Marcel Schwob. Cronología y textos

Marcel Schwob en una xilografía de Germán Araya para la edición del libro.

A manera de adelanto, ofrecemos un fragmento del prólogo del libro Marcel Schwob, Vidas imaginarias [selección] de próxima aparición por Schwob Ediciones de Valparaíso.

Eduardo Cobos


Bueno: lleguemos a un acuerdo. Lean a Petrus Borel, vístanse como Petrus Borel, pero lean también a Jules Renard y a Marcel Schwob, sobre todo lean a Marcel Schwob y de este pasen a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.

Roberto Bolaño

Mayer André Marcel Schwob nació en Chaville, un pequeño pueblo al oeste de París, el 23 de agosto de 1867. Creció en medio de una familia judía ilustrada (historiadores, rabinos, médicos, bibliotecarios y escritores), que lo estimuló al estudio y el cultivo de las letras. La madre, Mathilde Cahun, era una prestigiosa educadora y tuvo mucho que ver en la enseñanza de sus hijos Maurice, Marguerite y Marcel; este último, el menor, fue habituado muy pronto a los idiomas y a los libros por sus preceptores. El hecho lo recordaría siempre:

El primer libro que tuve me lo trajo de Inglaterra mi institutriz. Yo tenía cuatro años. Recuerdo claramente su actitud y los pliegues de su vestido, una mesa de trabajo ubicada frente a la ventana, el libro de tapas rojas, nuevo, brillante, y el olor penetrante que exhalaba entre sus páginas: un olor acre a creosota y tinta fresca que los libros ingleses recién impresos conservan durante bastante tiempo. (…) con él aprendí a leer[1].

Más adelante, leyó con especial atención a Edgar A. Poe y en el colegio sus versiones de los clásicos latinos fueron muy valoradas. Su precocidad e interés múltiple hicieron oscilar sus conversaciones de infancia entre la geografía, la química, la literatura, las artes o la astrología. A los once años, inició su participación en la prensa con un artículo sobre Un capitán de quince años de su idolatrado Julio Verne, publicado en el Phare de la Loire. Este era el principal periódico de la próspera Nantes, el cual apostaba por lo informativo y la reflexión en favor de la naciente Tercera República francesa (1870-1940)[2], y que había sido adquirido en 1876 por su padre, Isaac George Schwob, quien era un periodista cosmopolita, de ideas fourieristas, que había estudiado junto a Flaubert en un colegio de Ruán, integrado un círculo intelectual con Banville y Gautier, escrito para el mítico Corsaire Satan de Baudelaire y Petrus Borel, y tuvo el honor de firmar un vaudeville con Verne.

A través de la observación de una fotografía, tomada a Marcel Schwob a los doce años, su biógrafo y amigo Pierre Champion[3] nos lo describe como a un niño encantador, cuyos rasgos ya prefiguraban al adulto en “…la agudeza de sus ojos, su hermosa frente, la boca bien esculpida, un poco gruesa, la viveza de sus manos”[4]. Al parecer, nunca le gustó mucho Nantes; allí, en todo caso, se convirtió en un lector voraz.

En 1881, Marcel Schwob fue enviado a París para continuar los estudios. Residió con su tío materno, Léon Cahun, en la Biblioteca Mazarino donde este, al ser el conservador bibliotecario, disponía de habitaciones espaciosas, atiborradas de libros y objetos de arte. Cahun se declaraba socialista y había colaborado desde siempre con la prensa de avanzada. Hombre imaginativo, erudito, tenía buen humor y había viajado en los setenta, durante tres años, como explorador del ejército por Asia Menor, Siria y las riberas del Éufrates, lo cual nutrió sus investigadas y entretenidas novelas de aventuras que tuvieron cierto éxito editorial. Además, en la Sorbona dictaba clases en una cátedra orientalista inaugurada por él. Sin lugar a dudas, fue de gran influencia para el adolescente Marcel, apasionándolo por las lecturas exhaustivas, por Villon y Rabelais (esenciales en el futuro de su sobrino), en el uso de documentos de archivo como fuente para la creación y por las traducciones de clásicos de la Antigüedad (Catulo, Apuleyo, Petronio, Anacreonte).

