La hegemonía norteamericana en América Latina (II): La “conciencia” norteamericana, la Revolución de Fidel y la Alianza para el Progreso (1958-1965)

Este ensayo comprende la segunda parte de un total de tres escritos que buscan analizar la historia de los Estados Unidos y su política exterior ante América Latina durante 1945 a 1990, examinando sintéticamente procesos, fenómenos, hechos y consecuencias. En este estudio, se estudia el periodo 1958 a 1965, marcados por la conciencia norteamericana ante la situación de América Latina, la Revolución Cubana, y el intento de amortiguar una eventualidad semejante en el continente por parte del país noratlántico mediante la Alianza para el Progreso.

Brandom Guerin Boggle


La frívola conciencia de Estados Unidos frente a Latino América

Durante la década de 1950 e inicios de la de 1960, Estados Unidos, en paralelo a la reacción agresiva en defensa de sus intereses, empezó a adquirir cierta conciencia sobre la situación del hemisferio y del antinorteamericanismo existente en él. Aquello se distingue en la serie de viajes realizados por Milton Eisenhower a diez países latinoamericanos, destacando tanto el clima de pobreza, desigualdad y agitación social en el que se encuentra Latino América, como la nula o escasa atención por parte del país norteamericano hacia tales problemas[1]. Esto último, además de responder a una intención de responder a las necesidades más urgentes del hemisferio, demuestra la mirada paternalista que el país del norte presenta ante su “patio trasero”.

De igual manera, el político demócrata norteamericano Adelai Stevenson realizó una serie de viajes por la región e indicó, en semejanza con los planteamientos de Eisenhower, a la revista Cuadernos:

“Volví preocupado porque América Latina, como la mayor parte de las regiones en desarrollo del globo, está atravesando un período de revolución social y política. Volví preocupado porque, en una región rica en recursos, la mitad de sus habitantes sufren hambre, no duermen en cama y son analfabetos. Volví preocupado por nuestra ignorancia con respecto a nuestros vecinos latinoamericanos y por el antinorteamericanismo que advertí. […] Volví preocupado porque el crecimiento demográfico en aquella zona es el más rápido del mundo y está dejando atrás a la producción. Y, finalmente, volví preocupado porque si los pueblos latinoamericanos no satisfacen su deseo de una vida económica y política mejor, quizá tengamos a nuestras puertas, en vez de amigos, enemigos”[2].

Incluso, el propio Richard Nixon, vicepresidente de Eisenhower, y futuro presidente norteamericano, al viajar por Latino América en 1958, es recibido bajo manifestaciones violentas en Perú y Venezuela, acusando perpetración comunista en dicho accionar. Si bien los ataques fueron juzgados críticamente alrededor del hemisferio, no se escatimó en relacionar las estrategias políticas y económicas de Estados Unidos en América Latina como un factor clave en la agitada reacción[3].

El mencionado ataque demuestra que las políticas de intervención en América Latina, en conjunto con las condiciones de dependencia económica en la que se halla la región frente a los capitales privados norteamericanos, y el apoyo gubernamental de los Estados Unidos a distintos regímenes dictatoriales, fueron las causas de un agitado clima social y político que alimenta el antinorteamericanismo. Las pretensiones hegemónicas que ostentó Washington frente al hemisferio provocaron un incremento de la desigualdad y efervescencia social, cuestión que es advertida por Stevenson y vivida en plenitud por Nixon, quien más adelante se convertiría en un férreo promotor de una política represiva frente a los avances del progresismo en América. Esa sumatoria de problemas preocupó de sobremanera a Washington debido a una apocalíptica llegada de la rebeldía y el temido marxismo-leninismo, cuestión que termina por suceder.

