
La extraña idea de una revolución que transforme carnalmente el cuerpo humano está relacionada con la idea igualmente bizarra de que “los microbios son dios”. Cuando Artaud expresa esta idea en una emisión radiofónica (Para acabar con el juicio de dios) después censurada, su interlocutor le responde “Usted delira, señor Artaud. Usted está loco”. Pero Artaud insiste: “Les digo que han reinventado los microbios para imponer una nueva idea de dios. Han encontrado un nuevo medio para hacer resurgir a dios y para atraparlo in fraganti en su nocividad microbiana”.
Raimundo Günen
Me importa mucho comenzar este libro, consagrado al espíritu de Satán, conforme al espíritu de Satán.
– Vida y muerte de Satán el fuego
Cuando tenía 16 años escribí “Si pudiera elegir un ángel de la guarda elegiría a Lucifer”. A pesar de que quedó impreso en mi primer libro, no volví a pensar en ello hasta ahora. En ese momento, no sabía que uno en verdad podía elegir a sus ángeles guardianes y lo escribí sobre todo como provocación. Pero una provocación que no provoca nada, ni siquiera para uno mismo, no es en realidad una provocación, como bien sabía Artaud. “Hay un conjunto de ideas que por el solo hecho de ser formuladas provocan una acción directa sobre el espíritu”, escribió, en un texto titulado He venido a México para huir de la civilización europea. El caso es que, de algún modo, elegí a Artaud, avatar de Satán el fuego, como mi ángel. Digo “de algún modo” porque tener a un ángel caído por guardián es distinto de tener a uno de orden celestial. Digo “de algún modo”, porque lo elegí sin darme cuenta, inconscientemente si se quiere. “Debes encontrar a los antepasados que te hagan más libre” me dijeron después. Hay en la revuelta de Artaud contra la modernidad un rechazo también al liberalismo de la libre elección, una idea que hunde sus raíces en el libre albedrío del judeocristianismo. “La elección es un efecto del azar: el alma”, escribe en otro texto (Samurai o el drama del sentimiento).
Pero no me malinterprete el lector lego. No trato de identificar a Artaud con Satán en tanto individualidades, “todo individuo está podrido”, Artaud lo sabe. Se debate él mismo entre Dios y Satán, y es esta tensión extrema, la que se parece a todo lo que Satán es, como escribe en el mismo texto que da título a esta antología. Explicado esto, quiero señalar tan sólo algunos de los muchos senderos por los que me he perdido de la mano de Artaud.

1. Antisiquiatría
También fue a mis 16 años que dos psiquiatras me diagnosticaron de esquizoparanoide y lograron por algún tiempo aletargar mi ánimo con neurolépticos. Tuvo que llegar a mis manos El último de los hippies de Penny Rimbaud, a mis 20, para que me diera cuenta de que necesitaba despsiquiatrizarme. Ahí, Penny Rimbaud cuenta cómo la psiquiatría destruyó la vida de uno de sus amigos. Luego, en un librito titulado Carta a los poderes, leí la Carta a los directores de los asilos de locos de Artaud, y así, de a poco, fui nutriéndome del pensamiento y la práctica antipsiquiátrica. Creo que donde Artaud mejor expresa el espíritu de la antisiquiatría es en el siguiente pasaje:
Pase nueve años en un asilo psiquiátrico y nunca tuve la obsesión del suicidio, pero cada conversación que mantuve con el psiquiatra, cada mañana a la hora de su visita me dieron ganas de ahorcarme, por no poder cortarle el cuello.
– Van Gogh el suicidado de la sociedad
Antes de que nos venza el deseo que tiene esta sociedad de suicidarnos, alimentamos el deseo de acabar con la siquiatría y la sociedad que la inventó. Gracias, Artaud, o dicho de otro modo: Alabado sea Satán.
Más adelante, en el mismo texto escribe Artaud:
La cosa va mal porque la conciencia enferma tiene en este momento un interés capital en no salir de su enfermedad.
Es así como una sociedad tarada inventó la psiquiatría para defenderse de las investigaciones de ciertas lucideces superiores cuyas facultades de adivinación le molestaban.
– Van Gogh el suicidado de la sociedad
Pero esas lucideces que molestan a la sociedad psiquiátrica no son posesiones individuales. Con Artaud “no acepto que los artistas posean individualmente sus propias satisfacciones, porque estoy en contra del espíritu de propiedad, contra el espíritu de posesión, en todos los planos posibles”. Esas lucideces son más bien devenires contagiosos, como la peste.
