Contra la algarabía de los triunfantes (para albergar otras algarabías)

Adriana Asenjo. Corpus Christi, 1986.

Dar voz. Poner en voz. Vocear. Abrir la boca para nacer de nuevo. Y también: prestar oído al rumor de allá lejos. Asimilar lo que la sociedad deja afuera o rechaza. Marcar lo disímil. Dar cuenta de las asimetrías y contradicciones. Que alcance para resarcir toda ceguera. Que alcance para estrechar una mano amiga. Que su estruendo permita afinar el oído al mismo tiempo que se derriban los altisonantes rascacielos.

Claudio Guerrero Valenzuela

I

Si se basase en la experiencia de la lectoescritura, a punta de diálogos y silencios, cabría la posibilidad de señalar que leer poesía y escribir poesía podrían entenderse como la cara y el reverso de una misma cosa. ¿De qué cosa? De un trato con el lenguaje. Un escarceo. O, una tentativa que se propone hurgar en sonidos, imágenes, sentidos. De tanta recurrencia, la lengua queda resonando. Y produce el eco que debemos capturar.

II

La creación artística o intelectual tiene una estrecha relación con las condiciones materiales de producción. La poesía parece inseparable de los contextos de los cuales emerge. A veces, para reafirmar dichos escenarios. A veces, para recusarlos. Siempre, juzga más que ese contexto. Su tarea es incidir sobre el baldío a través de un lenguaje otro que lo desborde. Desde la emoción o el afecto, desde el intelecto o la razón, la poesía legisla una respuesta para dar con ese punto de encuentro del tiempo con la historia. Para reparar la falla de la realidad, según Teófilo Cid, o la avería de lo cotidiano, según Jorge Teillier. El tiempo del presente está lleno de astillas o esquirlas del pasado.

III

Todos llevamos un Pinochet adentro, señalaba Armando Uribe. La imagen que utilizaba resulta aún más infame: “No conozco ningún chileno que no haya tenido sueños y pesadillas en que aparece su figura; o que no haya tenido la fantasía de sentirlo sentado sobre sus cabezas, con los testículos colgando”. Una tarea de la poesía de los últimos cincuenta años ha sido la de sacudirse de esa pesadilla. Ese fantasma que vuelve una y otra vez. Hay que espantar a los espectros. O, mejor dicho, convocarlos para darles una vida nueva. Para que vengan a remover los signos. Para no olvidar. Hay espectros y espectros. Al que causa pesadillas ominosas hay que ponerlo en su lugar. No sobre nuestras cabezas. A los otros debemos ir a abrazarlos.

IV

La poesía permite pensar y creer en la potencia de formas nuevas. Formas que posibiliten sustentar la comunicación y encuentro entre las palabras y las cosas, entre los seres y su entorno inmediato. La distancia que hay entre ellas es el interregno que instaura y acota, al mismo tiempo, la poesía. Una escisión que es herida y luego cicatriz. Una piel llena de significaciones, huellas, vestigios y residuos. Posibilidad, también, de operar bajo un código menor. En eso que nos habita. Enuncia y anuncia afilando la voracidad de su brillo, erizando el vello de las superficies gastadas.

V

Nostalgia del futuro, la poesía aspira a tiempos mejores. La poesía es algo por venir. Un más allá que ya viene, que ya está aquí, contenido en el propio tiempo del poema. En un efecto de condensación, el poema es contenedor de todos los tiempos posibles. Esta es una de las formas de su radicalidad. Una que permite la suspensión de la temporalidad.

VI

Su exigencia es una intimidad del cuerpo. Un texto que toca y es tocado a la vez. Hay que preparar al cuerpo para leer, escribir y escuchar. Hay que preparar al cuerpo para el deseo de la letra.

VII

La poesía ralentiza el ritmo frenético del capital. Propone un tiempo distinto al de la producción ilimitada o desenfrenada. Contra la cadena de montaje, la poesía no puede postularse en serie ni ser materia de desechable consumo. Contra la especulación, su tiempo es el tiempo de la detención. El de la artesanía cuyo trabajo colinda con la reflexión y genera un efecto de condensación. El tiempo de la producción poética es un aquí y ahora que pone un freno a la alienante aceleración de la vida. El tiempo del hastío o el silencio. Pero también del humor en contra de quienes solo piensan al amparo de la lengua hegemónica de forma pragmática.

VIII

Qué hacer con las palabras cuando estas callan. Qué decir cuando se cree que ya está todo dicho. Cómo habitar la catástrofe del presente. Cómo volver a confiar en el lenguaje. En el encuentro con un otro más allá, próximo, la lengua vuelve a depositar una esperanza, las palabras dejan de ser mudas, el suelo ya no está a punto de desbarrancarse. La palabra poética debe ser un alimento cotidiano. El pan que hace palpable lo desaparecido. No hay que confiar en quienes no creen en la palabra poética.

IX

Ante la falta de profundidad de sentido del presente, ante la espectacularización de todos los aspectos de la vida cotidiana, la poesía propone configurar una acción a contrapelo. Un contragolpe. Asaltar el vacío con un salto al vacío. Ir al reverso de la imagen. Atentar contra los sentidos establecidos para reafirmar una nueva historia de los sentidos.

