
El escritor y filósofo Éric Sadin (París, 1973) –conocido entre nosotrxs por su decidido cuestionamiento al poder ejercido a través de la utilización de las tecnologías digitales y publicado por Caja Negra Editora–, en Faire sécession. Une politique de nous-mêmes (L’Échappée, 2021) [Hacer disidencia. Una política de nosotros mismos], su nuevo libro, aún no editado en castellano, realiza un llamado a “institucionalizar la alternativa” y a desarrollar una “cultura de la oposición categórica”, que, según él, tiene más posibilidades de cambiar el curso del mundo que la simple protesta o la insurrección. Y cree en el potencial de los colectivos humanos, especialmente cuando son pequeños. Esta entrevista a Sadin, publicada a fines de octubre en Usbek & Rica, la tradujimos con autorización de su autor.
Blaise Mao
[Traducción de Anwar Hasmy]
Blaise Mao [1]: Su nuevo libro aborda un montón de temas de gran actualidad: el retorno del Estado de bienestar, la reindustrialización, las asambleas ciudadanas, la renta universal… Se siente molestia, incluso cierta rabia en este libro, más que en sus obras anteriores. ¿Cuál ha sido su motor? ¿Por qué deseaba escribir este libro después de L’ère de l’individu tyran (Grasset, 2020) [La era del individuo tirano]?
Éric Sadin: L’Ère de l’individu tyran constataba la creciente atomización y tensión de la sociedad, resultado de las medidas cada vez más implacables instauradas desde el giro liberal de los ‘80. Para la mayoría, estas medidas han generado sucesivas desilusiones, precariedad y sensación de inutilidad. A partir del siglo XXI, este estado de cosas se ha entrelazado con el uso de las tecnologías digitales, que nos han dado la impresión de beneficiarnos con nuevas formas de autonomía. Esta mezcla es explosiva, porque no hace más que estallarnos a nosotros mismos, consolidar el dogma del “autoemprendimiento” e incitarnos a expresar continuamente nuestras opiniones en las llamadas “redes sociales», habiendo terminado por dar lugar a lo que llamo un “aislamiento colectivo”, con consecuencias nefastas, por las que estamos pagando constantemente el precio.
En todo caso, no tenía la intensión de limitarme a este diagnóstico, sino considerar seguidamente hasta qué punto podemos salir de esta gran vorágine e identificar posibles líneas de acción. Porque todos estamos experimentando a la vez una sensación de saturación y un deseo de participar en otros modos de existencia. Pero nos faltan las claves para darles formas concretas. Y sucede que muchas de las ideas en boga se imponen como soluciones listas para su uso. Lo que critico de estas es que no tengan suficientemente en cuenta dos grandes dimensiones del tiempo: las partes de negatividad y sufrimiento que impregnan nuestra vida cotidiana, así como el deseo apremiante de experimentar nuevas formas de vida más virtuosas, satisfactorias y solidarias.
«…nos corresponde desarrollar diferentes estrategias capaces de producir efectos sobre el terreno de nuestras realidades cotidianas, allí donde se siente el sufrimiento, donde se producen tantos abusos. En particular, las técnicas de gestión que funcionan en la economía de los datos, las plataformas y la logística del delivery, las cuales son verdaderamente indignas.»
Éric Sadin, filósofo
Usted escribe: “ser parte activa en los asuntos que nos conciernen”. ¿Es esto lo que está hoy en juego?
Eso tiene que ver con lo que la mayoría de la gente ha padecido: al sometimiento a situaciones sin decir una palabra, a la negación de su singularidad y no vivir de otro modo que no sea como engranaje de mecanismos impersonales. Se trata de una dimensión emblemática en los métodos de gestión –rápidamente extendidos al sector público–, que provienen de una gigantesca empresa de despojo de seres, requeridos para responder a objetivos definidos por terceros. Además, el funcionamiento de la política institucional ha seguido manteniendo el hecho de que algunos se encargan de gestionar los asuntos comunes, mientras que la gran mayoría se siente reducida al rango de meros espectadores de un mundo que, en última instancia, surge de fuerzas que le son ajenas. Estos dos factores representan las principales causas del resentimiento actual, y que solo se puede expresar en la poderosa necesidad de influir en el curso de las cosas, en ser protagonistas de nuestras vidas.
