Sobre «Próximo destino: las afueras. Anotaciones, samples, paratextos» de Hugo Herrera Pardo

Anotaciones, samples, paratextos, boletos-marcapáginas, buses, torniquetes, erratas, todo leído en la articulación política que se puede dar entre vida y trabajo, un trabajo que consiste, básicamente, en leer y escribir las lecturas.

raúl rodríguez freire

Hugo Herrera Pardo. Próximo destino: las afueras. Anotaciones, samples, paratextos. Santiago, Ediciones mimesis, 2023, pp. 200.

1. Hace poco apareció en un muro de Facebook una pregunta que suele levantarse cada tantos… meses. Así de rápido vamos. Se refería a la crítica en Chile, a su existencia. En los comentarios, alguien contó que a lo largo de los años en que trabajó en la sección de referencias críticas de la Biblioteca Nacional, pudo ir viendo, con pena, cómo mermaba la escritura sobre escrituras. Pero también aparecieron algunos nombres, como el infaltable Alone. Si lo pensamos en inglés, este crítico está solo. Quizá por ello Roberto Bolaño lo ficcionó bajo el nombre de “Farewell”, esto es, despedida, partida, adiós. Despedida, partida, adiós, diría que a cierta forma de ejercer la crítica. Preocupada del canon y de canonizar, poco se distanciaba la crítica de la teología. Es más, canon es un término que designa o, mejor, determina los libros aceptados como sagrados, esto es, de inspiración divina. Desde hace un tiempo, buena parte de la crítica más interesante se plantea derechamente como anticanónica, no para dejar de leer, sino para leer de otros modos. Pienso, por ejemplo, en Josefina Ludmer y su maravillosa lectura de Sor Juana o en la de Gayatri Spivak sobre Yeats, entre muchas, muchas otras. Pero vuelvo a la pregunta de un muro de Facebook. Me sorprendió que el propio medio en el que se la planteaba no fuera relevado: una red social virtual, quizá la más importante en términos de historia medial. Reparar en el medio fue lo que me llevó a pensar en el famoso ChatGPT, que irrumpió este año como un supuesto acontecimiento que nos dejará sin trabajo. Los medios que publican crítica ya son escasos, lo que da cuenta de que la situación es indigente (hace unos días una amiga que vive en Brasil me preguntó por revistas no académicas en las que estudiar la circulación de lo que se dio en llamar “World Literature”… apenas pude enviarle 3 nombres). Bueno, el ChatGPT no es ninguna maravilla, porque no es ninguna novedad. “El Arsenal ganó 2-0, sumando así 8 victorias seguidas en casa. El Manchester tuvo mala suerte a pesar de manejar la posesión de balón”, escribió una máquina en 2017. La empresa detrás del robot deportivo lleva el interesante nombre de “Narrativa”, y su objetivo no es otro que crear contenidos de todo tipo. Si la crítica se mantiene como está, prontamente robots editores comenzarán a escribir reseñas. En realidad, ya lo están haciendo, pues si se trata de contar de qué va, por ejemplo, una novela, no tendrán mayores dificultades. Menos aún si esas novelas están pensadas, como escribió Emanuele Trevi en su hermoso libro sobre Petróleo, la obra póstuma de Pasolini, para entretener, y hacerlo fundamentalmente buscando por parte del lector o de la lectura un reconocimiento con lo escrito. “¡Cómo se parece todo eso a lo que me pasa!”. Pasolini, y lo que narraba, por el contrario, no se parecían a nada ni a nadie. La crítica, para continuar, tendrá que dejar de parecerse a lo que hoy es y quizá también a lo que ha sido.   

