Quimantú, ediciones para el poder popular

Portada de Ramona, Santiago, 28 de marzo de 1972, año 1, n° 22. ©Memoria Chilena

El ambicioso proyecto editorial Quimantú (del mapudungun “sol del saber”) estuvo predestinado a tener desde sus inicios, el 12 de febrero de 1971, un rotundo éxito convirtiéndose en una de las industrias culturales de mayor impacto y relevancia de Latinoamérica en el sector vinculado con el libro y los impresos. Con el objetivo de sortear dificultades burocráticas y con el convencimiento de su necesidad y urgencia, el presidente Allende se involucró directamente en el establecimiento de los planes operativos y editoriales de esta iniciativa del “área de propiedad social” del Estado

Eduardo Cobos


En medio de una época signada por la expansión de los mass media, las emancipaciones anticolonialistas, la Guerra Fría, el mayo francés del ‘68, la guerra de Vietnam, las reformas universitarias y, sobre todo, el triunfo de la Revolución cubana en el continente, la llegada del socialista chileno Salvador Allende al poder en 1970 por la vía electoral, apoyado por una coalición de centro e izquierda (Unidad Popular), no hizo sino dar cabida a los anhelos de amplios sectores sociales postergados y las aspiraciones de grupos progresistas de la sociedad. Estos últimos tenían el convencimiento de que, ante la cultura impuesta por las elites conservadoras, era una prioridad ineludible del Estado democratizar y ahondar en la profundización de herramientas político-culturales y educativas de índole diversa (ciencias sociales, artes, música, teatro, cine, literatura, entre otras) para la concientización y la difusión de las ideas de avanzada, lo cual contribuiría a los cambios radicales del nuevo país que se soñaba.

El ambicioso proyecto editorial Quimantú (del mapudungun “sol del saber”) estuvo predestinado a tener desde sus inicios, el 12 de febrero de 1971, un rotundo éxito convirtiéndose en una de las industrias culturales de mayor impacto y relevancia de Latinoamérica en el sector vinculado con el libro y los impresos. Con el objetivo de sortear dificultades burocráticas y con el convencimiento de su necesidad y urgencia, el presidente Allende se involucró directamente en el establecimiento de los planes operativos y editoriales de esta iniciativa del “área de propiedad social” del Estado, los cuales fueron implementados por destacados partidarios de su coalición entre intelectuales, trabajadores y empleados que conformaron los organigramas, los comités de producción y colaboraron con sus escritos.

Varios factores incidieron en la actividad de Quimantú. El gobierno no desaprovechó la oportunidad de adquirir la Editorial Zig Zag, una casa editora de larga trayectoria que afrontaba insalvables problemas financieros. En este sentido, las negociaciones de compra favorecieron a Quimantú, al heredar una moderna maquinaria y talleres de imprenta de alta tecnología, recontratando además a los casi 900 empleados, obreros y ejecutivos de Zig Zag, quienes dieron continuidad a las labores productivas aportando con su conocimiento, calidad y experiencia en la demanda editorial masiva. A diferencia de las empresas que fueron nacionalizadas por el Estado, la creación de Quimantú tuvo la impronta de autofinanciarse desde un inicio, para lo cual siguió eficaces estrategias productivas que no desestimaron la impresión de material de editoriales de la plaza para obtener recursos económicos.

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Bajo su sello, en sólo dos años y medio, Quimantú llegó a colocar en el mercado la sorprendente cantidad de más de 12 millones de libros para una población chilena de 8.8 millones de habitantes, que había sido hasta entonces desasistida por las políticas de incremento de la lectura. Por lo general, los tirajes oscilaron entre 30 a 50 mil ejemplares por título. La comercialización, a precios verdaderamente accesibles, dispuso de una red de distribución de flotas de camiones, bibliobuses y en ocasiones con la utilización de la Fuerza Aérea para los espacios geográficos distantes (Punta Arenas, Isla de Pascua, por ejemplo).

De igual modo, hubo formas de ventas directas novedosas para la época, evitándose así a los intermediarios: kioscos de diarios, convenios con sindicatos, oficinas de personal, centros de estudiantes, organizaciones comunales, estaciones de trenes, empleados de correo, almacenistas, entre muchos otros. Quimantú contó, además, con medios de publicidad que le proporcionaron la televisora estatal, las radios, el avisaje de prensa o bien la efectiva propaganda que se desplegó de manera creativa y voluntaria entre la ciudadanía. En suma, todo esto redundó en la facturación de por lo menos el 70 por ciento de lo publicado.

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Aunque las publicaciones de Quimantú intentaron cubrir todas las líneas editoriales, principalmente estuvieron orientadas a lo político-social, cobrando gran relevancia lo pedagógico. Entre sus colecciones destacaron las dedicadas a la literatura universal y nacional (Quimantú para todos, Minilibros); las de concientización y debate político-ideológico (Clásicos del Pensamiento Social, Cuadernos de educación popular, Camino Abierto); la etno-antropológica (Nosotros los chilenos); o bien las revistas para mujeres, niños, jóvenes, artistas (Paloma, Cuncuna, Cabrochico, Onda, Ramona, Quinta Rueda).  

Luego del derrocamiento de Allende, el 11 de septiembre de 1973, Quimantú fue intervenida por los militares en el poder y la producción almacenada en bodega fue incinerada o vendida como papel picado.

Selección bibliográfica

Bergot, Solene. “Quimantú: Editorial del estado durante la Unidad Popular Chilena”, en Revista Pensamiento Crítico, n° 4, noviembre de 2004, pp. 1-25.

Bravo Vargas, Viviana. “Quimantú: Palabras impresas para la Unidad Popular”, en Istor: revista de historia internacional, n° 54, 2013, pp. 47-76.

Soto Veragua, Jorge. Historia de la imprenta en Chile. Desde el siglo XVIII al XXI. Santiago, Arcagráfica, 2009.


Eduardo Cobos es editor de La Antorcha Magacín y de Schwob Ediciones. El presente artículo fue publicado en Aguaderramada. Valparaíso, año 3, primavera de 2023.

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