Valparaíso, ciudad de contradicciones 

En Valparaíso el arte vive en movimiento. Los poetas dan recitales en las lanchas. Los cronistas bailan en Los Mil Tambores. Los músicos tocan en los balcones y en las ventanas. Las bailarinas son filósofas. Las obras de teatro se muestran en containers. Los pintores muestran su trabajo en proyecciones.  Los títeres y payasos tienen su propio museo. Los fotógrafos hacen exposiciones en las calles. Los artesanos del sonido salen, recolectan ruidos y los muestran en un festival. En Valparaíso, los artistas se juntan en residenciales, en fiestas y en festivales. 

Fran López Molina

Valparaíso es una ciudad de contradicciones. Es una ciudad de perros que se suben a los techos, de gatos que deambulan por las calles. Siempre hay un gato que vigila alguna tienda o un perro que está echado comiendo pan. En Valpo los animales son tratados como reyes y las personas como súbditos. En Plaza Echaurren los perros cuidan a los patipelados del puerto, los que piden “una moneita, por favor”. Por las tardes los vagabundos se sientan al lado de la estatua de Jorge Farías, lo abrigan y hasta conversan con él. Por las noches, los animales le hacen compañía al monumento. No obstante, algunos perritos tienen mayor suerte otros, duermen en carros de supermercado, abrigados y usando anteojos de sol. 

Valparaíso es una ciudad para los nostálgicos y desordenados. Detrás del Congreso, en el pasaje Ross, se ubica uno de los talleres más antiguos de la zona. Samuel Álvarez tiene 83 años y lleva más de seis décadas dedicándose a hilvanar, punto por punto, sombreros, jockeys y boinas. Cercano a su tienda se encuentra el “Mall Paseo Ross”. Por Avenida Pedro Montt, al frente del magno edificio en el que se crean y deshacen leyes, está la Sombrerería Woronoff que data de 1927, famosa por la elegancia y calidad de sus ropajes. En la misma cuadra se ubica una tienda de ropa china y un bar.  Un poco más arriba, se encuentra Avenida Argentina en donde cada día miércoles y sábado se llena de colores, aromas y personas vociferando “¡A mil a mil las paltas!” “Heeeelados Yoork” “A mil pesos está el kilito de papas, caserita”

Para movilizarse los porteños y porteñas tienen cuatro opciones: los trolleys, las micros, el metrotrén y los ascensores. Los trolleys parten en Avenida Argentina, pasan calle Colón, Plaza Victoria, Avenida Brasil, calle Blanco, Plaza Sotomayor, el Mercado y Plaza Echaurren. De regreso: Plaza Echaurren, calle Serrano, Plaza Sotomayor, calle Prat, calle Condell, Plaza Victoria, Independencia, calle Colón, Avenida Argentina. Llegados a finales de 1950, en este transporte eléctrico de asientos color verdes o cafés y de dos puertas amplias, se suben cantores, estudiantes, adultos mayores, poetas y personas bien vestidas, y de vez en cuando un personaje de traje y sombrero negro, Isaac Reyna pide permiso y cuenta algún relato del puerto principal. “Estimados pasajeros y pasajeras, hoy les vengo a contar la historia del mítico Émile Dubois. Esta es una historia de terror, misterio y crímenes”.

 La 612 o más conocida como la “O” es uno de los buses que más vueltas da en los cerros. Para los turistas, subirse a este transporte es toda una osadía y una experiencia puesto que pasan por varios lugares con gran velocidad. Desde Valparaíso pasa por Avenida España, Av. Argentina, Colón, sube Av Francia, hasta que, luego de un par de vueltas, llega a la extensa y turística Av Alemania en donde cruza varios cerros. Hasta que vuelve a subir otra vez, para transitar por Camino Cintura, en donde las curvas son en varios casos, cerradas. La micro, baja hasta que llega al puerto, para luego subir al cerro Playa Ancha y toparse con la Universidad de Playa Ancha y de Valparaíso. Sin embargo, este recorrido puede verse afectado por las manifestaciones estudiantiles. 

Los ascensores, mejor conocidos como funiculares, suben por los cerros gracias a una maquinaria grande que sostiene estos pequeños cuadrados. Tanto arriba como abajo siempre hay un gato deambulando, haciéndole compañía al ascensorista. Cuando un turista sube, se nota. “¿Se caerá?”, pregunta con algo de miedo. “No”, le responde el habitante que usa el ascensor de manera habitual. 

Muy probablemente el único porteño que pueda decir que trabaja en un verdadero ascensor, sea el que está en el Ascensor Polanco, pues a diferencia de los otros, este pasa por un túnel de piedras de 150 metros de largo y sube de manera vertical al cerro. “¿A qué piso va?”, pregunta uno de los trabajadores que sube y baja dentro la cápsula. “Le recomiendo el dos, tiene una excelente vista” dice.