Sin embargo, esta aspiración no puede quedarse en un deseo vago, el reto es darle un anclaje concreto. ¿Cómo podemos hacerlo en la práctica? Lo que sostengo –siendo el corazón de mi libro– es que hacernos mucho más activos no puede formalizarse de una sola manera, sino que exige poner en marcha varias modalidades. Y que estas articulen una crítica a los discursos que solo defienden intereses privados y pretenden moldear la sociedad; así como el firme rechazo a ciertas situaciones inocuas en las que nos desenvolvemos a diario, y la puesta en marcha de modos de existencia que favorezcan la creatividad de cada individuo, que establezcan relaciones equitativas y no dañen la biósfera.

HACER LA DISIDENCIA
En 2016, Usbek & Rica publicó una investigación sobre “la tentación secesionista”, explorando en particular los puntos de encuentro y divergencia entre zadistas, libertarios y transhumanistas, todos estos secesionistas a su manera… pero minoritarios. ¿Cómo un planteamiento secesionista podría llegar a ser mayoritario?
En mi opinión, la expresión “hacer disidencia” [2] no implica romper con el orden establecido, sino, por el contrario, devolverle todo su sentido. Esto se consigue rompiendo con una serie de hábitos y representaciones que siguen manteniendo patrones más inoperantes que nunca, que secan nuestras voluntades y nos conducen a la esclerosis.
En otras palabras, la gran pregunta que nos incumbe ahora es redefinir lo que supone la adecuada expresión de nuestra condición política. Y esto exige que se espere menos de la “gran política”, cuya propia naturaleza es de carácter general, como decía Rousseau, incapaz de tener en cuenta lo concreto de todas las experiencias vividas.
En este sentido, nos corresponde desarrollar diferentes estrategias capaces de producir efectos sobre el terreno de nuestras realidades cotidianas, allí donde se siente el sufrimiento, donde se producen tantos abusos. En particular, las técnicas de gestión que funcionan en la economía de los datos, las plataformas y la logística del delivery, las cuales son verdaderamente indignas. Y allí donde se puede esperar –si se nos dan los medios– ver surgir formas de vida y modos de organización pública más acordes con nuestras aspiraciones.
«…se ha impuesto un régimen de conocimiento, pretendidamente “objetivo” y con valor de verdad, que llama a conformarse, y que debimos haber puesto en tela de juicio. No dejándonos llevar por el opinionismo generalizado de las “redes sociales”, tan estéril, que no deja de producir enormes beneficios a la industria digital, sino contradiciéndolas allí donde generan consecuencias. En el mundo de la empresa, la administración, la escuela, la universidad, el hospital, la justicia.»
Éric Sadin, filósofo
En este espíritu, usted insiste en la necesidad de criticar los discursos que definen las necesidades de la sociedad solo en nombre de los intereses privados…
Exactamente, en las últimas décadas, se ha producido un proceso de expertización en la sociedad, en el que las empresas, a nombre de intereses privados y de una visión de mundo que quiere erradicar todos los defectos, diseñan el curso general de las cosas.
La especificidad de estas prácticas es que han contribuido a deslegitimar cualquier voz disidente. De este modo, se ha impuesto un régimen de conocimiento, pretendidamente “objetivo” y con valor de verdad, que llama a conformarse, y que debimos haber puesto en tela de juicio. No dejándonos llevar por el opinionismo generalizado de las “redes sociales”, tan estéril, que no deja de producir enormes beneficios a la industria digital, sino contradiciéndolas allí donde generan consecuencias. En el mundo de la empresa, la administración, la escuela, la universidad, el hospital, la justicia…
De ahí la necesidad de poner en marcha lo que llamo una “política del testimonio”, destinada a hacer surgir un contraperitaje, emanado del contexto y capaz de desmontar las representaciones sesgadas. Esta es una dimensión mayor de nuestra condición política que no hemos captado del todo.
Usted critica la “cultura de la oposición categórica”, prefiriendo la noción de interposición. ¿Qué diferencia hay entre impugnación e interposición? ¿Y hasta qué punto esta última, que usted también distingue de la insurrección, puede ser más eficaz que la simple impugnación?
Hemos sido sometidos a demasiadas cosas y nos hemos equivocado al ser pasivos, lo que corresponde a una concepción demasiado estrecha de la oposición. Porque en cuanto las medidas afectan a los salarios o a la conservación de los puestos de trabajo, sabemos cómo responder, principalmente mediante manifestaciones o huelgas. Lo que nos falta es una cultura de oposición categórica, en nombre de un conjunto de principios intangibles que deberían guiarnos en todas las ocasiones. Entre ellas destacan la integridad y la dignidad, pero también la necesidad fundamental de reconocimiento cuando hay implicación en empresas colectivas. Se trata de exigencias morales que nos obligan a bloquear físicamente las decisiones que se pretenden imponer unilateralmente. Los que miran a la entronización de métodos y técnicas que a menudo se presentan como parte ineludible de la historia, en particular desde la generalización de la sacrosanta doxa de la “transformación digital” de todos los sectores de la sociedad.
