
Anne Sexton
[Traducción de Alejandro Salas]
Los mutilados y otras historias
Mi doctor, el comediante
te llamaba todo el tiempo
y te hacía reír
cuando escribía esta tonta rima…
Cada vez que doy conferencias
o me gano algún reconocimiento
al internado me mandas
en pantalones de entrenamiento.
Maldita sea, padre-doctor.
En verdad tengo treinta y seis años.
Veo ratas muertas en el baño.
Soy uno de los lunáticos.
Molesta, mi madre me ponía
en el orinal. Era buena para eso.
Mi padre estaba relleno de escocés.
Se le salía de cada orificio.
Oh los enemas de la infancia,
¡pestilencia de letrinas y vergüenza!
Sin embargo me arrullas en tus brazos
y murmuras mi sobrenombre.
O bien agarras mi mano
y me enseñas el amor demasiado tarde.
Y esa es la mano del brazo
que trataron de amputarme.
Aunque tenía casi siete años
era una mocosa terrible.
La metí en la secadora automática.
Salió linda y plana.
Era una mutilada instantánea
desde mi dedo hasta mi hombro.
La lavandera lloró y se desmayó.
Mi madre tuvo que agarrarla.
Sabía que era una mutilada.
Claro, lo sabía desde el principio.
Mi padre agarró la palanca de hierro
y rompió aquel corazón de secadora.
Los cirujanos agitaron sus cabezas.
Realmente no sabían:
¿sería el mutilado dentro de mí
el mutilado que se mostraba?
Mi padre era un hombre perfecto,
limpio y rico y gordo.
Mi madre era algo brillante.
Era buena para eso.
Tú me tomas en tus brazos.
¡Qué extraño que seas tan tierno!
Niña-mujer que soy,
piensas que puedes remendarla.
En cuanto al brazo,
creció, desafortunadamente.
Aunque mamá dijo que un brazo marchito
me pondría en el Quién es quién.
Por años lo describió.
Lo cantaba como un himno.
Para entonces ella amaba esa cosa encogida,
mi pequeño miembro marchito.
Las células de mi padre tintineaban cada noche,
tratando de hacer dinero.
Y en cuanto a mis células, ellas sólo pensaban,
pequeñas reinas, en la miel.
En muchachos también, a decir verdad,
y en cigarrillos y autos.
Mamá fruncía el ceño ante mi vida desperdiciada.
Mi padre fumaba cigarros.
Mis mejillas florecieron con larvas.
Las arrancaba como perlas.
Las cubría con panqué.
Me rizaba el pelo.
Mi padre no me comprendió
pero tú me besas en mi fiebre.
Mi madre me comprendió en dos ocasiones
y luego tuve que dejarla.
Pero esas son apenas dos historias
y tengo más que decir
de la letrina, del invernadero
donde me sacas del infierno.
Padre, tengo treinta y seis años,
sin embargo estoy aquí en tu cuna.
Estoy naciendo de nuevo, Adán,
mientras tú me pinchas con tu costilla.
Octubre de 1965
Despertando sola
Cráneo,
objeto de museo,
te podría estrujar como a un melón podrido,
pero preferiría, no, necesito
agarrarte suavemente como a un cachorro,
darte leche y moras por tu querida boca,
esposo, esposo.
Deseo tu sonrisa,
desplegada como una vieja flor,
y tus ojos, lunas azules,
y tu barbilla, siempre nazi, siempre obstinada,
¿y qué puedo hacer con este recuerdo?
¿Sacar los huesos sacudiéndolos fuera de allí?
¿Desfoliar la sonrisa?
¿Tropezar la barbilla con cigarrillos?
¿Agarrar el rostro del hombre que amo
y apretar mi pie contra él
cuando todo el tiempo mi corazón está haciendo un museo?
Te amo de la manera como suenan los oboes.
Te amo de la manera como hace sentir a mi cuerpo el
[zambullirse desnuda.
Te amo de la manera como sabe la alcachofa madura.
Sin embargo te temo,
como alguien que teme al sol en el desierto.
Verdad.
Verdad.
