Alfonso Alcalde y la Coneja

Alfonso Alcalde en la Vega de Lota. El Mercurio. Santiago, 24 de septiembre de 1972.

Cuando Alfonso Alcalde publicó con bombos y platillos Gente de carne y hueso su primer libro de perfiles bajo el sello editorial de la Coneja y de cómo se vio involucrado en una estafa y tuvo una gran muy tremendísima decepción económica

Diego Armijo


Personajes: Alfonso Alcalde —se repite el plato—, la Coneja, los estafadores, Luis Iñigo Madrigal, Amanda Puz, Jorge Gutiérrez y Edesio Alvarado.

Lugar de la acción: Oficina en calle La Bolsa, 76, Santiago.

Los dos primeros años de la Unidad Popular, con su pompa de posibilidades, significaron para nuestro soñador Alfonso Alcalde, un momento álgido de producción y satisfacciones. Si su carrera literaria ya venía al alza, a pesar de sus quejas por lo insuficiente de las palmaditas en la espalda, es durante este explosivo periodo en que su figura como autor se consolida en forma, casi, unánime. Pero, antes de llegar a eso, un animal se cruzó en su camino. Más bien, una manada de animales muy despistados le hicieron vivir un tropiezo.

Agosto, 1971.

En diversos medios de prensa escrita, radio y hasta de televisión se publicita, sin entregar mayores detalles, algo. Una ilustración de una coneja, «la coneja», con rasgos humanos, es acompañada de sugerentes diálogos. «¡Te prometo emociones fuertes a mi lado…!», promete el día 22 del mes señalado en el diario La Nación. En este diario, que sería impreso entre 1917 hasta 2010, con la llegada de un gobierno de derecha, vivió periodos de intervención y fue utilizado para promocionar logros de quien gobernara, también se imprimían publicidades con este tono burdo y de chiste verde.

La curiosidad aumentó por la falta de información y los lectores, expectantes, esperaban alguna pista. No pasa demasiado tiempo para que poco a poco se aclare, también con un espacio pagado en los medios, lo que «la coneja» ofrecía. La respuesta a las incertidumbres publicitarias era un concurso de apuestas deportivas con un atractivo abanico de premios: banderines, llaveros, televisores, autos, casas y viajes alrededor del mundo.

Para participar, aquí el detalle literario, los interesados debían comprar un set de diez libros que la debutante editorial Valores Literarios lanza al mercado. Cada libro costaba 20 escudos y ya sea compraran solo uno o la colección completa, los apostadores recibían una tarjeta en la cual jugar a pronosticar los goles que marcarían los equipos de la primera división del fútbol profesional.

Octubre, 1971.

Exponiendo una apertura editorial increíble, en las páginas de La Nación, en donde se continúa publicitando «la coneja», es publicada una columna en donde se critica duramente todo aquel comidillo. El autor es Luis Iñigo-Madrigal, catedrático chileno que, como muchos de los personajes con los que Alcalde se codeara, saldría al exilio posterior al golpe de estado. Desde allí fue profesor en universidades de Dinamarca, Holanda, Suiza y España, especializándose en literatura colonial hispanoamericana.

En ese octubre, luego de dos meses de las publicidades rústicas de aquella «coneja», Iñigo-Madrigal expuso su molestia. Iniciando su furia con la descripción del concurso, es tanta la bronca del catedrático que falla al exponer un dato. Cada libro, este valor se comprueba mirando las publicidades, cuesta 20 escudos. La colección completa, de diez títulos, en suma, 200 escudos. El autor, explotando de ira, afirma e infla todo a 50 escudos cada libro, 500 en total. Agrava la falta, inflando estos precios, para iniciar a trozar a los hachazos.

La columna titulada «La Coneja, ¿ejercicios venales o venatorios?» expone que «el sistema general del concurso La Coneja degrada a la literatura». A Iñigo-Madrigal le preocupan las consecuencias negativas que la promoción mediática de la literatura pueda traer. Aquello de vincular la oferta de un concurso con premios y el prestigio social que trae consigo tener esos libros en el hogar, «[convierte] a la literatura (o si se prefiere, al libro) en algo que no debería ser». Más grave aún, remarca el catedrático, es que suceda todo este alboroto de propaganda «en un país que quiere construir el socialismo».

Asumiendo aquel escozor que provoca el vínculo literatura-mercado y la consecuente «degradación» de la que acusa Iñigo-Madrigal, Amanda Puz pisa la vereda contraria. En la ya referida reseña al libro Gente de carne y hueso, ella se toma el tema hasta para la chacota y escribe que «la famosa “Coneja”, quien además de aficionada a la literatura resultó ser futbolista». Da cuenta de las «andanadas de críticas» del evento, pero, positiva, valora todo y saca cuentas alegres para los escritores. Según la teoría de Puz, desde que «la coneja» empezó a preocuparse de publicar exclusivamente autores nacionales, el resto de las editoriales la han imitado. Suma a todo el barniz de brillo de este emprendimiento los contratos que han firmado los diez escritores publicados. Puz no entra en detalles, pero es Iñigo-Madrigal quien expone el dato de los pagos: cada escritor recibiría una suma de 50.000 escudos por concepto de derechos de autor. Puz cierra su texto con una visión de campo florido: «pese a las críticas, es de esperar que la literatura chilena saldrá ganando».