2. Pero recordemos mejores tiempos de la crítica, a secas. Cuesta imaginar que un crítico literario llegase a ser una persona, cómo decirlo, significativa, menos aun tremendamente significativa, como para seguirlo a todas partes, registrar sus escritos, sus conversaciones, sus movimientos, su comida, en suma, su vida toda. Cuán interesante debía de haber sido para que alguien llegase a tomarse tal molestia, y terminara escribiendo una biografía que, en la edición de Acantilado, por poco no llega a las 2000 páginas. “Presuntuoso afán” es como llamó James Boswell a su interés por escribir sobre Samuel Jonhson, y lo hizo de una manera tan singular que terminó publicando la primera biografía moderna. Antes, el modelo eran las Vidas de Plutarco, esto es, vidas resaltadas por su moralidad. Gracias a Boswell, por el contrario, podemos conocer, por ejemplo, sobre la precariedad que afectó gran parte de la vida de Johnson, las dificultades que le trajo el no tener un título universitario, la discriminación de los ricos a los que no les simpatizaba un sujeto que no llevaba bien puestas las medias, ni la peluca empolvada adecuadamente, y que tenía más tics que Slavoj Zizek. Nació pobre y enfermo, pero llegó a ser uno de los autodidactas más sorprendentes de los que se tenga noticia. En otras palabras, Boswel nos cuenta cómo es que “un humilde trabajador de la literatura” se transformó en el intelectual más importante de su época, y en el mayor crítico que haya existido en el mundo de habla inglesa. Por cierto, fue sólo después de haber publicado un diccionario, en el que se empeñó prácticamente solo y sin medios, que la intelectualidad londinense le otorgó el título de Doctor. De ahí que se lo recuerde como el Dr. Johnson.       

3. De un pasado glorioso, y eminentemente masculino, a un presente efímero, pareciera moverse la crítica, a punto de extinguirse a manos de unos robots que se lo deben todo a las matemáticas y sus famosos alguarismos, que es como llamaban los árabes a los algoritmos. Pero si le ponemos algo de ritmo, como hace Hugo en Próximo destino: las afueras. Anotaciones, samples y paratextos, bien podríamos ver que la crítica tiene bastante camino por recorrer. La cuestión es ¿por qué leer este libro de crítica? Desde hace muy poco, la Cámara Chilena del Libro ha venido publicando unos informes sobre la actividad editorial en Chile. Lamentablemente no contamos con las cifras del año 2022, pero podemos estimar o especular, a partir de sus datos (2015-2021), que libros como el que estoy comentando no superan los 200 títulos por año, mientras la narrativa ya pasó los 1000 anuales, y la poesía los 600. Y si sumamos los datos de libros importados, vemos que el tiempo, que la vida, nos obliga a ser cuidadosos a la hora de posar los ojos sobre el papel. “La vida es muy corta para ver películas malas”, leemos la plataforma de streaming Mubi, y lo mismo podríamos pensar para la literatura, considerando en ella a la crítica. Lo diré de manera directa: si la crítica y el periodismo, e incluso la academia, le temen a los algoritmos, entonces hay que apostar por el estilo, esto es, por una lengua, por una escritura inclasificable, salvaje, para recordar a Bolaño. Vayamos entonces al título: Próximo destino: las afueras. La verdad es que no se entiende. El subtítulo pareciera ser más claro: Anotaciones, samples y paratextos. Pero el título no se entiende, por lo menos no hasta la página 185 y el libro tiene 189, más la bibliografía. En la 171 hay un tráiler. Pero es en esa página 185 donde aparece una idea de literatura que muestra que estamos leyendo el libro que no sólo aventura la inclasificación, también nos muestra a un lector singular, cuya amistad, por cierto, es uno de los dones que me ha dado esta vida. La idea comienza así: “Agregaría en relación a este diario lectógrafo”. Se trata este diario de un conjunto de textos que Hugo tuvo ocasión de presentar bajo distintas formas (y que es la parte con que cierra el libro), pero que tienen en común el haber sido leídos arriba de un bus. De ahí lo que sigue: “el regreso al origen, y la salida posterior de él, en tanto escena de lectura, otorgan un friccionante sedimento afectivo para poder entrever la presencia de esos otros mundos posibles, de esa fuerza en permanente desplazamiento que llamamos literatura”. La lectura en movimiento como dispositivo de subjetivación, haciendo emerger el deseo como condición existencial, esto es, el deseo como lo que te permite amar y disfrutar la vida, a través de sus desafíos, literarios o no. Pero aún no queda claro lo de las afueras. Como Carlo Ginzburg, Hugo se detiene en ciertas insignificancias para, a partir de ellas, instalar un problema, una lectura, que explícitamente será atravesada por lo político. El texto sobre el torniquete es, al respecto, revelador. También los boletos de buses, que devienen, en sus manos, improvisados marcapáginas, adquieren aquí una importancia determinante para comprender el modo de imaginar y ejercer la crítica por parte de Hugo: “Si la lectura puede hacer de nuestros viajes en buses un tiempo secreto, los boletos-marcapáginas condensan ese tiempo replegado sobre sí. Los boletos dejados entre las páginas de un libro imantan un tiempo sigiloso que sus huellas impresas —semiborradas o a punto de fundirse con el blanco— reactivan en la memoria”. Pero aún no llegamos al próximo destino: “las afueras”. Encaminándose hacia la mitad, en el último párrafo de un pequeño apéndice de El campo y la ciudad, que en la edición original no alcanza ni siquiera una página completa, Hugo encontró una palabra cuya historia Raymond Williams recuerda, commuter, que el traductor traduce entre parénesis cuadrados como “las afueras”. Se trata, escribió Williams, de un término proveniente de la jerga ferroviaria que refería el pasaje o el tiquete de un viaje de ida y vuelta por parte de un obrero, desde los márgenes de la ciudad, sus afueras, hacia su interior. Hugo, a su vez, traduce el término a partir de su propia experiencia: nacido en una pequeña ciudad de provincia sin universidades, y viviendo además en sus afueras, le tocó ser parte de la primera generación universitaria de su familia, lo que implicó tener que viajar más por necesidad que por elección. Se suma a ello, y cómo no sentirme identificado, un relato familiar que hacía de la universidad un “discurso sostenido largamente por la idea de movilidad social”, cuando de lo que se trataba era de la movilidad corporal, sacudida una y otra vez por la literatura. No estamos, por cierto, ante un relato de formación, pero no puedo dejar de ver en el diario lectógrafo la historia de muchas y muchos que estudiamos fuera de casa durante la postdictadura (esa que las y los secundarios que saltaron el torniquete quisieron clausurar) y nos apasionamos por los libros, hasta hacer de ellos una forma de vida, nuestra forma de vida.