Sin embargo el amor entra en mi sangre como una vacuna,
goteando adentro sus pequeños y blancos momentos.
En gotas la fusta que asestaste,
el collar Thomas que usaba,
y luego vienes tú, ordenando vino,
colocando mi parasol de playa, cortando la grama,
haciendo feliz mi cocina con tu bistec carbonizado,
y yo regreso de nuevo a tu cráneo,
el pelo enmarañado de la mañana
que no me estaba permitido tocar,
y luego regreso a ti diciendo,
(mientras decía la verdad)
mis oídos están desconectados.
Y no sé,
no sé,
si nos toca estar juntos o separados,
excepto que mi alma insiste en quedarse sobre tu piel
y me pregunto si estoy arruinando todo lo que tuvimos,
y no tuvimos,
con esta ruptura,
este anillo de bodas arrancado,
esta vida angustiada
este Dios que es sólo medio Dios,
habiendo separado la resurrección de la gloria,
habiendo arrancado a Jesús de la cruz
y dejado sólo los clavos.
Esposo,
esposo,
levanto mi mano y sólo
veo clavos.
(De 45 Mercy Street)
Todos ustedes conocen la historia de la otra mujer
Es una pequeña Walden.
Ella está apartada en su cama de aliento
mientras su cuerpo despega y vuela,
vuela recto como una flecha.
Pero esta es una mala traducción.
La luz del día no es amiga de nadie.
Dios entra como un propietario
y deja destellar su lámpara de latón.
Ahora ella está más o menos.
Él se pone sus huesos de nuevo,
retrasando el reloj una hora.
Ella conoce la carne, ese globo de piel,
los miembros desatados, las tablas,
el techo, el techo removible.
Ella es su selección, de medio tiempo.
¡Tú también conoces la historia! Mira,
cuando todo ha acabado, él la coloca,
como un teléfono, de vuelta en la horquilla.
La muerte de Sylvia
A Sylvia Plath
Oh Sylvia, Sylvia,
con una caja inerte de piedras y cucharas,
con dos niños, dos meteoros
vagando sueltos por el diminuto cuarto de juego,
con tu boca dentro de la sábana,
dentro de la viga del techo, dentro de la plegaria silenciosa,
(Sylvia, Sylvia,
¿a dónde te fuiste
después de escribirme
desde Devonshire
sobre cultivar papas
y criar abejas?)
¿qué te reservaste,
dime cómo te echaste adentro?
¡Ladrona!,
¿cómo te arrastraste adentro,
arrastrándote hacia abajo sola
hacia la muerte que he querido tanto y por tanto tiempo,
la muerte que ambas dijimos que superaríamos,
esa que usábamos sobre nuestros senos pequeños,
esa sobre la que hablábamos con tanta frecuencia cada vez
que nos tomábamos tres martinis extrasecos en Boston,
la muerte que hablaba de psicólogos y curaciones,
la muerte que hablaba como novias con parcelas,
la muerte en cuyo honor bebimos,
los motivos y luego el acto silencioso?
(En Boston
el moribundo
viaja en taxi,
sí la muerte de nuevo,
ese viaje a casa
con nuestro muchacho.)
Oh Sylvia, recuerdo el tambor soñoliento
que golpeaba nuestros ojos con una vieja historia,
cómo quisimos dejarlo venir
como un sádico o una mariposa de Nueva York
a hacer su trabajo,
una necesidad, una ventana en una pared o una cuna,
y desde entonces esperó
bajo nuestro corazón, nuestro aparador,
y ahora veo que lo almacenábamos
año tras año, viejas suicidas
y me entero de tu muerte en las noticias,
qué sabor tan terrible, como sal.
(Y yo,
yo también.
Y ahora, Sylvia,
tú de nuevo
con la muerte de nuevo,
ese viaje a casa
con nuestro muchacho.)
Y sólo digo
con mis manos extendidas en ese lugar de piedra,
¿qué es tu muerte
sino una vieja pertenencia,
un lunar que se cayó
de uno de tus poemas?
(Oh amiga,
cuando la luna esté mal,
y el rey haya partido,
y la reina haya agotado todo su ingenio
¡la mosca del bar tendrá que cantar!)
