El tiempo del trabajo

Luego del impacto de la pandemia hemos sido arrojados a otro lugar, no hemos vuelto a lo mismo de antes. A falta de una representación más justa, nos decimos que “nos ha agarrado una máquina”, que lo que hay se soporta con mayor dificultad que lo de antes. Intuimos que durante el tiempo de encierro pandémico se produjo una suerte de “acelerón” o reajuste de nuestras condiciones materiales de existencia –como solía decirse, no hace tanto tiempo, al tratar de pensar en estas cosas. Nos llamará la atención constatar cómo es que cerca de mediados del siglo XX ya existía clara conciencia de que ya todo era insoportable. Recordar acá una representación clásica de aquel momento nos podrá ayudar a hacernos siquiera una idea acerca de a qué altura estamos hoy en materia de avance de la pura labor (Arendt), de recorte de los márgenes de lo que solíamos llamar una vida humana.

Charles Chaplin, Tiempos modernos, 1936.

Pablo Aravena Núñez

Tiempos modernos, de Chaplin, es hoy quizá un film más citado que visto. Desde que fue descubierto su uso escolar para graficar el impacto del maquinismo, la explotación industrial y la producción en cadena, este film ha sido conocido principalmente mediante escenas sueltas. De esas citas, dos ya son canónicas. Primera: Charlot tragado por la máquina y dando vueltas entre sus engranajes. Segunda: Charlot ocupado en dar una vuelta a las tuercas que pasan frente a él sobre una cinta transportadora, para luego caer en estado de shock por no poder ajustar su ritmo de trabajo a la velocidad de la máquina.[1] Lo que resta en la película es la historia de una vida desdichada, desecha por la explotación, la cesantía y la miseria, sólo salvada por el amor de Charlot a una joven pobre igual que él. El enganche necesario de un producto cultural destinado a las masas.[2]

Mi propuesta de lectura de Tiempos modernos (Estados Unidos, 1936) es que sus “protagonistas” verdaderos son el trabajo, la máquina y la aceleración. Lo que Chaplin trataría de representar aquí sería al “hombre sobrepasado”: no es ya el hombre el que impone su norma a la naturaleza, sino que es esa suerte de segunda naturaleza, que es el mundo de los objetos creados por el hombre (la máquina), la que le impone su norma. El hombre queda desplazado –por alienado– al imponérsele como ritmo óptimo del trabajo la velocidad de la producción industrial. (El hombre no comprende a la máquina y es “tragado” por ella. No la alcanza y es “dejado atrás” por ella.)

Suele achacarse al taylorismo o al fordismo este tipo de concepción del trabajo (compartimentado y veloz) como forma de aumentar la producción y la valorización del producto. Pero una rápida revisión de la teoría económica nos hace retrotraernos más de un siglo.

Se me perdonará la extensa cita que incorporo a continuación, siempre que sirva al fin de esclarecer el alcance de una obra tan notable como Tiempos modernos.

El progreso más importante en las facultades productivas del traba­jo, y gran parte de la aptitud, destreza y sensatez con que éste se aplica o dirige, por doquier, parecen ser consecuencia de la división del trabajo. […] Tomemos como ejemplo una manufactura de poca importancia, pero a cuya división del trabajo se ha hecho muchas veces referencia: la de fabricar alfileres. Un obrero que no haya sido adiestrado en esa clase de tarea (convertida por virtud de la división del trabajo en un oficio nuevo) y que no esté acostumbrado a manejar la ma­quinaria que en él se utiliza (cuya invención ha derivado, probable­mente, de la división del trabajo), por más que trabaje, apenas po­dría hacer un alfiler al día, y desde luego no podría confeccionar más de veinte. Pero dada la manera como se practica hoy día la fabrica­ción de alfileres, no sólo la fabricación misma constituye un oficio aparte, sino que está dividida en varios ramos, la mayor parte de los cuales también constituyen otros tantos oficios distintos. […] En fin, el importante trabajo de hacer un alfiler queda dividido de esta manera en unas dieci­ocho operaciones distintas, las cuales son desempeñadas en algunas fábricas por otros tantos obreros diferentes, aunque en otras un solo hombre desempeñe a veces dos o tres operaciones. He visto una pe­queña fábrica de esta especie que no empleaba más que diez obre­ros, donde, por consiguiente, algunos de ellos tenían a su cargo dos o tres operaciones. […]

En todas las demás manufacturas y artes los efectos de la división del trabajo son muy semejantes a los de este oficio poco complicado, aun cuando en muchas de ellas el trabajo no puede ser objeto de semejante subdivisión ni reducirse a una tal simplicidad de opera­ción. Sin embargo, la división del trabajo, en cuanto puede ser apli­cada, ocasiona en todo arte un aumento proporcional en las faculta­des productivas del trabajo. Es de suponer que la diversificación de numerosos empleos y actividades económicas es consecuencia de esa ventaja. Esa separación se produce generalmente con más amplitud en aquellos países que han alcanzado un nivel más alto de laboriosidad y progreso, pues generalmente es obra de muchos, en una sociedad culta, lo que hace uno solo, en estado de atraso.[3]

