Marcial o una poética de lo erótico

Al emigrar de su natal Bílbilis (actual Zaragoza), gran parte de la vida de Marco Valerio Marcial (c. 40-104 d.C.) transcurrió en el centro mismo del Imperio romano. En la ciudad de Roma padeció aprietos económicos, humillaciones y echó mano a la larga tradición del epigrama para dar cuenta de lo que observaba. El resultado fue una mordaz crónica de la sociedad, en la cual se ponía en evidencia las relaciones de poder que giraban en torno al sexo, los excesos y los simulacros.

Marco Valerio Marcial, escultura de Juan Cruz Melero en la Plaza Fuerte de Catalayud.

Claudio Carvacho

Marco Valerio Marcial nace en la aldea de Bílbilis[1], ubicada en la provincia romana de Hispania Tarraconensis, no sabemos con precisión si en el último año del gobierno de Tiberio o en el primero o segundo del de Calígula, es decir, entre el 790 y el 792 de la cronología de Roma[2] (37-39 d.C.). Tiempos turbulentos en Roma, que recién hace setenta años ha vivido un cambio político y social de enorme trascendencia: ha dejado atrás cinco siglos de república e inicia su época imperial[3], de fuertes gobiernos per­sonalistas, que tiene en Julio César a su gestor y en Augusto su primer imperator perpetuus.

Nada sabemos de los primeros años de vida de Marcial, mas en el año 818 c.R. (64 d.C.) viaja a Roma, llegando a la me­trópolis durante el décimo año del gobierno de Nerón, inmedia­tamente después de sucedido el terrible incendio de la ciudad. Según algunos de sus biógrafos, desde su llegada a Roma vive como cliente de Séneca, también de origen español, gozando por un tiempo de la protección y generosidad de quien fuera in­fluyente personaje en la corte del emperador. Sin embargo, al descubrirse la conspiración de Pisón, que intentaba dar muerte a Nerón, son obligados al suicidio los implicados en la conjura, entre ellos Séneca y otros dos grandes de la literatura latina: el poeta Lucano[4] y el satírico Petronio[5].

Perdido por estas circunstancias el amparo que había en­contrado en la ciudad, y no contando con medios económicos para mantenerse, ni con oficio que le permita procurárselos (y sintiéndose, por lo demás, muy poco inclinado a aprender algu­no, y al trabajo en general), intenta Marcial conseguir la ayuda de los poderosos y acaudalados –recurriendo no pocas veces a la adulación– usando su agudo ingenio en epigramas que rápidamente lo convierten en un poeta enormemente popular. No obstante el renombre alcanzado, no logra Marcial su propósito de asegurarse una pequeña renta que alcance a cubrir sus míni­mas necesidades (pues siempre fueron sobrios y austeros sus há­bitos y aspiraciones, renegando constantemente del derroche y la vana ostentación); no sólo no consigue su propósito, sino que sufre las humillaciones o, en el mejor de los casos, la indiferencia de la arrogante y disoluta “alta sociedad” romana. Por tanto, no resulta extraño que sus epigramas pasen gradualmente desde la lisonja y la adulación, hacia la crítica irónica y, en ciertas ocasio­nes, la imprecación. Cuando los corruptos adinerados no se dignan responder a las humildes solicitaciones (una túnica de lana para el crudo invierno romano, la comida del día, aceite para su lámpara) del ya afamado poeta Marcial, reciben entonces de él las punzantes burlas y las muy explícitas censuras a sus innume­rables vicios, aunque, como el propio Marcial destaca en varios de sus versos, sin mencionarlos por sus nombres verdaderos; y esto por dos motivos: para no actuar como un delator, y porque el poeta considera justo y honesto atacar los vicios, mas no a las personas.

Ruinas del Teatro Romano de Bílbilis a orillas del río Jalón, Calatayud.

