
Gottfried Benn
[Traducción y nota editorial de Verónica Jaffé]
Pequeño Aster
El cadáver del conductor
de un camión de cerveza
fue alzado sobre la camilla.
Alguien le había colocado entre los dientes
una pequeña flor
oscura-clara-lila.
Cuando le saqué el paladar y la lengua
desde el pecho
con un largo cuchillo
debajo de la piel
he debido rozarla
porque la flor se deslizó
hacia el cerebro vecino.
La guardé en el tórax
entre el aserrín
cuando lo cosían.
¡Bebe hasta la saciedad en tu florero!
¡Descansa en paz,
pequeño aster!
Hermosa juventud
La boca de una niña que había estado mucho tiempo entre los juncos
parecía tan carcomida.
Cuando le quebraron el pecho, el esófago estaba tan agujereado.
Por fin, en una pérgola bajo el diafragma
hallaron un nido de pequeñas ratas.
Una hermanita yacía muerta.
Las otras se alimentaban del hígado y del riñón,
bebían la sangre fría y pasaron aquí
una hermosa juventud.
Y hermosa y rápida las sorprendió la muerte:
a todas las lanzaron al agua.
¡Ay, cómo chillaban los pequeños hocicos!
Circulación
La solitaria muela de una puta
una muerta sin nombre
llevaba una corona de oro.
Las demás se habían desprendido
como por un secreto acuerdo.
Ésta la extrajo el sepulturero para sí.
Porque, decía,
sólo la tierra debe volver a la tierra.
La novia del negro
Entonces sobre almohadas de oscura sangre
se recostaba el cuello de una mujer rubia.
El sol rabiaba en sus cabellos
y lamía los pálidos muslos
y se arrodillaba ante los pechos un poco más oscuros,
aún sin deformar por los pecados y los partos.
Un negro junto a ella: la coz de algún caballo
le había destrozado los ojos y la frente. Dos dedos
de su sucio pie izquierdo
se hincaban en la pequeña oreja blanca.
Pero ella yacía y dormía como una novia:
orlando la felicidad del primer amor
y en espera de numerosos viajes celestiales
de la sangre joven y cálida
Hasta que alguien
le hundió el cuchillo en la nívea garganta
y un delantal púrpura de sangre muerta
le cubrió las caderas.
Requiem
Dos en cada mesa. Hombres y mujeres
en cruz. Cerca, desnudos, y, pese a ello, sin dolor.
El cráneo abierto. El pecho partido en la mitad. Los cuerpos
engendran ahora por última vez.
Cada uno llena tres cazuelas: desde el cerebro hasta los testículos.
Y el templo de Dios y el Corral del demonio
ahora pecho a pecho en el fondo de un cubo
se ríen del Gólgota y del pecado original.
El resto, en ataúdes. Sólo nueva creaturas:
pierna de hombre, pecho de niño y pelo de mujer.
Yo vi lo que engendraron dos que antaño se jodían,
yacer allí, como si hubiera salido de un cuerpo materno.
Café nocturno
824: vida y amor de las mujeres.
El violoncello se toma un trago. La flauta
eructa profundo en tres compases: la hermosa cena.
El tambor termina de leer una novela policial.
Dientes verdes, espinillas en la cara
le hace señas a una inflamación de párpado.
Grasa en el cabello
le habla a boca abierta con almendra faríngea
Fe, amor y esperanza alrededor del cuello.
Joven bocio quiere a nariz de dos bultos
La convida a tres cervezas.
Sicosis compra claveles.
Para ablandar a papada.
Bemol-menor: la Sonata No. 35.
Dos ojos lanzan un grito:
¡No derramen la sangre de Chopin en la sala,
para que la chusma la pise!
¡Basta! ¡Eh, Gigi! –
La puerta se desborda: una mujer.
Desierto calcinado. Marrón canaanita.
Virgen. Plena de cuevas. Se acerca un aroma.
Poco aroma.
Sólo es una dulce protuberancia del aire
contra mi cerebro.
Un cuerpo obeso con pasitos cortos salta detrás.

