.  Por eso se abre el Retablo, por eso es que buscamos en los pisos inferiores.

Vuelvo a Geisse

 
Uno no podía saber bien qué animal era: primero era como un puma, después una llama, después una cabra. A medida que se acercaba se iba achicando. Un olor a sangre y mierda nos pegó duro en las narices. Los huasos y los indios lo esperaban sin decir nada, sin llorar, sin hablar. Cuando llegó hasta nosotros el dios –porque no había duda de que era el dios- tenía el tamaño de un perro, pero uno le miraba la cabeza y como que se le veía cara de hombre”.


La yema ovula en la boca. Se llena de guanacos, abortos de llama.

Hay otra conversa que me hace sentido. Me refiero a Sueños, de Medio día de Arena. Libro de Ximena Rivera

Yo recuerdo un estado de la noche, una especie de olvido sumamente físico, un olvido cósmico, por decir algo, que para ustedes se manifiesta en sueños. Es una navegación que me lleva de mi nombre hacia la noche, que soy yo misma. Me digo  Ximena para reconocerme, me nombro y lo olvido. Ya sé: es la locura que viene, y en el río de aquella noche lloro con un llanto que corta la piel y reseca la lengua. Cuando salgo del puerto, de inmediato reconozco el hecho insólito de una nueva lengua: me creo en otro país, por lo tanto, estoy en otro país; ningún nombre está sujeto a sus cosas, los nombre están salidos, idos de sus cosas.

Me parece curioso que tanto el texto de Rivera como con el texto de Geisse, con los que conversa Retablo, nacen también en Valparaíso. Es decir, mientras unos se ubican, otro tomó forma. Tendrá que ver con los movimientos, el traslado. El impacto en las costillas, los buses suicidas en las faldas de los cerros desacomodan algo en el interior. Ximena se menciona Ximena. Se reconoce y olvida en seguida porque es un nombre otro. Un lugar, una geografía que se amolda en la lengua.

Dice Natalia que dice Xagual

Tras el sonido comienzan a perfilarse sombras, parece una escenografía. Las sombras son niños que soplan huesos de cóndor llamando al viento. Volví a toser, ahora ya desde otro lugar, otro cuerpo.

Te inquieta la forma de escribir, quieres decir el viaje y la memoria privada de los territorios. En el poema caben pero no sabes cómo hacerlo, tampoco sabes cómo hacerlo en prosa. natalia, yo soy natalia y tampoco sé salir de acá.

Álvaro Gaete (Lo Espejo, 1994). Mención honrosa en el Premio Roberto Bolaño, categoría Poesía (2016), y novela (2019). Ha sido becario de la Fundación Pablo Neruda (2018) y del Fondo del Libro y la Lectura (2019). Poemas suyos aparecen en Maraña. Panorama de poesía chilena joven (2019). Publicó la plaquette Avistamientos del ciervo prematuro (2021). Traduce y ensaya dondenadansarduyes.wordpress.com

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