La peste, es beneficiosa, pues al impulsar a los hombres a que se vean tal como son, hace caer la máscara, descubre la mentira, la debilidad, la bajeza, la hipocresía del mundo, sacude la inercia asfixiante de la materia que invade hasta los testimonios más claros de los sentidos; y revelando a las comunidades su oscuro poder, su fuerza oculta, las invita a tomar, frente al destino, una actitud superior.
– El teatro y la peste

2. La universidad
También en Carta a los poderes leí la Carta a los rectores de las universidades europeas. “En la estrecha cisterna que llamáis ‘pensamiento’, los rayos del espíritu se pudren como parvas de paja”, “Sois una plaga”, les escribe. Nos tomamos la Facultad de Humanidades. Una amiga de la toma me prestó otro libro de Artaud, 384 páginas. Van Gogh el suicidado de la sociedad. Para acabar de una vez con el juicio de Dios. A ambos nos expulsaron de la universidad, por profanar la oficina de nuestro profesor de Literatura Española Clásica.
Gracias, Artaud, por mantenerme alejado de la academia e invitarme a perderme buscando «la gran Ley del corazón”, la Ley que no es ley. O, dicho de otra forma, alabado sea Satán.
3. Transformar el cuerpo
En ese libro que me prestó mi compañera, encontré un texto que hasta el día de hoy sigue fascinándome. Un texto de sobremanera intrigante, titulado El teatro y la ciencia. En este, Artaud, propone la sorprendente idea de que una revolución verdadera cambiaría la misma forma del cuerpo humano. Dice:
[La] revolución no sería verdadera mientras no sea
física y materialmente completa,
mientras no sé dirija al hombre,
hacia el cuerpo del hombre mismo
y no se decida por fin a pedirle que se cambie.
– El teatro y la ciencia
Esta extraña idea, sin embargo, había sido expresada un siglo antes por el socialista utópico Charles Fourier. quien postulaba que, una vez superada la civilización y armonizada la sociedad pasionalmente con el cosmos, el cuerpo humano sufriría increíbles transformaciones, e incluso se atrevió a describirlas.
Fuera de la civilización occidental, de la que Artaud renegaba, la idea de que el cuerpo humano no es algo dado, no es una naturaleza humana, sino que es algo que construimos y transformamos cultural y socialmente, está presente en el pensamiento amerindio. No sólo “modificación corporal” de la apariencia más externa, también dietas para transformar los órganos y los sentidos, masajes y otras prácticas somáticas para moldear la carne.
Volviendo a la civilización occidental. Lo que escribe la filósofa y física contemporánea Karen Barad sobre la “performatividad queer de la naturaleza”, podría leerse como una nota al pie de este texto de Artaud. “La materia no es lo dado, lo que no puede ser transformado”, “La materia es una exploración material imaginativa del no-ser”, “Un radical deshacer del ‘sí mismo”, un deshacer del individualismo”, “La materia no es simplemente un ser, sino su permanente des/hacer”, escribe Barad.
“Desaparición de la noción de Ser donde por otra parte aparece Satán”, escribe Artaud. Alabado sea.

4. Agencias más que humanas
La extraña idea de una revolución que transforme carnalmente el cuerpo humano está relacionada con la idea igualmente bizarra de que “los microbios son dios”. Cuando Artaud expresa esta idea en una emisión radiofónica (Para acabar con el juicio de dios) después censurada, su interlocutor le responde “Usted delira, señor Artaud. Usted está loco”. Pero Artaud insiste: “Les digo que han reinventado los microbios para imponer una nueva idea de dios. Han encontrado un nuevo medio para hacer resurgir a dios y para atraparlo in fraganti en su nocividad microbiana”.
La última vez que cité a Artaud, antes de escribir este texto, cité estos extractos para un texto sobre el Covid19, para la convocatoria de una antología titulada Descolonizar la enferemdad.
El hombre, cuando no se lo contiene, es un animal erótico,
tiene en él un temblor inspirado,
una especie de pulsación
productora de bestias innumerables que son la forma que los antiguos pueblos terrestres atribuían universalmente a dios.
Eso constituía lo que se llama un espíritu.
– Para acabar con el juicio de Dios
Esta noción de agencias no-humanas que atraviesan el cuerpo humano y lo transforman está presente desde sus primeros textos. Chano me señala un texto inédito, por primera vez publicado en castellano en esta antología. Se titula La canción de los árboles. En él, a sus apenas 17 años, Artaud trata no sólo sobre la sociabilidad de los árboles, conocida por los pueblos terrestres y que recién descubren los científicos blancos, sino sobre su capacidad de terraformación y biosferización. Décadas antes de la Teoría Gaia, según la cuál la biosfera es producida por los seres vivos, el joven Artaud la pone en boca de los árboles: “Somos tus ancestros y tú naciste de nuestras raíces. Por ti hemos transformado el aire y el sol”.
