Otros caminos más allá del lar: una mirada a la poética teillieriana en Dictadura

Jorge Teillier fue un autor político, la crítica ha dado cuenta de su compromiso e ideología más socialista, que contrastaba con el régimen imperante. En efecto, varios artistas fueron censurados y no lograron publicar sus trabajos, muchos se vieron forzados a optar por el exilio. Teillier decidió soportar la tormenta en su hogar, inteligentemente utilizó piezas que mantenía furtivas, que parecían extrañas a su pluma, pero formaron parte de sus herramientas desde un comienzo.

© Julia Toro

Juan Pablo Navia Correa

Quisiera comenzar refiriéndome a ese adagio popular que todos alguna vez hemos escuchado: “las apariencias engañan”. Con Jorge Teillier, lejos de estar ante una excepción, encontramos un inmejorable botón de muestra.

De la poética teillieriana poco se ha hablado en comparación a su inexorable y fatídica adicción alcohólica. El príncipe no gozó de los reconocimientos ni condecoraciones esperables que hoy exigimos, sin embargo, su obra ha sido objeto de estudio y rescate literario en diferentes ámbitos desde hace algún tiempo. Vale preguntarse qué ocultaban esos ojos iluminados, ese humor tan particular. ¿Qué podríamos hallar tras los famosos versos: “Yo me invito a entrar / a la casa del vino / cuyas puertas siempre abiertas / no sirven para salir”? Con toda certeza: mucho más que licor, mucho más que una unívoca remembranza lárica. En efecto, los caminos para adentrarnos en la producción del poeta se han ido expandiendo, dejando de lado la exclusividad del Realismo Secreto, que hasta hace poco parecía ser el único puente  para  aproximarnos a Teillier.

Encenderé algunas luces al respecto, tomando como referencia los poemas “Pierrot, mi amigo”, “Cuento sobre una rama de mirto” y “Todo está en blanco” de Cartas para reinas de otras primaveras, publicado en 1985, pleno periodo de la Dictadura Cívico Militar en Chile. Pretendo destacar la categoría de Jorge Teillier para tomar los escombros del lar, representados en cambios de estilo y reminiscencias de sus lecturas de cabecera, y así crear nuevos registros escriturales. Asimismo, indicaré características poco habituales que, no obstante, contribuyen a blindar su calidad, ratificando el mensaje inicial: “las apariencias engañan”.

Antes de entrar al análisis, estimo muy importante señalar que la obra predecesora Para un pueblo fantasma (1978), marcaba ya un punto de inflexión en el registro de Teillier: el lar peligra, el hogar está amenazado y la familia del escritor ha decidido exiliarse. Los versos posteriores adolecerán la explosión de la burbuja, el contraste con la gris realidad opacará los parajes y ensoñaciones del autor. Destacados académicos como Niall Binns refrendan esta impresión, aunque hay un gesto incuestionable de resistencia y valentía, la decisión de no abandonar el país, a sabiendas del terror imperante en todas las esquinas. Jorge Teillier no optará por buscar asilo en otras tierras, al contrario, será el ostracismo su postura ante la crisis y, tal como hace el molusco, tendremos la posibilidad de contemplar perlas que no tenían cabida cuando el lar rutilaba y los árboles conferían parsimonia al forastero.

Los poemas

Los poemas seleccionados poseen puntos de divergencia como es de esperar, aunque no fueron considerados en este documento. Fijé la atención en las aristas menos exploradas y aparentemente iluminadas del poeta. Resultó curioso ver cómo dialogaban estos nuevos lugares comunes, el virtuosismo y sensibilidad que imprime Teillier para poner en contacto sus distintas creaciones, no en vano comentaría en cierta ocasión: “Creo que todos mis poemas forman un solo libro publicado fragmentariamente”.

Citando las palabras del poeta, un tema que se repite con insistencia es el uso de la incertidumbre, las supuestas apariencias y la bruma. Por ejemplo, en “Mi amigo Pierrot”, la primera estrofa apunta a lo incierto:

El último Pierrot, Pierrot mi amigo

ya no sabe si es luna llena o menguante

la que sale a aspirar docas y eucaliptus

mientras la marea borra huellas de herraduras

La voz poética configura un espacio donde los límites se borronean y el resultado es la incertidumbre, careciendo de las cualidades para precisar dónde nace o muere cualquier elemento (luna llena o menguante / la marea borra huellas de herraduras).

A medida que transcurren los versos también se asoma el absurdo:

Mira: Te gana al ajedrez y se ríe de ti

cuando no aciertas botellas en la Feria Ambulante.