4. Anotaciones, samples, paratextos. En verdad tampoco es que, de buenas a primeras, el subtítulo sea más comprensible que el título, a pesar de que el teclado me cambie una y otra vez samples por simples, como si fuera cuestión de conmutar una letra. El primer ensayo abre con una cita de Vivian Abenshushan, en la que se afirma un procedimiento que, de cierta manera, también es el de Hugo. En su referencia a las mediaciones cotidianas, la ensayista mexicana realiza un catálogo de las mediaciones cotidianas sobre las que se levanta su escritura, como la parodia, la cita, el remix, los post-its, la mano y las cervicales rectificadas, entre muchas otras. Hugo suma los textos anotacionales, cuya lectura surge del entrecruzamiento entre vida y trabajo, afirmándose así lo literario como canibalización del tiempo que nos ha tocado en suerte. Pero el bus mismo en el que se lee es ya un elemento más de esas mediaciones de las que habla Abenshushan, con lo que vemos aparecer un hilo que recorre las páginas de Próximo destino, pues las formas anotacionales también son aprehendidas aquí bajo la figura del viaje: “ya sea hacia la materialidad del libro, hacia el proceso de escritura”, como escribe Hugo “o hacia la constitución de la subjetividad, expresadas alrededor de condiciones como la desarticulación de la sintaxis, el montaje archivístico, el relevamiento de las operaciones de lectura o relectura o la interpelación de/por la página en blanco”. Hay aquí un interés por la forma que se disloca de la escritura rutinizante, para plegarse en el texto que sigue, dedicado a la revuelta de octubre a partir del torniquete. La propia escritura de Hugo salta (pueden mirar sus páginas) unos torniquetes montados por unos ecualizadores que parecieran anunciar —sin proponérselo, pues ello es algo que le debemos a Aracelli Salinas, diseñadora de mimesis— el ensayo dedicado a J Dilla y su estética sonora de las erratas. Este texto, por cierto, no podía sino comenzar obviamente por una errata. En vez de “Un lugar común se ha asentado”, leemos “Ucomún se ha asentado”, aunque también podemos advertir en esa U capital (página 69), que pareciera moverse mediante un gesto que tiene su deuda con Duchamp, podemos advertir, digo, precisamente la desinscripción que Hugo hace de los lugares comunes de J Dilla. Es más, esa errata opera como replica visual “del desajuste en términos de compás que muchas veces se producía al secuenciar breakbeats de distinta procedencia”. Este desajuste será clave, en la lectura de Hugo, para mostrar la ruptura que J Dilla instauró respecto de la servidumbre maquínica que operaba particularmente en el Hip-Hop, al tiempo que lograba hacer emerger una ética de lo común que transformaba el samples, como antes con el torniquete, en una mediación eminentemente política.   

