Sobre locaciones y palos, a propósito de un informe sobre el modo composicional de textos de Gustavo Boldrini

Lanzamiento de Asilvestrado. Premio al mérito abandónico del Colectivo Pueblos Abandonados. En la imagen: Marcelo Mellado, Gustavo Boldrini y Rosabetty Muñoz, Centro Cultural de España en Santiago, 21 de agosto de 2025.

Estamos, qué duda cabe, ante un informador de campo (textual), un hacedor de informes como tarea que un sujeto manufacturero asume, como parte de su trabajo de una ficción no novelesca, sino cívica. Es el trabajo de un merodeador, de un historiador de los registros menores de lo rural-urbano que, precisamente, la razón institucional no contempla por la voluntad de abandono programado de los administradores de la letra impresa y el documento administrativo

Marcelo Mellado


Desinstalar al autor

Cuando me topé con estos dos textos de Gustavo Boldrini, Longotoma y Raín, imaginé lúdicamente que los títulos de los libros dicen poco del contenido por exceso de economía, pensando ingenua y delirantemente en romper con esa institución reductora del lenguaje, la que parece tan necesaria, siempre tan determinada por la lógica publicitaria.

Claro, es difícil titular un texto, hacer el resumen preciso de una oferta de obra. Y en un “charcha” juegote borgeano quise plantearme lúdicamente que ojalá los libros no tuvieran título. Incluso, una de mis obsesiones sería escribir un libro no titulado, sino una parrafada que coincidiera con el inicio del relato o con una portada que no dijera nada.

No me refiero con esto, especialmente, a los libros del autor al cual tenemos como objeto, sino a toda la oferta editorializante. Y este padecer de la indecibilidad del título sería parte de un juego imposible. Planteo esto porque es tan potente el contenido del texto de este sujeto autoral chilote que el proceso de titulación estaría de más o no tiene más remedio que la toponimia obvia o el nombre de propio.

Me pasa algo parecido con los autores o con la metafísica autoral, por eso siempre me he imaginado una literatura sin autores, centrada en los modos de producción dominantes en estrategias textuales que respondieran a las fuerzas productivas en funcionamiento.

El autor, me tinca, es una especie de “logro” de una modernidad obsesionada con el copyright y con héroes intelectuales, propios del romanticismo alemán, sobre todo, facho y sobredimensionado.

Más que autores habría modos de producción de obra y líneas de trabajo composicional que dependerían de momentos histórico culturales o de paradigmas textuales, entonces, más que autores, habría líneas de trabajo textual.

Colectivo Pueblos Abandonados, Asilvestrado. Premio al mérito abandónico, 2025, libro dedicado a Gustavo Boldrini.

Haciéndole al territorio

En el caso de nuestro referente está la estrategia de visibilidad, puesta en escena y poblamiento, en términos “retóricos” sobre todo, de un territorio abandonado por el Estado, es la representación casi pedagógica de lugares fuera de la razón capitalina dominante. Se está fundando una nueva ciudadanía letrada.

Y en este punto se puede establecer una analogía del trabajo de Boldrini con el modo productivo de un Rubén Azócar, un Coloane y hasta de un Edesio Alvarado, lo que armaría un corpus o un punto de vista que hace del lugar una especie de vértigo significativo y simbólico. Por supuesto que hay aspectos particulares que aportaría el texto de Boldrini, en relación a un texto más autorreferencial y fragmentario.

Puede que esta actitud antiautoral y antieditorial, a nivel personal, esconda el resentimiento que tengo con el mundo literario e intelectual por el carácter fallido de mi propia obra, es una posibilidad.

Longotoma y/o Raín, referencias fundantes de esta emisión textual, aluden a un nombre de lugar o locación, a una toponimia que abre múltiples caminos mitológicos y dialogales que efectivamente fundan y delimitan un torrente sanguíneo de habitabilidades y ocupaciones de lugar, por un lado. Y por otro, se da cuenta de un personaje ficcional, pero con los rasgos apoteósicos de la memoria histórico insular territorial que apunta a la cultura de la madera, indaga en una subjetividad no criolla, sino más bien posmoderna, para señalar una manera que rompe con la doxa del realismo (o la representación) más clásico.

Cuando Gadamer dice que la novela contemporánea ya no se interesa en desarrollar acciones, caracterizando un modo de la modernidad del siglo XX, nos está planteando las condiciones de una nueva estética narrativa. Esto implica, también, un quiebre con la tradición decimonónica que privilegia la consecutividad y una causalidad específica de la trama narrativa.

Y el autor quedaría como una mera función del discurso, al decir de Foucault, en un sentido como de articulador de archivos, si mal no recuerdo, que es un rasgo muy marcado en el texto de Boldrini, incluso a nivel de voluntad de levantamiento de informe.

Y eso es lo que hace un territorial abandónico, informar o, lo que es lo mismo, establecer una continuidad morfológico narrativa con el suelo que le toca catastrar. Sin pintoresquismos ni localismos criollísticos.