Y te dice que para las bronceadas Colombinas

tu blanco disfraz solo puede darles tedio.

Es ante la incapacidad de discernir, de delimitar lo visto (velado golpe al lenguaje y su alcance insuficiente), que se opta por la risa, a mirar la brisca, el juego de los pescadores:

sin decir palabras miramos a los pescadores

que juegan a la brisca bajo la luz fluorescente

Alegría que no es tal, sino más bien un tipo de consuelo frente a la tristeza, pues “Mi amigo Pierrot” es un ejercicio que sirve de referencia a la homónima obra de Giuseppe Giratoni, perteneciente a La Comedia del Arte,  que expone el amor no correspondido y sufrido del protagonista -que lleva idéntico nombre- por Colombina. Es útil agregar que el poema comienza con el epígrafe “Au claire de la lune / mon ami Pierrot”, fragmento de una famosa canción francesa, a su vez, relacionada con el texto. Teillier altera los versos originales, generando un temple desesperanzador y pesimista, un tono consecuente con la contingencia. 

Al claro de la luna, mi amigo Pierrot,

no me pidas pluma pues ya no escribo nada.

No hay puerta que abrir ni amor a Dios

y mañana no iré a buscar ágatas a la playa.

Una última observación alude al papel de la playa como paisaje físico, Teillier prácticamente no trabajó este escenario, inclinándose por otro tipo de lugares. Considero que la elección es pertinente y correctamente tratada, ya que complementa los sentimientos alicaídos con la personalidad crepuscular de la noche.

“Todo está en blanco”, siguiente poema, nos remite a otro de los autores predilectos que tuvo Teillier, me refiero a Edgar Allan Poe, con quien establece conexiones en distintos momentos. Al igual que en “Mi amigo Pierrot”, estamos frente a un poema que se enlaza directamente con la novela Las aventuras de Arthur Gordon Pym, único ejemplar en este género publicado por Poe, que además marcó gran revuelo en su época por el inesperado desenlace.

La primera estrofa es una letanía de objetos que guardan en común una característica:

Todo está en blanco

El alba reina en el reloj de la pared.

Sus agujas se han detenido,

La sangre de mis venas es un lago en deshielo

                una muchacha se ahogaría al cruzarlo.

La predominancia del blanco. Todo está en “blanco”: el reloj, la sangre, precisamente el color de la nieve. Esta imagen podría vincularse con la muerte, a lo menos como símbolo del cese de cualquier actividad, el congelamiento. A su vez, es el guiño inmediato a Poe, cuya obra culmina con la aparición de la Gran Esfinge Blanca, precedida por un cúmulo de eventos climáticos propios del Ártico. Nuevamente la elección del paisaje es inédita, aunque de manera implícita, dado que Poe determina el lugar, Teillier por su parte, se nutre de la prosa para crear su poema.

Los siguientes versos introducen la incertidumbre:

Mi doble viste de negro

y sonríe.

Cuando él ocupe mi lugar

bajará la escalera de caracol

y se pondrá esos guantes

que el Príncipe de la Mentira entrega a sus discípulos

para que puedan estrangularse

sin la ayuda de los extranjeros que los traicionaron,

frente al espejo que les sonríe por última vez

diciéndoles que creyeron ser bellos tenebrosos

“Mi doble viste de negro”, de un extremo a otro y en una misma persona, la ambigüedad se abre paso y gana terreno. Apelativos y versos como “El Príncipe de la mentira” (el diablo),“el espejo que les sonríe por última vez/ diciéndoles que creyeron ser bellos tenebrosos” ahondan esta atmósfera engañosa. ¿Qué representa realmente ese albor?¿Qué pretensión se oculta tras el espejo, tras el mismo Príncipe de la mentira? Podría resultar revelador que Poe haya configurado un relato donde primase en misma medida el desorden, el caos, la muerte, el canibalismo, el hambre y, por sobre todo, el misterio o interpretación del lector, estos tópicos se manifiestan tanto en la temática como la composición de la novela, que acaba abruptamente con la presencia del monstruo blanco.

Los versos finales impregnan de simbolismo el poema:

mientras se oye el aplauso de sus admiradores

los blancos pájaros que vaciaron mis ojos y

detuvieron el fluir de mi sangre

y luego parten en busca de mis únicos amigos

                aquellos que no conocen todavía el blanco

para decirle que cumplieron una misión más a su

                madre

la Gran Esfinge Blanca

Teillier se aventura en un ejercicio algo lejano a su inconfundible Realismo Secreto, propio de los objetos cotidianos; que se diluye, permitiendo que lo sur-real emerja y confiera un aire todavía más enigmático. Dentro de sus posibilidades, el poeta juega a ser Poe, utiliza una máscara y nos sitúa en una “realidad” poco comprobable. Lanza la manzana de la discordia de Eris, será el público quien deba descifrar con sus herramientas cuál es el sentido ulterior del poema. A priori, una itinerario difícil de surcar, como si fuéramos los tripulantes del mismísimo Grampus.