En cuanto a los estudios formales, a Marcel Schwob en un comienzo le fue suficiente el liceo Louis-Le-Grand para solventar sus inquietudes (allí conoció a Léon Daudet, Paul Claudel y George Guieysse, con quienes creó una especie de cofradía intelectual), destacando en latín, inglés y alemán. Pero en los siguientes semestres ya no le interesaron del todo los programas escolares y quiso ampliar sus conocimientos derivándolos hacia la paleografía griega, perfeccionando definitivamente su alemán –llegó a leer a Kant sin intermediarios– y cursó filología y sánscrito en la Escuela de Altos Estudios.

De igual modo, fueron tiempos de ardua experimentación con el lenguaje: perpetró cientos de poemas (sólo se conserva un puñado) y refinó su prosa con artículos críticos que daban cuenta de sus teorías humanistas y de la gran cantidad de autores que le interesaban. Muchos textos fueron a parar al Phare de la Loire. Y a todo esto, le sumó su primer relato de ficción, “Pupa, escenas de la vida latina”, resultado de sus acercamientos a la antigüedad romana, que contemplaba topografía, bajos fondos, organizaciones delictuales y comercio sexual. Leyó con fascinación La isla del tesoro de R. L. Stevenson: “Entonces supe –rememoró al tiempo– que había sucumbido al poder de un nuevo creador de la literatura y que, en adelante, mi espíritu sería subyugado por imágenes de color desconocido y sonidos aún no oídos”[5].

Luego de graduarse de secundaria, realizó en Vannes (Bretaña), entre 1885-86, el servicio militar en un regimiento de artillería. Aunque no fue una estadía placentera, la experiencia lo marcó, ya que sus rudos compañeros de las clases populares, inagotables caminantes y especialistas en explotar todo lo que se les pusiera por delante, usaban con fluidez y descaro un habla casi de secta, versátil, potente, la cual lo encandiló de inmediato como lingüista: el argot. Volvió a París con la cabeza llena de ideas. Y pese a no ser aceptado en la Escuela Normal Superior, en la que debía seguir estudios presionado por la familia para ejercer como profesor, obtuvo con honores una licenciatura en Letras.

Belle Époque y periodismo, los Coquillards y siempre Villon

En 1888, movido en parte por el rechazo de nuevas postulaciones a la Escuela Normal Superior, se volcó con entusiasmo a ventilar relatos de ficción en el diario de su padre, a lo cual agregaría una serie de notas de costumbres sobre París (canción popular, argot, bailes públicos, vida en las tabernas), que le dieron cierta notoriedad. Por otra parte, se atrevió a cartearse con Stevenson, ofreciéndole algunos documentos para que le sirvieran de proyecto a una novela, la cual gustoso traduciría. Fue la apertura de un vínculo epistolar fraterno y de admiración mutua. Regresó a la Escuela de Altos Estudios, tomando un curso con el visionario lingüista Ferdinand de Saussure. En 1889, producto de una investigación con Guieysse, que se había suicidado hace poco con apenas veintiún años, vio la imprenta el consistente Estudio sobre el argot francés, en el cual se cuestionaba, desestimando, muchas especulaciones metafóricas sobre el tema. En el estudio se proponía que, tesis innovadora para la época, el argot no era una jerga de generación espontánea, siendo más bien de índole artificial y comprendida sólo por los iniciados.

También fue un momento trascendente en su oficio de escritor, tomando plena conciencia del valor del estilo. Así, su artículo “El realismo” del Phare de la Loire venía a ser una verdadera poética en torno a la creación:

…la estructura de la obra de arte no es la de la obra natural: la composición fingida está ahí para reemplazar el sistema de órganos que cuida de la unión de las cosas vivas. El arte de componer las impresiones reemplaza las causas finales que imponen las formas a las partes de la naturaleza[6].

Otra faceta, no menos significativa, se concretaba al emprender, junto a Auguste Bréal, la traducción de Los juegos de los griegos y de los romanos de W. Richter, libro rico en detalles vinculados a la cotidianidad del mundo antiguo y que fue ineludible para algunos de sus escritos.

Este fue, a su vez, el período de la más rimbombante Belle Époque[7], en la cual se estableció la Tercera República que ya había traspuesto sus inicios vacilantes. Y fueron años luminosos para la prensa francesa. En menos de diez años los diarios y revistas se expandieron asombrosamente (el número de publicaciones pasó de tres mil ochocientas en 1882 a seis mil en 1892), debido al interés de inversionistas provenientes de la industria textil y farmacéutica o de la explotación colonial; y a profundas reformas educativas (primaria obligatoria, laica y gratuita, y la instauración de colegios femeninos), que de manera acelerada incrementaban el universo de lectores y sobre todo de lectoras. El periodismo se convirtió en sitio privilegiado de lo noticioso, la opinión pública y el debate político, así como en un negocio de gran rentabilidad al conquistar el hábito del consumo masivo de los franceses, quienes imponían gustos y modas a las producciones culturales. Con esto las salas de redacción de la capital ofrecieron más puestos de empleo, los cuales eran ocupados en muchas ocasiones, sin mayores exigencias o requerimientos académicos, por jóvenes empobrecidos de provincia, que veían allí un medio de supervivencia y ascenso social y la oportunidad de practicar sus tendencias literarias ante una sostenida crisis en el mundo editorial[8].

