Presentación de «El tiempo del silencio. Las cartas de mi abuelo durante el exilio (insilio)» de Leticia Martínez Vergara

Leticia Martínez Vergara y Marcia Martínez Carvajal en la presentación del libro. Sala Rubén Darío, Universidad de Valparaíso, 26 de marzo de 2025. ©LAM

En cada epígrafe musical que acompaña cada capítulo o apartado, en cada pie de página donde se cuelan las escenas familiares de comedores no comprados, navidades melancólicas o brindis por los presentes y por los ausentes, en permitir que sea protagonista la voz de quienes usualmente han sido subalternos dentro de la subalternidad: niños, niñas, mujeres, familias sencillas; en todos estos gestos la autora nos llama, ella es la voz del silencio.

Marcia Martínez Carvajal


1. “Caudal de cariño (134) (…) Seguimos siendo los mismos (153)”. Cartas: más allá de la comunicación y el testimonio

Un conjunto de cartas escritas a mano con caligrafía que parece de otros tiempos, papeles doblados de tal forma que quepan en los sobres que son timbrados y cubiertos de estampillas, sobres que delicadamente tienen escrito a mano el nombre y la dirección del destinatario o destinataria, que fueron llevados a correos y que viajaron, kilómetros, unos apoyados de otros en su planicie de papel, hasta llegar a abrazar con sus palabras a quienes están en la distancia. Un conjunto de cartas que perfectamente pudo haber terminado en la feria de las pulgas a merced de alguien que curiosea la vida de los demás.

Un conjunto de cartas escritas a mano con delicada caligrafía es lo que da vida a este libro que hoy presentamos, El tiempo del silencio. Las cartas de mi abuelo durante el exilio (insilio), cartas que celosamente fueron guardadas por la familia Martínez Vergara y que hoy, Leticia, la autora, comparte generosamente con nosotras, nosotres, nosotros. Este libro nace de un libro que nunca se escribió: el que contendría las cartas que envió una familia en Chile a su familia en el exilio en México durante la dictadura civil militar.

La comunicación epistolar, en este caso, va más allá de un simple acto expresivo, afectuoso. Es también un acto de habla fático: busca asegurarse de que el otro está ahí. Es más que un simple testimonio de la época con las referencias históricas (más o menos ocultas) que en ellas podemos encontrar. Estos son textos que hoy podemos leer como la obra de un escritor, de un artista, Hernán Martínez, a quien descubrimos a través de su nieta, escritora y artista, Leticia Martínez, y nos muestran la sabiduría de la sencillez. Creo que por esto uno de los últimos capítulos trata sobre otras obras que se construyeron con cartas o como cartas, porque “La belleza tiene cabida también en el dolor” (155) como dice una carta de Hernán en 1974, y se hizo necesario que dialogaran con otras obras artísticas, pues transitan el mismo camino de lo sensible. Estas son, a pesar de todo, cartas que están del lado de la vida.

Los escritos de Hernán Martínez están llenos de triquiñuelas para referir el presente de la enunciación, repletas de otras voces que convergen a ayudarle a decir lo que puede (o no): escritores, filósofos, músicos, presidentes de Chile. Las cartas, con o sin respuesta, son un espacio de reunión, nos dice la autora. Hacia el final, nos dice que son estrategias para descifrar lo que debería ser un recuerdo común, propio, pero que es en realidad un momento de la historia desde lo privado, lo íntimo y lo afectivo. Un pequeño mundo. Y eso es el mundo.

Leticia Martínez Vergara. El tiempo del silencio. Las cartas de mi abuelo durante el exilio (insilio). Santiago, Ediciones Universidad Academia de Humanismo Cristiano, 2024.

2. “Nadie puede pedirnos objetividad en el recuerdo” (Rubén González, 11). Sobre el libro

En tiempos en que la historiografía nos mandata a buscar esos otros relatos que construyen la realidad, es vital un libro como el de Leticia Martínez que nos permite leer su voz de niña y su voz de adulta a través de las cartas de su abuelo, ella en el exilio, su abuelo en el insilio. La autora nos da la oportunidad de asomarnos a su experiencia. Aquí, lo cotidiano se repite insistentemente en el análisis de las cartas, como si fuera algo chiquito que no tiene tanta importancia como las palabras grandes de la historia, la dictadura, la verdad, la justicia. Pero lo cotidiano es lo real. En la superficie es donde se vive. Lo cotidiano es Chile.

