
Dolor que respeta el sueño. Ensayo familiar en una monodia. ¿Qué tono familiar ensaya George Galo, qué hace la voz con esa nota que percute el cuerpo marcado por la palabra familiar, y a partir de la cual nace esta obra que excede, que sobrepasa el discurso familiar?
Kaira Vanessa Gámez
Al comenzar a escribir estas líneas, me preguntaba: ¿Cuál fue mi entrada a este libro? ¿Por dónde accedí? Lo leí de principio a fin, sí, pero cuál fue ese principio, dónde estuvo el fin. Al hojearlo, buscándome como lectora en el recorrido que seguí, encontré una pequeña brújula. Sin darme cuenta había anotado, junto al primer verso de cada una de las tres partes en que se entonta esta monodia, otro verso, tomado de su interior. Fue una sorpresa, allí estaban mis puertas. Se hizo legible para mí un regalo poético de este libro: sus tres partes son momentos, son escansiones temporales de un mismo pulso, cortes en la experiencia que reenvían al lector a su propia escucha y que no permiten seguir de largo sin posicionarse, sin discernir lo que ocurre con el tono en cada canto. Y otra cosa: cada parte inicia más adentro. No en el verso que la inaugura; la entrada a cada canto está en el interior de cada uno de ellos. Esto tiene consecuencias.
Años. Es el primer verso que nos entrega el libro. Junto a él, apunté otros tres, un poco posteriores: Aaaaaa / Words, words, words / según Shakespeare. Esa fue mi entrada a este Dolor que respeta el sueño, esas son para mí sus primeras líneas. Un grito de sufrimiento, de dolor, que emerge cuando la palabra pierde su condición de palabra y lo invade todo. Cuando todo es palabra, no hay ya palabra. Y la voz inicial de este canto lo padece: Aaaaaa / parole, parole, parole. Pobres narrados con / palabras, palabras, palabras. Y ya no hay goce en las sílabas, y viajamos ahítos, y perseguimos esplendores como gatos que confunden reflejos con su cacería. Es el infierno de la palabra que ya no habla, que no es más que imagen, dejando al cuerpo aquejado en la domesticación de no conocerse.
Es un inicio en el que hay un poderoso cuestionamiento. Esa voz que en realidad es grito, asalta la noción misma de identidad. La convoca para atravesarla. De allí resalto una tensión conmovedora: de un lado, la identidad dibujándose a partir de las dedicatorias escritas en los libros que han sido recibidos como obsequio. Por otro, la imposibilidad de acabarse de hallar allí, la objeción, una brecha entre la imaginación del otro sobre el yo y las propias dimensiones del cuerpo.
El prólogo anuncia esa desproporción. Ese breve poema que es el prólogo -cuyos versos son a su vez, voces que han marcado a esta voz- y que precede al gran poema que vendrá, advierte, a través de Horacio: un libro cuyas figuras, como los sueños de un enfermo, se moldeen tan vanamente que ni pie ni cabeza a una única forma correspondan. Es verdaderamente el ars poética, no de un libro, sino de los sueños de un enfermo. Estamos, y lo sabemos de entrada, ante un sueño, ante un deseo animado por la materialidad del sueño. Deshilar las palabras de la vanidad de la forma, ensayar con ellas, no la figura, sino el impedimento, el agujero que haga existir un cuerpo onírico, valga la redundancia. El sueño es en sí mismo una objeción a la forma. Pero no una objeción dialéctica, no es la antítesis de la forma, es su impugnación. Y ello habla en este texto.
En esa primera parte, entre la hagiografía de un yo nimbado y la perturbación que introduce en el yo el cuerpo real, amaneció una guerra. Una guerra que llevó a la carne a intransitar, a ser hoguera para sí misma. Así llega un primer corte: por propia mano todo arde y queda sólo un presagio que conduce el viaje que se desplegará: la condena a ser rumor rastro / no cuerpo / bajo tanto adiós.
Condenado a no tener un cuerpo. La segunda parte de este canto inicia en ese tono, el de una vitalidad que no bate más las aldabas. Su primer verso: Delgado muchacho como una respiración. La respiración adelgazada, el ser desmenuzado, inhabitado, la constatación de tener pulmones y no saber bailar con ellos. Es el tiempo del arribo al no cuerpo. También, es el tiempo de los brujos, de los sabios, de los gastroenterólogos, de los curanderos. Mejor dicho, el tiempo de los doctos. Los doctos que fallan -familiarmente- en tocar algo más allá de los declives del contorno llamados yo, y una súplica: despertar ya o dormir ya completamente.