Aunque hacía parte, gracias a su familia, del Phare de la Loire en Nantes, Marcel Schwob era igualmente un intelectual emigrado que necesitaba un espacio para sus aspiraciones de convertirse en verdadero escritor, y sabía de sobra que la prensa parisina era ese lugar; por lo cual se hizo de un salario y un nombre conocido al colocar con regularidad sus trabajos en importantes tribunas. El modelo a seguir era Guy de Maupassant[9], quien había perfeccionado la columna literaria en los periódicos con sus cuentos, crónicas y reportes de viaje, concibiéndolos como refinados textos breves, directos, sin artificios, que daban cuenta de situaciones comunes, sencillas. De esta manera, fue en L’Echo de Paris –donde firmaban el mismo Maupassant, Goncourt, Barrès, France, Lorrain, Mirbeau, Gourmont, entre otros– que comenzaron a ser leídas con especial interés las piezas ficcionales de Marcel Schwob. Champion señala:

El hecho es evidente, y fue el periódico el que lo situó, de inmediato, en la­ primera fila de los prosistas de su tiempo. Un público raro y fiel, que siempre tuvo, lo seguía en el periódico como en sus libros; pues cada uno de los cuentos de Marcel Schwob era un pequeño acontecimiento de esta época atenta[10].

Al siguiente año abandonó la Mazarino por un ático de la calle de l’Université lleno de libros, amoblado sólo con armario, mesa y sofá-cama, que daba a un oscuro patio. En la minúscula sala leía sus cuentos en un tono claro y perentorio a la vez, y la audiencia que lo escuchaba permanecía “…bajo el magnetismo de la mirada que ilumina la frente de este pequeño hombre gordo, de rostro suave y lozano, acentuado por el bigote chino que llevaba por entonces”[11]. El nuevo hogar quedaba muy cerca de los archivos nacionales; allí pudo acceder a los expedientes del juicio llevado en la ciudad de Dijon, en 1455, a una banda de delincuentes y asesinos llamada los Coquillards[12]. En cuanto a estos legajos detalló en una entrevista:

Con la ayuda de estos documentos (…) voy a poder hacerme de una idea precisa de la manera de vivir de las clases peligrosas en el momento en que se estableció en Francia un poder central, a la hora exacta en que acababa de nacer el estado político y social de los tiempos modernos. En esos bajos fondos se encontraba gente de todos los órdenes sociales. Soldados sin medios de existencia confesables (…), nobles, granjeros, obreros arruinados por la espantosa miseria que tantos estragos causaba, jóvenes que habían cometido un crimen en un momento de locura, clérigos que habían colgado sus hábitos y estudiantes huidos de la escuela. Todo esto lo hallamos en estas clases inferiores. Y es una imagen en miniatura de la sociedad; una nueva sociedad, en verdad, pero que extiende sus ramificaciones por todos los lugares de los que es desterrada, pues los sabe penetrar gracias a sus comediantes, sus artistas, sus mancebas y sus timadores de categoría[13].

Luego de una incisiva lectura de los documentos descubrió, entre otras cosas, que el léxico empleado por Villon en sus inigualables baladas estaba estrechamente relacionado con la banda de los Coquillards. El resultado del hallazgo cristalizó en sendos artículos para L’Academie des Inscriptions (“François Villon y les Compagnons de la Coquille” y “Les Coquillards et François Villon”) y en las Mémoires de la Société Linguistique comenzó a dar a conocer los vocablos de la jerga. En la sesión del 8 de marzo de 1890 de la Societé Linguistique, se registraba lo siguiente:

El Sr. Schwob envió a la Sociedad el texto de un glosario del argot de los Coquillars (sic). El texto data de 1455 y es, por lo tanto, uno de nuestros más antiguos monumentos del argot. En efecto, tiene gran importancia porque Villon señala en sus baladas argóticas el nombre de los Coquillars y, de hecho, varios pasajes de las baladas son explicados por las palabras del glosario. De esta manera, se obtienen las pruebas 1) de la autenticidad de varias de las baladas comentadas 2) del carácter real del lenguaje de argot de Villon 3) de la relación de Villon con los Coquillars[14].