El libro se divide en tres partes, más una presentación, una introducción y un cierre. Además, agrega anexos con algunos de los documentos en los que se basa el texto. Intercaladas en la parte III, podemos ver varias fotografías familiares. La primera parte, que trata sobre exilio, insilio, memoria, familia, territorio y tiempo, está escrita de forma amena y consistente, apoyada de pilares fundamentales de la teoría como Edward Said, Maurice Halbwachs, Loreto Rebolledo y Elizabeth Jelin, entre otros y otras. Este marco nos ayuda a comprender el lugar de enunciación de la autora, y renueva nuestra mirada sobre estos conceptos. Me permito recomendar esta primera parte a quienes quieran adentrarse en los estudios de exilio y memoria, pues es un panorama impecable de cuestiones a las que siempre es necesario volver. Quisiera comentar una imagen que me llevo de este libro: la memoria personal y la colectiva apoyándose una en la otra, así como la memoria autobiográfica y los recuerdos de otros; no es solo una memoria que se construye, sino unas memorias que se apoyan.

En la parte II, dedicada a leer, comprender, especular, disfrutar y dolerse de las cartas de Hernán Martínez, la autora nos entrega una narración muy fina y atrayente. Las preguntas: quién escribe las cartas, para quién escribe, y desde dónde escribe, aunque parezcan de Perogrullo son el corazón de la necesidad de articular un relato de la historia familiar, una narración intrusa de la que, ahora, todes formamos parte.

La parte III, como ya he mencionado, hace dialogar las cartas del escritor Hernán Martínez con otras cuatro obras en las que lo epistolar es el eje central: una publicación a partir de dibujos, unas cartas escritas desde el hoy para mujeres de ayer, una obra hecha a partir de cartas de niños y niñas, y un documental.

Desde el inicio de este proyecto, cuando hace años la autora me contó la idea de esta investigación y ahora con la lectura del libro de Leticia Martínez, me conmoví profundamente. Este es un libro sensible, delicado, entretenido, doloroso, pero, sobre todo, esperanzador. Un libro que está del lado de la vida, como las cartas de su abuelo.

3. “Por encima risa y canto y por dentro mierda y llanto” (130). Dictadura, exilio, insilio

Las tres palabras que acabo de decir las he repetido tal vez cuántas veces en mi vida. Las he escuchado quizás cuántas otras. Pasa, a veces, que uno repite tanto una palabra que comienza a vaciarse de sentido, o comienza a adquirir otros, la semántica fluye, se hace agua. Mientras leía este libro me fui preguntando por estas palabras y otras como ‘memoria’, esos grandes conceptos que, a veces, se dan por sentados y pareciera que ya no tienen una vuelta más que darle. Todo el mundo sabe qué es una dictadura, qué significó el exilio, cómo se sufrió el insilio, por qué es importante la memoria. Todo el mundo sabe. Tal vez en mi burbuja todo el mundo sabe. Ahí está el peligro y ahí es donde libros como El tiempo del silencio son tan necesarios hoy en día. Por ejemplo, el relato del 11 de septiembre de 1973 presente en el libro, aterrador, por decir algo, lo hemos visto, leído o escuchado tantas veces y sigue infringiendo una herida que de inmediato se infecta con la pregunta: ¿cómo pudieron hacer eso? ¿dónde quedó su humanidad?

Me permito recomendar con énfasis los apartados sobre exilio y memoria, pues se me hace evidente que los hechos de estos últimos 7 años en nuestro país claman que no, que no debemos dar por sentado que todo el mundo sabe, que es necesario darle más vueltas. Este es un libro profundamente literario, pero también profundamente interdisciplinario, pues no hay forma de comprender la dictadura, el exilio y el insilio en este marco sino a través de la historia, la sociología o la antropología. En el instante en que nos encontramos hoy, con nuestro pasado ante los ojos y un futuro incierto política y cotidianamente, libros como este son indispensables.

La construcción de subjetividad frente al exilio y esa duplicidad que anunció el título de este punto nos lleva a pensar que cada cual puede definirlo como quiera en el momento que está viviendo. “El exilio es el fantasma” (Sotomayor 34), señala Sibila Sotomayor Vanryssenghem en su ensayo “Invocar los espectros que guardamos en el cuerpo” (2024). Ella, desde otro país, también una niña en el exilio pensaba que eran millones en su situación. Al retornar se dio cuenta de que la historia no era común y que, incluso, su exilio conllevaba una dimensión de privilegio. De esto también nos habla Leticia Martínez. El exilio como herencia (48), afirma en la primera parte de este libro, en un mundo en donde “Todo giraba en torno a Chile, derrotar al dictador y el retorno” (61). Pero, “Chile solo existe como fantasma” (Sotomayor 36) nos dice Sibila, en diálogo de experiencias con Leticia.