En Valparaíso hay cuatro universidades. Universidad de Valparaíso (UV); Universidad Técnico Federico Santa María (UTFSM); Universidad Pontificia Católica de Valparaíso (PUCV) y Universidad de Playa Ancha (UPLA). Conocida por ser una ciudad universitaria, los estudiantes cada año movilizan a Valpo para ser eco de sus problemáticas y peticiones. 

Hay algunas universidades que son más tranquilas que otras, que luchan sin que nadie las note, que están ahí para las grandes movilizaciones estudiantiles. Hay algunas en donde los estudiantes salen a protestar cada cierto tiempo. Sillas, piedras, pinturas, capuchas, el zorrillo de la policía, lacrimógenas, detenidos, pancartas, funas. El grito desde a lo lejos “¡paco culiao!” 

Al caer la noche los barcos y cerros se iluminan tal como si fuera un anfiteatro vivo.  Las micros dejan de pasar. Las tiendas cierran. Por Bellavista los punkis salen a tomar. Por Subida Ecuador el carrete empieza. Los restaurantes sacan las mesas de sus locales. Cervezas, pizzas, completos y la infaltable y típica chorrillana, compuesta de carne, cebolla caramelizada, salchicha y papas fritas se hacen sentir entre los estudiantes que repletan el sector.

A esas horas Condell está vacío, a excepción de unos cuantos solitarios de paseo, algún que otro taxi que circula y un grupo de bohemios que transitan entre enormes edificios antiguos de 1920  que ya, con los años son tiendas chinas, carnicerías y librerías. En las fachadas se destilan rayones, papeles pegados, grietas de temblores y terremotos pasados. 

Cercano a Plaza Aníbal Pinto y subiendo a Cerro Concepción, las casonas altas, llenas de colores se dejan vislumbrar con gran elegancia al puerto que mira con nostalgia la ciudad. Los restaurantes, hoteles boutique, las galerías de arte, los estruendosos museos personifican un escenario en donde los que quieren un café, una copa de vino o tan sólo caminar sucumben hacia lo pintoresco del camino de piedras, de escaleras pintadas con letras de canciones y de teclas musicales. 

Los paseos Atkinson y Yugoslavo han visto parejas pedirse matrimonio, novios terminando drásticamente, turistas sacando fotografías, estudiantes de arquitectura intentando dibujar esas grandes casonas, pintores retratando la noche, solitarios llorando discretamente, estudiantes carreteando en las escaleras, jóvenes tocando algún que otro instrumento. A veces un sutil e incipiente Piazzolla se asoma en la ventanilla de alguna casa.

A las cuatro de la mañana, Valparaíso es una ciudad de jóvenes, turistas y músicos que regresan a sus casas. Los pescadores salen a trabajar junto con los comerciantes del mercado de Avenida Argentina. Ésta es la hora, posiblemente, más silenciosa de Valparaíso. Casi todos los personajes se han ido de las callejuelas y cerros.  Las máquinas limpiadoras intentan quitar el polvo, la mugre acumulada del día. 

A las siete de mañana los estudiantes y empleados comienzan a brotar de los microbuses, que apabullados por el gentío siguen ahí, intentando no caerse con sus maletas, mochilas y audífonos. El tráfico empieza a fluir entre los cerros y bajadas. Las bocinas, el típico grito al micrero  “¡manejai como las weas!”.  El reporte de la hora de Radio Festival “Quedan cinco minutos para las ocho”. El reporte del tiempo de Radio BíoBío: “Así es, se esperan heladas matutinas para este día lunes” . El reporte del tráfico por Radio Portales. La felicidad del locutor de Radio Punto Siete. La sonata de Radio Universidad Santa María y el jazz de Radio Valentín Letelier. 

A las 8 a.m. un hombrecillo flaco y alto, de camisa a cuadrillé y usando jeans, grita en Bellavista “El diaario. El, el, el diario, el diaario”. Por el Cerro Barón, un hombre de 70 años lleva escobas de paja que él mismo hace. “Escoobeeero”. “Escooobaaas”. En el Cerro Merced un adulto de unos 80 años grita “Moteemeeei” “Motemeeei”. Aún por esa hora se puede ver, entre diversos cerros, un hombre viejo andando con un caballo. A Samuel Guillmet, un francés que recoge la caca de perros con su idea de la “La ruta de la caca”. 