X

El poema es una letra que se revela contra los abecedarios oficiales. Contra la historia institucional, la poesía propone una microhistoria. La de las personas comunes que habitan el desamparo o el desconsuelo, el silencio o la incomprensión. Y lo hace con un glosario nuevo. Uno que renueva los gastados y empobrecidos usos que por naturalizados terminan por confinar la lengua a su expresión más tosca. A veces los afluentes dan mejores señales de ruta que la corriente principal. A veces la letra viene como de un pozo al cual debemos asomarnos, pese al peligro, para hallar allí el silencio necesario, aquello que nos permita mudarnos del tiempo. Una en mí maté, escribe Gabriela Mistral. La poesía debe obligarnos a la mutación. Recibir a ese otro que habita en el poema. Un poema no es más que una conversación en la penumbra, decía Eliseo Diego. Por si sola enciende la llama que nos conduce a los meandros que nos guiarán a la casa deshabitada por el tiempo.

XI

La poesía debe mantenerse lejos del poder, decía Elvira Hernández. Pero siempre debe asediarlo. Punzarlo. Incomodar. Hasta que no haya nada más decir. Como señalara Ximena Rivera: La palabra, es lo que hay. Pareciera que en esa palabra radica otra forma de poder. Otra forma de acción. Y en esa pausa, en esa coma que interrumpe al sujeto del predicado, una forma activa de la detención.

XII

Escribir un poema es investigar. El poeta es un excavador. Su materia son los restos. Los fragmentos. El poeta es un etnógrafo. Siempre debe estar atento al ruido de la calle y al sonido de los huesos. Su trabajo es la de ser un curador, un antologador de la realidad, un compaginador de retazos. Por sugestión o asociación de ideas. Por afinidad fónica. Por yuxtaposición de fragmentos. Pero uno comprometido con su entorno. Uno que se hace responsable de las grietas de una lengua. Para renovarla o para terminar de resquebrajarla.

XIII

Somatizar la historia. Metaforizar la historia. Dejar que los documentos de la barbarie hablen por sí solos. Desanudar los nudos del horror y de la imposibilidad del decir. Ante todo, ser testigo para testimoniar.

XIV

Hay que hablar de nuestros muertos. Por ellos, para ellos, es todo lo que escribimos. Los muertos nos acompañan para recordarnos que no debemos dar paso a la algarabía de los triunfantes. Su pervivencia se la deben a nuestra memoria.

XV

Dar voz. Poner en voz. Vocear. Abrir la boca para nacer de nuevo. Y también: prestar oído al rumor de allá lejos. Asimilar lo que la sociedad deja afuera o rechaza. Marcar lo disímil. Dar cuenta de las asimetrías y contradicciones. Que alcance para resarcir toda ceguera. Que alcance para estrechar una mano amiga. Que su estruendo permita afinar el oído al mismo tiempo que se derriban los altisonantes rascacielos.

Agua Santa, noviembre 2023

Claudio Guerrero (Santiago de Chile, 1975). Es autor de los poemarios Las corrientes luminosas (Casa de Barro, Valparaíso, 2020), Código menor (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2017), Pequeños migratorios (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2014), El libro de las cosas que se ignoran (Ediciones del Temple, Santiago, 2002) y El silencio de esta casa (Ediciones Casa de Barro, Santiago, 2000). Es coeditor de los libros El ABC del Neoliberalismo 3 (Communes, Viña del Mar, 2021 junto a Hiam Ayllach y Hugo Herrera) y de Figuras de lo común. Formas y disensos en los estudios literarios (Dársena, Valparaíso, 2021 junto a Mónica González, Hugo Herrera y Raúl Rodríguez); y autor del libro de ensayos Qué será de los niños que fuimos. Imaginarios de infancia en la poesía chilena (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2017). Ha publicado diversos ensayos, entrevistas, reseñas y artículos sobre poesía chilena y literatura latinoamericana. También de Claudio Guerrero Valenzuela en La Antorcha Magacín3 y 15.

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    […] Claudio Guerrero (Santiago de Chile, 1975). Poeta, docente, investigador. Ha publicado diversos ensayos, entrevistas, reseñas y artículos sobre poesía chilena y literatura latinoamericana. Es autor de los poemarios Las corrientes luminosas (Casa de Barro, Valparaíso, 2020), Código menor (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2017), Pequeños migratorios (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2014), El libro de las cosas que se ignoran (Ediciones del Temple, Santiago, 2002) y El silencio de esta casa (Ediciones Casa de Barro, Santiago, 2000). Es coeditor de los libros El ABC del Neoliberalismo 3 (Communes, Viña del Mar, 2021 junto a Hiam Ayllach y Hugo Herrera) y de Figuras de lo común. Formas y disensos en los estudios literarios (Dársena, Valparaíso, 2021 junto a Mónica González, Hugo Herrera y Raúl Rodríguez); y autor del libro de ensayos Qué será de los niños que fuimos. Imaginarios de infancia en la poesía chilena (Ediciones Inubicalistas, Valparaíso, 2017). También puedes revisar de Claudio Guerrero Valenzuela en La Antorcha Magacín n° 3, 15 y 17. […]

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