LIBER SPECTACULORUM, LOS EPIGRAMAS INICIALES

Paradojalmente, mientras más mordaces, reprobatorios y críticos de la sociedad van haciéndose sus poemas, mayor fama y prestigio como epigramatista va adquiriendo Marcial. Sin em­bargo, sus epigramas sólo circulan en forma oral, declamados durante los muy frecuentes y muy extensos banquetes, acompa­ñados –o interrumpidos– por tocadores de arpa, mimos, danzari­nas y muchas otras diversiones que el anfitrión organizaba para sus invitados, o durante las numerosas fiestas religiosas o civiles que colmaban el calendario romano. Recién en el año 833 c.R. (80 d.C.) publica Marcial su primer volumen de epigramas, com­puestos con ocasión de la inauguración del Anfiteatro Flavio, co­nocido luego en la Edad Media como Coliseo[6]; agrupados bajo el título de Liber Spectaculorum, consta de 32 epigramas cuyo tema central son los juegos celebrados en el anfiteatro durante los cien días de festejos decretados por el emperador Tito para realzar el acontecimiento, así como otros espectáculos organiza­dos por el sucesor de éste, el emperador Domiciano. A partir de este momento, es decir, desde que comienzan a circular los vo­lúmenes de sus epigramas escritos sobre pergaminos, el nombre de Marcial comienza a ser conocido más allá de la metrópolis, llegando su fama incluso a regiones tan distantes como la Galia o Britania.

Al componer Marcial el Liber Spectaculorum tenía al­rededor de 40 años de edad, y había permanecido 16 años en Roma, tiempo en el cual vivió los cuatro últimos años del go­bierno de Nerón (que se prolongó por 14 años); luego, el período de desorden que siguió a la muerte de éste, en el que durante el transcurso del año 69 d.C. se suceden tres imperatoris: Galba, Otón, Vitelio; más tarde, los 10 años del emperador Vespasiano; ahora, el hijo y sucesor de este último, Tito Flavio Sabino Vespa­siano, era quien inauguraba y daba nombre al colosal Anfiteatro Flavio.

Marcial, Epigramas, Libro XV. Edición de 1617.
Marcial, Epigramas. Edición anotada por Thomas Farnaby y grabados de Giuseppe Abbiati, Amsterdam, 1704.

HACINAMIENTO, VICIOS Y CRÍTICA SOCIAL

Marcial viviría aún otros 18 años en Roma; años en los que escribiría doce libros de epigramas[7], y en los que continua­ría viviendo en una gran pobreza, por lo que sus composiciones volverán una y otra vez a solicitar donativos y ayuda económica, circunstancia estrechamente relacionada con la idea, expresada por él en muchos poemas, que “habiendo Mecenas habrá Virgi­lios”. Recibiendo tan mala acogida, como ya señalamos, de parte de los adinerados a los que se dirige, apela entonces a la genero­sidad del “divino César” (como llamara a más de uno de ellos); sin embargo, la respuesta también es mala, y sólo Domiciano le concede la gracia de unos privilegios puramente honoríficos[8] y una vieja y ruinosa quinta en las afueras de la ciudad, que Mar­cial recibe con la ironía que lo caracteriza[9].

A medida que transcurre su vida en Roma, la fuerte carga reprobatoria de sus epigramas va trasladándose desde el ámbito meramente personal (burlándose de vicios, defectos y manías de individuos que, en muchos casos, resultan fácilmente identifi­cables para sus conocidos aun cuando aparezcan aludidos con nombres supuestos), hacia una crítica más global, que cuestiona los estilos de vida y las relaciones sociales que impone la vida en una urbe de 1,5 millones de personas (según estimaciones recientes esa cifra correspondería a la población de la metrópolis en tiempos de Marcial, mientras que la población total del Impe­rio habría bordeado los 150 millones de habitantes). Es así como junto al exhibicionismo de Lesbia, al mal aliento de Póstumo o a la compulsión por hablar de Ceciliano, va apareciendo el bullicio irritante de la ciudad, el peligro de sus derrumbes e incendios o el creciente hacinamiento de su población (pocos años antes de la llegada de Marcial a Roma –durante el gobierno de Augusto– se había iniciado la construcción de las insulae o domus insulae, edificios de hasta cinco plantas que albergaban a muchas fami­lias. El propio Marcial se lamenta, en algunos de sus epigramas, del aumento de la frecuencia con que al transitar por las calles de Roma el caminante se expone a que le vacíen, desde un cuarto o quinto piso, el ingrato contenido de un bacín.