“La naturaleza es la iglesia de Satán”, dice la única línea rescatable de un guion de Lars Von Trier. Alabada sea.
5. Abstracción
Pero Artaud escribe: “La naturaleza no me trae a la abstracción, sino que es la abstracción la que me hace inventar la naturaleza, en una especie de infernal movimiento. Pues yo saco de nada algo y no de algo la Nada”. Develando, y apropiándose así por un momento de, la abstracción, después de mucho condenarla, haciéndose hacker, al decir de McKenzie Wark:
Un doble atemoriza al mundo, el doble de la abstracción […] El nuestro es un mundo que se aventura a ciegas en lo nuevo con los dedos cruzados.
Abstraer es expresar la virtualidad de la naturaleza, dar a conocer algún ejemplo de sus posibilidades, hacer realidad una relación de entre la relacionalidad infinita, manifestar la multiplicidad.
“Es entonces más por abstracción que por naturaleza que Satán me trae al fuego”, escribe Artaud. Alabado sea.
4. Hiperstición
Después de leer el libro que me prestó mi compañera, llegó a mis manos El teatro y su doble. Nunca me había interesado por el teatro hasta ese momento. Como lo leo, todo su punto es la posibilidad de un teatro que supere al realismo, que no busque representar la realidad sino que recree y transforme la vida. Que opere con las fuerzas mismas de la existencia, que juegue el juego de estar vivos. Pienso otra vez en Karen Barad y en su crítica al representacionalismo (en las ciencias) y en su agencialismo realista.
En su plan de teatralización de La Conquista de México, Artaud describe:
El espíritu de las multitudes, el soplo de los acontecimientos se desplazarán en ondas materiales sobre el espectáculo, fijando aquí y allá ciertas líneas de fuerza, y en esas ondas y sobre ellas la conciencia disminuida, rebelde o desesperada de algunos nadará como una brizna de hierba.
Teatralmente, el problema es determinar y armonizar estas líneas de fuerza, concentrarlas y extraerles sugestivas melodías.
Escribo para transformar nuestra vida. Brujería. Y no para confirmar la realidad, que no es sino otro hechizo. Gracias, Artaud.
5. Las relaciones de nutrición y la crítica a la producción
Después de no releer con atención a Artaud por más de una década. Vuelvo a revisarlo con motivo de esta presentación. Sólo para descubrir que mi ángel de la guarda no me ha soltado la manito hasta ahora, guiando hasta las últimas letras que he escrito.
He querido criticar el concepto marxista de relaciones de producción y superarlo con el concepto de nutrición, más allá de la cultura y la naturaleza. Artaud ya había hecho ambas operaciones en mí cuando lo leía hace casi 20 años.
En Para terminar con el juicio de Dios entiende la “producción” como tan sólo otro momento de la guerra de la civilización moderna contra la vida y el mundo. No está demás invocarlo, ahora que los comentaristas de la política internacional se emocionan con la guerra comercial entre Estados Unidos y China.
Porque hay que producir,
hay que, por todos los medios posibles de la actividad, reemplazar la naturaleza dondequiera que pueda ser reemplazada, hay que encontrar a la inercia humana un campo mayor,
es necesario que el obrero tenga en qué emplearse,
es necesario que campos de actividades nuevas sean creados,
y que sea el reinado por fin de todos los falsos productos fabricados,
de todos los innobles ersatz sintéticos
donde la bella naturaleza verdadera no tiene nada que hacer,
y debe ceder de una vez por todas y vergonzosamente el lugar a todos los triunfales productos de reemplazo
donde el esperma de todas las fábricas de fecundación artificial tendrá por fin en qué emplearse.
No más frutas, no más árboles, no más verduras, no más plantas farmacéuticas o no y en consecuencia no más alimentos,
sino productos de síntesis hasta la saciedad,
en unos vapores,
en unos humores especiales de la atmósfera, sobre unos ejes particulares de las atmósferas arrebatadas por la fuerza y por síntesis a las resistencias de una naturaleza que de la guerra no conoció nunca sino el miedo.
– Para terminar con el juicio de Dios.
Finalmente, también sabía Artaud que no existe tal cosa como la pirámide de las necesidades de Maslow. Que no hay unas necesidades básicas sobre las que se desarrollen otras necesidades sociales. Que comer no es una cuestión asocial, y que socializar no es una cuestión ajena a depredación. No existe tal cosa como una necesidad antisocial de alimentarse, y cada ser que se echa a la boca a otro ser lo hace dentro de un contexto ya socializado, y por lo tanto también políticamente transformable. Podemos destruir la pirámide, podemos romper la cadena.
