Los libros no se inmortalizan únicamente por sus tramas o el lenguaje con el que están escritos. Más allá de los argumentos y las palabras, lo que permanece en nosotros es a menudo un matiz específico de una emoción, una imagen vívida de un escenario o una sensación precisa que nos dejó una lectura en un momento determinado.
Fran López Molina

Imagina una biblioteca antigua, donde los estantes están llenos de libros con cubiertas desgastadas y páginas amarillentas. Entre ellos, encuentras una novela que solías leer durante tu infancia. Al abrirla, el aroma del papel envejecido y las notas escritas a mano en los márgenes te transportan instantáneamente a otro tiempo y lugar. Este libro, más allá de sus palabras impresas, es un archivo viviente de recuerdos personales y culturales. Representa no solo las historias que cuenta, sino también las memorias de quien lo ha leído.
Para muchos, los libros no son solo receptáculos de historias ajenas, sino que también se entrelazan con sus propias memorias personales. Un libro regalado por un ser querido, una edición firmada por un autor, o un volumen leído durante un momento crucial de la vida, adquiere un significado especial que trasciende su contenido.
Como señala Ricardo Piglia, «Los libros tienen una vida propia. Uno los lee, pero también los vive, y en ellos se inscriben las marcas de esa lectura, de ese vivir.» Esta afirmación subraya cómo los libros se convierten en testigos de nuestra experiencia personal. Cada subrayado, anotación, o simple signo de desgaste en sus páginas cuenta una historia adicional, una huella de la interacción entre el lector y el texto.
En esa misma línea, los libros, como objetos, son mucho más que páginas encuadernadas. Representan el entrelazamiento de experiencias individuales y colectivas. Cada ejemplar es una amalgama de significados personales y culturales que trascienden su materialidad. La sensación táctil de pasar las páginas, el olor característico del papel envejecido y las marcas personales en los márgenes son testamentos del vínculo íntimo que desarrollamos con estos compañeros.
Walter Benjamin, en su obra Desembalando mi biblioteca, reflexiona sobre el valor de los libros como objetos: «No es tanto que se acumulen libros, sino más bien que los libros se recojan y atesoren en función de su significado personal y sus asociaciones». Benjamin destaca cómo los libros, más allá de su contenido, son tesoros que custodian nuestras memorias y emociones, reforzando la conexión que establecemos con ellos.
Asimismo, la literatura posee una capacidad singular para residir en los pliegues más recónditos de nuestra memoria. Con frecuencia, los personajes y las historias que leemos se entrelazan con nuestra propia experiencia, de manera que, con el paso del tiempo, una simple mención o un detalle de una novela puede evocarnos recuerdos de personas y momentos que creíamos olvidados. Los libros no se inmortalizan únicamente por sus tramas o el lenguaje con el que están escritos. Más allá de los argumentos y las palabras, lo que permanece en nosotros es a menudo un matiz específico de una emoción, una imagen vívida de un escenario o una sensación precisa que nos dejó una lectura en un momento determinado.
Con el transcurso de los años y el cambio de nuestras lecturas, es posible que la narrativa completa de una obra se desvanezca, pero al encontrarnos con el nombre de un título o al recordar una frase, nuestro ser puede revivir intensamente un sentimiento que, en su momento, nos impactó profundamente. De esta manera, Woolf sugiere que los libros pueden convertirse en parte de nuestra identidad, influenciando cómo vemos el mundo y a nosotros mismos. Al releer una frase o recordar un título, no solo estamos recordando la historia, sino también quiénes éramos cuando la leímos por primera vez.

Fran López Molina (Valparaíso, 1996). Periodista. Diplomada en Periodismo Narrativo Latinoamericano en Universidad Portátil. Actualmente estudia dos maestrías: Literatura y Estudios Culturales en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y de Escritura Narrativa de la Universidad Alberto Hurtado. Miembro de la 7ma Gen de jóvenes periodistas de Distintas Latitudes. Ha publicado en el suplemento “El Rayo” de La Estrella, Gacetilla Filológica en la Universidad Antioquía, Colombia, Desvelada.mx, entre otros. [Puedes leer otros textos de Fran López Molina en el n° 15 y 19 de nuestra revista.]

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