Diego Armijo
Disminuye la frecuencia de las micros y el ambiente en el paradero se vuelca a la inquietud. No dejan de pasar transportes, pero toda tarifa viene inflada. Hasta que, anunciada por su velocidad, música cardiaca y el neón sobre los asientos: una micro. No carga con el cartel que anuncia su recorrido habitual, pero sí una tabla o cartón que marca el fin del recorrido, Valparaíso para un lado, Peñablanca para el otro.
La ausencia de las paradas habituales, por no existir señalética interna, no significa que no se pase por esos lugares, pero los borra, de momento, para pasar rapidito por allí. Es la misión del parrillero nocturno, el aclararle a todo futuro pasajero que, sí, para en todos los lugares convenidos, o advertir que, a esa hora, la micro ya no pasa por todos los destinos.
Como ese parrillero, entonces, me cuelgo de la escritura ajena, en plan crónica, para mostrar un recorrido en micro urbana y bus rural, todo lo que es posible encontrar en la región de Valparaíso. Así es que, señores pasajeros, avancen por el pasillo, dejen subir a más gente, que todos queremos llegar a la casa. Atención.
Para iniciar, parada obligada, Valparaíso. Miyodzi Watanabe comienza su texto en el plan, pero en colectivo llega a la cárcel, en la espalda de los cerros. Cruza el ingreso humillante y la incomodidad del cuerpo en la ciudad. Similar, volviendo al plan, al recorrido que Teodora Inostroza nos muestra por bares, acompañando a un cliente y las pellejerías para lograr emborracharlo y sacárselo de encima. Escapando de Valparaíso, en su límite, Matías Ávalos, quien coloca su territorio de escritura en el Conurbano de Buenos Aires, poniendo el contrapunto del migrante. Tan rápido va la micro que no nos damos cuenta cómo pasa la vida, la tragedia, para que Leslie Miranda, en Viña del Mar, nos perfile una vida muy cercana, bordeando la muerte en avenida Marina. Desde aquí, nos internamos en la región. El bus interprovincial nos acerca a La Calera, donde Felipe Argote pone espalda y oído al desgaste del trabajo en un supermercado. Interesante lugar, pues, entre obreros, la edad, la circunstancia y la educación, se mezclan con el único objetivo de ordenar mercadería y vivir. Paula Hernández, volviendo a la costa, nos muestra las dinámicas del recorrido del San Pedro, llevado en andas por los pescadores de Horcón. Siguiendo la línea de la costa, se llega, no directamente, ya que hay que entrar y salir de los pueblos, a Pichicuy, donde Diego Zamora, desde La Ligua, se traslada para ir a la playa. La experiencia personal referida a la muerte, esta vez vinculada al traslado de un cuerpo enfermo por varios hospitales de la región. Desde ahí, volver al interior, para llegar a San Felipe. Natalie Israyy nos acerca a la experiencia haitiana, en aquellos valles, siempre tejiendo la experiencia ajena con la propia.
A la espera de que no haya sido una molestia, me retiro, sin antes pasar por sus puestos, pidiendo una colaboración para el artista chileno. No mire por la ventana, no es momento, pues ya mucho le mostré para ver, ahora a la cara dígame si le parece o no todo el cuento que le conté. Agradecer al señor chofer y esperando que lleguen sin novedad a sus destinos, me despido agradecido. Por ahora, quiero volver a mi página, a mi lugar, ya hay harto camino recorrido.

Diego Armijo (Viña del Mar, 1994). Es comerciante. Titulado como Contador y Profesor de Historia. Obtuvo una mención honrosa en el premio Roberto Bolaño 2020 por la novela Ampliaciones. Ha sido becario del Fondo del libro y la Lectura en 2019 y 2021. Textos suyos aparecen en la revista peruana Hueso Húmero y en las antologías Maraña (Alquimia, 2019) y En verano [Muestra del novísimo relato de la región de Valparaíso] (Schwob Ediciones/La Antorcha Magacín, 2022). Ha publicado los libros Glorias Navales (BAJ Valparaíso, 2019), Carcasa (La Calabaza del Diablo, 2020) y Ropa (Libros del Cardo, 2022). Habitó Glorias Navales.