Bangutot

Sergio Guerra

©La Antorcha Magacín # 5

La muerte ocurre en el transcurso de una pesadilla… un so­breviviente dijo que un enano se sentó sobre su pecho y le estranguló.

W. Burroughs

Las ganas de morir y las de amar son mellizas que me aman

Armando Uribe Arce

I

La articulación de la secta no posee las características que se le han atribuido. He decidido contar lo que pocos conocen. He decidido explicar aquello que nadie ha querido reconocer. Mi­les han muerto de bangutot. Ahora nos persiguen, escribo bajo la luz de una lámpara de gas.

¿Se puede evitar el bangutot? Debiese comenzar por relatar mis circunstancias.

El laboratorio había conseguido aislar con relativo éxito al primer grupo. Cada quien se sometió voluntariamente, por convicción o por engaño, modos de la voluntad que no difie­ren demasiado entre sí. Lo cierto es que a partir del sacrificio del primer grupo se abrió la posibilidad de nuestro acceso.

Se respiraba un respeto eucarístico ante la presencia del Dr. Mark; cada vez que recorría los pasillos del laboratorio, le salu­dábamos con reverencias. Se erigió como guía del primer gru­po, a quienes aisló de los demás. Pese a ello, la disposición de mi celda me permitió observar. Sus fantasmales cuerpos medi­taban largas horas sin mover un músculo. Una letanía envuelta de ecos desesperó a no pocos candidatos al resonar a través de los recodos de los sombríos pasillos.

De pronto despiertan, se desvanecen, convulsionan, lue­go vomitan. Pero con el pasar del tiempo el Dr. Mark encon­tró una manera para contrarrestar los efectos del retorno a la realidad incitándolos a practicar orgías que se prolongaban durante horas. Esos son los momentos de mayor flujo telepá­tico, nos instruía el Dr. Mark. De ese modo, el crepúsculo del laboratorio sumido en un horror silencioso veía la consuma­ción de nuestros rituales cotidianos.

De ese primer grupo de doce telépatas, tan solo sobrevivie­ron cuatro. El plan del Dr. continuó sin alteración.

Se trata de avanzar un escalón más en la evolución humana.

De experimentos científicos convergentes con el misticismo.

Se trata de servir a la humanidad. Se trata de la libertad.

Fue por eso que nos sometimos.

Me enteré al despertar mis capacidades psíquicas. Entonces me vinculé al ‘cosmos telepático’ del Dr. Mark. Sus intenciones van más allá de la ciencia –entreví– sus experimentos se basan en la magia negra –intuí.

II

Cada día ingeríamos dosis controladas de mezcalina. Cuyos efectos nos permitieron explorar la zona oscura de nuestros espacios mentales. El Dr. Mark llamaba a esa zona ‘cosmos telepático’. Punto del universo mental en que las ideas se orde­nan más allá del andamiaje lingüístico –decía. Recuerdo haber visto cúmulos galácticos saturados de símbolos pertenecientes a civilizaciones perdidas en el tiempo. Me hipnotizaban esas formas, me seducían. Pasé días enteros contemplando el mo­vimiento de esos millares de símbolos que coexisten en armo­nía. El vértigo que experimenté al expandir mi conciencia me ensimismó. Aumenta con cada galaxia de símbolos revelados. Constelaciones arquetípicas contempladas por múltiples psi­quis nos develan un secreto primordial; que al fondo de nues­tro universo psíquico, toda la humanidad se interconecta.

Al despertar de esas largas meditaciones nos sumergíamos en una densa melancolía. Solo la unión corporal conseguía liberarnos de la angustia que apresaba cual fórceps nuestros cráneos. Abolidas las inhibiciones; nos besábamos sollozando, nos deseábamos con demencia, nos flagelábamos con cruel­dad. Las orgías duraban horas. Unidos corporal y psíquicamen­te nos condenábamos a una simbiosis total de nuestra existen­cia; en ella el ego desaparece, desvaneciéndose las mascaradas sociales, para así descender, desde el plano metafísico común, a la realidad de la división cotidiana.

Para cuando el efecto de la mezcalina cesa; comemos, lue­go soñamos.

Recuerdo con claridad aquella medianoche en que desperté exaltado. Fueron los primeros días de iniciación. Vislumbré a velocidad vertiginosa una serie de imágenes, todas se fundían en negro; me asombró la imagen de un caballo de grandes ojos que parecía contener su furor animal mientras espiaba a una doncella desfallecer por el peso de un hombrecillo demoniaco sentado sobre ella. Años después encontré esa imagen en un libro de pintura. Pero no fue mi única visión: vi naves naufra­gando en un mar furioso y el viento, erosionaba los cuerpos de sus tripulantes. A poca distancia se distinguía una isla cu­yas dimensiones variaban a cada momento. Desde las naves se lanzaban los tripulantes, seres humanoides mitad bestias que se esforzaban en mantenerse a flote. Aquellos que se aferraban a los barcos perecían rápidamente. Sus pieles se desprendían al soplo del viento salado que los descueraba vivos. Tan solo unos cuantos alcanzamos la superficie viscosa de tierras ines­tables. Al día siguiente iniciamos nuestras actividades quienes llegamos a nado a la isla. A los demás no los hemos vuelto a ver.

III

La amplificación de la capacidad cerebral mediante la induc­ción bioquímica en base a mezcalina, estimuló –como se es­peraba– la red natural electroquímica del cerebro. Ello sumado a meditaciones específicas, nos permitió desarrollar la telepa­tía. Hasta ese momento ninguna potencia mundial había de­sarrollado la comunicación extrasensorial. Luego del desastre causado por la Guerra del Gran Silencio, que trajo consigo la mutación del equilibrio planetario, se firmó un tratado median­te el cual las potencias acordaron el desarme. Desde entonces, comenzó una carrera internacional por investigar antiguos ri­tuales indígenas, brujería, nigromancia, hechicerías, en susti­tución de la ciencia militar. La telepatía era secreto de ciertas tribus del Amazonas antes de su desforestación total. Nosotros éramos sin saberlo, miembros del Laboratorio de Investigacio­nes Militares Inmateriales.

