Volver a sorprenderse. Una aproximación al ensayo desde la noción de reencuentro

Natalie Israyy


Iluminar una escena lúgubre

Perder la capacidad de sorpresa. Visitar ciudades y sentir que nada es totalmente honesto. Un vacío imposible de ser llenado. La curiosidad apagada. Preguntarse por qué llegó a suceder algo así. En qué momento dejé que la desidia le ganara a la pasión. Hay tristeza en esto y es desde esta pena que busco respuestas o, en su defecto, nuevos estímulos. Me queda la impresión de que en poco tiempo he visto cosas muy bellas; tanto, que no pueden pertenecerme; y en esa lástima ya me dan ganas de dejar de saber de su existencia. Para qué considerarlas si nunca llegarán a mis manos o nunca habitaré en ellas. Para qué llenar los ojos de paisajes que no tocaré. He olvidado lo que se siente dejar ir, no esperar nada, vivir en lo efímero.

En este marco ha habido breves chispazos de interés que, a diferencia de otras ocasiones, donde la literatura y la ficción me han permitido sentir esa vivacidad; ha sido el ensayo el que me ha asombrado. Me encanté con este género en 2012. Esto no quiere decir que no me gustara o no lo usara antes. En educación media era casi la única forma en que me expresaba. Pero para 2012-2013, en mi cuarto/quinto año de pregrado, viajaba bastante entre San Felipe y Valparaíso. Pasaba a la Librería Crisis cuando estaba cerca del terminal rodoviario, en Av. Pedro Montt, atendida (aún) por don Mario Llancaqueo. Ahí me llamó la atención un título: La polca de los osos, de Margo Glantz. A pesar de mi poco presupuesto, decidí llevarlo. Por ese tiempo costeaba todas mis idas y venidas con el sueldo de mesera part-time de fines de semana —y las propinas—, además de un par de ayudantías ad honorem. Viajaba a Valparaíso en los días hábiles, cuando la ciudad no bullía (tanto).

En La polca de los osos descubrí una forma de hablar de la literatura de manera desenfadada. La frescura y naturalidad de las referencias de todo lo que Margo Glantz ha(bía) leído, visto y vivido me descolocó. A diferencia de los referentes masculinos de ensayistas que había revisado en la universidad (Bloom, Paz, Alonso, Galeano, entre varios más), Glantz hacía algo con las palabras que me parecía confuso, y esa confusión me atrapó. No había en su prosa una intención forzada por declarar algo, por realizar el análisis crítico de su época, por diagnosticar a la sociedad o al medioambiente de la literatura. Lo que leí en La polca de los osos fue una especie de conversación frente a alguien muy interesante que no rebuscaba al lenguaje ni lo engalanaba para sonar más seria, más inteligente o política. En ese gesto me sentí cómoda e hice de este, al menos por un par de años, el libro que una trae abrazado al cuerpo.

No quiero que se me malentienda. Me interesa, sí, leer ensayos serios, inteligentes y políticos, pero también me convoca la originalidad del decir. La forma. En ese sentido Glantz fue una autora que me abrió las ganas de seguir leyendo el género. O, al menos, de leer de un modo diferente entre tanta exposición de hechos y datos y verdades que conservan en sí el tono mesiánico de quien en apariencia sabe algo que el resto no. Esa manera, definitivamente, no es la que me llama.

Con el tiempo empecé a comprar libros de este tipo, estudios largos que se centraban en un solo asunto. Me hice de El Dios Salvaje: Ensayo sobre el suicidio de Al Álvarez. La escritura de Álvarez llamó mi atención, quizás porque para este libro el autor no busca sentencias, más bien indaga en imaginarios. Y la necesidad de decir nace desde el dolor, de la pérdida de su amiga, Sylvia Plath. Además, el título: El Dios Salvaje, es anzuelo que una desea enterrarse en el paladar.