Giovanni Battista Piranesi, Coliseo , 1756.

LOS ÚLTIMOS AÑOS

Paralelamente a esta percepción de la vida en Roma como una constante fuente de peligros, donde no es posible encontrar tranquilidad ni privacidad, va desarrollándose en la poesía de Marcial una progresiva añoranza por su patria hispánica, pre­sentándose ésta como el exacto reverso del tráfago de la vida romana. Es así como poco a poco el poeta más afamado de los mundanos salones de la soberbia capital del mundo, cuyos poe­mas cargados de ironía forman ya una decena de libros que cir­culan en cientos o miles de ejemplares por prácticamente todo el mundo conocido; el poeta, en suma, que tal vez dé cuenta de manera más fiel y detallada del modo de vida de gran parte de la sociedad romana, ha llegado a sentirse completamente agobiado en Roma, y sólo sueña con abandonarla y retornar a los agrestes lugares de su infancia y juventud. Sin embargo, su permanente falta de recursos económicos no permite a Marcial lograr su an­helo de partir de Roma y volver a Bílbilis, reteniéndole en la me­trópolis hasta que uno de sus amigos más cercanos, el escritor y orador Plinio el Joven[10], le ofrece hacerse cargo de los gastos que el viaje demande. De esta manera, Marcial abandona Roma el año 98 d.C., luego de haber vivido 34 años en esa ciudad.

Durante los seis años que permanece en Bílbilis hasta su muerte en el año 104 d.C., compone dos nuevos libros de epigra­mas, donde hay poemas que se refieren a las nuevas costumbres de su vida rural, presentando un marcado contraste con el aje­treo y los afanes de Roma.

ARS POÉTICA Y EROTISMO EN MARCIAL

Lo erótico se halla en la base misma de la civilización, tanto en oriente como en occidente. Recordemos el caso de las fiestas en honor de Dionisos (Baco, para los romanos), de las que surgen la comedia y la tragedia griegas; la poesía de Safo[11], hacia fines del siglo VII a.C.; y a dos antecedentes inmediatos de Marcial: Catulo[12] y Ovidio[13]13. Los variados cultos y celebracio­nes ligados a la siembra y la cosecha, así como los innumerables rituales para asegurar la fecundidad tanto de los rebaños como de los seres humanos, dan cuenta de la veneración brindada al Eros, la energía que permite la cohesión y la continuidad del mundo; esta visión mágico-religiosa está presente en las fuentes históricas más antiguas.

En un período posterior, la preocupación por lo erótico está planteada en términos de contribuir a la felicidad humana, evitando la frustración que pudiera producirse por la ignorancia o incomprensión de esta vital dimensión de lo humano. Esta ac­titud, sin embargo, no abarca ya a casi toda la humanidad (como en el caso de la visión mágico-religiosa del sexo), sino que, por un lado, habiendo ya el cristianismo (o la tradición judeocristia­na) comenzado a irradiar en Roma sus dogmáticas concepciones sobre el pecado (noción completamente desconocida en el mun­do antiguo, a excepción de unas cuantas tribus que habitaban en inhóspitos desiertos); y, por otro lado, encontrándose muy difundidos en la sociedad romana los principios de la filosofía estoica, que propone el control de las pasiones y unas costum­bres y estilos de vida sobrios y austeros, comienza a gestarse una reacción contra el sexo, concebido como desenfreno de pasiones y propiciador de toda suerte de vicios. Algo de esto está presente en la dura crítica de Marcial hacia la corrupción de sus conciuda­danos, aunque no haya sido él ni cristiano ni estoico.

Luego de unas pocas décadas de actividad de grupos cris­tianos en Roma, ya no fue posible la delicada y honesta instruc­ción del Ars Amandi ovidiano, siendo reemplazado por el tono amargo de la descripción y del rechazo que hace Marcial de las costumbres sexuales de la época.