El último poema seleccionado corresponde a “Cuento sobre una rama de mirto”. Convergen aquí los distintos elementos anteriormente desarrollados: el carácter onírico y la reminiscencia con lecturas del autor, en este caso se trata de una leyenda sobre el árbol del mirto. Este último punto se pone de manifiesto al observar cómo el poeta da inicio utilizando una estructura más narrativa que lírica:

Había una vez una muchacha

que amaba dormir en el lecho de un río.

Y sin temor paseaba por el bosque

porque llevaba en la mano

una jaula con un grillo guardián.

Se aprecia el uso de un registro más extenso, acompañado de ribetes más narrativos tanto en contenido como forma (Había una vez[…]). Asimismo, es llamativo el protagonismo que tienen los personajes femeninos, en el texto se menciona a una niña que pareciera complementarse idóneamente con la naturaleza, a tal punto que es capaz de dormir en el lecho de un río y trasladarse con convicción gracias a un grillo guardián.

No es casualidad cómo se introduce el componente onírico. El segundo verso ya insinúa la caída al trance de los sueños: “que amaba dormir en el lecho de un río”. La selección perspicaz del léxico tiende la cortina perfecta para guiarnos por la sencillez, ignorando las capas interiores. La siguiente estrofa exacerba el viaje inconsciente:

Para esperarla yo me convertía

en la casa de madera de sus antepasados

alzada a orillas de un brumoso lago.

La bruma es otra pista que nos indica la poca nitidez de la imagen, que -a su vez- dialoga con el aspecto poco coherente que suele primar en los sueños. El hablante lírico, por su parte, irrumpe como un sujeto que se siente atraído por esta mujer, la estrategia para captar su atención consiste en apelar a lo lárico, recurrir a las raíces -en este contexto- familiares, pues se transforma en la casa de sus antepasados. Un manto onírico cubre al poema.

Las puertas y las ventanas siempre estaban abiertas

pero sólo nos visitaba su primo el Porquerizo

que nos traía de regalo

perezosos gatos

que a veces abrían sus ojos

para que viéramos pasar por sus pupilas

cortejos de bodas campesinas.

El hecho de incorporar “gatos perezosos / que a veces abrían sus ojos” refuerza esta idea de no querer despertar, permanecer en otro estado, por lo demás, poco tangible y acabada como el lugar donde estaba el hogar (terreno brumoso). El porquerizo no es un personaje incidental, vale recordar que en La odisea, es este último quien recibirá al héroe en su regreso a Ítaca, aunque no logra reconocerlo. Las apariencias nuevamente engañan.

Los versos posteriores son cruciales:

El sacerdote había muerto

y todo ramo de mirto se marchitaba.

El poema fija su atención en el simbolismo y utilidad del mirto. La persona encargada de oficiar bodas ha fallecido y el arbusto, con fuerte connotaciones matrimoniales, también ha iniciado su proceso de marchitamiento, en consecuencia, las uniones maritales peligran. La proyección de la familia y, por añadidura, el lar; están afectados con este acontecimiento.

Teníamos tres hijas

descalzas y silenciosas como la belladona.

Todas las mañanas recogían helechos

y nos hablaron sólo para decirnos

que un jinete las llevaría

a ciudades cuyos nombres nunca conoceríamos.

La voz poética y la joven mencionada en el inicio se transforman -aparentemente- en padres de tres niñas “descalzas y silenciosas como la belladona”. Epítetos que debilitan la potestad femenina inaugural del poema, las chicas destinadas a recoger helechos “todas las mañanas”. Coexiste un vínculo indirecto con la primera estrofa y refiere a Ofelia, figura shakesperiana que encarna a una mujer sumisa y sin opinión, quien termina suicidándose. Irónicamente, en este texto la pequeña niña era capaz de dormir en el río y atravesar el bosque sin temor alguno. De una manera sutil y sinuosa, se remonta a los versos más tempraneros, que apuntaban a una dirección distinta. Estos son deconstruidos y se perpetúa un juicio al género de la mujer con los rótulos más tradicionales (débiles, obedientes, sin determinación). Curioso es que también se le compare con la “belladona”, planta alucinógena que bien podría intensificar la idea de este ambiente más surrealista.

