
Cuando Nathuram Godsé de 39 años, director ocasional de un periódico y seguidor del extremista hindú Vinaiak Dámodar Savarkar, disparó desde poco más de un metro sobre el pecho desnudo del Mahatma Gandhi, no sólo tomó la vida de un líder viudo de 79 años al cual había jurado matar por entregar territorios a los musulmanes, sino que selló una cábala macabra ejerciendo la fuerza de las armas contra quien refundó la cultura de la paz.
Pedro Celedón Bañados
Me parece casi imposible que un ciudadano que intente hacerse cargo de la historia que le tocó vivir, no convoque año a año ese atardecer del 30 de enero de 1948, señalado para muchxs como uno de los crepúsculos más dolorosos de la vida moderna, al infiltrarse una mano asesina en medio de la multitud autoconvocada para acompañar en oración a quien atravesó dos guerras mundiales y la independencia de su nación, optando por la paz y la no-violencia.
Quienes acompañaban en ese momento a Mohandas Karamchand Gandhi vieron aproximarse a un hombre vestido con uniforme militar. Se acercaba ocultando un revólver entre sus manos unidas a modo de saludo y al inclinarse ante Gandhi, “Mamu”, una de las sobrinas nietas del Mahatma (Gran Alma, en sanscrito) pensó que quería tocar los pies “del padre de la India”, por lo que alargó sus brazos para apartarlo amablemente, puesto que este tremendo líder luchaba contra esos gestos de devoción hacia su persona, sacándose las ofrendas florales que tantos colgaban en su cuello y deteniendo ese ademán de sumisión tan recurrido para venerar a los líderes espirituales en la India nueva y milenaria.
Gandhi había terminado sólo doce días antes el prolongado ayuno con el cual detuvo la matanza entre hindúes y musulmanes, puesto que su pueblo compuesto en la época por 400 millones de personas (hoy por más de 1.400 millones) comprendió que Bapu, “El Padre”, estaba decidido a dejarse morir si no deponían su belicosa actitud.
En ese momento era un anciano que vivía en un país con un sistema de comunicaciones más que deficiente, con un territorio tan extenso como la actual Rusia y había logrado una vez más hacer lo que ni la política, ni el dinero, ni ejército alguno estaba (ni está) en condiciones de realizar: apaciguar los ánimos encendidos al grado del saqueo, el ultraje y el crimen, en una nación que se dividía dando origen a dos países: India y Pakistán.
Es indudable que Gandhiji (diminutivo amoroso de su apellido), se ofrece a la historia de la cultura actual como la figura exacta de lo que puede ser la encarnación de las fuerzas del espíritu, motivo más que suficiente para que cada quien lo honre a su manera y desde ese empeño nació este texto hace unos años.
Es bueno recordar que su vida y su obra no estuvieron nunca rodeadas ni de hierofanía, ni de hermetismo esotérico y que menos aún desarrolló un discurso sobre la base de una religión en la que él pudiera alzarse como sumo sacerdote.
Casado a los 13 años con quien será su compañera de vida, Kasturba Makhanji, se recibirá de abogado en Inglaterra y comenzará una vida burguesa hasta que su propio trabajo lo enfrenta a la enorme diferencia que existía en el trato y las oportunidades de las personas. Su escuela fue África del Sur, pero su personalidad florecerá al regresar a la India e incorporarse al Partido del Congreso fundado por ingleses liberales, llevado en la década del 20 por familias indias de educación europea y grandes fortunas locales. En el Partido del Congreso militaban luchadores hindúes y musulmanes como Jawaharlal Nehru, Sarojini Naidu, Maulana Azad, Abdul Ghaffar Khan y MuhammadAli Jinnah quien terminará siendo el principal ideólogo de Pakistán.
La doctrina de Gandhi se fue construyendo entre la política, el respeto a las costumbres de su pueblo y la religión, abriéndose al interior de esta última no sólo a los preceptos hindúes, sino que a todas las enseñanzas sagradas e incorporando aquello que le servía para solidificar los grandes pilares de su fe: el amor, la verdad y la no violencia. Sobre este último punto el Mahatma siempre manifestó que su inspiración le surgió como una evidencia desde las enseñanzas de Cristo, puntualmente de su designio de ofrecer frente a un ataque “la otra mejilla”, contradiciendo la milenaria y nefasta ley patriarcal del “ojo por ojo”.

De su autobiografía subtitulada Mis experiencias de la verdad se desprende claramente una cultura sólida materializada sobre todo en las granjas comunitarias que fundó, siendo la más conocida la que llevó por nombre el del escritor ruso León Tolstoi. Gandhi fomentaba en ellas tareas que requerían de ejercicios precisos compuestos entre otros por lectura de textos sagrados, meditación, alimentación vegetariana, abandono del orgullo y entrega a las labores menores con la misma dedicación que a las más nobles. En su autobiografía se lee: “Desarrollar el sentido espiritual del ser es formar el carácter y permitir a cada uno trabajar en el conocimiento de Dios y de sí mismo”, dado que, “toda formación es banal e incluso nociva si no se realiza a la par con el cultivo del espíritu”.
Cuando Nathuram Godsé de 39 años, director ocasional de un periódico y seguidor del extremista hindú Vinaiak Dámodar Savarkar disparó desde poco más de un metro sobre el pecho desnudo del Mahatma, no sólo tomó la vida de un líder viudo de 79 años al cual había jurado matar por entregar territorios a los musulmanes, sino que selló una cábala macabra ejerciendo la fuerza de las armas contra quien refundó la cultura de la Paz.
Ese crimen que sucedió en Birla House, residencia ocasional de Gandhi en Nueva Delhi, se transformó inmediatamente en la versión siglo XX del signo de Caín. Cada año muchos y muchas buscamos interpretaciones a este gesto surgido en un continente rico en simbolismos y augurios, donde un falso soldado, un joven militante de un partido fundamentalista intrascendente, asesinó a uno de los hombres más grandes que recuerda la historia del planeta.
Eso sí, lo que no pudo matar es su enseñanza en la cual se encuentra una buena parte de las respuestas necesarias para ofrecer resistencia a la afiebrada anticultura hedonista, egoísta y violenta que nos sacude en la actualidad.

Pedro Celedón Bañados (Chile, 1956). Historiador del Arte. Doctor en Historia del Arte Contemporáneo, Universidad Complutense de Madrid. Ha sido miembro de Teatro Gusarapos (Madrid), Théâtre du Soleil y Clepsyla Théâtre (Francia). Ha colaborado con Teatro del Silencio y Domo Teatro (Chile). Asesor de Teatrocinema y del Festival internacional de teatro de mujeres, Mestiza Chile (Red Magdalena Projet/Odin Teatret de Dinamarca). Su trabajo ha sido publicado en Chile, Cuba, Bélgica, España, Francia, México, Uruguay.

Deja un comentario