Alfonso Alcalde. Gente de carne y hueso. Santiago, Ediciones Valores Literarios, 1971.

Noviembre, 1971.

Desde el inicio de sus funciones en abril de 1971, la Editora Nacional Quimantú, creada a partir de la compra, por parte del estado, de las oficinas, bodegas y máquinas de imprenta de la editorial Zig-Zag, ha impreso miles de libros. El 7 de noviembre, en el diario La Nación, es publicado el reportaje «La revolución de los libros». Tomando como principal fuente una entrevista a Joaquín Gutiérrez, gerente de la empresa editora, se expone el momento editorial chileno. Gutiérrez, costarricense avecindado en Chile desde 1939, fue un escritor de literatura infantil, vinculado a la editorial Nascimento, pues dos años luego de su llegada al país se casaría con Elena Nascimiento, hija del editor. Posterior al golpe de estado saldría de Chile para volver a Costa Rica.

En la entrevista para La Nación traza los planes de publicación de Quimantú, dando cuenta de la cantidad, calidad y diseño de los libros que han publicado y que pretenden a futuro seguir editando. Gutiérrez, en su última respuesta expresa el sueño colectivo: «Pretendemos que nadie viva sin libros, porque ellos son tan indispensables como el aire y el pan. Si es necesario, que se vendan en las carnicerías, verdulerías, peluquerías. Allí estarán».

En una columna adyacente a esas esperanzas a construir por Quimantú, se habla de otro negocio editorial, calificada como «Autentica biblioteca popular». Se trata de los libros publicados por «la coneja» de Valores Literarios. Otra vez se resume el revuelo, las críticas y el aporte a la literaria chilena. La novedad es que un escritor sale en defensa del proyecto editorial. Es Edesio Alvarado, vecino de Calbuco, autor de una serie de libros anclados en la humanidad sureña, ganador de varios premios a nivel nacional y hasta, como periodista, parte de la creación del Colegio de Periodistas, figurando en su carnet de asociado como el número 32. Como parte de la oferta del concurso y editorial, ha publicado el libro de cuentos El vulnerario (Valores Literarios, 1971). Razones le sobran para confesarse «públicamente defensor de “la coneja”». Es, luego de veinte años de carrera literaria, la primera vez que lo tratan con respeto. Le pagan sus derechos y editan miles de ejemplares de sus libros, algo inédito en Chile, declara Alvarado.

Edesio Alvarado. El vulnerario. Santiago, Ediciones Valores Literarios, 1971.

Edesio Alvarado reiteraría su defensa a la editorial Valores Literarios el 24 de noviembre de 1971 en el diario El Siglo. Declara: «En mi caso yo que no tengo previsión ni legislación alguna que me favorezca, puesto que escribo a vale en diversos medios de comunicación, el poder contar con ingresos de esta naturaleza me significa diez meses de tranquilidad». Esa momentánea seguridad, tragedia para Alvarado y otros, pronto se acabaría.

Desde el día 19 de noviembre algo parece andar mal. Óscar Castelblanco y Enrique Correa Walker, dueños del proyecto de «la coneja» y la editorial Valores Literarios, no aparecen por ninguna parte. Lo que inició como un hito en la edición chilena, parece que va en camino a inscribirse en las páginas de la historia nacional de las estafas.

24 de noviembre, 1971.

Es en las páginas de El Siglo en donde se hacen más transversales las defensas al trabajo de Valores Literarios. Bajo el chabacano título «Escritores no quieren que se toque ni un solo pelo de La Coneja», otros escritores publicados por la editorial del animalito entran a la discusión. Ya hemos citado las palabras de Edesio Alvarado y la luz que pone sobre la precariedad económica de los escritores chilenos. Lo valorable parece no solo ser la plata recibida por publicar, sino que también la preocupación de la empresa por poner al alcance de una gran cantidad de lectores aquellos libros. Así es como protege a «la coneja» el poeta Efraín Barquero —Premio Nacional de Literatura 2008—. Junto a él, Poli Délano —prolífico autor de narrativa de género— complementa el alegato valorando hasta lo que otros criticaban: «la posibilidad —dice Délano— de que se editen veinte mil ejemplares de una obra chilena me parece fantástica, aunque la gente compre los libros motivada por una rifa». Todo sirve.