El tercer y último canto inicia con el manifiesto ontológico de esa existencia incorpórea: Sin ser. Dos versos más adelante, una pregunta introduce el tono que definirá ese momento: Por qué no sueño pregunté alguna vez al vate. Y continúa: en qué sitio está el que su envés ya no es lenguaje. Perder el lenguaje es perder el cuerpo y con él, parte el sueño. Perdido el sueño, la voz que queda, queda en una noche sin noche. Lo disruptivo, la nota peculiar es esa pregunta que hace de esa ausencia un indicio. Un no saber que se convierte en una luz, extraña, de la que la voz se sostiene para avanzar en la hora de la devastación: Por qué no sueño. Ciego onírico, que como Tiresias, lee. Y así atraviesa ese último tramo, a tientas, hasta dar con una presencia sutil que rehabilita para él la escucha misma, y allí, su propia voz. No un brujo, no un médico, no un científico; un hermano. Único, insustituible, un cuerpo-otro en el que no ha dejado de resonar la palabra. Allí ocurre uno de los versos más hermosos para mí del texto y que es, a su vez, una invitación fraternal que nos alcanza a todos: Oigamos una ceniza de buen aroma cayendo lejos. Hay un otro que, sin ser ciego, es capaz de oír. Hay un otro junto al cual el ser puede devenir -algo más que palabra- son.
Y aunque allí culmine el texto -formalmente-, leo -quizá sea más preciso decir, escucho- el final de la travesía en otro lado. En las primerísimas páginas del libro hay unas palabras de Husserl convertidas en versos: Entre los cuerpos de esta naturaleza reducida a “lo que me pertenece” yo encuentro mi propio cuerpo. Y continúa: no es solamente un cuerpo sino mi cuerpo, el único del que dispongo de modo inmediato. Un trazo, una marca de la abuela sobre esos textos husserlianos, es señal del camino. Una abuela que inscribió el cuerpo de su nieto, que dejó en él una marca poética, un vacío, del cual es posible servirse para encontrar el propio cuerpo por el trazo que este deja. No es la vía del ser que proporciona el periplo por la identidad, no es la vía del yo; es el encuentro de lo que hay a partir del sonido de la letra. Abuela, tú en la misa oías levantar los corazones. Ella oía. Él la oía oír. Situada ella, bellamente, en la primera parte del libro, para mí, es allí donde culmina el recorrido, en el inicio. Y si hay un inicio, un saber-oír el cuerpo, se agrietan los augurios, se conmueve el tiempo, vibran las escrituras en que se sostiene el destino.
Dolor que respeta el sueño. Ensayo familiar en una monodia. ¿Qué tono familiar ensaya George Galo, qué hace la voz con esa nota que percute el cuerpo marcado por la palabra familiar, y a partir de la cual nace esta obra que excede, que sobrepasa el discurso familiar? El hacer que yo escucho es el arribo, la conquista de un dolor que permita volver a soñar. Es a través de ese dolor, inscrito y escrito a pulso, que el cuerpo recupera un lugar y la propia sangre vuelve a importar. Un gesto, un homenaje, una reverencia al dolor, y a lo que en él hay de sueño, de deseo. Me queda una pregunta que agradezco a este libro: ¿la herencia, cuando es don de lectura y escritura, puede atravesarse entre la boca de la serpiente y su propia cola? ¿Qué de la herencia sana de la herencia? No es un libro ouróboros. Gracias, Galo, porque es un libro de múltiples puertas.
* G. Galo. Dolor que respeta el sueño. Ensayo familiar en una monodia. Bogotá DC, Ed. Escarabajo, 2025.
Dolor que respeta el sueño
[Fragmento]
G. Galo

***
Sin escuchar una sola confesión de bajeza
el humano traspiés de lo bailable
las reverencias.
Me persigue por los atolladeros que se llaman gentes.
Cuadrícula calcada de ese cerrado precipicio que se llaman sitios.
Y los dinteles de la vida que se llaman vida.
Redoblo un nacimiento inepto.
Recuerdo del destino mi carácter la intolerancia.
Hablando por este mismo vértice incontrolado
anverso y sucesor.
Padre el más viril de los sordociegos.
No cruzaste el maternal río y yo me perseguí con la infecunda medida.
Intento de ser el más padre de los padres.
La escritura de tu pan sobre aquel vino vaciado en el resto de mi plato.
Te ennegreces con la pavesa restante del ritual que con amor ya incendias.
La endogamia de mantenerme distraído.
Alimentado en la humedad de tus mendrugos.
Desde niño las gotas del anís como una indecencia en mi lengua
butilbromuro de hioscina antiespasmódico
loperamida antidiarreico.
Delicada métrica en la química
como en la poesía ontológica o el rap.
Las bibliotecas de mi casa vademécum de cada pensable albergue.
Eran solas de la fría literatura médica.
Sustitución de los afectos.
El mesón de un gramo para aplanar mis sesenta kilos.
La mente perdiendo dominio
hioscina o escopolamina
según los laboratorios
burundanga
según el Caribe africano.