Hoy en Valparaíso quedan solamente tres teatros vivos. El Cine Insomnia (Teatro Condell), El Municipal y el Rivoli. Los fanáticos del cine entran a una galería, en donde hay un vendedor de relojes, una librería en donde también venden vinilos, una tienda de abarrotes y de galletas. En la ventanilla del teatro siempre hay unas libretitas con la cartelera del mes. El lugar fue inaugurado en 1912 como Teatro Esmeralda, para luego tomar el nombre de Teatro Comedia a mediados de 1915. A fines del 2015, Insomnia se puso a cargo, gracias a los Fondos Concursables del Estado. Hoy el espacio cuenta con más de 350 butacas. 

Por la misma cuadra se ubica la clásica Plaza Victoria, en donde los porteños suelen leer el periódico o encontrarse con alguien en la fuente francesa. Los niños y niñas hacen carreras con los autitos que arriendan. Juegan escondiéndose detrás de los árboles. Mientras que los traviesos se suben a las estatuas como la del león que está al lado de la Catedral de Valparaíso.  Por las tardes, los simpatizantes de las batucadas se reúnen para ensayar.

Cruzando una calle, está Plaza Simón Bolívar, aunque es más conocida como “plaza de los juegos”. Allí los infantes se suben al carrusel, juegan al taca-taca y la pesca milagrosa. Los chinchineros se hacen mostrar con su baile. El bombo en la espalda, el traje y los zapatos bien lustrados son parte de la vida porteña junto con los organilleros. 

Al frente de los juegos, está la Biblioteca Santiago Severín que tiene cuatro fachadas distintas. La construcción de esta biblioteca culminó en 1919. Actualmente tiene una colección de más de 100.000 ejemplares, además posee una vasta colección patrimonial. De lunes a viernes de 09.30 a 17.30 horas van diversos lectores a estudiar, leer el periódico o investigar. En la hemeroteca entran jóvenes, vagabundos e intelectuales. Los patipelados se sientan en los sillones que están cercanos a la entrada, los investigadores piden revistas. “¿Tienes la revista Industrias del Hogar?”, le pregunta a la funcionaria que está atenta en el mesón. “Sí, tiene que llenar esa casilla para pasártelo. Recuerda que sólo se puede investigar acá”. 

En Valparaíso los libros llegan como se van. Actualmente hay ocho librerías. Librería Manuel Rojas, Librería Ateneo, En el blanco, Kürkuma, Librería L, Qué Leo y Librería Crisis. Esta última es un laberinto por dentro.  Hay libros muy antiguos y nuevos. Hay una sala con una mesa. Una máquina de escribir. Un piano. Un par de fotografías sueltas. Afiches. Una taza de café. Un gato y dos dueños intentan mostrar las palabras a través del movimiento caótico de la estructura.  La Librería Manuel Rojas, que está al lado del Museo Baburizza realiza de manera seguida lanzamientos y conservatorios. Los escritores y fanáticos se reúnen generalmente en las puestas de sol para escuchar atentamente ese libro. Sentados mirando al mar, la función empieza.

En Valparaíso el arte vive en movimiento. Los poetas dan recitales en las lanchas. Los cronistas bailan en Los Mil Tambores. Los músicos tocan en los balcones y en las ventanas. Las bailarinas son filósofas. Las obras de teatro se muestran en containers. Los pintores muestran su trabajo en proyecciones.  Los títeres y payasos tienen su propio museo. Los fotógrafos hacen exposiciones en las calles. Los artesanos del sonido salen, recolectan ruidos y los muestran en un festival. En Valparaíso, los artistas se juntan en residenciales, en fiestas y en festivales. 

En esta ciudad los incendios son habituales, se agrandan con los vientos y se esparcen entre cerro y cerro. Mientras el fuego atrapa las casitas, los políticos preguntan: “¿y quién te obligó a vivir aquí?”.  Las sirenas de los bomberos se escuchan desde varias partes. Las universidades se unen, juntan pañales, agua, ropa, matas y comidas.  

Valparaíso es una ciudad de contradicciones, de encuentros y desencuentros. En mis vagabundeos por la ciudad, he visto que hay rincones que lloran, niños y niñas con atuendos sucios. Calles repletas de hoyos y basura. Escaleras quebradas. Perros vagos. Casas a punto de caerse. Tierra, barro y tristeza. 

Imágenes fotográficas © Fran López Molina

Fran López Molina (Valparaíso, 1996). Periodista. Diplomada en Periodismo Narrativo Latinoamericano en Universidad Portátil. Actualmente estudia dos maestrías:Literatura y Estudios Culturales en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso y de Escritura Narrativa de la Universidad Alberto Hurtado. Miembro de la 7ma Gen de jóvenes periodistas de Distintas Latitudes. Ha publicado en el suplemento “El Rayo” de La Estrella, Gacetilla Filológica en la Universidad Antioquía, Colombia, Desvelada.mx, entre otros.

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