Pero todo eso lo hice hace algunos años atrás. Mi condición actual de investigadora ha reducido mis lecturas, por la fuerza, a centrarla en los intereses que se agrupan en el marco de mi estudio. Lo bueno del trabajo que estoy haciendo es que no se centra en la ficción tradicional, sino en hibridismos, en alteraciones de la forma y del lenguaje, en movimiento, en performatividad y desarticulaciones. En esta búsqueda he encontrado trabajos que me han llevado de vuelta al ensayo, encontrándome con joyas que, de nuevo, no quiero soltar. He vuelto a dar con eso que no me deja indiferente. Mencionaré tres casos: uno de 2020, cuando estaba terminando mi magíster, los otros dos más actuales, al menos pasado el 2022:

  1. Entrar en la [prosa] de Natalia Ginzburg

Si es por mencionar una autora plenamente política, esa es Natalia Levi, alias Natalia Ginzburg. Antifascista, marxista y comunista, su escritura no queda exenta de ese velo a través del cual crea su poesía, narrativa, drama y ensayo. Sin embargo, no es lo que predomina. Hay un periodo en la escritura de Ginzburg donde se interesa por lo doméstico, lo íntimo. En Las tareas de casa y otros ensayos, la autora italiana circula por el ensayo como si fuera una crónica, estos subgéneros emparentados en la hibridez. Indaga sobre inquietudes mínimas, referencias literarias, idas y vueltas, casas que se adquieren y se abandonan. Dividido en dos partes, el libro de Ginzburg es una compilación llena de honestidad. La parte que más me gusta es la segunda, titulada “No podemos saberlo” y que parte así:

Escogí poner la fotografía del libro y no el poema que, seguramente, ha de estar en internet circulando. Por un lado, porque no quiero que se pierda la esencia de la forma cuando lo leí: directo desde una página de papel roneo con la curva propia del legajo de más de 400 hojas; y, por otro, porque desconfío del copy-paste desde internet. Ese hábito desborda al formato, lo desarticula, impone su letra, sus fondos, hay que acomodarlo a lo que se viene haciendo. Es una técnica que no quiero utilizar para este ensayo. Prefiero insertar la imagen.

Este gesto de Ginzburg, una reflexión que es un ensayo que es un poema, me recuerda cuando una vez tomé un taller de escritura de ensayo autobiográfico con Lorena Amaro, vía internet. Intenté hacer el ejercicio de escribir en prosa, pero no pude. Mi textualidad devino en un inevitable poema que hoy ha crecido y mutado, pero que, en ese momento, llenó dos páginas con la idea de una infancia imposible. Negada.

A Ginzburg la leí después de eso y encontré en sus ensayos una voz a la que me gustaría escuchar sentada, tomando café, comiendo pan con mantequilla, recogiendo las migas del mantel con las yemas de los dedos aún húmedos por el calor de la taza, tomando notas de esas ideas que suenan tan sencillas, pero que cargan con el peso de la memoria.

  1. Editorial Gris Tormenta – Viva México

En el entrecruzamiento de escritura-lectura-edición, este proyecto encuentra en el ensayo el lugar idóneo para traducir y promover al género. La colección “Disertaciones” tiene dos títulos que me fascinan: Un gesto del tiempo. Construcciones sobre la escritura a partir de un texto de Kathryn Yusoff y La lengua es un lugar. Dieciséis voces cambian de idioma para explorar la literatura y la vida en contextos distintos.

En ambos libros he encontrado textos verdaderamente conmovedores, que no solo remueven lo emocional, sino además lo intelectual. Llevan a pensar al lenguaje, la lengua, el habla y lo escrito desde aristas diferentes a la vez que complementarias. Cada reflexión sobre estos asuntos invita a la empatía, a ponerse en el lugar de quien enuncia y sentir lo que está diciendo, a acompañarle mientras dice lo que dice. Aquí mi fina selección:

  • “Las tentativas de la poesía” de Anne Boyer, traducido por Adalber Salas Hernández (Un gesto del tiempo)

