“Ampliaciones” de Diego Armijo: la adultez como renuncia

Esta historia que es la historia de cualquier joven proletario amplía el sesgo de lo que llaman marginal. La fluidez de las palabras, la sensibilidad de la prosa, el miedo y el sueño como un todo, como lo fragmentario de la vida. El autor nos propone mecanismos a través de la disposición de esos fragmentos; retazos de la memoria que construyen esta historia. Es el texto mismo el que se acopla al plano de la ampliación: el tiempo deja de ser lineal y son los recuerdos e hitos los que construyen el trozo que cada quien decidió contar. Trozo que a ratos se amplifica en la multiplicidad de visiones o detalles, una realidad teñida según quien la narra.

Fernanda Meza

Cualquier corte en lo cotidiano supone una posibilidad, una fuga, ser capaces de sentarse en el presente y ver el panorama. Lo que creemos es el futuro se contrapone con el pasado; los sueños y añoranzas que cuando chicos nos prometimos sin ninguna posibilidad de concretarlos. De adolescentes reconocemos nuestros gustos y deseos como lo que son, un impulso, una deformación de lo posible. “Crecí, aún niño, y ya no había más vidrios por romper, y los perros habían desaparecido de muerte, nos enterábamos por el olor.” Ampliaciones nos acompaña a observar una vida, más de una en realidad y como estas se expanden por su barrio, o quizás, es el barrio el que expande dentro de ellas.

Cuantas veces de niños nos vimos en un peladero jugando, escuchamos los gritos y la música; cumbias, bachatas, metal, baladas, todas en un coro de la población. En el centro la junta de vecinos como un órgano con vida propia. Cuando somos pequeños todo nos encandila, abrazados a la capacidad de sorprenderse la fantasía se alza. Al crecer el espacio de la fantasía se amplia y se contiene, el sexo como un llamado; imaginación y experimentación. Necesidad de conocer nuestros cuerpos, pero sin información ni educación real al respecto. Las ampliaciones y/o arreglos en un inmueble nos hace visibles para nuestro entorno, ampliar la familia también. Se sostienen los arreglos, como la adultez, a medias ¿Qué pensamos cuando pensamos en construir una casa? ¿Nos construimos a nosotros mismos en ese acto?

Al edificar un lugar y descubrir en aquella casa física parte de la metafórica nos vincula a su vez con el territorio. La toma y la marginalidad adquieren un sentido, un ritmo propio que ayuda a entender la comunidad. Nos quedamos en el barrio que nos vio crecer, aceptamos la vida tal cual es. Creemos tener una conexión con ese espacio, con la historia de nuestra familia, la de nosotros mismos. Levantamos un espacio anclado a la necesidad, a un loteo tomado muchos años antes por un pater que fue padre del padre del padre del padre ¿Qué sucede cuando crecemos? ¿Lo elegimos realmente? Nos adaptamos a lo que la institución de la familia nos dice; tener un título, un trabajo, casarnos, procrear, encontrar una visión del futuro. Dejar la universidad o volverse una máquina, trabajar en servicio al cliente o viajar, tener un hijo, separarse, no saber qué hacer ¿Elegimos el amor? ¿Qué pasa cuando eso sucede sin quererlo realmente? 

Lo fragmentario y los recursos de escritura son puestos al servicio del armado de esa casa que es la novela; ampliándose a cada trozo del material y de memoria a su vez. Uno por uno los insumos y herramientas comienzan el trazado. Construir con las manos ese cuerpo vacío que se transforma en la historia y en el texto mismo. Trenzar recuerdos como un esqueleto que construye el libro y su narración. Juegos diversos entre las VIII partes que contiene este libro, este órgano conformado de trozos poco a poco se va transformando en la contención, unión entrecortada de recuerdos que componen la narración, las estructuras al servicio de la memoria. Los materiales son las palabras y las dudas. Los materiales conforman la casa y el texto, el territorio unifica y desentraña a través de los objetos que logran juntar; llevándolos de casas vecinas, picadas y visitas a la feria, reciclando sobre la ciudad.  Desde el cerro, se observa el progreso, linda y pintada de blanco Viña nos recuerda a donde pertenecemos. Cruzar el centro si es que se baja, porque la gente del cerro se agarra a él y sale a lo que necesita. 

Tomar dos micros para volver del trabajo o los estudios, reconocer aquel mapa que es una ciudad, entender dónde estamos y como es nuestro entorno.  Mapa que se extiende adentro y afuera, adherido como propio; al texto, a la casa. La silla, la mesa, el sillón, la cama, la alfombra, el baño, la bodega, la pieza, las cosas que ponemos en ella. Cada objeto, cada tópico, gusto o fijación se transforma en un entramado de palabras que deshilvanan la madeja, la sombra de lo no dicho. 