Lo que caracteriza la mayoría de las veces estas orientaciones, es que no son acordadas por todas las partes implicadas. Por lo tanto, ya es hora de saber movilizarse para hacer un frente, no para reclamar, sino para exigir que se respeten incondicionalmente estos principios. Hoy podemos constatar hasta qué punto estamos pagando el precio por no haber adoptado ese comportamiento, sobre todo después de todo el daño causado al mundo del trabajo por la industria digital desde los años 2010.



HACIA UNA CONCIENCIA ECOLÓGICA
«Vivimos una época de enorme conciencia ecológica, que contrasta con la apatía que hemos tenido durante décadas. Es como si la casa hubiera estado ardiendo desde el amanecer y nos hubiéramos despertado hacia el mediodía, totalmente aterrados. Es la gran conmoción de esta época, estamos asustados por los escenarios proyectados, cada uno está ideando su propia solución, que va en todas las direcciones, sin saber exactamente cómo proceder.»
Éric Sadin, filósofo
En febrero de 2020, justo antes del primer confinamiento, el filósofo Pierre Charbonnier nos confió que era necesario “construir una alianza entre la pequeña burguesía progresista, las clases populares y los grupos sociales vinculados a la condición agrícola” para hacer frente al desafío climático. Qué opina usted de esto, tomando en cuenta lo que usted escribe sobre la “distribución rígidamente delimitada de clases impermeables entre sí”. ¿Acaso es posible tal alianza?
Vivimos una época de enorme conciencia ecológica, que contrasta con la apatía que hemos tenido durante décadas. Es como si la casa hubiera estado ardiendo desde el amanecer y nos hubiéramos despertado hacia el mediodía, totalmente aterrados. Es la gran conmoción de esta época, estamos asustados por los escenarios proyectados, cada uno está ideando su propia solución, que va en todas las direcciones, sin saber exactamente cómo proceder.
Por un lado, plenos de buena conciencia, nos remitimos a los responsables políticos, a los que se les reprocha no hacer lo suficiente, como si la solución viniera principalmente de “arriba”, hasta el punto de querer intentar un proceso contra el Estado, el famoso “asunto del siglo”. Por otra parte, adoptamos enfoques individuales, el llamado comportamiento «responsable», esperando sin ninguna garantía que esto se extienda y produzca efectos significativos. Por último, son constantes las denuncias en las redes sociales, o bien, autoproclamados especialistas se erigen con un tono aleccionador, publicando o haciendo videos compulsivamente, cultivando su notoriedad y halagando su ego, aunque estos contribuyan también al calentamiento global. En resumen, nada que se parezca a un proyecto coherente.
Lo errado de toda esta cacofonía, es que opera como efecto pantalla en cuestiones muy decisivas. Estoy pensando en la “sociedad en silos” que se está formando actualmente. O bien, en el hecho de que con la crisis del Covid y la súbita extensión del teletrabajo, se está produciendo una redefinición del mapa social, compuesto por tres grandes categorías. En primer lugar, los que tienen los medios para dejar las grandes ciudades, que cultivan biorgánicamente la tierra y hacen llegar todo tipo de productos a través de plataformas digitales.
En segundo lugar, aquellos cuyas actividades oscilarán entre lo “presencial” y lo “a distancia”, y que pueden ampliar la lógica del auto-emprendimiento. La pandemia ha puesto de manifiesto hasta qué punto un sinfín de actividades pueden definitivamente llevarse a cabo a distancia, por lo que el principio de externalización de un número creciente de tareas está destinado a generalizarse. Aumentará el número de contratos firmados caso por caso, independientemente de la localización, lo que provocará un aumento repentino de la precariedad, así como una competencia distorsionada entre la gente a escala mundial.
Por último, los que conforman las masas trabajadoras que deben movilizarse físicamente a los distintos lugares donde laboran. Los trabajadores de los restaurantes, los cajeros, los conductores de ambulancias, las enfermeras, los trabajadores de mantenimiento y toda la mano de obra del sector del comercio electrónico, sometidos a ritmos infernales dictados por algoritmos. Una multitud compuesta principalmente por trabajadores temporales para los que no hay otra salida que soportar agotadores desplazamientos diarios, por trabajos, que pagan salario mínimo, poco gratificantes y mal reconocidos.