La Revolución Cubana y los antecedentes de la Alianza para el Progreso

La realidad latinoamericana de fines de la década de 1950 es caldo de cultivo para la denominada “Revolución cubana” de 1959, en la que unos jóvenes Fidel Castro, Raúl Castro, Ernesto Guevara y Camilo Cienfuegos expulsaron de la isla al dictador Fulgencio Batista, afín a las estrategias norteamericanas, e instalaron un régimen revolucionario que impulsa medidas de alfabetización campesina y reforma agraria. El país, que había estado ocupado y resguardado por los Estados Unidos desde su independencia, a finales del siglo XIX, vivió en primera persona la venia norteamericana a sus dictadores y la explotación de sus materias primas, cuyo caso particular recae en el azúcar. La llegada de los revolucionarios, quienes a medida que avanza su programa declaran su afinidad al socialismo, es la materialización del miedo más terrible que podía vivir el país norteamericano: tener un estado socialista en sus narices que derribó, por la fuerza, sus intereses[4].

Gracias a ese evento, alterador de la geopolítica latinoamericana, surgió, en el discurso oficial norteamericano, la necesidad unir espiritualmente el continente y acabar con las condiciones de subdesarrollo que perpetúan desigualdades socioeconómicas y políticas[5]. Aquello tiene su génesis un año antes del evento cubano, en 1958, cuando el presidente brasileño Juscelino Kubitschek lanza la llamada “Operación Panamericana”, estrategia que buscó mejorar las relaciones entre Estados Unidos y América, además de plantear medidas de mejoramiento social, educacional, sanitaria, infraestructural, política y económicas para esta[6]. La medida da como resultado la creación del Banco Interamericano de Desarrollo (1958), institución que velaba por el financiamiento de proyectos de progreso factibles y la integración económica regional en el continente, la fundación del Comité de los 21 miembros de la OEA (1959), y la aprobación, a través de ese mismo consejo, del Acta de Bogotá, en 1960, la cual recomendaba aplicar mejoras fiscales, agrarias, sociales y económicas[7].

La Operación Panamericana es un antecedente relevante para lo que vendrá más adelante. Dos años después de ese hito, un joven presidente John F. Kennedy llevó a cabo una política que abarcaría todos los aspectos de la vida latinoamericana, a partir de un informe realizado por el diplomático José Antonio Mayobre, en la que expone, ante la Comisión de los 21, el problema del subdesarrollo en la región y la necesidad de solventarlo. Una mejora en los sistemas fiscales, sociales y productivos-financieros del hemisferio, más el aporte de capital foráneo, fueron la tónica de la demanda empleada por el político latinoamericano, dando lugar a la denominada “Alianza para el Progreso”[8].

Hay que mencionar, además, que Estados Unidos intentó emprender una intervención militar para acabar con el gobierno de Castro en Cuba, 1961. La llamada “Invasión de bahía Cochinos”, llevada a cabo por exiliados cubanos financiados por la CIA, consistió en un ataque cuyo objetivo fue instalar un gobierno provisional afín a los ideales hegemónicos norteamericanos, pero que fracasó rápidamente tras la respuesta emprendida por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR). En otras palabras, la preocupación de Estados Unidos por la realidad latinoamericana, la revolucionaria vía de cambio a dicha realidad que emprendió Castro en Cuba, las estrategias de un desarrollo pacífico para el hemisferio mencionadas por los agentes proclives al país noratlántico a fin de evitar otras revueltas, y el fracasado golpe a la isla por parte del imperialismo norteamericano, son las causas del proyecto enmendado por Kennedy[9].

La Alianza para el Progreso, sus medidas y su fracaso

La “Alianza para el Progreso” fue un proyecto constituido de doce medidas fundamentales dispuestas a realizarse en un periodo de diez años, aprobadas y apoyadas por varios líderes latinoamericanos a través de la Declaración de San José (1960) y la Carta de Punta del Este (1961)[10]. Entre ellas se constatan: mejoramiento social, educacional y salubre, mejor fluctuación de precios y exportaciones a fin de evitar crisis económicas, integración y cooperación económica, aumento del PIB en un 2,5%, apoyo cultural, militar y científico recíproco, reforma agraria para una mayor y mejor distribución, producción y explotación agrícola, y una reforma fiscal para frenar la evasión de impuestos[11]. Todos aquellos procesos debían llevarse a cabo bajo una promoción de la democracia y la libertad, para demostrarle al mundo que las reformas pacíficas se realizaban de una mejor manera que aquellas dadas mediante la “sombra del comunismo”[12].

