Un ángel no tiene anatomía. Lectura de “Samotracia” de Ida Gramcko

Ida Gramcko, Samotracia. Caracas, Editorial Tuqueque, 2024.

El texto, publicado y editado por la editorial Tuqueque, juega a una especie de reconstrucción del original. El rescate de esta historia, en suma, me parece un gran acierto. (…) En Samotracia se pone de manifiesto la relación entre objeto y espectador, que podría ser también la relación del lector con el libro. No sería extraño este interés, pues es sabido que Ida Gramcko llevó durante un tiempo considerable una columna de crítica de arte en El Nacional.

Zorian Ramírez Espinoza


No puedo mirar demasiado un objeto sino me enardece.

Más misteriosa que el alma es la materia.

Más enigmática que el pensamiento es la cosa.

Un soplo de vida de Clarice Lispector

Este texto pretende reunir algunas sensaciones, y me refiero a eso más que a notas o apuntes de lo que ha sido un recorrido y varias lecturas de una misma obra: en este caso, de Samotracia, un relato fantástico o noveleta lírica publicado recientemente por la editorial Tuqueque. Quiero destacar que dicha editorial ha venido realizando una labor importante en lo que respecta a la difusión de textos poco conocidos de Ida Gramcko, escritora a la cual, durante el pasado año 2024, se le han rendido múltiples homenajes por el centenario de su nacimiento.

El texto, publicado y editado por la editorial Tuqueque, juega a una especie de reconstrucción del original. El rescate de esta historia, en suma, me parece un gran acierto. Pese a cualquier detalle extra, algunos errores o ambigüedades a la hora de interpretar el manuscrito, se conserva la voz de Gramcko, que en este libro solo es comparable a otra grande del monólogo interior: Clarice Lispector.

En Samotracia se pone de manifiesto la relación entre objeto y espectador, que podría ser también la relación del lector con el libro. No sería extraño este interés, pues es sabido que Ida Gramcko llevó durante un tiempo considerable una columna de crítica de arte en El Nacional y se desempeñó como profesora de filosofía del arte en el Centro de Enseñanzas Gráficas (CEGRA). Esto lo sé de primera mano, pues mi madre fue su alumna y uno de los recuerdos de sus clases con Gramcko es una fijación que la escritora tuvo durante un buen tiempo con los zapatos de Van Gogh. Siempre en un poeta la mirada parece volcarse no para observar, sino para penetrar hasta desaparecer el límite o la distancia, pues se mira para cercar. Bien nos dice Pizarnik «mirar una rosa hasta pulverizarse los ojos». Con esto pretendo llegar a esos acuerdos casi tácitos que se dan en ciertos momentos del proceso creativo y en un caso concreto, a la mirada de la poeta que al ver algo podría preguntarse: ¿quién o qué soy cuando estoy mirando?

Ida Gramcko en su juventud retratada por Francisco Edmundo «Gordo» Pérez.

Gramcko nos da una definición de símbolo en su libro Poética: “desde que hubo símbolo hubo dualidad. Porque guerrero luna o mar son trasfondo escondido. Observemos la prestancia perfecta de las cosas. Pues lo que contienen las desborda”. Es dentro de este concepto en el que la escritora parte para fijar su mirada en la periferia y hacer aparecer en lo desprovisto un objeto, en este caso, la escultura de Samotracia. Pero ¿qué representa esta escultura para el mundo occidental?

El primer uso fue votivo es decir, se representa a la diosa Nike abriéndose paso en una barca mirando, en este caso, al mar Mediterráneo. Para la historia del arte, en cambio, es el ejemplo de la famosa escuela de Rodas, pues en ella se exhibe, entre otras, la técnica del paño húmedo muy característica de este período. Es en ese desarrollo técnico donde reside quizás uno de los fenómenos más sorprendentes de dicha obra, pues en los pliegues de su vestido, en su postura y la forma en que están dispuestas sus alas observamos el paso del aire. La figura, pese a permanecer estática, da esa sensación de estar viva, de luchar para erguirse contra el viento. Los futuristas, en su manifiesto, quisieron abolirla: “un automóvil rugiente que parece que corre sobre la metralla, es más bello que la Victoria de Samotracia”. En esa afirmación se observa el conflicto de un tiempo estático y otro dinámico. Son estas, al parecer, las miradas de historiadores, religiosos, artistas anárquicos y seguramente pueden ser más, como bien nos muestra Gramcko a lo largo de todo el libro, en donde hay psicólogos, médicos, veterinarios, estudiantes de letras, filósofos, poetas, entre esos el mismo personaje de la escritora.

Edipo, rey de Tebas, según la historia antigua, pudo descifrar el enigma de la Esfinge. Ya en este momento histórico se muestran los grandes dilemas de la mirada humana: un hombre vio un objeto para poder descifrarse a sí mismo. De alguna manera, Clarice Lispector captura esto enigmático en uno de los pasajes de su libro Un soplo de vida: “Y sé cuál es el secreto de la esfinge. No me devoró porque contesté bien a su pregunta. Pero soy un enigma para la esfinge y sin embargo no la devoré. Desciframe le dije a la esfinge. Y se quedó muda (…) ¿El alma humana es cosa? ¿Es eterna?”