Esta formación continua de “castas”, casi impermeables entre ellas, es un fenómeno importante con consecuencias sociales y medioambientales devastadoras, y sin embargo no le prestamos atención. En este sentido, más que maravillarnos con la riqueza de “lo vivo”, deberíamos trabajar por una buena ecología de la vida. Es decir, debemos poner en marcha modos de organización en común, preocuparnos tanto por establecer relaciones de equidad entre los seres como por respetar los equilibrios naturales. Este es, en mi opinión, el asunto decisivo de nuestro tiempo.




INSTITUCIONALIZAR LO ALTERNATIVO A TRAVÉS DE LOS COLECTIVOS
«Está claro que estos son los temas decisivos de nuestra época: enfrentarse a situaciones que se consideran intolerables y responder a las aspiraciones de ser más creativos y autónomos. Sin embargo, es importante no pecar de excesivo romanticismo y demostrar pragmatismo.»
Éric Sadin, filósofo
Dedica un capítulo importante a la ZAD [3], sus virtudes y sus límites. ¿Qué hay que poner en marcha para que el enfoque dado a estas zonas sea exportable más allá del “boscaje”?
Si estas Zad producen tanta fascinación hoy en día, es porque articulan dos grandes dimensiones. En primer lugar, la voluntad decidida que emana de las conciencias que, en nombre de valores fundamentales, deciden bloquear físicamente iniciativas juzgadas como injustas. En segundo lugar, el deseo de crear condiciones de vida más satisfactorias mediante mecanismos de ayuda mutua.
Está claro que estos son los temas decisivos de nuestra época: enfrentarse a situaciones que se consideran intolerables y responder a las aspiraciones de ser más creativos y autónomos. Sin embargo, es importante no pecar de excesivo romanticismo y demostrar pragmatismo. Porque, por una parte, quienes participan en estas iniciativas lo hacen por su cuenta y riesgo, sin una red que los proteja. Por otra parte, prevalece la idea de que aquí hay un modelo que está más que nunca llamado a ampliarse. Pero esto es un deseo irrealizable –como en toda empresa alternativa– porque no todo el mundo puede asumir estos riesgos. Así, ahora que las aspiraciones a otras formas de vida son tan apremiantes, considero que corresponde a la colectividad –es decir, a todos nosotros– apoyar, mediante fondos públicos, la aparición de tales proyectos.
¿Cómo podemos “institucionalizar lo alternativo”? ¿Puede dar uno o dos ejemplos para hacer más tangible esta noción?
Esta es una noción extremadamente importante para mí, y que desarrollo en el libro. La mayoría de los males contemporáneos provienen del mundo del trabajo. La paradoja es que la gran aspiración de esta época es expresar mejor nuestras capacidades y evolucionar en relaciones de reciprocidad. Sin embargo no nos procuramos los medios para hacerlo posible.
En lugar de una renta universal, que deja a cada uno a su suerte, convirtiéndose en un eterno pecador o acumulando actividades precarias, lo que debería instaurarse es el apoyo público a la proliferación de colectivos. Todos los que están decididos a hacer prevalecer algunos criterios considerados esenciales: el principio de equidad, el respeto del medio ambiente y el fomento apropiado del savoir-faire, en una época de total maquinismo y de sistemas de inteligencia artificial destinados a sustituir toda actividad humana. Esto es cierto en todos los ámbitos de la vida. No solo en la permacultura, que parece ser la única opción alternativa hoy en día, sino en las diversas formas de las actividades artesanales, la gastronomía, el diseño, la moda, la arquitectura, la educación, el sector asistencial, el arte…
En este sentido, el apoyo dado a las start-ups y su glorificación a lo largo de la última década –mientras que solo aspiran a una innovación banal, solo buscan la mercantilización, y se jactan, llenos de cinismo, de “tener un efecto disruptivo en la sociedad”– debe ser sustituido, en estos años 2020, por la ayuda a los colectivos. Entonces, habremos entendido que ese apoyo tiene más bien que ver con un proyecto de sociedad exactamente inverso.
«Vivimos en una sociedad de gran tamaño. Esto es así en el mundo del trabajo, la administración, las instituciones… y que ha conducido a los fenómenos de la despersonalización, la intercambiabilidad de los seres, la inutilidad del yo. Mantener deliberadamente un tamaño reducido significa asegurar que cada persona contribuya de manera singular a una obra común, lo cual evitaría relaciones asimétricas de poder y permitiría de manera práctica elaborar una crítica al dogma del crecimiento.»
