Sergio Guerra
Por urbex se entiende la práctica de explorar los rincones abandonados de las ciudades, que muchas veces pueden ser de recorridos arriesgados, para encontrar lo que la cultura va dejando de lado, mientras crece. Pesco el concepto para aplicarlo a la exploración a través de ensayos literarios a la cual hemos convocado a ocho escritoras/es que viven en la región de Valparaíso. Escrituras que vistas como un solo organismo, acá se muestran, a la manera de los octópodos, enlazadas y proyectadas en una multiplicidad que tantean en un doble sentido; ya sea por la manera en que las herramientas verbales son usadas para decir, o por aquello que estas nos permiten visualizar.
A pesar de que el ensayo es el menos definido de los géneros literarios se fue cuajando una forma, de súbito, probablemente por su función utilitaria, de la cual hace uso la academia, en general. Suele escribirse un ‘ensayo académico’ según parámetros bastante fijos, aristotélicos, tradicionales aunque efectivos. Este formato es cada vez menos atractivo al lector no erudito, por lo que fue dejado de lado al momento de imaginar una muestra de ‘ensayos jóvenes’ de/en la región, que quiere decir a su vez una escritura de pasto fresco o algo más o menos así. Fue entonces, que poner a la vista no tanto una muestra de ensayistas como de escritores que escriben ensayos o han sido convocadas para esto, es la apuesta; para que se exhiba el ‘ensayo literario’, que dispone sus formas, de avance y repliegue.
En la feria del libro de Valparaíso FILVA 2020, hago memoria, cuando entrevistaban al poeta Yanko González, este reaccionó con imprecaciones ante la insistencia del entrevistador que le asediaba con preguntas sobre la ciudad de Valdivia. Yanko alegó que él no tenía nada que decir en especial de la Región de los Ríos pero sí, de su propia poesía, la cual nada tiene que ver con la Región, a pesar de vivir ahí. Las limitaciones del corsé literario no sólo las percibimos en la ‘forma’ de la escritura sino también en ‘la temática’, toda vez que se sabe, lo literario debe superar lo meramente referencial si quiere emprender vuelo. Hay un mandato implícito: las mujeres deben referir lo cotidiano y lo femenino, los inmigrantes la migración, las disidencias lo disidente, los provincianos la provincia, los pasteleros sus pasteles, lo cual deriva en ocasionales apologías, tan clichés a estas alturas, a manera ilustrativa; apologías a la pobreza que en vergonzosas y aberrantes situaciones terminan en presentaciones albergados por lujosos palacios de la Ciudad Jardín. Esas vueltas se da la escritura en su apoplejía de avance cuadrado a la ley del mercado o las estrategias ciegas de posicionamientos, que mueven materiales, extracción de recursos y empobrecimiento del suelo, ayudando a contaminar el ambiente cultural a la manera de las refinerías tóxicas de la región. Esta dinámica deja libre paso a que la metrópolis (el/la capital) genere los textos que entran en diálogo cosmopolita, distribuyendo implícitamente una jerarquía literaria a la siga, en que la provincia queda cosificada.
El ensayo acecha territorios desconocidos; avanza a tientas en la oscuridad, de manera intuitiva. Dejándonos trazas para orientarnos colectivamente; amplía lo que tenemos frente a las narices. El ensayo es un impulso a ir más allá de lo que está dado. En la Quinta Región se cultiva con ahínco la narrativa territorial, pero también ha sido nicho de experiencias arriesgadas como la vanguardia porteña Rosa Náutica a principios del XX. Nombre que da señas de una figura de orientación en altamar. Y es que en la ciudad puerto se ha dado una tendencia a la experimentación con materiales diversos que nos llena de una exquisita variedad, amplia y colaborativa, que en ocasiones rozan oscuridades, bizarrías, y grotescas escrituras deliciosas por su lance y novedad, que prefieren acontecer aunque sean tragadas por el tiempo –resabios románticos– antes de dejarse engullir por la doctrina de los mercaderes. Hago vínculo con Martín Cerda quien llamó al ensayo la posición del pensador lanzado, análoga al navegante, orientado hacia el futuro, que luego de sobrepasar lo conocido se queda fuera del mapa, ampliando el mapa.
