Yo le doy mi nombre de Viviana Ponce Escudero

La escritora –Viviana Ponce–se sujeta a los moldes de la tradicional novelística epistolar romántica y escribe un texto largo que logra entretener algo más que con la sola historia, pues los lectores pueden sorprenderse y complacerse con los tipos de lenguaje (a veces como quien visita un museo, a veces como quien recuerda su propia infancia).

Ana Luisa Madrigal

RESEÑA/ Viviana Ponce Escudero. Yo le doy mi nombre. Valparaíso, Altazor Ediciones, 2021, pp. 146.

El libro Yo le doy mi nombre, de Viviana Ponce Escudero (Altazor ediciones) es una novela que presenta varias oportunidades para la discusión y el análisis, porque usa buena cantidad de recursos de cita, paráfrasis, párrafos que son casi copia de textos antiguos y un fraseo que tiene estilos con sabor a literaturas clásicas, de lenguaje amoroso, cortesano, pastoril, “castellano severo”, etc.  Todo se construye en torno a una historia breve: un intercambio de mails, mensajes de wsp o actualizaciones de los viejos intercambios epistolares.  Dos personas, un hombre y una mujer. En esas comunicaciones nos enteramos de que ella está enferma de cáncer, cosa que creemos, y de que él es un aventurero conquistador que vive aventuras galantes con la moral propia de un don Juan, cosa que nos negamos a aceptar, sospechando que pueda ser cualquier personaje mínimo intentando vivir una vida virtual o queriendo estafar a la protagonista.  Una cree tal cosa porque el horizonte de expectativas a las que las canciones de amor, las noticias de la crónica rosa y los culebrones nos tiene acostumbradas se perfilan en ese ángulo. La hablante (con justicia debería decirse “la narradora”) del texto parece ni sospechar esos peligros pues su mente está moldeada en la novela galante y deja adivinar que está viviendo un ensueño. La escritora –Viviana Ponce–se sujeta a los moldes de la tradicional novelística epistolar romántica y escribe un texto largo que logra entretener algo más que con la sola historia, pues los lectores pueden sorprenderse y complacerse con los tipos de lenguaje (a veces como quien visita un museo, a veces como quien recuerda su propia infancia), la disposición de los elementos (carta-contestación-refutación), enojarse o no con las andanzas relatadas por el personaje (algunas de las cuales pertenecen al anecdotario del don Juan, que tenemos en mente, notándose que son elaboraciones de textos clásicos). Estos recursos de estilo que habitualmente están al servicio de la historia adquieren tal protagonismo que hacen que la historia esté al servicio de los recursos.   En este caso logra darse vuelta la norma de Ortega y Gasset: hay que mirar el vidrio, que es parte del paisaje.  

Se lee en un par de enviones. No deja indiferente al lector que acepte el juego y se adentre en esta narrativa de simpleza aparente y trae el reverbero mental de las viejas narraciones.

Un comentario sobre “Yo le doy mi nombre de Viviana Ponce Escudero

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s