En la contradicción de este símbolo, La victoria alada de Samotracia, se mimetiza la escritora y hay cierto juego; una ironía de saberse enigmática. ¿Qué puede ser más enigmático e indescifrable que la locura? Sobre todo, la de una persona que se resiste a las reglas del discurso social y su castración. Para eso el personaje va a presentar un conflicto en primera instancia con su nombre, con las rimas y las homofonías del mismo. Gramcko va a burlarse del enigma y del fetiche en el que este se ha manifestado: “Es que sucedió lo siguiente –explicó, entonces, Luscinia–. Yo veía un paisaje y decía: aquel color rosáceo me produce emoción, me recuerda begonias, un muñeco de trapo, granadas y mejillas… y entonces me decían: ni que te fueras a morir por eso… porque yo me emocionaba muchísimo (…) y cada vez que sentía emoción y lo expresaba, venían a decirme: ni que fueras a desvanecerte por eso, ni que fueras a perecer por eso… Total, que el primer nombre: Nike, con su significado victorioso, se convirtió en el “ni que” vulgar de los que no son sensibles”.

No nos encontramos solamente ante la figura de una diosa sino también de un ángel que, en este caso, viene a ser una especie de Hermes durante toda la historia: “Un ángel está sobre la tierra –dijo Luscinia–. Solo uno. Para hacerme sentir la creencia –no, la certidumbre– de que lo azul existe. Él me lo reveló”. Con estas palabras inicia este relato-lírico, porque en efecto es un canto de la narradora en sus múltiples nombres: Nike, Luscinia, Victoria, Filomela y Ruiseñor. Ave que entona una cantinela fúnebre, tan enigmática como los nacimientos, como el amor. Ruiseñor herido, puesto que a Samotracia le faltan partes: sus manos, sus brazos, la cabeza, el rostro. Ojos que han visto lo azul como inmensidad, rostro de un ciego o de alguien que se ha expuesto tanto tiempo a la luz que le ha nacido el mar en sus entrañas, mirada de un ser que estuvo tan cerca de la verdad que esta lo desvanece, dice Lispector en su texto titulado Pensamiento: “He tenido tanta certeza de mí, hasta el punto de querer desaparecer”.

El no-rostro de Samotracia viene a dar lugar al de la poeta quien desde lo alto de su vuelo y delirio dice en un momento: “Yo soy el ruiseñor inalterable. No me confunda usted con sus pericos (…) Aunque estuviese muda, yo tendría voz para decirle a ese Rayo solar que venero, que en el mundo hay amor y melodía” luego Luscinia dice al cirujano, gran hombre de saber que su insolación no se cura con pastillas, que no es una enfermedad sino un encanto. Parece que nos encontramos frente a un cuerpo que a su vez es una caja de música, hay que “darle cuerda a esa voz”, revisitarla, repetir sus preguntas y dilemas. La locura en un esfuerzo de encordarse busca a lo largo de toda la historia: reafirmar su canto. De esta forma pretende coser la herida de las palabras: “ – Qué sentía usted ante una herida?/ – Deseos de curar, de ayudar…/ – ¿Qué sentía usted ante un lobo?/ – Deseos de amansarlo…”

Carolina Peña Espitia, en su ensayo titulado Alejandra Pizarnik y la extracción de la piedra de la locura, escribe lo siguiente: “Puede ser la escritura una cirugía para salvarse de la locura. Lo que pasa es que la piedra era falsa, no había tal extracción. Es decir, Alejandra no tenía forma de escapar de sus palabras”. Lo que me genera curiosidad de esta cita es que, en primer lugar, guarda un interés compartido con el de Ida, pues Nike-Luscinia-Victoria-Filomela-Ruiseñor tienen la intención de sanar. En una escena del libro, Luscinia dice lo siguiente: “Yo solo puedo ser, para el sabio, la suave cirujana de la inhibición o las amígdalas”.

En Pizarnik en cambio, hay un lugar diferente desde donde se vive la locura. Ambas se identifican con una obra de arte. Pizarnik quiere extirpar, sacar la víscera y expulsar ese otro yo de sí misma. En cambio, Gramcko se identifica con un resto, escombro, algo parecido a la muerte, enigma que la autora define como: “Una vitalidad extraordinaria a la que no le basta el cuerpo para actuar. Una vitalidad tan suprema que le estorban el rostro, la cintura y los brazos”.

Para Pizarnik hay un diagnóstico, un nombre, mientras que Gramcko penetra el enigma de la muerte. En una escena, el personaje de Nike-Luscinia-Victoria-Filomela se interroga acerca de esto y dice lo siguiente: “¿Acaso no es prudente el poeta que, al recibir la muerte, exclama: ya no eres misterio sino vida?”