¿Es que nuestros ruidos, nuestras quejas, nuestras acusaciones, nuestras críticas, nuestros relatos, nuestras lágrimas, nuestras preguntas, un lenguaje que es el existente, pero usualmente inaudito o escuchado solo como el pequeño rugido del vamos-bien, como hacemos-lo-que-podemos, como resistiendo-astutamente, el deshacerse lo justo, es hacer de nuestros materiales lo que queda como secreto en literatura, lo que queda como código en la falta de atracción, hacer de estos materiales lo que rechaza y se saca de encima manos que lo aferrarían y lo empujarían a circular, para que lo que esté en circulación envenene la circulación misma, lo que sea camisa de veneno que viste el terrible sí  y se adultera con ella? ¿Es lo que podríamos hacer que es todo eso y también es lo que sea que esté respaldado por la fuerza de los cuerpos, el ordenamiento de estos cuerpos? (140)

  • “Pisadas a lo largo de la senda” de Tim Ingold, traducido por Ana Stevenson (Un gesto del tiempo)

Las inscripciones entonces son una cosa; las impresiones, otra. La diferencia, a su vez, invita a reflexionar sobre el fenómeno de las pisadas. Uno puede leer el movimiento y la dirección a partir de una pisada, igual que partir de una inscripción -no como huella de un gesto, sino más bien como un registro de las distribuciones de las cambiantes presiones de la interfaz entre el cuerpo que camina y el suelo. Prestar atención a la textura de la superficie y a su contorno nos indica que se trata de una lectura tanto táctil como visual. Pisadas distintas quedan registradas más nítidamente no en superficies duras, sino en aquellas que, siendo blandas y maleables, son fácilmente impresionables, como la superficie de la nieve, la arena, el lodo o el musgo. (78)

  • “En otras palabras” de Jhumpa Lahiri, traducido por Marilena de Chiara (La lengua es un lugar)

Se podría decir que el mecanismo de la metamorfosis es el único elemento de la vida que nunca cambia. El recorrido de cada individuo, de cada país, de cada época, del universo entero y de todo lo que contiene, no es más que una serie de mutaciones, a veces sutiles, a veces profundas, sin las cuales nos quedaríamos detenidos. Los momentos de transición, en los que algo se convierte en algo más, constituyen la espina dorsal de toda persona; sean de salvación o de pérdida, son los momentos que tendemos a recordar: le dan una estructura ósea a nuestra existencia. Casi todo el resto es olvido. (40)

Esta colección me permite repensar lo que escribo cuando lo escribo y el por qué. Me invitan -nos invitan- a sentir al lenguaje como algo vivo, latente ¿No es eso acaso este gesto de escritura ensayística? ¿No es mantener vivo al género, al material hecho de palabras?

  1. Juan Cárdenas: está pasando

Cuando leí el cuento “Volver a comer del árbol de la ciencia” lo primero que pensé fue “¿qué es esto?”. Recorrí después el libro homónimo completo y terminé más confundida. Guardando las proporciones, el último texto de 41 puntos enlistados fue como revisitar los aforismos de Nietzsche, y, convengamos, Cárdenas tiene algo a lo que el hombre del mostacho no accedió: latinoamericanidad. En el ejercicio de trabajar con arte y con literatura y tener acceso, desde este punto de la existencia y los registros humanos, Cárdenas se permite explorar, y hay en él algo que todo ensayista porta: la necesidad de decir. No es con urgencia del querer contar, ni de hacer reír, ni de ficcionalizar; es rumiar ideas y darle un lugar en el decir en.