A las palabras de Alvarado, Barquero y Délano se suman Óscar Castelblanco y Luis Ruiz-Tagle —ilustrador a cargo de «la coneja», las portadas de los libros y que también trabajara en la revista Mampato—, como editores: «Hemos hecho los libros en Chile, porque queremos actuar en provecho de la cultura nacional, de la difusión de los escritores chilenos y del incentivo a la creación: sólo publicamos obras inéditas».

Títulos de Ediciones Valores Literarios en 1971.

24 de noviembre, 1971.

En portada, en el diario La Nación, es anunciado el desenlace de la aventura editorial: «Huyeron del país los genios de “la coneja”». Esta noticia es publicada el mismo día que la anterior nota de defensa. No deja de aumentar la tragedia cómica este malabar del destino.

Se informa de la aparente huida de los dueños, hace un par de días, con destino a Brasil. Otras fuentes marcan a Estados Unidos como el destino final. La cuestión es que nada se sabe de los responsables y las oficinas están cerradas, sin nadie a quién pedirle explicaciones.

Las promesas de respeto a la dignidad de los escritores nacionales han sido solo ilusiones. A los autores, que habían entregado manuscritos originales e inéditos, se les quedó debiendo casi mil millones de pesos de la época. A esto se le suma la cantidad de entre tres mil y cuatro mil millones de pesos más, cuyos acreedores son los medios de comunicación que publicaron las publicidades con «la coneja». Entre ellos, el mismo medio que coloca en portada esta noticia. No hay datos, al menos en La Nación, de la cantidad de dinero desfalcado en concepto de la compra y no cumplimiento de la entrega de premios de los participantes.

Más aún, aquel anuncio de que serían impresos 20.000 ejemplares de cada uno de los diez títulos, nunca fue así. Enviados a los talleres de la Editorial Universitaria, solo se imprimieron, con suerte, 5.000 copias de cada libro.

Ronda una pregunta: ¿en dónde se metió Alfonso Alcalde? Durante los tres meses que alcanzó a durar el ascenso y caída de «la coneja» Alcalde no dice nada. No mete la cuchara cuando se discuten las polémicas que acusan que todo este espectáculo degrada la literatura y tampoco sale en defensa de sus editores ni del proyecto. La única oportunidad en que se asoma a esta función de teatro absurdo, es ya cuando el desastre está anunciado. En una cuña de la nota de La Nación, opina que «su libro salió en esperanto, porque se contaron 274 errores de imprenta». Al final, toda esta situación se la toma para la chacota.

Eso sí, algo que llama la atención, es que, en el transcurso de su vida literaria, cuando Alcalde se refiera a la cantidad de ejemplares que se imprimieron de Gente de carne y hueso, afirmará repetidamente que estos fueron 20.000. Nunca corregirá ese dato, acercándolo a la realidad de esos 5.000 ejemplares defectuosos.

A diferencia de Alcalde, a Edesio Alvarado todo esto le cae como patada en la guata. El que había sido el más público defensor de lo que terminaría siendo una estafa, consultado por el mismo diario en donde Alcalde lanza un chiste acusatorio, el de Calbuco amenaza con «”autosegregarse” de la existencia». Debió de sentir una honda vergüenza, pues no volvería a publicar libros hasta un par de años antes de su muerte sucedida en 1981. Mayor escándalo, además, debe haber sido para Alvarado que, unos meses luego de la polémica, su libro El vulnerario, publicado por Valores Literarios, ganara el Premio Municipal de Literatura de Santiago. Con galardón y todo, con gusto amargo se recibía esa victoria.

Es posible pensar que, en inicio, eran buenas las intenciones de los dueños de Valores Literarios. La cuestión se desbandó, quizás, al no cumplir con las expectativas de venta. Difícil, de todas maneras, si el negocio principal era la venta de libros. Lo lamentable, dejando de lado las deudas y sus escapes, son los proyectos que quedaron inconclusos. Pues, para una segunda tanda de libros, se anunciaba la aparición de libros de Carlos Droguett, Pablo de Rokha y Gonzalo Drago. También, cómo no, un libro de Alfonso Alcalde, del cual no se tiene información de su contenido.


Diego Armijo (Viña del Mar, 1994). Es comerciante. Titulado como Contador y Profesor de Historia. Obtuvo una mención honrosa en el premio Roberto Bolaño 2020 por la novela Ampliaciones. Ha sido becario del Fondo del libro y la Lectura en 2019 y 2021. Textos suyos aparecen en la revista peruana Hueso Húmero y en las antologías Maraña (Alquimia, 2019) y En verano [Muestra del novísimo relato de la región de Valparaíso] (Schwob Ediciones/La Antorcha Magacín, 2022). Ha publicado los libros Glorias Navales (BAJ Valparaíso, 2019), Carcasa (La Calabaza del Diablo, 2020), Ropa (Libros del Cardo, 2022), Ampliaciones (Kindberg, 2022) y Lo tuyo son las lechugas (La Calabaza del Diablo, 2024). Habitó Glorias Navales.

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