Hace poco escuchaba en un programa de entrevistas una frase adjudicada a René Char “La única opción frente a la muerte es hacer arte”. Esta, y otras visiones más ligadas a la ontología y los procesos del individuo y las cosas, nos reafirman esta constitución del ser suspendido o surgiendo en el vacío: “En el bastidor bordé un paisaje. Y en él he colocado lo más inquietante, lo más hondo y más puro. Mi angustia”. Así es la voz de lo eterno; su canto insistente es el devenir del mar. El amor emerge en ese espacio, pues le pertenece porque la muerte sólo es descifrable en vida, y la vida es, en palabras de la poeta, “un aprendizaje de perpetuidad”, pues se ama lo eterno, lo afín, lo espiritual.

Nos encontramos ante una reflexión estética sobre la ruina, en este caso, en el estado físico de La Victoria de Samotracia y el mundo interior de Gramcko, pues ambos espacios están marcados por historias humanas, las huellas de la vida. Luscinia, en un momento, nos dice que el hombre destiniza, embellece y se pregunta: “¿La belleza qué es, en el fondo, sino una suerte de destinación?” Concibe al hombre como un ser que concede contenidos: “El hombre siempre ha sido un dadivoso. Y puso suavidad y ternura en donde no las había. Pues no las había sino en él”.

La estructura de este relato fantástico obedece a este criterio de incompletud porque “no puede enriquecerse lo exacto”. Luscinia en un momento define su ser como acéfalo. Musicalmente, “acéfalo” es una forma de iniciar un canto que no comienza en tiempo fuerte ni en tiempo débil, que no sugiere preguntas ni da respuestas. Es algo que irrumpe y parece que estaba sonando desde antes, lo que nos ofrece una sensación de continuidad como si quienes asistimos como oyentes (lectores en este caso) nos incorporáramos a esa dinámica de confrontación y expectación de ese monólogo de Ida-Samotracia.

En algún momento del relato Luscinia dice lo siguiente: “He aceptado ser una solitaria.  Me marcho por la sencilla razón de que sobre mi velador hay una caja muy pequeña muy curiosa, sin embargo, el  color se le ha difuminado. Pero la tapa cierra bien. Y voy  a concederle un destino. Voy a decirle: ya no necesitas el color, porque la luz te llena, y cierras bien, querida, porque tu tesoro es sólo tuyo. Esa cajita, más o menos, soy yo”. Digo que hay que tener mucho valor para confrontarse tan descarnadamente con uno mismo, abrir esa caja que eres tú y no hallarte. Mientras, el ruiseñor canta y su trin es viento recorriendo los bosques, brisa abriéndose paso entre follajes otoñales, anunciando un nuevo amanecer.

Comentario final: Pretendí acercarme a este texto de Gramcko atendiendo a una frase de su libro que dice que su alma solo puede ser tocada con su alma. En una escena del relato un caballero interroga a Luscinia sobre el alma y la confronta sobre la necesidad de tenerla y le pregunta sobre sus orígenes a lo que ella responde: “Algo absoluto y amoroso quería ser amado”.

Referencias

Camposdeplumas, P. (2020, octubre 29). Alejandra Pizarnik y la extracción de la piedra de la locura. Campos de Plumas. https://camposdeplumas.com/2020/10/29/alejandra-pizarnik-y-la-extraccion-de-la-piedra-de-la-locura/

Gramcko, I. (2020). Poética (K. P. Morales y Toný Romero- González, Ed.). Editorial Tuqueque.

Gramcko, I. (2024). Samotracia (K. P. Morales y Tony Romero-González, Ed.). Editorial Tuqueque.

Lispector, C. (2011). Un soplo de vida (M. Cámara y Benedito Nunes, Ed.). Corregidor.

Sarainés, P. (2022, mayo 9). Pensamientos, Clarice Lispector. Sarainés Kasdan. https://lacanciondelasirena.wordpress.com/2022/05/09/pensamientos-clarice-lispector/


Zorian Ramírez Espinoza (Caracas, 1996). Es músico y poeta venezolano. Licenciado en artes, mención música por la Universidad Arturo Michelena y contrabajista de la Orquesta Sinfónica Municipal de Caracas. Ha sido finalista en destacados certámenes de poesía como el Rafael Cadenas y el Bruno Corona Petit, Ecos de la luz. Publicó en 2022 su trabajo de grado Las escuelas de contrabajo en Venezuela, reconstrucción evolutiva 1970-2003 por el Centro de investigación y docencia del sistema nacional de orquestas de Venezuela (CIDES) y la plaquette Memoria derramada en España, bajo el sello de ediciones Petalurgia. Participa en antologías internacionales y escribe poesía, diario y crítica literaria. Cofundador del taller "El objeto y la memoria", organizó en 2024 el encuentro "Cuchara, cuchillo y tenedor" [Deseo y disidencias]. Actualmente es uno de los compiladores del dossier de poesía joven venezolana para la revista Círculo de poesía de México titulado “Si el río abriese los ojos: Antología de la continuidad”.

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