Entre herramientas y escombros Andrea y Felipe se encuentran, los personajes sumergidos en una especie de faena que aparentemente mejorará su calidad de vida pero que a su vez es el caos necesario para cuestionarse; cuestionar la raíz de ese amor en construcción. Felipe, es quien narra en su mayoría este libro y él, como el libro se arma a retazos, como su propia casa.  Mientras la construcción crece, él vive y da vida a los otros personajes a través de sus propias vivencias, detalles de su cotidianidad en torno a las personas con quienes se junta o los lugares que frecuenta. Estos jóvenes crecen entre el recuerdo y el futuro; el presente parece ser la prueba más difícil y se consolida en las voces que logran encontrar un lugar. Entre las dudas o negaciones de Felipe afloran sus voces ampliando las visiones.

Esas voces encarnan la fragilidad de una clase; su proliferación queda ligada al hambre, al miedo, a la incapacidad de atreverse: ya que “el pobre es pobre porque quiere”. Nos arrulla un sistema que sólo mira nuestras manos, nuestra fuerza de trabajo. ¿Cuánto del destino depende de nosotros? ¿Realmente cuáles son las posibilidades que tenemos de una vida “exitosa” si no somos parte de esa clase? “se fue consumiendo con todo, eso no se vio, sólo dicen que algunos escucharon gritos, afuera cuando ya no hay escombros ni nada cuando cualquiera ve el desastre de los interiores acabados.” Los factores culturales y sociales nos anclan a ciertas escuelas y barrios, límites para nuestra expansión. Los arreboles entre el viento y su caos, los incendios cada año alumbran el cielo de los cerros, en condena o castigo Alimapu se quema. 

Ante el desastre la adultez aparece para consolidar el legado de lo que nunca nos enseñaron. Y como escape, depositamos nuestra esperanza en la posibilidad de entregar a otro la responsabilidad de todos nuestros sueños y añoranzas. Entregar todo lo tuyo en la crianza de un nuevo ser. Al habitar entre cimientos nos preguntamos ¿qué cimenta el amor? Un bebe viene y esa casa lo espera, sin embargo, sus padres aún siguen atados a la infancia, Andrea al querer salir de su hogar y Felipe atado al terreno familiar, no toman decisiones, sólo sucede. Asumimos que un niño puede ampliarlo todo, como esa habitación en constante crecimiento. El amor romántico es puesto en juego y el deseo es más grande que el deber. Sus cuerpos mutan; tres cabezas salen de su cuello. Tres bocas que alimentar, bocas que proteger, que necesitan su propio espacio. La pareja va construyéndose a sí misma, el ritmo de la ampliación les deja atrás. Los sentimientos y apegos nos vuelven lentos. Al contrario, el feto se alimenta feroz de otro cuerpo, la velocidad y los cimientos lo acunan, entre la vorágine de escombros y responsabilidades. A menor velocidad sus sentires se quedan detrás de la construcción.

El borde, el margen, el fragmento; mantienen en esencia a la clase y su tensión. Esta historia que es la historia de cualquier joven proletario amplía el sesgo de lo que llaman marginal. La fluidez de las palabras, la sensibilidad de la prosa, el miedo y el sueño como un todo, como lo fragmentario de la vida. El autor nos propone mecanismos a través de la disposición de esos fragmentos; retazos de la memoria que construyen esta historia. Es el texto mismo el que se acopla al plano de la ampliación: el tiempo deja de ser lineal y son los recuerdos e hitos los que construyen el trozo que cada quien decidió contar. Trozo que a ratos se amplifica en la multiplicidad de visiones o detalles, una realidad teñida según quien la narra. Designo en tensión que es cuestionado desde el sentir. Nadie eligió nacer, tampoco podemos cumplir con el deseo de otros. Es la tensión entre romper o soltar, parados entremedio de la construcción, del ideal de terminar algo.

Fernanda Meza (Santiago de Chile, 1988). Escritora y editora. Fue parte del Colectivo Poético Agua Maldita. Participó en el medio virtual Plataforma Crítica y en diversas revistas y publicaciones de la V región. Actualmente es parte de Histeria Editorial. Ha sido antologada en Parias, poetas y borrachos (Editorial Anagénesis, 2016), Verosímiles (Centex, 2020), En verano [Muestra del novísimo relato de la región de Valparaíso] (Schwob Ediciones/La Antorcha Magacín, 2022). Publicó el fanzine La cueva (Histeria Editorial, 2019) y el poemario la cueva (Editorial Anagénesis, 2021).

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