Cuando me hablan de comer ahora mismo, respondo que hay que encontrar inmediatamente los medios para que todo el mundo pueda comer ahora mismo. Pero cuando me dicen: Demos de comer a todos ahora mismo, y luego las artes, las ciencias, el pensamiento podrán desarrollarse, respondo que no, pues es ahí donde el problema no ha sido bien planteado
La cultura es comer; es también saber cómo comemos; y para mí, cuando pienso, como; devoro y asimilo pensamientos. Recibo desde afuera las impresiones de la naturaleza y las expulso hacia afuera en pensamientos. Es el mismo acto vital, es una misma función de vida la que me hace pensar y comer. Separar la actividad del cuerpo de la de la inteligencia es plantear mal el problema de la vida.
– He venido a México para huir de la civilización europea
Gracias, otra vez.
Quilpué, 23.5.25

El teatro y la anatomía. Antonin Artaud
[Traducción de Chano Libos]
La última palabra sobre el hombre no está dicha. Quiero decir que se plantea la pregunta de saber si el hombre continuará llevando su nariz en el medio de la cara o si los dos agujeros de nariz de ese cráneo que nos observa sobre las puertas de la eternidad no se cansarán de olfatear y sorberse los mocos sin poder nunca sentir ni creer que contribuyen a la marcha exotérica del pensamiento con dos dedos del pie bien apoyados.
El teatro no ha sido nunca hecho para describirnos al hombre y lo que hace, sino para constituirnos un ser de hombre que pueda permitirnos avanzar sobre el camino, vivir sin supurar y sin apestar.
El hombre moderno supura y apesta porque su anatomía está mala, y el sexo mal ubicado en relación al cerebro en la cuadratura de los dos pies.
Y el teatro es esa marioneta desgarbada, que música de troncos por barbas me tálicas de alambradas nos mantiene en estado de guerra contra el hombre que nos encorsetaba.
Los asesinatos teatrales son reivindicaciones de esqueletos y de órganos que ya no alcanzan la enfermedad —y que mean las pasiones humanas por los orificios de sus fosas nasales. El hombre sufre mucho en Esquilo, pero se cree aún un poco dios y no quiere entrar en la membrana, y en Eurípides finalmente, chapotea en la membrana, olvidando dónde y cuándo fue dios.
Sin embargo ahora siento cerrarse una persiana, girar una sección pulmonar de la muralla, y por supuesto todo eso está muy bien y yo siento que sólo un viejo fulminato podría aún tener ganas de protestar.
Ese fulminato se llama teatro: teatro el lugar donde uno se entrega de corazón alegremente, aunque ya nada de lo que puede verse en el teatro se llama el corazón ni la alegría.
Y aquí vuelve mi delirio, mi delirio de reivindicador nato.
Porque desde 1918, quién —y no era en el teatro— arrojó una sonda “en todos los bajos fondos del azar y de la suerte”, sino Hitler, el impuro moldo-valaco de la raza de los simios innatos.
Quién se mostró sobre el escenario con un vientre de tomates rojos, frotado con basura como con un perejil de ajo, quién a golpes de aserraderos rotatorios perforó la anatomía humana porque se le había dejado el sitio libre en todos los escenarios de un teatro nacido muerto.
Quién al declarar utópico el teatro de la crueldad fue a hacerse serrar las vértebras en las puestas en escena de las alambradas.
ylón tan norman
na sarapidó
ya yan sapidó
ara pi do
Yo había hablado de crueldades reales sobre el plano del diapasón, yo había hablado de crueldades manuales sobre el plano de la actitud acción, yo había hablado de guerra molecular de átomos, caballos de Frisia sobre todas las frentes, quiero decir gotas de sudor sobre la frente, fui puesto en un asilo de alienados.
Para cuándo ahora la nueva guerra sórdida por dos monedas de papel de mojones, contra la transpiración de las mamas que no cesan de corroer mi frente.
Raimundo Günen (Mapocho, 1983). Hago libros para Editorial Nihil Obstat, desde 2012. También hago libros para Kamino Negro Ediciones, desde 2023. Cofundador de Museo Pelumpen, organización comunitaria por la regeneración de las memorias socioambientales de la cuenca de Olmué-Limache. Creador y guionista de la novela gráfica por entregas Común y Silvestre, dibujada por Pablo Delcielo. Aprendiz de artista en el sentido chilote del término.

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