Oh madre pequeñita,
¡tú también!
¡Oh duquesa divertida!
¡Oh cosita rubia!
17 de febrero de 1963
Rapunzel
[Fragmento]
Una mujer
que ama a una mujer
es joven para siempre.
La preceptora
y la estudiante
se devoran entre sí.
Muchas muchachas
tuvieron alguna tía vieja
que las encerraba en el estudio
para mantener a los muchachos alejados.
Ellas jugaban a las cartas
o se acostaban en el diván
y tocaban y tocaban.
Seno viejo contra seno joven.
Deja caer tu vestido desde tu hombro,
ven a tocar una copia de ti
porque yo estoy a la merced de la lluvia,
porque he dejado los tres Cristos de Ypsilanti,
porque he dejado las largas siestas de Ann Arbor
y las agujas de iglesia se han vuelto muñones.
El mar revienta en mi claustro
porque los políticos jóvenes se están muriendo,
muriendo así que agárrame, querida mía,
agárrame.
La rosa amarilla se volverá carbón
y Nueva York se desplomará
antes que hayamos terminado así que agárrame,
querida mía, agárrame.
Pon tus pálidos brazos alrededor de mi cuello.
Déjame agarrar tu corazón como a una flor
para que no florezca y sufra un colapso.
Dame tu piel
tan fina como una tela de araña,
déjame extenderla y escuchar y excavar la oscuridad.
Dame tus labios inferiores
todos hinchados con su arte
y yo te daré a cambio fuego de ángel.
Somos dos nubes reluciendo en un vidrio de botella.
Somos dos pájaros lavándose en el mismo espejo.
Fuimos presa fácil
pero nos hemos mantenido alejadas de la cloaca.
Somos fuertes.
Somos las buenas.
No nos descubran
porque nos acostemos juntas todas de verde
como maleza de estanque.
Agárrame, querida mía, agárrame.
Ellas tocan sus delicados relojes
una a la vez.
Ellas bailan con el laúd
dos a la vez.
Ellas son tan tiernas como musgo de pantano.
Ellas juegan a la mamá
todo el día.
Una mujer
que ama a una mujer es joven para siempre.
(De Transformations)

“Una mujer que ama a otra mujer” La poesía completa de Anne Sexton traducida por Alejandro Salas Selección de Zorian Ramírez Espinoza Esta muestra de poemas abarca algunos de los temas más frecuentes en la poesía de Sexton, cuya escritura en palabras de Alejandro Salas es “un diario íntimo donde las confesiones y las experiencias son tratadas con la más depurada artesanía literaria”. Sexton es poseedora de una voz-cuerpo que se desnuda sin ningún pudor para captar desde una experiencia poética la locura y el deseo que le permiten disolver su realidad, la cual oscila en esa relación entre “poesía y vida”. En palabras de Salas (1994): “La separación entre poesía y vida sólo puede compararse a la separación entre Dios y hombre, y esta ecuación misteriosa encuentra su manifestación más dramática en las vanguardias y los experimentalismos literarios. El lenguaje ha aprendido a revelarse a sí mismo pero olvida los misterios del hombre, que es su razón de ser. Poesía y vida no son una, pero este deseo, que está en las fuentes mismas del arte, es lo que señala la enorme distinción de Anne Sexton” La selección que realicé muestra estas ambivalencias, la cual se puede observar en el fragmento de su poema “Rapunzel” en donde reinterpreta los cuentos de hadas para hacerse de una mitología propia. Otros poemas de la muestra nos narran su soledad, su deseo de morir o más bien esa suerte de “sacrificio”, la complicidad con la palabra, como ocurre en “La muerte de Sylvia”. Las citas y poemas han sido tomados de la edición antológica de Anne Sexton publicada en 1994 por la editorial S&M editores en Caracas-Venezuela bajo la traducción del poeta Alejandro Salas y con el concepto editorial de Nélida Mosquera, quienes realizaron una de las colecciones de libros de artista y primeras traducciones de poetas al español más importantes de Venezuela.

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