Habíamos sido reclutados para la guerra.

Al cabo de siete años el número de iniciados se multiplicó. Ascendí a guía dominante. A mi mando se encontraba la célula 17-A. Para conseguirlo, debí crear un vínculo íntimo, sexual y metafísico con otros iniciados. Trasmutar mi figura psíquica por una de similar aspecto a la del Dr. Mark. Convertirme en una réplica de nuestro origen. Una pieza idéntica. Para luego, subsumir bajo mi voluntad telepática a otros miembros inicia­dos. Así, el guía dominante cumple la función aglutinante for­mando una célula telepática. La relación afectiva de la célula es la dependencia recíproca de por vida. Necesitamos del flujo continuo de pulsiones electromagnéticas emanadas por todos y cada uno de nosotros. La carencia de esas pulsiones deviene en la descomposición del tejido cerebral. No pocos iniciados murieron al huir desesperados ante la idea de dependencia. Otros por el contrario parecían sentirse plenos.

Se ha visto a miembros cuyos guías han muerto en acci­dentes, caminar por calles a plena luz del día, como recién despertados de una pesadilla, pálidos y sobrexcitados; mastur­bándose en callejones llenos de basura, gritando desesperados. Al poco tiempo mueren asfixiados ¿qué causa la asfixia? Una mujer reintegrada a tiempo a una célula telepática, dijo haber visto un enano sentado sobre su pecho que no le permitía mo­ver el cuerpo.

IV

No nos costó mucho tiempo darnos cuenta que había entre nosotros un espía. El traidor mantenía un registro preciso de su propia ascensión psíquica. Había revelado información va­liosa y se disponía a huir cuando fue sorprendido. Con esto el enemigo desarrolló una estrategia de contrataque. Hicieron del bangutot su arma principal. Habían descubierto que somos frá­giles en medio de la noche, cuando nuestros sueños se tornan pesadillas. Eso fue lo que nos dijo el infiltrado en el interro­gatorio mediante tortura psíquica. El espía nos reveló ciertas imágenes mentales que guardaba con celo. En ellas vimos a los miembros de las células deambulando en una ciudad gris, de indefinidas formas, en que las apariencias habían sido abolidas dejando al descubierto las formas arquetípicas, que veíamos formadas por un delgado éter. Los sujetos llevaban adheridos a las espaldas, enanos que se alimentan de la angustia de su huésped. Incrementan su peso causando que la víctima caiga a tierra, cuando ello ocurre, los enanos suben con lentitud arác­nida sobre el pecho asfixiándole con el peso creciente de sus fibrosos cuerpos. Los agónicos han sucumbido sin excepción pese a los intentos de escape o resistencia.

El Dr. Mark envió al espía a una cárcel en la Antártida, en cuyo lugar las ondas magnéticas del planeta impiden la tele­patía. Nos enfrentábamos a un ataque silencioso. Advertidos del peligro, desarrollamos algunas estrategias defensivas. Rea­lizamos ejercicios de respiración mediante los cuales evitar las pesadillas, momento en el que somos susceptibles de padecer bangutot.

No bastaba con resistir, debíamos acabar con la amenaza.

Nos preparamos durante meses para penetrar en la Zona del Atlas; dimensión suprasensible en que se libró la Guerra del Gran Silencio. El resultado fue la transustanciación de algu­nos miembros escogidos por sus cualidades físicas y mentales. Se les indujo a un profundo sueño. De a poco se les fueron sumando más miembros quienes formaron una poderosa re­sistencia. Jamás pudieron regresar a la realidad concreta de las formas particulares, sus mentes se abrieron y residen en las ne­bulosas metafísicas. En ellas se libró la batalla, y en ellas fuimos derrotados.

A tres años de silencioso combate, los telépatas perecieron asfixiados. Bañados en terror les dimos sepultura al saber que ahora somos vulnerables. Esa misma noche en el laboratorio, el Dr. Mark padeció el bangutot. Los miembros dominantes de­cidimos refugiarnos en un lugar seguro. He decidido contar lo que pocos conocen. He decidido explicar aquello que nadie ha querido reconocer. Aquí escasea la comida, y aunque he­mos logrado sobrevivir hasta ahora, en la superficie el bangutot se expande por el continente. Dudo si el propio enemigo podrá detener la catástrofe. Anoche el bangutot alcanzó a cuatro ca­maradas; mi lámpara de gas pronto se agotará.

Segundo Tahuantinsuyu

3 de septiembre, 2186.

Pódcast: Daniella Lillo Traverso


Sergio Guerra (Santiago, 1989). Escritor, investigador, docente. Es­tudió Artes, Literatura y Filosofía. Tras cuatro años de viaje por el continente, se radicó en Valparaíso, donde ha coordinado eventos poéticos, principalmente a través del colectivo Kontranatura. Tam­bién se ha dedicado a la creación de brebajes psicodélicos. Como docente imparte el curso de Culturas Visuales y Pensamiento Visual. Como investigador aborda la noción de carnavalización de la polí­tica, el arte y la literatura chilena en el siglo XX; la teoría de la crea­ción; y la veta de estudios culturales abierta por Mark Fisher. Publicó Fiebre (2018) y Tectónica de Clases (2020). El cuento “Bangutot” es parte del imaginario de Los Iconoclastas.

3 comentarios sobre “Bangutot

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