Si desde el insilio Hernán Martínez repetía en sus cartas su dolor que se veía por encima risa y canto y por dentro mierda y llanto, en el exilio los cuerpos vivían con el alma dividida “entre lo que se había dejado y el nuevo presente. Podría pensarse que el sino de los exiliados es estar divididos, como si pasado y presente estuvieran tensionados constantemente y no permitieran nunca soñar un futuro” (81).

4. “Su protección, su seguridad y su resistencia” (59). El silencio

Este libro es la voz de ese silencio. En cada epígrafe musical que acompaña cada capítulo o apartado, en cada pie de página donde se cuelan las escenas familiares de comedores no comprados, navidades melancólicas o brindis por los presentes y por los ausentes, en permitir que sea protagonista la voz de quienes usualmente han sido subalternos dentro de la subalternidad: niños, niñas, mujeres, familias sencillas; en todos estos gestos la autora nos llama, ella es la voz del silencio. Sin ser un texto autobiográfico en estricto rigor, el diálogo de Leticia con los postulados críticos hace nacer sus declaraciones firmes, inteligentes, sensibles y delicadas. Es así como este libro es la protección, la seguridad y la resistencia de Leticia Martínez, la novelista, junto a todos y todas quienes estuvieron en su lugar o se acercan con empatía a su historia.

Leticia, la novelista, rodea el silencio durante todo el libro. En una carta de su padre leemos “El tiempo está detenido en el silencio de nuestra separación” (97), y este concepto está entrelazado al miedo porque es un silencio político el que da origen a El tiempo del silencio. Este libro se deja leer como la mejor de las novelas de Natalia Ginzburg, pasando la historia por las piezas de una casa, por las fotos familiares, por las cartas escritas con delicada caligrafía en un papel delgado y doblado cuidadosamente para que viaje kilómetros a abrazar a los que no están. Aquí, la historia en pie de página de la primera mitad del libro se abre como una gran alameda e ilumina la historia de las personas sencillas. E incluso hace nacer esta voz cuando es la autora quien relata su nacimiento, el de “Leticia, quien escribe” (115).

Finalmente, con esta voz protectora, me pregunto ¿dónde quedó el tiempo del silencio? Vuelvo a pensar en dos diálogos para contestar esta pregunta, pues como las cartas del escritor Hernán Martínez sostenidamente se referían a otros artistas, pienso en dos obras que conversan con el libro de Leticia Martínez y nos ayudan a intentar respuestas. Más arriba dije que este es un libro que está del lado de la vida. De alguna forma, persiste en la resistencia que comenzó en 1974 y, en un diálogo Leticia-Sibila: “No sé de dónde me sale la voz y rompe la nebulosa de terror que me intenta congelar” (Sotomayor 42). Así vemos que el tiempo del silencio está habitado por la valentía. Y en un último diálogo en esta presentación, esta vez Leticia-Ana, sorteamos el tiempo del silencio al

Respirar para sacar la voz

Despegar tan lejos como un águila veloz

Respirar un futuro esplendor

Cobra más sentido si lo creamos los dos

Liberarse de todo el pudor

Tomar de las riendas, no rendirse al opresor

Caminar erguido, sin temor

Respirar y sacar la voz

Ana Tijoux, Sacar la voz

Muchas gracias.

Valparaíso, 26 de marzo de 2025.

Referencias

Martínez, Leticia. El tiempo del silencio. Las cartas de mi abuelo durante el exilio (insilio). Santiago: Universidad Academia de Humanismo Cristiano, 2025.

Sotomayor, Sibila. “Invocar los espectros que guardamos en el cuerpo”. En Vetö, Silvana y Nicolás González (editores). Espectros de la dictadura a medio siglo del Golpe. Santiago: Alma Negra Editorial, 2024. 33-47.

Tijoux, Ana. “Sacar la voz”. La bala. 2011.


Marcia Martínez Carvajal (Tomé, Chile, 1982). Doctor en Literatura Latinoamericana por la Universidad de Concepción. Es profesora titular en la Escuela de Teatro de la Universidad de Valparaíso. Ha sido investigadora responsable de dos proyectos FONDART de investigación (2017-2018) sobre Prácticas teatrales en dictadura en la región del Biobío, y coinvestigadora en dos proyectos del Fondo del Libro y la Lectura en torno a las comunidades lectoras de El Peneca, entre otros. Actualmente se encuentra trabajando en investigaciones en torno a producciones literarias y teatrales para infancia a principios del siglo XX y sobre archivos de artes escénicas.

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