Frivolidad

Camila Gutiérrez ha escrito un libro prescindible y frívolo. Se agradece lo bien escrito, pero no le alcanza para ser considerado como un volumen que tenga mucho que decir por fuera de ciertos círculos donde lo normal es ir a la universidad, ganarse becas y carretear con la plata de los estudios. Para quien no comparte estos habitus, el volumen no le habla. Para quien no entiende estas subjetividades, no hay diálogo posible.

Marcelo Ortiz Lara

RESEÑA/ Camila Gutiérrez. Ni la música me consuela, Editorial Plaza y Janés, pp. 112.

Tres estudiantes chilenas que viven en un departamento en EE UU son las protagonistas de esta nueva novela de Camila Gutiérrez, autora de dos títulos anteriores: Joven y alocada No te ama. La novela arranca con la noticia de una beca que se ha adjudicado una de las protagonistas, llamada con las iniciales G.G, y que le permitirá estudiar en el extranjero al mismo tiempo que iniciar una nueva vida que le posibilite hacer cosas que no hizo –o no se atrevió a hacer– en Chile. Este ímpetu de aventura, sin embargo, se ve prontamente acechado a causa de la llegada de una tercera estudiante al departamento, lugar que ya compartía con otra chilena. Se trata de una vieja amiga de infancia que conoció en sus años de cristiana, Nicole Sierra, la que de alguna manera la ata a un pasado religioso que reniega pero que, inexorablemente –y más aún en situaciones límites– vuelve a aparecer como un mantra. Entre las tres mujeres –G.G, Nicole Sierra y Amiga, como decide llamar a la primera compañera de departamento– viven entonces una estadía atravesada por líos amorosos, desilusiones, apreciaciones sobre la vida y, por sobre todo, intentos de sortear una existencia que se muestra esquiva con las propias expectativas.

El problema de este volumen tiene que ver precisamente con eso: con el afronte de esas vicisitudes. La narradora, que a su vez es una de las protagonistas de la novela, encara sus problemas muchas veces con evasión y alcohol. Deben ser al menos cinco episodios donde el alcohol o el carrete son mencionados. Si a esto le sumamos que la historia está centrada en la convivencia de tres jóvenes estudiantes, becadas, que descargan Tinder y van al gimnasio, que van a la universidad y también al SPA, tenemos la fórmula perfecta para una historia frívola.

El lenguaje utilizado se la juega por la oralidad. Sin embargo, sabemos que el habla no es una cuestión homogénea, sino que está profundamente marcada por posiciones de clase, género, cultura, etcétera. En este volumen, la lengua oral que se logra desplegar en la narración es una lengua eminentemente de la clase media. Abundan expresiones, términos, fórmulas de los hijos de la mesocracia, lo que calza perfecto con la mayoría de las cosas que ocurren en la novela: una sucesión de conversaciones cuasi existenciales, superficiales y nada trascendentes.

A pesar de esto, existen momentos en la novela memorables. La historia del tío de la narradora, un hombre con las piernas amputadas por la diabetes y más bien circunspecto, es notable. O la historia de la hermana de Nicole Sierra, una chica que a pronta edad fue diagnosticada con una enfermedad terminal, son momentos que ofrecen vías de escape a una novela plagada de clichés. Son historias que por su profundidad, trascendencia y sensibilidad justamente destacan en contraposición a la superficialidad general del volumen. Son escenas que de extenderse podrían haber salvado la novela. Momentos que podrían haber hecho entrañable la vida de sus protagonistas.

Camila Gutiérrez ha escrito un libro prescindible y frívolo. Se agradece lo bien escrito, pero no le alcanza para ser considerado como un volumen que tenga mucho que decir por fuera de ciertos círculos donde lo normal es ir a la universidad, ganarse becas y carretear con la plata de los estudios. Para quien no comparte estos habitus, el volumen no le habla. Para quien no entiende estas subjetividades, no hay diálogo posible.

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