En uno de sus últimos libros de ensayo, titulado La ligereza, el autor colombiano defiende una premisa: el arte, el buen arte, es siempre ligero. Y no le faltan ejemplos. Desde los Caprichos de Goya hasta la agilidad de Nadia Comăneci, Cárdenas trasluce los residuos valiosos de su trabajo como curador, como observante y como lector. Pero más allá de este pequeño y contundente libro, me interesa lo que hace el escritor en el ámbito de la ficción híbrida, específicamente en la novela Peregrino transparente ¡Qué novela! No hay día que no me suelte. La leí a finales de 2024 y todavía no puedo liberarme de sus imágenes. Pero ¿qué tiene que ver el ensayo con “Volver a comer del árbol de la ciencia” y Peregrino transparente? Ambas ficciones intercalan discursos: por un lado, está el archivo, por otro la ficción que leuda como pan y, por último, el ensayo puesto ahí, de forma descarada, frente a todxs lxs lectorxs. La hibridación de los ejercicios de Cárdenas intercalan estas tipologías textuales que se cuelan, se contaminan entre ellas y dan como resultado obras desafiantes, inquietas. Y a mí me gusta esa inquietud.

El reencuentro en contexto

Pienso en mi relación con Instagram, plataforma que ocupo para procrastinar libremente, a veces informarme, dejar de tomar en serio o tomarme muy en serio ciertos asuntos. Es un espacio, para mí, liminal, disolvente. Me pone en lugares que me interesan y otros que me entretienen. Asumo la poca democracia que hay en mi red social: yo escojo, yo decido qué/quién entra, qué sigue hacia abajo, en qué se profundiza. Me llama la atención la cantidad de ilustradores que hacen dibujos tiernos, mayormente con animales antropomorfizados que invitan a relajarse, dejar de exigirse, parar, mirar los detalles. En términos simples, dejarse sorprender por las cosas bellas y mínimas del mundo. El problema que tengo con esos posts es que les doy like mientras pienso en lo que tengo que hacer. En el acto del doomscrolling mi mente piensa: “sí, sí, muy bonito, hay que hacerlo… pero no se puede por ahora”. }

Lo que agradezco de reencontrarme con el ensayo es que no solo me sorprendo, sino que también paro, me detengo de verdad. Me ataja en su lectura, en eso dicho por el otro, en su reflexión, y busco los puntos de acuerdo y desacuerdo, y hago anotaciones a los costados y marco con mis banderines plásticos las ideas que más me conmueven. El ensayo tiene algo que otros géneros no poseen: la capacidad de probar en sí mismo, ensayarse en el lenguaje, integrar elementos diversos para enunciar con honestidad algo que circunda por ahí, por la mente del ensayista.

Cada cierto tiempo, pasa lo que Natalia Ginzburg dice en “Cien años de soledad”, respecto a su experiencia de lectura de la novela de García Márquez: “quizá ya no recordaba lo que era una novela viva. No recordaba cuánta vida nos aporta y cómo puede, de golpe, con su viva presencia, transformar nuestros trajes de luto y nuestra íntima indiferencia lúgubre”. Lo que describí al inicio, esa tristeza por la pérdida de la capacidad de sorpresa, me la ha quitado el ensayo. Es aquí donde he podido volver a sentirme impactada, descubriendo ideas e historias que no sabía que me urgían. Quiero recordar, escribiendo, que el lenguaje está vivo y se nutre de estas escrituras ligeras.

San Felipe, 12 de agosto de 2025


Natalie Israyy (Viña del Mar, 1991). Profesora de Castellano por la Universidad de Playa Ancha, Magíster en Literatura Comparada por la Universidad Adolfo Ibáñez y Doctora (c) en Literatura por la Pontificia Universidad Católica de Chile (becaria Anid). Es autora de los libros Toma de Muestras (Bathory, 2020), Apócrifa (Queltehue ediciones, 2022) y del cuento "Nela" perteneciente al libro Carnívoras. Relatos zombies escritos por mujeres (Astartea editorial, 2021). Parte de su poesía también se encuentra en el libro Imaginaria. Antología poética de autoras del valle de Aconcagua (2022) y en la revista WD40. Ha escrito reseñas para medios digitales como barbarie.lat, laantorchamagacín.com y carcaj.cl. En el ámbito académico, estudia la figura del parásito en la literatura y arte latinoamericano, exponiendo en congresos nacionales e internacionales y publicando en revistas especializadas.

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