
Las nuevas generaciones han aprendido la lección. Escribir tomando distancia, sin alejarse demasiado. Mirar a una distancia prudente hasta poder ver las cosas dentro de uno, nos dice Lucas Costa. Gozo nos recuerda que la poesía está más cerca de lo que pensamos, ahí mismo donde termina nuestro cuerpo y comienza el mundo.
Ricardo Herrera Alarcón
I
En Encomienda, su primer libro, Lucas Costa se propone la tarea de construir una poética donde la sinceridad y la distancia sean lo procedimental. Que se entienda, no una lírica escrita desde una cierta sincronía entre lo biográfico y lo que se dice, desde una cierta, por así llamarla, honestidad, sino desde entramados lingüísticos que le permitan alejarse de lo que se expresa sin perder fragilidad o el carácter performático del aullido. Debo reconocer que nunca he entendido cuando la crítica se refiere a la honestidad de un libro, como tampoco cuando se habla que algo está escrito sin pretensiones. Entiendo que todo libro transmite más o menos una determina sensibilidad o no la transmite. O lo hace a medias. Así como entiendo que la pretensión de todo texto debería ser estar bien escrito.
“No te pases de listo. / Impregna la hoja de tu biografía. / Cuenta por qué tu papá cayó en la cárcel / Pero hazlo con distancia, con finta mordaz”. Dice el autor en el primer poema de ese libro publicado el año 2013.
II
Lucas nos advierte desde el comienzo de su viaje literario, que incluye ya cuatro libros, que no quiere caer en el error de confundir la experiencia vital con la experiencia del poema, y no entender que este último -el texto- es su mediación. Lo autobiográfico funciona acá como punto de partida, pero no sacrifica nada de material poético en esa búsqueda. No lo fragmentario, o a ratos sí, pero no a la manera de una suma de sucesos que se cuentan entre lo sensible y la humorada.
Decía que el autor parte de lo autobiográfico: en Encomienda es contar la experiencia que se desprende de su relación con el padre. En Playa de escombros, el viaje iniciático por un país al borde del naufragio. En Calcio en la mirada de la noche, la paternidad. En gozo, la convalecencia de la madre. Es cierto que Lucas complejiza en cada libro su poética, o los poemas se vuelven más oscuros de forma progresiva, hasta Calcio. Gozo es, de alguna manera, una vuelta a su primer libro, con toda la experiencia ganada en el camino.

III
No es extraño que en algunas entrevistas señale a poetas como Raymond Carver o autores de la Escuela de Nueva York. Un poeta inquieto como Costa puede beber de diversas fuentes para construir sus textos. Están todos ellos y sin duda, en primacía, William Carlos Williams, y la opción por una oralidad en detrimento del lenguaje académico o academicista: giros cotidianos, habla coloquial, distancia sí, pero una distancia prudente que no le impide que la hoja se contamine.
IV
Poesía contaminada, en la antítesis de toda pureza, pero al mismo tiempo una poesía prístina que no quiere engatusar y se arriesga en el tratamiento directo de la cosa o un realismo que cansado de tanta suciedad da cuenta, por última vez de la pena, para invitarnos luego a la fiesta.
Atento a todo lo que acontece, quien asiste a la madre enferma es también quien obtura lo que sucede en zonas aledañas: la paternidad, algunas resacas, un marrasquino coronando un trago, accidentes, lágrimas de gozo. Lucas tiene una capacidad enorme de ir filtrando experiencias, sedimentando el río de la vida, haciendo poemas con la borra del café. Gozo es la manera que el poeta eligió para sacarse la rabia y transformar el dolor en destellos de luminosidad. No es el Réquiem de Humberto Díaz Casanueva, sino una elegía que se hace hielo y luego se deshace.
V
En la -aparente- contradicción entre el título del libro y su contenido se alzan esta suma de poemas que en su conjunto funcionan como un homenaje a la vida, un maldigo del alto cielo en clave filial. A alguien se le ocurrió decir hace algún tiempo que la poesía ya no debía ocuparse del dolor, y en un país de cacatúas todos comenzaron a repetir como papagayos: no al dolor, no al dolor, no al dolor. Así como los loros antipoéticos intentaron acallar toda poesía disidente, así como los profetas llamaron con megáfono a sus fieles para que volvieran al Olimpo, otros poetas no cancelan a priori ningún material que les sirva, sin prejuicios, sin arrimarse a escuelas o credos, con la libertad de quien toma prestado, no roba; de quien reconoce al otro, no lo venera; de quien sabe que toda poesía es situada, amorosa, social, íntima e incorrecta.
VI
Las reseñas que se escribirán sobre gozo sin duda resaltarán su capacidad para versificar sobre cualquier tema. Esa capacidad la tuvo la poesía chilena de fines del siglo 19 y principios del 20, sin embargo, se extravió con las vanguardias y los megarrelatos. Vino a ser recuperada, en parte, por los poetas del 50 y principalmente del 60: Omar Lara, Gonzalo Millán o Hernán Miranda son maestros de la minucia, de la observación de campo, del zoom sobre la mancha o los escombros. Algunos vienen de Parra, obviamente, y Nicanor de sus viajes físicos y literarios por el mundo anglosajón. Quitado el piso a la presencia gravitante de las tradiciones francesa y española, la poesía chilena baja el tono y aprende a hablar fuerte sin gritar. La poesía de gozo alza la voz, sin gesticular demasiado; advierte, sin amenazar. Entre otras cosas sobre el desgaste de los afectos, la presencia omnívora de la muerte, los sueños abortados, los costalazos que debemos darnos en la lucha por sobrevivir.
Las nuevas generaciones han aprendido la lección. Escribir tomando distancia, sin alejarse demasiado. Mirar a una distancia prudente hasta poder ver las cosas dentro de uno, nos dice Lucas Costa. Gozo nos recuerda que la poesía está más cerca de lo que pensamos, ahí mismo donde termina nuestro cuerpo y comienza el mundo.

Ricardo Herrera Alarcón (Temuco, 1969). Profesor de Castellano. Trabaja como editor en la Editorial Bogavantes de Valparaíso. Ha publicado los libros de poesía Delirium tremens (2001), Sendas perdidas y Encontradas (2007), El Cielo ideal (2013), Carahue es China (2015/2023), Santa Victoria (2017) y la antología Todo lo que duerme en nuestro corazón desembocará un día en el mar (2020). Su último libro es Adicciones y fobias (2021).

Deja un comentario