5. He dejado para el final el texto que más valoro de Próximo destino. No porque lo considere por sobre los otros, sino porque se trata del primer texto que le conocí a Hugo, permitiéndome rápidamente ver en él a un compañero de ruta: “Próximo a publicarse. Sobre los paratextos sin texto de la vanguardia de Valparaíso”. De San Fernando a Valparaíso, Hugo es sin duda uno de los mejores lectores de la literatura de la región, sin cerrarse a ella, ni en ella. Lejos está de ser un “valparaisólogo”, figura que aparece de vez en cuando por la escena académica contemporánea. La investigación que ha venido realizando sobre los sentidos del puerto durante el siglo XIX, los olores y sonidos a los que Hugo nos permite acceder gracias a su olfato crítico literario, nos hablan ya de un próximo libro, que de la especulación debe pasar a su concretización. Pero vuelvo a ese texto inicial de 2012, que leí en marzo de 2013, cuando recién acababa de trasladarme junto a Mary Luz Estupiñán a la V región. Lo maravilloso de esos “libros inconclusos, perdidos o anunciados y nunca llegados a escribir”, que tanto le interesan a Hugo, es que no hay año en el que no se vayan descubriendo nuevos paratextos sin textos, entre los cuales incluso ya puedo sumar alguno de mi propia “no autoría”, y cuyo título ni siquiera recuerdo, pero Hugo sí, que tiende a mirar los indicios que se alojan en las solapas de los libros en los que seguimos imaginando los que vendrán, sin garantías. Retomo: una vez más, vemos aparecer en la lectura de Hugo la cuestión de la democracia y de lo común, lo que muestra que en todo su trabajo crítico, vida y literatura, se anudan políticamente. Me permito citar un fragmento un tanto extenso en torno al “sistema de suscripción integral previa” que Neftalí Agrella y Julio Walton, dos figuras relevantes de la vanguardia porteña de los años veinte del siglo pasado, que es aquella en la que aquí se detiene Hugo, anunciaron en forma de paratextos: “Un proyecto fallido, que intentaba entregar ‘obras completas’ de una multitud de autores ‘al más ligero coste de bolsillo’, aparece como una idea solo asequible a lo que las posiciones dominantes de la cultura han signado como ‘literatura popular’, no a una versión siempre selectiva de la tradición. El proyecto de Agrella y Walton, concluido finalmente en la forma de vestigio o de paratextos sin texto, contribuye a plantear serias y no tan serias dudas con respecto a los fundamentos de aquella frontera. Y es que, en último término, frecuentar la frontera que distancia lo culto de lo popular contribuye también a encarar la concepción de capacidad liberadora atribuida a la cultura que subyace al proyecto de la modernidad. Contribuye, en otras palabras, a encarar los encubrimientos de la cultura en tanto categoría jerarquizadora e impositiva al interior de lo que se ha entendido por democratización y, desde luego, en el interesado trabajo que ha desempeñado tal categoría en la organización de las relaciones intersubjetivas” (126). Anotaciones, samples, paratextos, boletos-marcapáginas, buses, torniquetes, erratas, todo leído en la articulación política que se puede dar entre vida y trabajo, un trabajo que consiste, básicamente, en leer y escribir las lecturas. Y por tiempo, pero también por espacio, no entraron en esta oportunidad las reseñas, las entrevistas, los malos olores, y todo lo que cae dentro de lo que Iván de los Ríos llamó “perímetro de lo insignificante”, esas formas menores que bajo la mirada crítica de Hugo se transforman en maravillosas excusas para la lectura en movimiento. ¿Que si existe la crítica literaria? Diría que sí, pero bajo modos heterogéneos a los conocidos, alejados de Alone y de Johnson, y también de los algoritmos, y para tener noticias de esos otros modos, habría entonces que salir de los muros virtuales y de Santiago, y ponerse a leer ya Próximo destino: las afueras. Anotaciones, samples, paratextos de Hugo Herrera Pardo.

Valparaíso, agosto 10, 2023.

raúl rodríguez freire es académico del Departamento de Literatura de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, donde dirige el Doctorado en Literatura. Investiga sobre narrativa latinoamericana contemporánea, humanidades y Antropoceno, estudios visuales y transformaciones universitarias. Ha publicado Sin retorno. Variaciones sobre archivo y narrativa en Latinoamérica (2015), La condición intelectual. informe para una academia (2018), La forma como ensayo. crítica ficción teoría (2020), La universidad sin atributos (2020), Ficciones de la ley (2022), La mirada disyecta (2023), entre otros libros que ha traducido y editado.

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