Hay otro aspecto significativo de la obra poética de Mar­cial, que tiene que ver con el hecho de componer epigramas que versan sobre epigramas, sobre poesía. Marcial, habitualmente en hexámetros, expresa crítica o elogio, compara, describe, cita y comenta versos y poetas; tanto íntimos contemporáneos, como maestros de siglos anteriores. Es decir, convierte a la poesía en tema de sus poemas.

Si bien existen en la época de Marcial algunos anteceden­tes en la tradición grecolatina de textos literarios que se refieren al proceso de escritura, o que aconsejan a eventuales escritores sobre la mejor manera de realizar su oficio, es en los epigramas de Marcial donde esta característica adquiere el grado de conciencia necesario como para ver en ellos el momento inicial de un punto de vista, de una perspectiva nueva sobre la literatura; nos refe­rimos a lo que podría denominarse perspectiva “autorreflexiva” o “autorreferente”, que va a posibilitar una nueva conciencia del artista respecto de su obra, comenzando a comprenderla y a de­finirla como una determinada relación de los elementos que la componen (el lenguaje y la métrica, en el caso de los poetas y escritores). De esta manera, cuestiones tales como el largo de los versos, la declinación correcta de algunas palabras y hasta la dicción adecuada para recitar, son tratadas por vez primera no en tratados de gramáticos o retóricos, sino precisamente en la poesía de un poeta.
Gayo Valerio Catulo, Verona, 87 a.C.-54 a.C.
Publio Ovidio Nasón, Sulmona, 43 a.C.–Tomi, 17 d.C.

NOTAS


[1] Bílbilis: Ciudad latina construida sobre el monte Bambola, en la actual Calatayud, provincia de Zaragoza, España.

[2] Según la antigua leyenda romana, la ciudad fue fundada por Ró­mulo, en el monte Palatino, el año 753 a.C. (tradicionalmente se da la fecha 21 de abril, ocasión en que se celebraba el nacimiento de Roma o fiesta de los Parilia). Como la fundación de Roma da inicio a su cronología particular, el año 1 de la era cristiana corresponde al 754 de la cronología de Roma, crono­logía que en la presente edición será aludida con la abreviatura c.R.

[3] La historia de la antigua Roma comprende, en términos muy ge­nerales y esquemáticos, tres grandes períodos:

– la Monarquía, que abarca la época desde la fundación mítica de Roma en el año 1 c.R. (753 a.C.) hasta el 243 c.R. (510 a.C.), e incluye a siete reyes: Rómulo, 1-37 c.R. (753-716 a.C.); Numa Pompilio, 38-80 c.R. (715-673 a.C.); Tulio Hostilio, 80-112 c.R. (673-641 a.C.); Anco Marcio, 112-137 c.R. (641-616 a.C.); Tarquino Prisco, 137-175 c.R. (616-578 a.C.); Servio Tulio, 175-219 c.R. (578-534 a.C.); Tarquino el Soberbio, 219-243 c.R. (534-510 a.C.).

– la República, período que se extiende desde el 243 c.R. (510 a.C.) hasta el 722 c.R. (31 a.C.), año en que Octavio asume el sobrenombre de Au­gusto y el título de imperator perpetuus. Durante la República la autoridad suprema era ejercida por dos magistrados iguales en jerarquía, llamados cón­sules, quienes eran elegidos para un período de un año, no pudiendo ocupar el cargo por dos períodos consecutivos.

– la época Imperial, comprende el período que va desde el 722 c.R. (31 a.C.) hasta el 1129 c.R. (476 d.C.), fecha convencionalmente aceptada como la de la caída del Imperio romano de occidente, ya que ese año Odoacro, caudillo de los hérulos (mercenarios de origen escandinavo, al servicio del ejército romano), destronó a Rómulo Augústulo, el último de los emperado­res de occidente.

