Texto escrito para la presentación del libro La novela del corazón de Roberto Castillo Sandoval (Laurel, 2022, pp. 300), que se llevó a cabo en la librería del Fondo de Cultura Económica, el 23 de noviembre de 2022 en Valparaíso.

Mia Maurer Cortínez
Tengo tres pistas para saber si estoy leyendo un libro que va a dejar huella. Postergar el ir a hacer pipí, las ganas de subrayarlo todo, y un profundo impulso a escribir cuando dejo de leer, sobre todo, cuando cierro la contratapa. Necesito sentarme a escribir para seguir conversando, para que el diálogo que llevo teniendo en silencio con el libro no se corte.
La experiencia de leer esta novela fue como ver una película de alta calidad, donde cada escena te tiene agarrada del corazón, puede cruzarse un cuerpo delante de la pantalla, o en este caso, se te puede subir el gato encima de la página o sonarte el teléfono sin parar, y todo se siente como una interrupción imperdonable. Yo diría que tiene algo de thriller, donde te pones con las manos semi tapando los ojos, incapaz de mirar (o de leer), incapaz de seguir adelante, al menos no sin vértigo y a veces incluso náusea. Pero decir que es un thriller quizás no le haría honor a la calidad poética de su prosa.
También se podría decir que tiene algo de novela policial, de crónica, de documental, de cuento. Como siempre en los libros de Castillo, no es posible distinguir del todo a qué género pertenece ni tampoco qué es ficción y qué es “verdad” pero consigue que te rindas; no importa si un hecho pasó o no de tal forma, porque perfectamente podría haber pasado así. Y además, está muy bien craneado, muy bien escrito, es demasiado tentador dejarse llevar. Una de las personajes del libro se enfrenta a vicisitudes similares, “para mi hermana el universo se acaba y empieza de nuevo en cada segundo que pasa, y por eso escribe todo”. Todo: lo investigado históricamente y también lo imaginado.
La novela revela la veta patiperra de Roberto, y nos lleva de viaje a pueblos perdidos del norte de Chile, Sudáfrica, Rusia, Minnesota, Creta, y por supuesto, a su protagonista geográfico principal, (también llamado en la novela “el verdadero corazón de Chile”), Valparaíso: “Un lugar vital, tridimensional, denso, genuino, tan distinto de la superficialidad y la siutiquería de Santiago”.
Y sobre su personaje principal, el o los corazones, debo decir que nunca voy a poder pensar, o sentir incluso, mi propio corazón, de la misma manera después de leer esta novela. Lo aborda desde tantas perspectivas; nos adentramos en su fisionomía, en la historia detrás de los primeros trasplantes de corazón, en los peregrinajes y robos de corazones infames (como los de Portales o Pinochet), en corazones humanos atrapados en estatuas, en cómo se conserva un corazón en un frasco e incluso en cómo se come o vomita un corazón, literalmente. El universo semántico que utiliza a lo largo del libro para describir al corazón también es memorable, el corazón es “una fruta abierta bajo las luces”, “una tremenda lengua rasgada”, “una casa pareada de dos pisos que al medio tiene un muro”, “un pez en un barro rojo y acuoso” algo que “vibra como un pájaro encerrado entre las manos”. También nos enseña a ver otros corazones, como la luna, que, “suspendida en el centro de la noche, es un corazón redondo que apenas late, veo sus cicatrices grises: la luna es un corazón sin sangre.”
Cabe destacar las estrategias narrativas y la perspicacia con que las lleva a cabo, porque todo se entreteje y entrelaza, hay historias dentro de historias (o “mares debajo de mares”), saltan nombres que debemos reconocer y volver atrás, a buscar como detectives dentro del libro; exige de nosotros una lectura activa y dispuesta a recorrer los laberintos más oscuros: “Uno nunca sabe qué es lo que toca y palpa, no sabe si es bello o si se trata de una monstruosidad… eso lo sabemos solamente cuando emergemos de lo oscuro con la respuesta apretada en la mano”.
Pero aparte de desgarrador, también hay momentos de luz, de juego. Y si hay algo que quiero destacar porque lo valoro inmensamente, es presenciar cuando el escritor se está divirtiendo al escribir. La forma de nombrar y renombrar los personajes, por ejemplo, ese goce, sentido del humor y valentía para maniobrar el lenguaje y la historia. Cargada de guiños, de señales, es una lectura que “salpica, salta, se gasifica y lo impregna todo”.

“Sin detalles no hay historia”. Lo dice una de las narradoras que viven dentro de la novela, y Roberto le hace el más profundo honor a esta frase. No se olvida ni de la piedra que le parte el cráneo a uno de los personajes, la recuerda, “la piedra que todavía duerme por ahí en la quebrada”. No se olvida de ella y nos invita a vivir de forma sensible el mundo de los sentidos. La profundidad con que logra describir colores y olores hace que las palabras adquieran una textura que es casi como si uno pudiera meter la mano adentro del libro y tocar las cosas. ¿Cómo será, por ejemplo “el sonido de una pena sin fondo”?
De los muchos géneros a los que se le ha asociado a Roberto, me parece más que nunca después de leer esta novela que hay uno que no ha sido mencionado lo suficiente en su escritura: la poesía. Castillo lleva las metáforas hasta sus planetas más impensados, y la fuerza de las imágenes y las atmósferas es inolvidable, por ejemplo, cuando describe por encima del que será la víctima de un corazón robado, la vía láctea: “iluminando el firmamento como una cicatriz fulgurante de vidrios astillados”, “La vía láctea con su fulgor callado, asomada entre las nubes, con sus espirales girando en sincronía, grandes ojos cósmicos de total indiferencia”. Está siempre al acecho de la palabra precisa (“cada palabra es campana”), que es también la palabra que sorprende, que abre, que ilumina, que hace que detengamos la lectura para mirar el techo y respirar.
Quisiera terminar con esta cita, que resume bien la esencia de la novela, que por supuesto, les invito a leer: “El corazón es una metáfora que transita debajo de otra metáfora que a la vez navega sigilosa, como una sombra sumergida, detectable solo por el eco de sus latidos, como un submarino fantasma. Pónganse la mano en el pecho y se darán cuenta de lo que hablo. Sístole, diástole, sístole, diástole. El corazón es más que una metáfora”.
Mia Maurer Cortínez. Escritora, traductora, pedagoga. Licenciada en literatura comparada de la Universidad de Haverford. Estudió un año en el magíster de escritura creativa en español de la Universidad de Nueva York y tiene un magíster en educación internacional y desarrollo de la Universidad de Pennsylvania. El año 2021 ganó el Fondo de Libro línea Creación para su primer poemario Cartílagos, plaquette que será publicada por la editorial Juan Mala Suerte de México en 2023. Ha publicado cuentos en las antologías Verosímiles (editado por Cristóbal Gaete), Relatos con mascarilla (Imbuk ediciones), Palabras húmedas en revuelta (editorial Tierra Negra) y Cuentos contados (editado por Antonio Muñoz Molina, McNally Jackson). Acompaña el proceso pedagógico de formadores y ha implementado talleres de escritura creativa onírica, poesía, expresión corporal y circo social para niñxs, jóvenes y adultxs en España, Costa Rica, Italia, Estados Unidos, México, Chile y Sudáfrica.