Es significativo que la cita tenga para nosotros, al mismo tiempo, actualidad e inactualidad. No parece chocarnos la idea de que en la división del trabajo se funde una mayor productividad, pero sí que la distinción entre pueblos cultos y atrasados se funde en la organización del trabajo, que finalmente es la distinción entre niveles de producción de riqueza. (Smith es un hombre del siglo XVIII y como tal tratará de descubrir en su ámbito de ocupación alguna Ley que funde el progreso de la humanidad)[4]. Rechazamos hoy el planteamiento evolucionista, pero no contradice nuestro sentido común la división del trabajo como la mejor forma de organización de la producción. Esto último equivale a la constatación del triunfo de una concepción del trabajo y la economía, justamente la que más exacerba los niveles de alienación humana. El trabajador convencido de que la producción en cadena es la mejor forma de trabajo, asume conforme su nueva forma de explotación. Valdría recordar que el señuelo de toda operación ideológica es el de universalizar y objetivar lo que es en principio particular y subjetivo. Así en Smith el aumento de generación de riqueza asociado a la división del trabajo y al derrumbe de las fronteras económicas (típicas del antiguo mercantilismo), es un proceso por el cual la humanidad entera (obreros incluidos) se beneficiará (de hecho Smith utiliza el término “bienestar general”). Así mismo, lo que aseguraría el cumplimiento del proceso es su famosa “mano invisible”, que es –muy ilustradamente– independiente de la libertad o los fines que se proponen los hombres y mujeres. Es esto último lo que permite dar sentido a la “revolución silenciosa” de la que escribe el mismo autor: una revolución silenciosa es un proceso de cambio natural, no violento e independiente de los intereses particulares de algún grupo social.

Según sostiene Dominique Méda, lo que ha efectuado Smith en el planteamiento citado es la “invención del trabajo abstracto”.  Para que el trabajo saliera de su consideración moral o religiosa y entrara en la escena de la economía política era necesario poder concebirlo “como una fuerza capaz de crear y añadir valor, algo que los fisiócratas, por ejemplo, a pesar de estar igualmente buscando las causas de la riqueza, no lograron hacer; para ellos, solo la fuerza de la naturaleza podía crear, ex nihilo, algo nuevo”.[5] Con Smith el trabajo se convierte en un concepto, en efecto lo concibe como la “fuerza” que permite crear valor. “El trabajo es una sustancia homogénea, idéntica en todo tiempo y lugar e infinitamente divisible en unidades (en ‘átomos’)”.[6] De esta manera –como lo incorporará Marx posteriormente– cualquier objeto “contiene” trabajo, es lo que tienen en común objetos distintos y por lo tanto lo que funda la posibilidad del intercambio.  

Smith parece admitir que el aumento de la producción se traduce inmediatamente en mayor riqueza. Promueve el derrumbe de “todas las murallas chinas” y genera la ilusión de un mercado planetario ilimitado. Lo que se impone es el aumento de la producción y en ello el factor tiempo es determinante. La división del trabajo reduce el tiempo de la producción, lo que se traduce en mayor riqueza. En adelante la riqueza depende de la aceleración del ritmo de la producción (algo plenamente verosímil para la época si seguimos las indicaciones de Koselleck acerca de la aceleración del tiempo –del ritmo de las invenciones– como experiencia propiamente moderna).[7]

Los trabajadores del siglo XIX no tardaron en darse cuenta que esos mismos inventos que daban cuerpo a la empíria del progreso de la humanidad, se convertían en un peligro. Sigue siendo el mayor ícono de ese desengaño la acción de los ludistas en la Inglaterra de la primera mitad del siglo XIX. Ocurrió que la máquina sobrepasó la velocidad máxima del trabajo humano para aumentar la producción. Por ello Tiempos modernos de Chaplin puede ser leída como la representación epocal del proceso que termina por imponer como tiempo óptimo de la producción la velocidad de la máquina.

La exacerbación de este principio que anima la producción tendrá que ver con los esfuerzos por salir de la primera gran crisis del liberal-capitalismo (1875), resuelta a inicios del siglo XX en la forma del capitalismo monopólico.[8] No es casual que sea en el año 1895 que Fredrick Taylor exponga su “nuevo” modelo de producción ante la American Society of Mechanical Engineers. La clave era la economía de tiempo como modo de minimizar los costos de la producción y así incrementar los niveles de acumulación del capital: “la mayor productividad justifica mayores salarios siempre que la disminución en la parte indirecta del costo por unidad sea superior al aumento de los salarios […] A menor tiempo, menor costo por unidad y mayor competitividad”.[9] Las consecuencias de este modelo sobre los trabajadores son las que se pueden observar, en clave cómica, en el film de Chaplin.