Como complemento a este pequeño resumen de la historia de la an­tigua Roma, conviene recordar que en el 1083 c.R. (330 d.C.) el emperador Constantino trasladó la capital del Imperio desde Roma a Bizancio (que pasó a llamarse Constantinopla). Más tarde, en el 1148 c.R. (395 d.C.), el empe­rador Teodosio, poco antes de morir, divide el Imperio romano entre sus dos hijos, correspondiéndole a Honorio el Imperio de occidente y a Arcadio el de oriente; este Imperio de oriente se prolongará hasta el 1453 d.C., año en que Constantinopla, gobernada por el emperador Constantino XI, es invadida por los turcos, comandados por el sultán Mohamed II.

[4] Lucano, Marco Anneo: De origen español, nace en Córdoba, ca­pital de la provincia romana de Hispania Ulterior, el año 39 d.C. y muere en Roma el 65. Sobrino del filósofo Séneca; de su vasta producción literaria, que gozara de gran prestigio en la Roma imperial, hoy sólo se conserva su poema épico Pharsalia (Farsalia), o Beilum civile, que a lo largo de 10 libros refie­re la guerra civil entre César y Pompeyo.

[5] Petronio Arbiter, Tito: Nacido a principios del siglo I d.C. y muerto en Roma el año 66. Según cuenta Tácito en sus Anales, Nerón dio a Petronio en su corte el cargo de arbiter elegantiae (consejero en cuestiones de poesía y buen gusto). Es autor de una obra satírico-narrativa en prosa y verso co­nocida como Satiricón, que se conserva fragmentada, y que es considerada como una de las creaciones más notables de la antigua Roma.

[6] Coliseo (del latín colosseus: colosal, debido a sus enormes dimen­siones: 188 m de largo, 185 m de ancho, 57 m de alto, y con capacidad para 60.000 espectadores): Inaugurado el año 80 d.C. por el emperador Tito (Tito Flavio Sabino Vespasiano), en él se celebraron numerosos juegos o espectácu­los que incluían combates de gladiadores, cazas y luchas con fieras en libertad (venationes) y combates navales (naumachiae).

[7] La obra de Marcial que se ha conservado consta de alrededor de 1.500 epigramas, los que han sido distribuidos, variando según los diversos recopiladores y traductores a través de los siglos, en doce, trece o catorce li­bros. De acuerdo a la clasificación propuesta por el latinista alemán Alfred Gudeman, el corpus poético de Marcial lo integran cuatro fuentes:

a) La colección de epigramas conocida como Liber Spectaculorum, compuesta por 32 composiciones.

b) Xenias (“regalos a modo de bienvenida”); piezas breves, de no más de dos dísticos, escritas sobre tarjetas que acompañaban y comentaban los regalos enviados por el anfitrión de un banquete de Saturnales, a quie­nes por alguna razón no asistían a él. Generalmente quien enviaba estos re­galos requería a algún vate sin demasiadas pretensiones para que redactase los mensajes (a menudo burlescos), a cambio de alguna modesta retribución (media libra de pimienta recibió como pago alguna vez Marcial). De estas xe­nias se conservan 127, consistentes –con sólo 6 excepciones– en bebidas y manjares diversos.

c) Apophoretas, literalmente “regalos que uno se lleva”; obsequios dados por el anfitrión a sus convidados, durante el desarrollo mismo de un banquete en las fiestas Saturnales; al igual que las xenias, eran acompañados por tarjetas con textos alusivos. Se conservan 221 de estos apophoretas, redactados en dísticos, varios de los cuales se refieren a libros: Culex de Virgi­lio, Tais de Menandro, Libro de Cintia de Propercio, Historias de Salustio, Batracomiomaquia de Homero, así como poesías de Catulo, Tibulo y Cal­vo.

d) 12 libros de epigramas, con alrededor de 1.170 composiciones, la mayor parte escritas en hexámetros.

[8] Tribuno honorario, Caballero honorario y Pater Familia honorario, lo que le permitía vestir determinada toga y ocupar gradas prefe­renciales en los actos públicos.