La mirada clínica. Verónica Jaffé El poemario Morgue y otros poemas de Gottfried Benn (1886-1965) se publicó en 1912 en Berlín, causando un escándalo tan violento como pocos en la historia de la literatura. La edición de 500 ejemplares se agotó en una semana y fue prohibida y confiscada a posteriori en 1916. La conmoción pública le dio a este médico de 26 años una temprana celebridad. Poetas expresionistas como Ernst Stadler y Else Lasker-Schüler recibieron la publicación del libro con entusiasmo. Para el público lector, Morgue significó una ruptura radical con los parámetros literarios vigentes. La combinación novedosa de temas grotescos y macabros tomados de la praxis médica, con estereotipos líricos y frases tradicionalmente poéticas revelaba no sólo la posibilidad de romper y transformar el lenguaje, sino que además, señalaba el vacío semántico de la expresión poética tradicional. Frases hechas, valores comunes, como “hermosa juventud”, “la felicidad del primer amor”, “delirio y patria”, “fe amor esperanza”, se relacionaban con imágenes del despojo humano, cadáveres y dolencias físicas para expresar una crítica feroz al imaginario lírico del momento, trazando por lo demás un cuadro muy diferente del ser humano, de un ser ahora desprovisto de toda trascendencia. Morgue no es la primera manifestación de lo macabro y grotesco en la literatura europea. En antecedentes como La Charogne de Baudelaire, el poema “Morgue” de Rilke, en sus Apuntes de Malte Lauridis Brigge o en El Día Eterno de Georg Heym se presentan visiones parecidas que también ponen en duda la imagen idealista del ser humano. Sin embargo, fue sobre todo esta Morgue la que representó para el naciente expresionismo alemán el salto definitivo hacia la modernidad. La destrucción y recombinación de los elementos líricos, la relación de lo horrible y de lo bello, lo maligno y lo sublime, el rechazo visceral a la visión burguesa y tradicional del mundo, hicieron del poemario de Benn uno de los libros más importantes de la poesía alemana del siglo XX. La concepción del ser humano se revela en estos poemas, un ser reducido a carne enferma o a carroña, despojado no sólo de alma y trascendencia, sino de todo valor convencionalmente relacionado a su supuesta condición de ser superior, puede leerse como extrema manifestación de un nihilismo radical. Pero detrás de la dura superficie de los versos, de los cadáveres y cancerosos, de la patología humana, surge otro tono, otra intención. Y posiblemente sea aquí donde radique la fascinación de estos poemas para el lector actual. Pues una de las motivaciones ocultas para estos juegos combinatorios se vincula con un profundo e inconfesable sentimiento de piedad, piedad con ese ser despojado y reducido a lo más carnal de su existencia. El médico Benn, consciente de la vacuidad de todo ideal, logra con la destrucción del lenguaje poético niveles más profundos de comprensión. Al describir fríamente la incongruencia evidente entre la realidad y la palabra, su mirada clínica, pero también piadosa enfrenta las terribles consecuencias de tal incongruencia. De la distancia existente entre el dolor real y el sueño ideal surge el presentimiento de una condición humana que trasciende las convenciones culturales aceptadas. La presente traducción le debe mucho a la ayuda y sugerencias de Yolanda Pantin. Caracas, 1991. Verónica Jaffé (Caracas, 1957). Poeta, traductora, docente, editora, artista plástica. Es licenciada en Letras con PhD en Literatura Alemana por la Universidad de Munich. Ha publicado los libros de ensayo: El relato imposible (1991) y Metáforas y traducción o traducción como metáfora (2004). Los poemarios: El arte de la pérdida (1991), El largo viaje a casa (1994), La versión de Ismena (2000), Sobre traducciones, poemas 2000-2008. Versionó libremente los Cantos héspericos de Friedrich Hölderlin; además, tradujo a Gottfried Benn, Else Lasker-Schüler, Ingeborg Bachmann y Paul Celan. Loa seis poemas escogidos y la nota editorial que incluimos en este número de La Antorcha Magacín, fueron transcritos por Charo Azperrechea desde la plaquette: Gottfried Benn, Morgue. Caracas, Pequeña Venecia, 1991. Agradecemos a Verónica Jaffé su autorización para publicarlos.