Poemas de «Luz que ya no era». Antología poética

© Ángela Bonadies.

Con prólogo y selección de Vicente Undurraga, Luz que ya no era. Antología poética (Mundana Ediciones, Viña del Mar, 2024), cuyo nombre está tomado de un verso de la propia Yolanda Pantin (Caracas, 1954), recoge una breve selección de poemas provenientes de catorce de los dieciséis libros de poesía publicados entre 1981 y 2023. A su vez, esta mínima muestra, que ofrecemos en nuestra revista, fue escogida por su editora, Macarena García Moggia, y que presentamos como un adelanto de esta imprescindible poeta venezolana.

Yolanda Pantin


Paisaje

Si tuviera que decir algo

sobre este momento

que no me inspira nada

con mi cabeza rapada como un campo

que no ha sido jamás tocado

diría: el mar está en calma

te quiero

y en nada modifica

mi presencia inmóvil

recostada en la silla

que observa el paisaje

a tu lado

vacía

pero libre

En la terraza

Inútil resistir a la muerte que las cosas llevan

al silencio de la calle

al aire que mueve el papel

sobre la mesa

El día que conocí a Susan Howe

Yo venía de la guerra

es decir de un nuevo engaño

de esos que al igual que el dolor 

hacen bien a la dignidad narcisista

según había leído

en un poema de Pier Paolo Pasolini

y que ahora llevaba como marca en la frente

–en cada herida una lección para el futuro

vacío pero inmenso–

Ya había escuchado el ruido de las aspas

y el humano deseo

de abrazar hasta los párpados

Conocí la metralla en el teléfono

y en el océano las yardas

Sorbí el trago de París a fondo blanco

parte a parte lloré por Alemania

Tuve horrendas pesadillas

recuerdo especialmente un viaje en elefante

–de viajes no me hablen–

Me persiguen las imágenes

de cuerpos mutilados

en los campos

brazos antebrazos frutos de la carne

Qué sangrientas las batallas Susan Howe

Yo venía de la guerra

y sólo traigo unos poemas

Hay miedo en el dolor

ayer no más decía

y estas palabras para un nuevo encuentro

Lo importante es invisible para los ojos

porque el odio fluye en un río de sangre

Gacela

                                               (no por su belleza)

Nada le asegura

a la gacela permanencia

sino, al contrario, le confirma

tal es el estrépito de hojas

o pisadas de elefantes

            a lo lejos

su fragilidad

que finalmente es pánico

El ciervo

Iba yo con mi hermano por el bosque,

cuando lo vi entre las ramas asomarse.

Pude verlo como era,

y él, mirarme:

macho, de alta cornamenta.

Aunque de noche,

los ojos clarearon en su estupor al verme.

Volvió la grupa,

temeroso.

Yo alcé el arma que llevaba

y apunté entre los cuernos.

Disparé. Y con ello la cabeza

se deshizo en el aire

que había respirado.

Donde hubo belleza

quedó el cuerpo tendido

sobre la hierba.

Tomé el arma

y se la di a mi hermano.

“Ten”, le dije: “el rifle

con el que he matado sin deseo”.

Volví la espalda

y caminé hacia el auto

que había dejado

en el umbral del bosque.

Epifanía

Luz que ya no era

sino resto de luminosidad

en la ciudad que se construía

y que nos era por completo extraña, cuando

entre gentes y voces en otro idioma,

el cansancio habló en el oído

un zumbido huérfano, al reclamar un lugar

donde guarecerse del frío que nos obligó

a realizar a un tiempo los gestos de

cerrar sobre el pecho las solapas de los abrigos,

y levantar la mirada para alcanzar a ver

la palidez sobre los muros irse, mientras,

junto a la oscuridad que se avenía,

sucedió en la única persona que éramos,

la negación de todo,

            salvo del instante.

Odisea

–¿De dónde vienen

ustedes?

–Lejos

de aquella añoranza

que siempre nos sorprende:

del paso leve de los niños, de todo

lo que el miedo alcanza

en la respiración.

El hacedor

En la crujida más fuerte

de la década,

mi padre pensó

hacer lámparas.

Quiso hacerlas azules,

para leer en la noche

de escarcha.

Puso en ello el entusiasmo

que no tenía

para llevar los años.

Se debía al cansancio.

¡Cuántas haciendas, hatos

de ganado, crianzas!

Lo vi una vez quebrarse

como un niño,

pero hizo lámparas

con lágrimas de hombre.

Deseo

Recojámonos en esta habitación

y no salgamos de ella

nunca.

Veamos desde allí

chorrear los vendavales,

ríos que traen ramas, piedras.

No nos interesan. Seamos cabales

cobardes

durante el tiempo que

hemos tomado en préstamo,

ya que nada acontece

que nos distraiga,

hasta que otro día anochezca.

Jauría

Me despierta en la noche

la jauría

que va tras el zorro

de otro sueño.

Frágil

La luz que cae sobre algo

para exaltar ese algo

que recibe la luz

y era nada, o poca cosa,

en la sombra, es un poema

y en segundos deja de serlo.

Arcilla

Casi todo lo que importa

está enterrado y es natural

que no se manifieste.

Podemos morir sin saber

lo que acarreamos:

agua de un pozo revuelto,

aunque a veces surja algo

de esa arcilla

de dolor y resentimiento

que puede ser luz

nacida

en un poema.


Yolanda Pantin (Caracas, 1954) es una poeta y ensayista venezolana cuya obra ha sido reconocida con premios como el Casa de América de Poesía Americana (Madrid) y el García Lorca (Granada). Ha publicado, entre otros, los libros Casa o lobo (1981), Correo del corazón (1985), Poemas del escritor (1989), La canción fría (1989), Los bajos sentimientos (1993), La quietud (1998), El hueso pélvico (2002), La épica del padre (2002), Poemas huérfanos (2002), País (2007), 21 caballos (2011), Bellas ficciones (2016), Lo que hace el tiempo (2017), El dragón protegido (2021) y Un año y unos meses (2022).

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