[9] En un epigrama, Marcial dice que envía a un amigo suyo aves de corral, huevos, higos, un cabrito junto a su madre, aceitunas y una col, advir­tiéndole que no suponga que esos bienes proceden de la quinta, que lo único que produce son disgustos, sino que se los envía directamente del mercado de Roma.

[10] Plinio el Joven (nace en Nuevo Como –en la Galia Cisalpina–, hacia el 61 d.C., y muere, al parecer en la misma ciudad, hacia el año 114): Escritor y orador latino, gozó en su tiempo de gran prestigio como abogado defensor de las provincias en litigio con sus administradores. Ocupó nume­rosos cargos públicos (cuestor, tribuno, pretor, prefecto del tesoro). Es autor de las Epístolas, en las que aborda tanto temas personales como otros rela­cionados con la marcha del Estado, y también del Panegírico de Trajano. Escribió, además, una biografía de su tío Plinio el Viejo, uno de los más prolí­ficos historiadores del mundo antiguo.

[11] Safo (Mitilene, Lesbos, hacia el 625 a.C.–Mitilene, hacia el 580 a.C.): Poetisa griega. Vivió un tiempo desterrada en Sicilia, al parecer por ra­zones políticas; de regreso en Mitilene, concertó a un grupo de muchachas adoradoras de Afrodita, dedicándose al cultivo de la poesía, la música y el canto. Sólo se conservan 650 de sus versos, que incluyen una oda completa (Himno a Venus) y numerosos fragmentos de otras composiciones, en los que se percibe una exquisita sensibilidad tanto para las formas de la natura­leza como para las creaciones del arte; no obstante, generalmente recurre a estos aspectos como términos de comparación para la belleza humana, que es su preocupación fundamental.  

[12] Catulo, Cayo Valerio (Verona, 87 a.C.–54 a.C.): Poeta latino, uno de los más destacados de los “poetas nuevos” (o neoteroi), que consti­tuyen una transición entre la literatura arcaica y el floreciente período hacia el comienzo de la época imperial, donde destacan Virgilio, Horacio, Ovidio, Propercio, entre otros. Su producción poética consta de las nugae, poemas breves de tema cotidiano; los carmina docta, poesías épico-líricas de tema mitológico, y un numeroso grupo de epitalamios y poemas eróticos, com­puestos principalmente en dísticos elegíacos.

[13] Ovidio Nasón, Publio (Sulmona, 43 a.C.–Tomi, 17 d.C.): Poe­ta latino; es autor, entre otras obras, del Ars Amandi (o Arte de Amar), una de las obras maestras de la poesía erótica latina; de las Heroidas, colec­ción de epístolas amorosas de mujeres de la antigüedad, dirigidas a esposos o amantes; de los Remedios de Amor, consejos para librarse de penas de amor; de las Metamorfosis, epopeya en 15 libros que narra diversos casos de transformación de personajes mitológicos. En el año 8 d.C. fue desterrado a Tomi, en la orilla occidental del Mar Negro, por orden del emperador Augus­to, ignorándose las causas de tal decisión, aunque parece muy probable que se debiera al desagrado que causara al emperador la aparición del Ars Amandi, ya que una orden imperial prohibía a todas las bibliotecas públicas albergar dicha obra, de carácter tan disímil respecto del afán severamente moralizante de Augusto. Ovidio muere en el exilio, sin que la ascensión de Tiberio tras la muerte de Augusto, ni las doloridas súplicas contenidas en sus Tristes logra­ran poner fin a su condena.

Claudio Carvacho (Santiago de Chile, 1964). Ensayista, memorialista, editor. Estudió filosofía y castellano en la U. de La Serena y literatura en ARCIS. Ha publicado: El reino imaginario de Araucanía y Patagonia. Historia del sueño de Orelie Antoine (2009), Koquito, el duende de El Bolsón (2019), Patrimonio arqueológico de los Andes centrales (2020), así como una versión de Aullido de Allen Ginsberg (2017), entre otros. Junto a Alejandra Cabezas mantiene hace más de una década un régimen constante de publicaciones con Ediciones Tralcamahuida. Reside en El Quisco, balneario del litoral central chileno.

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