Éric Sadin, filósofo
La cuestión del tamaño de las organizaciones humanas es fundamental en su argumentación. Cito: “Toda empresa que se mantiene deliberadamente pequeña tiene de facto un poder decreciente”. ¿Cómo podemos favorecer la limitación a lo menos, lo poco?
Vivimos en una sociedad de gran tamaño. Esto es así en el mundo del trabajo, la administración, las instituciones… y que ha conducido a los fenómenos de la despersonalización, la intercambiabilidad de los seres, la inutilidad del yo. Mantener deliberadamente un tamaño reducido significa asegurar que cada persona contribuya de manera singular a una obra común, lo cual evitaría relaciones asimétricas de poder y permitiría de manera práctica elaborar una crítica al dogma del crecimiento. La organización en común así concebida se aleja de la búsqueda desenfrenada de beneficios para celebrar la calidad de los logros, las relaciones y el respeto al medio ambiente. Por todo ello, insisto en la importancia actual de la noción del colectivo, para hacernos plenamente partícipes de nuestra vida y abrirnos nuevos horizontes de esperanza.
La noción de “guerra del imaginario” está de moda en estos días. Todos quieren “inventar nuevas narrativas”, “oponer imaginarios alternativos al neoliberalismo”, etc. ¿Este enfoque no es un poco banal?
Lo que me molesta de la noción de “imaginario” es que podemos esperar indefinidamente antes de tomar medidas concretas. Mientras que los enfoques destinados a intervenir e instaurar otros modelos pretenden ponerse en marcha casi sin demora.
En este sentido, hay una distinción decisiva entre emancipación y reapropiación. La primera implica un logro incierto y un horizonte probablemente interminable: siempre es enunciada en tiempo futuro. La otra exige la liberación inmediata de la mayoría de sus cadenas, al tiempo que se dan los medios concretos para vivir más de acuerdo con sus principios. Siempre hay un “ideal de emancipación”. No hay un “ideal de reapropiación”, sino una pragmática de tomar el destino en sus manos. Hacer disidencia significa, en última instancia, romper con tantos esquemas anticuados, para darnos los medios que nos permitan dejar de ser espectadores, ser plenos con nosotros mismos y con todas las riquezas de la vida.
En su Consolación de la filosofía, Boecio, afligido en su calabozo, cuenta que la Dama Filosofía fue a visitarlo para sacarlo de su letargo, diciéndole que: “Es tiempo para remedios, no para lamentos”. Es precisamente ese objetivo –dada nuestra desorientación colectiva– el que me he propuesto abordar en este nuevo libro.
NOTAS
[1] Blaise Mao, « La formation en cours d’une société de castes est un phénomène aux conséquences dévastatrices », en Usbek & Rica, 20 de octubre de 2021.
[2] En el original “faire sécession”. Para este término, que es también el título del libro de Sadin, hemos preferido la expresión “hacer disidencia”, el cual condensa una doble lectura –ruptura política + secesión– más cercana en nuestro idioma a la propuesta del autor. En otras oportunidades, mantuvimos su acepción literal: secesión, secesionista, que se vincula en esta entrevista a grupos recientes de acción anarquista en Francia (zadistas, libertarios y transhumanistas, entre otros).
[3] La sigla ZAD, en un inicio, denominó a la Zone d’Aménagement Différé (Zona de Desarrollo Diferido), que daba cuenta de la política oficial de intervención en una gran área semirural de Nantes, en el oeste de Francia, habilitada para convertirse en aeropuerto e implicó el desalojo o abandono “voluntario” de sus parcelas de gran parte de sus habitantes principalmente trabajadores agrícolas. En 2008, y en una segunda acepción de la sigla –que se opone a la anterior y es la que se utiliza en esta entrevista–, se refiere a Zone À Défendre (Zona de Defensa). Esta fue adoptada por distintos colectivos de tendencia anarquista (okupas, sindicatos, campesinos, movimientos vecinales, entre otros), defensores del ecosistema de humedales de la región de Nantes. La lucha por el territorio a través de la ocupación activa, no sin la represión en extremo violenta de parte de fuerzas coercitivas del Estado, se tornó emblemática para grupos políticos, cívicos, sociales, de diversas tendencias que ha servido de ejemplo y posibilitado un gran debate contestatario y toma de posición ante el modelo desarrollista y productivista de la actualidad en Europa.