Letrando lugares

Al enfrentar la lectura del texto de Boldrini, Longotoma y Raín, de modo disperso, se me aparece un calce territorial que tiene que ver con los modos de la madera, por un lado, y la casuística de los suelos que cada sujeto pisa con sus pies y trabaja con sus manos moldeadoras y carpinteras. Y todo con la mediación del cuerpo manual y los misterios del agua en un contexto de búsquedas y sorpresas insulares legendarias.

Ambos textos se sostienen en un subtítulo que parece apelar a la delimitación retórica o a la construcción de la geografía como un campo lexical, en el caso de Longotoma se instala la noción de fragmento y la imposibilidad de la novela, como una necesidad de una locación letrada ya ficcionada, por lo que el ejercicio narrativo sería una redundancia. El subtítulo no quiere ser aclarador, todo lo contrario, pretende oscurecer el texto, al consignar trazas de charlas noctámbulas, prácticas arcaicas de pesca y de cultivos, y mitologías varias. Entonces, la tesis del fragmento consiste en evitar los trabajos de verosimilitud que implica la novela como género. Y la opción que se impone es el voluntarismo de una narratividad dispersa que delimita la brutalidad de lo decible y lo contable.

En Raín, la palabra crónica define el subtítulo, neutralizando una novela que juega más con los episodios, típicamente narrativos, en que se trabaja la teoría de la manualidad y de la omnipresencia de la madera como eje territorial. En este punto me conecto a nivel personal con el texto Construir un Bastón. Esta referencia me la ha enviado por WhatsApp Rosabetty Muñoz, como una coincidencia o hallazgo conectivo. Y me topo con el delirio de “el hombre de los palos”, ese que saca madera para elaborar bastones, de esos que usan los cojos.

Y en lo personal, parte de mi trabajo de suelo y territorio, que yo llamo arborizaciones, consiste en cosechar bastones como dispositivo de desplazamiento, tanto figurativa como materialmente, como una derivada de la producción textual, en donde la mano corporal va estableciendo una complicidad con el cuerpo territorio. Y, por cierto, en donde surge la mediación omnipotente de la carpintería. Este modo de trabajo de la madera tiene varias aristas, en parte ligadas con la soberbia manual, pero también es un modo de habitabilidad.

En lo personal suelo visitar a mi familia chilota y parte del viaje a la isla está determinada por la cosecha de bastones de distintas especies arbóreas. Y ahí me conecto con el concepto de la manualidad como pensamiento, que es, claramente, una de las tesis del texto de Boldrini.

Estamos, qué duda cabe, ante un informador de campo (textual), un hacedor de informes como tarea que un sujeto manufacturero asume, como parte de su trabajo de una ficción no novelesca, sino cívica. Es el trabajo de un merodeador, de un historiador de los registros menores de lo rural-urbano que, precisamente, la razón institucional no contempla por la voluntad de abandono programado de los administradores de la letra impresa y el documento administrativo.


Marcelo Mellado en La Furia del Libro, Santiago, mayo de 2024 © LAM.
Marcelo Mellado (Concepción, 1955). Escritor, docente. Estudió literatura y pedagogía en castellano en la U. Católica de Valparaíso y en Santiago en la U. Católica. Desde la década de los ochenta se ha residenciado en diversos territorios del país (Chiloé, San Antonio, Valparaíso), dedicándose a labores agrícolas, la enseñanza y la escritura. Es autor de una vasta obra narrativa, que incluye las novelas El huidor (1992), La provincia (2001), Informe Tapia (2004, 2019), Ciudadanos de baja intensidad (2007), La hediondez (2011), La batalla de Placilla (2013), Monroe (2017), El niño alcalde (2019), Guía de la vecina insurreccional (2021), Teatro de muñecos (2022); y los libros de relatos: El objetor (1996), Armas arrojadizas (2009), República maderera (2012), Humillaciones (2014), Madariaga y otros (2018). Ha colaborado de manera asidua para la prensa con crónicas y ensayos (The Clinic, El Mercurio de Santiago y Valparaíso, Ciudad Invisible, El Desconcierto, Guion Bajo, entre muchos otros), los cuales, en parte, están recopilados en La ordinariez (2014); y publicó el libro misceláneo Libreta de bolsillo. Apuntes vecinales [bosquejos atópicos] 2010-2015 (Schwob Ediciones, 2023). Premio de la Crítica (2007), Premio Municipal de Literatura de Santiago (2015), Premio Mejores Obras Literarias Publicadas, Consejo Nacional del Libro y la Lectura (2015). “Sobre locaciones y palos, a propósito de un informe sobre el modo composicional de textos de Gustavo Boldrini” hace parte del libro Asilvestrado. Premio del mérito abandónico, el cual es un homenaje a Boldrini y fue recientemente publicado por el Colectivo Pueblos Abandonados.

Deja un comentario