Hay en estos ensayos atisbos, y fue este el motivo subterráneo de la selección, de moverse un poco de las coordenadas de la poética esperada, digo acá poética en el amplio sentido de inventiva, creación, ingenio, cada vez que pareciera que las poéticas ya están prefabricadas en la estructura inconsciente de los manuscritos y en ocasiones no escasas, el escritor ejecuta aquello prefigurado por la ordenanza. Quizá esto deriva de la manera aprendida en la escuela, el encargo o la tarea es, la máquina que nos ha disciplinado de tal modo. Se halla estipulado sobre qué y cómo escribir, para ser aceptado y pertenecer, participar del ritual, de la tradición, de la ley, incluso de aquella que se argumenta nociva, como la manera pendenciera, individualista, gremial, narcisa y moralizante, en que se pone el ego por delante de la escritura. El correazo y la gomina. La certeza del punto de vista correcto, todo eso es parte de la maleza en el jardín. Este fue otro criterio de selección, escritoras que trabajan sus materiales gozando la escritura, dispuestas al diálogo, escritores que padecen lo literario, afiebrados por las palabras, dispuesto a perderse en la escritura.
Abre la muestra Matías Ávalos, con una especulación sobre el poema, en un ensayo de resonancias alegóricas que juega con la catacresis, situándose en la línea Montalbetti-Carson, con un vaivén reflexivo sobre el qué y el cómo de lo poético en sí. En Miyodzi Watanabe la escritura continúa una oscilación entre géneros con una escritura intercalada por exquisitas citas poéticas con aires montaignianos. Texto que nos habla desde la vida y la erudición haciéndola coincidir en un espejeo que amplifica su sentido con la potencia emocional que comporta. Por su parte, Pablo Jara exhibe una mirada extrañada ante el predominio de la nomenclatura militar en las calles de Valparaíso y desde ahí enlaza con la estética fundacional fascista cuya historia concibe una modificación de la lengua, para lo cual cita con precisión, el programa lingüístico del nazismo histórico. A continuación, radioctivx reconstruye la correlación de fuerzas en el ambiente queer de la ciudad puerto que rompe su templanza con la visita de una figura extranjera que deja exhibir la pendencia solapada, partiendo de este hito para ensayar sus ideas. A contra ritmo, Gonzalo Geraldo nos trae un ensayo de orfebre hecho en fragmentos a la manera de engarces con toques gongorinos para interpelar al ‘lector’, o moldearlo, de cualquier modo, machucarlo un poco. Sofía López, piensa la figura del perro y la niñez en la generación literaria del ‘38, usando como eje la obra de Nicomedes Guzmán, con una prosa que demuestra una sensibilidad por el tema que puede considerarse una gestación de un pensamiento interespecie en potencia. Mia Maurer se acerca a la noción de poesía al atravesar la noción común de lo poético de la vida, para cuestionarse el poema escrito como artefacto, para esto cruza saberes con la obra de Cecilia Vicuña en un diálogo que teje ascendencias poéticas. Juan Yolin a su vez, sostiene un cruce de pensamientos entre literatura y visualidad, corte y tono que le caracterizan, en su ensayo de presentación del poema Niños en el río de Teófilo Cid, hito insólito en la escritura del poeta, rescatado en una edición doble entre Inubicalistas y Caxicóndor, durante mayo en el museo del grabado de Valpo.
Estas escrituras no agotan el panorama, ni lo pretenden, muy lejos estamos de haber conseguido aquello, más bien se quiere ensanchar una veta para diseñar las maneras de pensar el ensayo como género –a diluir o espesar– un poco más allá o acá de las coordenadas del panóptico literario y sus oficiales en jefe caras de perro. De ese modo ampliar el espectro de voces que parecieran ser una sola gran escritura –fragmentaria, discontinua, exploratoria–, que se mueve como un inmenso arabesco oscilante sobre las texturas de la urbe, es el juego de estas máquinas escriturales fresquísimas de la Quinta Región, que tenemos el agrado de presentar.

© Kika González
Sergio Guerra. Escritor, investigador, docente. Estudió Teoría del Arte (UCH), Literatura (PUCV) y Filosofía (UCH-UV). Tras cuatro años de viaje por el continente, se radicó en Valparaíso en 2017, desde entonces ha coordinado eventos poéticos, principalmente a través del colectivo Kontranatura. Además participó en el proyecto literario Concreto Azul. Como docente imparte los cursos de Culturas Visuales y Pensamiento Visual. Como investigador aborda la noción de carnavalización de la política, el arte y la literatura chilena en el siglo XX; la teoría de la creación; y la veta de estudios culturales abierta por Mark Fisher. Publicó los libros Fiebre (México DF, 2018) y Tectónica de clases (Valparaíso, 2020). Consiguió la beca de creación literaria (2015 y 2017), ChileCrea (2021), ANID (2023). También el fondo de investigación Arcos 2022 y 2023. Hizo parte de la antología En Verano [Muestra del novísimo relato de la región de Valparaíso], publicado en el n° 5 de nuestra revista. Otros textos de Guerra en los números 8, 10 y 12.

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