La llegada del jinete destruye esa dimensión volátil, volviendo de sopetón a la realidad. La advertencia se concreta a través de la confesión del secreto para controlar la naturaleza (abejas, trigo):

Pero nos revelaron el conjuro

con el cual las abejas

sabrían que éramos sus amos

y el molino

nos daría trigo

sin permiso del viento

El conjuro o, derechamente, una serie de palabras (lenguaje) trastoca la esencia del ser humano. La ambición corrompe a los progenitores, al mismo tiempo que vulnera el equilibrio natural. La sed de poder transforma al individuo en un ente cruel y fascinante como un halcón, lamentablemente, domesticado “en el puño del cazador”.

Nosotros esperamos a nuestros hijos

crueles y fascinantes

como halcones en el puño del cazador.

Impresiones finales

Luego de haber realizado el análisis de los poemas, concluyo pensando en la elevada consciencia que tenía Jorge Teillier sobre lo que estaba realizando con residuos ajenos a lo que inicialmente había dado a entender como lar, constituido por bosques frondosos y exuberantes, caseríos de madera, aves, perros, gatos, plazoletas antiguas, ríos, amigos, etc. Frente a la desolación que implica someterse a una Dictadura Cívico Militar y el consecuente Terrorismo de Estado instaurado, era inevitable la caída de la gran esperanza lárica, sin embargo, Jorge Teillier sabía de antemano cómo parapetarse, tuvo la solvencia y convicción inquebrantables para ampararse con los retazos de su querido e insobornable leitmotiv.

Reminiscencias a sus lecturas favoritas, adaptación a otros registros de escritura y la elección de paisajes poco comunes en el resto de sus publicaciones son los sellos más predominantes en esta nueva variante. El nivel de maestría y sencillez con que el poeta pone a dialogar inéditos recursos da para pensar que no solamente estaba construyendo con los escombros de un lar aniquilado, en cambio, pudo existir previamente un conocimiento de estos caminos, pero no era el momento histórico para sacarlos a relucir.

Jorge Teillier fue un autor político, la crítica ha dado cuenta de su compromiso e ideología más socialista, que contrastaba con el régimen imperante. En efecto, varios artistas fueron censurados y no lograron publicar sus trabajos, muchos se vieron forzados a optar por el exilio. Teillier decidió soportar la tormenta en su hogar, inteligentemente utilizó piezas que mantenía furtivas, que parecían extrañas a su pluma, pero formaron parte de sus herramientas desde un comienzo. La envergadura de los acontecimientos históricos provocó un golpe en su tesitura, no era posible continuar apelando a lo, hasta entonces, predecible dentro de su escritura. La crisis permite cierta suerte de reinvención para su estilo, la necesidad de acusar el efecto pesimista exige otras fórmulas.

Insisto en que los elementos abordados en este artículo, si bien son poco usuales, están en consonancia dentro de los distintos poemas escogidos. Ello es una demostración no solo de la calidad de Jorge Teillier como literato, también ratifica la convicción y cohesión que tuvo a lo largo de su carrera, una veta que, a pesar de los vaivenes anímicos, siempre mantuvo un hilo conductor. Al respecto, Ana Traverso, reconocida estudiosa del escritor, señaló: “[…] su poesía recorre los mismos temas de sus ensayos y su vida se corresponde con su poesía de acuerdo a su filosofía neorromántica. Esta lógica de las ?correspondencias’ –aspiración también romántica– resulta seductora y convincente (tan convincente que desde la aparición del término ‘lárico’ no hemos hecho otra cosa que leer su poesía bajo este marco)”. Puede ser que el lar esté expuesto a desaparecer, pero el orden inmemorial de la vida siempre pone en marcha los ciclos, Teillier lo sabía.

Juan Pablo Navia Correa (La Serena, 1984). Licenciado en Literatura y Educación con mención en Lengua Castellana. Magíster en Literatura Comparada, Universidad Adolfo Ibáñez. Dedicado al estudio de la obra teillieriana y su diálogo con diferentes poéticas. Ha impartido distintos talleres literarios en su comunidad, buscando realizar rescates de autores nacionales y dar a conocer su repertorio. Participó como invitado en el lanzamiento del libro Jorge Teillier, los paisajes del poeta (2021) de Luis Andrés Figueroa. Publicó los poemarios Híbrido (2015) y Retazos de nostalgia (2019). Lee otro artículo de Navia Correa en nuestra revista n° 6.

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