Hyoscyamus niger Mandragora officinarum Datura ferox Atropa belladonna
hierbas de las brujas o la hierba loca
Esa necesidad de movimiento, ese apetito de espacio, en la mayor parte de las plantas, se manifiesta a la vez en la flor y en el fruto […] pues no hay semilla que no haya inventado algún procedimiento particular para evadirse de la sombra materna
según Maeterlinck.
Una plegaria al revés para la más blasfema infancia como conducto cervical
Divinum opus sedare dolorem est
según Hipócrates.
Papaver somniferum
God’s Own Medicine.
El opioide estreñimiento narcótico.
Lo que pause la roña o bien el movimiento.
Persiste en ser adormidera
no atraviesa tranquilo
la barrera hematoencefálica
hemato sangre
encefálica en cabeza
tranquilo.
¿Y si la atravesara remolcadora padre o debo decir doctor?
La imagen de un hombre con un sable sobre un depredador apaciguado.
Holocausto se proclama sobre el sistema nervioso del centro
enterogermina bacillus clausii
gérmenes hambrientos de otros gérmenes
lo muerto haciendo lo vital
diosmectita silicato de magnesio y aluminio
arcilla para solidificar lo oceánico inaguantable.
La incontinencia es la vergüenza pidiendo tribuna estrecho.
Debe engullirse el mundo si se desea persistir en él
aun los desechos
trescientos punto tres efe cuarenta y dos
trescientos punto ochenta y dos efe cuarenta y cinco punto uno
eso ya según el DSM-5 temprano mausoleo.
Cómo el trasto digestivo es hijo del nervio.
Digestión siempre espiritual
camino de difuntos en los intestinos.
La amabilidad de cualquier tóxico o mata y cura según se le considere.
Φάρμακον.
Pintura medicinal.
La diatriba quirúrgica de un polvo
un mineral bien trabajado transmuta el alma
lo inmaterial en matemática
tejido de loriga.
Azuzando la escasa cerilla su esperma.
El líquido de la mente contra la mente.
Rito irresistible y la víctima sacrificial
una discretísima hecatombe.
La espada queriéndose pasar su propio filo.
Toro en forma de psique y una grajea un mazo.
En sus testículos la carnicera peña donde se vuelve buey.
Asistencia del intelecto al agravio de tenerse.
Repuesto para espíritu mal animal confeccionado.
Extinto si no le auxilia ficticia fuerza alguna.
Llego a la tardanza donde te hiciste alcohólico abuelo.
A los treinta años y su final de jornada en que te hincabas frente a un gramófono para llorar la música de una isla.
Enseñándote tu propia articulación el español como una lengua muerta.
Leyendo diccionarios esa poética del caos
veinticuatro palabras tiene un día
y una botella de Royal Salute.
Agradable mal olor que corresponde a la libertad.
La emigración esa manera en largas charlas.
Con un súcubo
advenedizo.
Un silencio de costumbres.

Kaira Vanessa Gámez (Caracas, Venezuela, 1990). Lee, escribe, practica el psicoanálisis. Licenciada en Psicología por la Universidad Católica Andrés Bello y Magíster en Filosofía y Ciencias Humanas por la Universidad Central de Venezuela. Autora de Lo demás es voz (2022). Ganadora del V Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas (2020) y finalista en su cuarta edición (2019). Sus poemas han aparecido en diversas antologías y revistas literarias: Letralia, Santa Rabia Poetry, El Cautivo, Kametsa, Los Enjambres, revista Casapaís, Círculo de poesía, entre otras. Es Asociada a la Nueva Escuela Lacaniana del Campo Freudiano (NELcf, sección Caracas) y profesora universitaria en el campo de la clínica, de la ética.
G. Galo (Caracas, 1995) es poeta y cineasta. En 2015 aparece su primer libro de relatos: Ucronías, ficciones filosóficas (Ed. Eclepsidra). Se han estrenado las óperas de cámara con libreto de su autoría Melpómene (2017) y Disparatismo o cómo acabar con el arte (2019) —ambas del compositor Felipe Hoyos González—, así como el musical Raíces Rojas (2019) del compositor y letrista Camilo D. Salas. Sus libretos de ópera mencionados, así como el de una tercera, La superstición de la paloma, han sido reunidos en el volumen Teatro para ser cantado, publicado en Madrid en 2022 (Kalathos Ed.). En 2025 se publicó en Bogotá su largo poema monódico Dolor que respeta el sueño (Ed. Escarabajo). Con su poema “Eros II” resultó merecedor del segundo premio del 5to Concurso Nacional de Poesía Joven Rafael Cadenas, y así figura en la antología publicada por la Fundación La Poeteca; su poema Silbo a la fauna de la zona tórrida recibió Mención de Honor en el 2do Concurso de Poesía Diversa. También ha aparecido en diversas antologías de poesía en revistas y folletos literarios, y ha escrito y dirigido obras cinematográficas tanto documentales como de ficción. Sursum corda, amore (2024) es su primer largometraje estrenado. Actualmente es presidente del centro PEN Venezuela.

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