Estos trabajos lo amistaron con Auguste Longnon, uno de los más renombrados villonistas de todos los tiempos, quien lo hizo su colaborador.

[…]

Notas

[1] Marcel Schwob, “Il libro della mia memoria. La ‘rubrique’ des images”, en Verse et prose, p. 11. Las traducciones de las citas directas son mías, salvo que se indique otra procedencia.

[2] Régimen democrático parlamentarista instaurado en plena guerra franco-prusiana (1870-1871) y la Comuna de París (1871), que dio por terminado el predominio de los gobiernos monárquicos restaurados desde la revolución de 1789. No sin enormes dificultades, la nueva república pudo tener continuidad a partir de las leyes constitucionales (1875), que aseguraron una mayor estabilidad política y de convivencia social. Igualmente, fue un período de crecimiento económico, modernización de la ciencia, la tecnología y la masificación de la cultura, debido en gran medida a la industrialización proveniente de la explotación colonialista.

[3] París, 1880-1942. Amigo, discípulo y primer biógrafo de Marcel Schwob de quien publicó parte importante de su obra. Fue un destacado historiador medievalista, que se vinculó con las élites políticas y culturales de su tiempo. También se dedicó a la política, ejerciendo como alcalde del municipio de Nogent-sur-Marne y fue miembro del Consejo General del Sena. Escribió varios libros de historia y biografías. Al final de sus días, colaboró con el Régimen de Vichy (1940-1944) impuesto por la Alemania nazi.

[4] Pierre Champion, Marcel Schwob et son temps, p. 16.

[5] Marcel Schwob, “Robert Louis Stevenson”, en Spicilège, pp. 98-99.

[6] Marcel Schwob, “El realismo”, en El deseo de lo único. Teoría de la ficción [traducción de Cristián Crusat y Rocío Rosa], p. 207.

[7] (1871-1914). El término fue acuñado con posterioridad al período y da cuenta de una época de esplendor económico y distensión social para la gran y pequeña burguesía europea, producto en especial de la apropiación y explotación de materias primas en los enclaves coloniales, los cuales dieron sustento a la Segunda Revolución industrial propiciando el desarrollo tecnológico, la ciencia y con esto el consumo. En este aspecto, París fue considerada una ciudad emblemática, centro de la efervescencia masificadora y modelo a seguir, lo que involucraba la ostentación de nuevos estilos de vida basados en la moda y el uso de bienes culturales: arte, vestuario, literatura, fotografía, objetos de ornamentación pública y privada, entre otros.

[8] Ruth Rodríguez, “Maupassant y la prensa francesa de la segunda mitad del siglo XIX”, pp. 148-150; Cristian Crusat Schretzmeyer, La construcción de la biografía imaginaria: Marcel Schwob y la tradición hispanoamericana, pp. 187-188.

[9] Dieppe, 1850-París, 1893. Considerado como uno de los mejores cuentistas de todos los tiempos. En un inicio, sus relatos de temáticas sencillas y corte realista fueron derivando, al fin de su vida, hacia el género fantástico y de terror.

[10] Pierre Champion, Marcel Schwob et son temps, p. 60.

[11] Ibid., p. 72.

[12] En un comienzo el término coquillard (coquille: concha de molusco) era utilizado en el siglo XV para denominar a los vendedores de conchas que aseguraban, falsamente, haberlas obtenido en sus peregrinaciones a Santiago de Compostela de la tumba del apóstol. Luego el término fue recobrado por una banda de malhechores activos en Borgoña entre 1440-1455. Quince de estos fueron encarcelados y procesados en Dijon, quedando constancia minuciosa en los expedientes del proceso de sus métodos de organización para delinquir y de la jerga empleada para comunicarse entre ellos.

[13] W.G.C. Byvanck, “‘La perversidad me seduce’. Una conversación literaria entre Marcel Schwob y W.G.C. Byvanck en 1891”, en Marcel Schwob. El deseo de lo único. Teoría de la ficción [traducción de Cristián Crusat y Rocío Rosa], pp. 28-29.

[14] Societé Linguistique, Bulletin de la Société de Linguistique de Paris, p. LXI.

Eduardo Cobos es editor de La Antorcha Magacín y Schwob Ediciones.

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