No obstante, no se trata de consecuencias indeseadas o imprevistas, toda vez que el modelo de “administración científica” de la producción impulsado por Taylor contemplaba como condición del aumento de la productividad una “negación total de la antropología humanista”, como sostiene Martín Hopenhayn.

En nuestro sistema [sostiene Taylor] se le dice minuciosamente al trabajador qué ha de hacer y cómo; y cualquier mejoría que él incorpora a la orden que se impone es fatal para el éxito […] Uno de los primeros requisitos para el hombre es que apropiado para tener como ocupación la de manejar hierro en lingotes, es que ha de ser tan estúpido y flemático que en su conformación mental ha de parecerse más a un buey que ningún otro tipo de ser.[10]

La suerte de este texto de Taylor ha sido similar a la de El Principe de Maquiavelo: por ser “la verdad” de la explotación capitalista ha sido condenada “en bloque” como inmoral. De hecho, las primeras investigaciones en contra de su modelo fueron impulsadas a comienzos del siglo XX por el parlamento norteamericano. Pero, a diferencia de la primera modernidad, en el siglo XX existía ya una multiplicidad de medios, por sobre el texto, para representar la verdad de la economía, la política y la religión.

El que hoy el cine, la televisión y los periódicos –y que decir de las redes–sean medios inclinados preferentemente al encubrimiento, no quita nada de razón a la afirmación sobre la eficacia de los medios (sólo que demuestran tenerla en un sentido que no quisiéramos).


NOTAS

[1] No estará nunca demás recordar que por la misma época Walter Benjamin se refería al mismo tipo de fenómenos (de hecho su texto “El narrador” es justamente de 1936). Desde luego también es obligatorio en estas cuestiones referir la extensa reflexión de Heidegger sobre la técnica y posteriormente la obra de Günther Anders.

[2] Sobre las exigencias de consumo del cine norteamericano en los años veinte y treinta ver las observaciones de Marc Ferro en “El cine: agente, producto y fuente de la historia”, en: Diez lecciones sobre la historia del siglo XX, Buenos Aires, Siglo Veintiuno Editores, 2003, pp. 107-108.

[3] Smith, Adam, La riqueza de las naciones, (Cap. 1: De la división del trabajo), Madrid: Alianza editorial, 2004. (Originalmente publicada bajo el título An Inquiry into the Nature and Causes of the Wealth of Nations, Londres, 1776)

[4] Al respecto véase la útil explicación desarrollada por Josep Fontana sobre la Ilustración Escocesa. En su ya clásico libro Historia. Análisis del pasado y proyecto social, Barcelona: Crítica, 1982, pp. 78-97.

[5] Méda, Dominique, El trabajo. Un valor en peligro de extinción, Barcelona, Gedisa, 1998, p. 51.

[6] Op. Cit., p. 52.

[7] Koselleck, Reinhart, “Acortamiento del tiempo y aceleración. Un estudio sobre la secularización”, en: Aceleración, prognosis y secularización, Valencia, Pre-textos, 2003, pp. 37-71.

[8] Al respecto ver Hobsbawm, Eric, La Era Del Imperio (1875 – 1914), Buenos Aires, Crítica, 1998.

[9] Hopenhayn, Martin, Repensar el trabajo. Historia, profusión y perspectivas de un concepto, Buenos Aires, Grupo Editorial Norma, 2001, p. 148.

[10] Taylor, Fredrick, Principles of Scientific Management [1911], citado por Hopenhayn, Op. Cit., p. 150-153. Las negritas son nuestras.

Pablo Aravena Núñez (Valparaíso, 1977). Escritor, docente, investigador. Licenciado en Historia y Mg. en Filosofía por la Universidad de Valparaíso (UV), Doctor en Estudios Latinoamericanos, Universidad de Chile. Director del Instituto de Historia y Cs. Sociales de la UV. Ha publicado como editor o autor: Valparaíso: patrimonio, mercado y gobierno (con Mario Sobarzo, 2009), Me­morialismo, historiografía y política. El consumo del pasado en una época sin historia (2009), Los recursos del relato(entrevistas, 2011),Representación histórica y nueva experiencia del tiempo(editor, 2019), Pasado sin futuro. Teoría de la historia y crítica de la cultura(2019),Un afán conservador. Intervenciones, reseñas y columnas(2019), La inactualidad de Bolívar. Anacronismo, mito y conciencia histórica (2022) [Revisa en nuestra revista la entrevista a Pablo Aravena y un artículo ¿Podemos aprender algo de la historia?].

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