El proyecto, que duró desde 1961 a 1965, fue un rotundo fracaso. El mundo latifundista y burgués se negó y presionó para evitar que las medidas se llevasen a cabo. El presupuesto de 20 mil millones de dólares dado por EE. UU para la política era bajo en comparación con los 80 mil millones más que debían reunir los países latinoamericanos para llevarla a cabo y poder engendrar un desarrollo adecuado en la región. Incluso, cada país debía poner de su empeño en dicha tarea, siendo Estados Unidos solo una ayuda[13]. Por último, la idea de democratizar y acabar con el reconocimiento de los regímenes dictatoriales en América se vino abajo con la invasión estadounidense, bajo la presidencia de Lyndon B. Johnson, en 1965, a la agitación producida por el reformismo de Juan Bosch en República Dominicana[14].

En definitiva, la propaganda pacifista y reformadora que planteó Estados Unidos frente a los problemas de la vida latinoamericana escondía una intención de preservar y optimizar los intereses norteamericanos en la región ante la amenaza del comunismo. Ante el ejemplo de Cuba, Washington previó su avance mediante una transformación total de la realidad latinoamericana a través de la libertad, sin tener en consideración la sólida barrera antirreformista del mundo agrario y burgués y la utópica viabilidad económica del proyecto. A pesar de todo, la Alianza dejó una herencia fundamental, que se pondrá en práctica tras su fracaso: la ayuda militar dada a los ejércitos del continente generó en ellos una conciencia de mantener el orden interior y de lucha contra el “enemigo interno”, definición por antonomasia de la Doctrina de Seguridad Nacional[15].


[1] Soledad Loaeza, “Estados Unidos y la contención del comunismo en América Latina y en México”, Foro Internacional LIII, n°1 (2013): 32-34.

[2] Adelai Stevenson, “Estados Unidos y América Latina, Cuadernos 47, (1960): 3.

[3] Richard Nixon, “Impresiones de mi viaje por la América del Sur”, Life, (1958).

[4] Stefan Rinke, ““Centro” y “perife… op.cit.

[5] Peter Smith, Estados Unidos… op. cit.

[6] Joseph Tulchin, Las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Desafiando la hegemonía norteamericana, (México D.F.: FCE, 2018).

[7] OEA, Acta de Bogotá (12 de Septiembre de 1960), El trimestre económico 28, n° 109(1), (1961): 168-173.

[8] José Antonio Mayobre, “Realidad económica de Latinoamérica” en Tercer Período de Sesiones de la Comisión Especial de la OEA. (Caracas: Imprenta nacional, 1960).

[9] Josep Fontana, Por el bien… op.cit.

[10] Olivier Dabène, América Latina en el siglo XX, (Madrid: Síntesis, 2000), 132-135.

[11] Jerome Levinson, Juan de Onis, La Alianza extraviada, (México D.F.: FCE, 1972), 320-337.

[12] Olivier Dabène, América Latina… op. cit.

[13] Ibídem.

[14] Alain Rouquié, América Latina. Introducción al Extremo Occidente, (Madrid: Siglo XXI editores, 2007), 390-391.

[15] Ibidem.

Brandom Guerin Boggle (Valparaíso, 2002). Finaliza en la actualidad la Licenciatura en Historia y
Patrimonio, y es miembro del Centro de Investigaciones Estudiantiles-Historia UV de la Universidad de Valparaíso. Sus áreas de investigación están vinculadas a la Historia americana del siglo XIX y XX, poniendo énfasis en líneas como el pensamiento latinoamericano y la modernidad/colonialidad. Ha publicado: “Modernidad/reivindicación en Facundo, Bases, Iniciativa de la América y Nuestra América. Una mirada desde el globocentrismo y la colonialidad (Latinoamérica, siglo XIX)” (2024) y reseñas ligadas a la historiografía chilena y las políticas culturales en la Dictadura Civil-Militar chilena. Otro artículo de Guerin Boggle en La Antorcha Magacín19.

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